El libro Los Disidentes es más que un trabajo periodístico o una recolección de entrevistas, donde los agentes de la seguridad cubana infiltrados en grupos contrarrevolucionarios relatan cuáles eran sus objetivos y sus misiones y cuáles su fuentes de financiación. Es cierto que el libro aporta también documentos gráficos de reuniones, cartas y comunicados entre […]
El libro Los Disidentes es más que un trabajo periodístico o una recolección de entrevistas, donde los agentes de la seguridad cubana infiltrados en grupos contrarrevolucionarios relatan cuáles eran sus objetivos y sus misiones y cuáles su fuentes de financiación.
Es cierto que el libro aporta también documentos gráficos de reuniones, cartas y comunicados entre dirigentes, y recibos de cobro de grupos terroristas. Pero además (o quizá sobre todo) es la comprobación de la pasta con la que están amasados los grupos de la disidencia en Cuba. Grupos que sólo existen en el papel y cuyo único sustento se debe a la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba (SINA). Es la constatación del tipo de «democracia» que planean para Cuba y que nunca van a conseguir imponer. Es la demostración del absoluto desprecio hacia el pueblo de Cuba y su independencia.
Ellos (los que se autoproclaman la oposición democrática al interior de la isla y sus jefes estadounidenses) se ríen de la justicia, la libertad y la democracia. Se mofan de los derechos humanos, de la dignidad y de la paz. Su forma de actuar tiene un todo de las maneras de Al Capone y un nada de oposición política. Su único objetivo es derrumbar el edifico de la revolución socialista y hacerse con el poder. Retornar a ese país próspero que era la Cuba de Batista.
¿Y por el camino? Por el camino ir amasando una fortuna que les situaría como la clase influyente de su irrespirable sistema capitalista.
En el libro queda claro que la SINA protegía, financiaba y facilitaba el trabajo a toda esta dirigencia golpista. Personajes que no se atenían al guión de lo que cabe esperar de quien dice trabajar por la libertad y la democracia, pero que al yanqui tampoco parecía importarle.
Si la SINA les regalaba avales de salida del país, para que fueran entregados a perseguidos o «refugiados políticos», los disidentes los vendían al mejor postor.
Si desde el Departamento de Estado norteamericano, o desde cualquiera de sus satélites de Miami, se enviaban dólares para ayudar a los presos y sus familiares o como incentivo para la (escasa) militancia de los grupos disidentes, los cabecillas se quedaban con la mayor parte del dinero. En una ocasión la embajadora holandesa donó a Martha Beatriz Roque la suma de 1.500 dólares para que fueran entregados entre los damnificados por los huracanes que habían afectado a la zona de Pinar del Río. Los documentos de la propia organización de Martha Beatriz únicamente registran la entrega de 700 pesos cubanos (unos 175 dólares) a 7 personas.
Cuando se puso en marcha el programa de «Bibliotecas independientes», la SINA proveyó de «libros» (semblanzas de EE.UU., su gobierno y su economía, discursos de Bush, novelitas del oeste, diccionarios o cuentos infantiles) a los grupos interesados. En lugar de eso, muchos beneficiados acabaron vendiendo los libros como método de financiación personal.
Otro tanto ocurrió con los llamados «consultorios independientes» y «farmacias independientes» (un intento de desestabilizar el sistema médico cubano ya utilizado en Nicaragua, Polonia y Rusia). Desde el exterior se hacía llegar todo tipo de material médico y medicinas a los grupos opositores con el objetivo de que fuera repartido entre toda la población (incluso se les pedía que no discriminaran a los militantes comunistas) y de esa forma ir ganado adeptos para el momento de la transición en Cuba. Ese material y esas medicinas pasaron al mercado negro y a engordar los bolsillos de ciertos disidentes.
Si la SINA les solicitaba informes (y lo hacía constantemente) sobre las condiciones laborales, o sobre la educación, o el turismo, o la situación social, etc., aquellos se los inventaban y falseaban los datos y las conclusiones. Del mismo modo que desde las agencias de prensa y medios «independientes» creaban informaciones a su medida.
Cuando los norteamericanos formaron el denominado Concilio Cubano (un vano intento de unir a la contrarrevolución), rápidamente se autoeligieron para dirigirlo los siete disidentes más poderosos: Oswaldo Payá, Martha Beatriz Roque, Gustavo Arcos, Félix Bonne, Elizardo Sánchez, René Gómez y Jesús Yánez. Esta toma de poder generó un profundo malestar entre el resto de la militancia disidente y, además, pronto comenzaron a monopolizar el dinero e incluso uno de ellos, que contaba aparentemente con el apoyo de la SINA, hubo de ser expulsado del grupo. Tal fue la escandalosa corrupción que, al olor del dinero, se generó entre estos luchadores por la democracia.
Oswaldo Payá como ejemplo
Oswaldo Payá es uno de los contrarrevolucionarios que se postulan como el próximo presidente de Cuba. Es un dirigente machista y racista (al que no se le conoce ningún colaborador cercano que sea mujer o negro), que acusa al gobierno de totalitario, antidemócrata y excluyente, y que habla de reconciliación nacional. Pero en la práctica, él centraliza todo el trabajo de su grupo (Movimiento Cristiano de Liberación), toma las decisiones unilateralmente y realiza declaraciones en nombre de un movimiento que nunca le eligió como líder y que no conoce, ni aprueba de antemano, las propuestas o declaraciones que realiza.
Las relaciones de Oswaldo con el resto de los disidentes son pésimas y rechaza discutir con ellos puntos comunes para lograr un consenso. Tampoco acepta la Asamblea para Promover la Sociedad Civil en Cuba (programa de Martha Beatriz Roque) y se niega a que quienes apoyan el Proyecto Varela (su proyecto) se afilien a otras iniciativas que consideren viables. Es contrario a aquellos que defienden el pluralismo. Desde el propio exilio de Miami se le califica como dictador porque no acepta que dentro y fuera de Cuba haya gente con otros puntos de vista.
A pesar de contar con una imagen de austeridad y de presentarse como un cubano de a pie (haciendo circular fotos en las que aparece desplazándose en bicicleta), lo cierto es que posee un impecable minibús de nueve plazas (marca Volkswagen) que utilizaba para pasear a su familia y llevarla, de vez en cuando, de vacaciones a Varadero.
Cuando recibía en su casa a embajadores, corresponsales de prensa o diplomáticos extranjeros, lo hacía en una sala con muebles desvencijados y un viejo televisor ruso en blanco y negro. Pero en el resto de la vivienda contaba con todo tipo de comodidades y equipamiento. Sus conferencias de prensa eran únicamente para la prensa extranjera, nunca para medios cubanos.
Los apoyos de Oswaldo vienen fundamentalmente de la SINA y también del gobierno español.
Su nivel de vida lo justifica con su magro sueldo (en pesos cubanos) como ingeniero de electromedicina, vinculado al ministerio de salud pública, siendo la única persona de su familia que trabaja.
El papel de los disidentes
Hay quien dice que el único papel que les interesa es el papel moneda, y cuanto mayor tenga la cifra mejor.
Son personas que forman partidos de 1 ó 2 miembros con tal de tener acceso a los fondos de la SINA. Partidos que en muchas ocasiones son facciones desgajadas de otras organizaciones en las que todos luchan por hacerse con el poder.
En realidad ese calidoscopio de grupos pasa por encima de cuestiones ideológicas, pues el único credo que respetan es el de recibir de sus patrocinadores regalos y dinero que mantengan ese modus vivendi al que se entregan en cuerpo y alma. Un problema que va más allá del simple valor económico de esas aportaciones, ya que esa dependencia les hace ir cayendo cada vez un poco más bajo.
Siempre serviles a la jerarquía difusa de una potencia extranjera para la que realizan labores de espionaje, desestabilización o sabotaje. En esa lógica, cuando los funcionarios norteamericanos ofrecían sus residencias privadas para la realización de reuniones o encuentros de la disidencia, su objetivo era el de mostrarles las ventajas que tiene el sistema capitalista, de cómo se puede vivir en el lujo de una gran residencia y de cuán generoso puede ser el amo. Como si en los EE.UU., paradigma de la libertad, todos los ciudadanos mantuvieran ese nivel de vida.
Sin embargo, con ser cierto todo lo anterior, es justo que se le reconozcan algunas virtudes con las que cuentan estos disidentes, y que también aparecen reflejadas en el libro.
Son personas ingeniosas. Con una decena de términos son capaces de crear un universo de siglas: Comité Cubano pro Derechos Humanos, Fundación Cubana de los Derechos Humanos, Partido Cubano pro Derechos Humanos, Corriente Cívica Cubana, Corriente Socialista Democrática Cubana, Movimiento de Jóvenes Democráticos, Partido Popular Joven Cuba, Movimiento Cubano Democratacristiano, Movimiento Cristiano de Liberación, Partido Socialdemócrata de Cuba, Partido Liberal Democrático Cubano, Coalición Democrática Cubana… Y ahí quien se llevó la palma fue Rafael Ernesto Ávila Pérez, muy cercano a Martha Beatriz, por su proyecto de crear la Plataforma de Resistencia a la Oposición (PRECIO). Un verdadero disparate.
Son personas eficientes. Organizaciones con 8 ó 10 miembros son capaces de movilizar a líderes políticos y a toda la prensa occidental. En julio de 1999, 6 miembros de la disidencia realizaron la escenificación de una huelga de hambre. En 24 horas la noticia recorrió el mundo. Cuando llegaban los periodistas, los ayunantes se tendían en unas camitas (preparadas para tal fin) y ponían cara de angustia y fatiga. El resto del día, se comía y se bebía gracias al refrigerador que había enviado la SINA y a los paquetes de comida que lo acompañaban.
Son personas ahorradoras. Algunos con sueldos reducidos y la mayoría sin trabajar, son capaces de viajar al extranjero, contar con todo tipo de electrodomésticos, comprarse un coche, poder invitar a los amigos a un buen güisqui y a un aperitivo y, además, llegar a fin de mes.
RSF y los medios de comunicación «independientes»
Reporteros sin Fronteras (RSF), como no podía ser de otra manera, también nada en ese fango y también financia las actividades de estos grupos contrarrevolucionarios. En el libro se encuentra un certificado de la Secretaría Internacional de RSF -firmado por el inefable Menard- en el que aseguran que «nuestra asociación apoya financieramente a la agencia de prensa independiente Cuba Press. El pasado 30 de agosto [de 1996] RSF entregó la suma de 900 dólares a Raúl Rivero, director de Cuba Press«.
En la misma línea se encuentra otra carta, firmada por dos periodistas independientes de Cubanet, donde se certifica la entrega de 1.750 dólares provenientes de RSF.
Y qué casualidad, que esta misma agencia (Cubanet) haya contado desde su creación con la financiación del Departamento de Estado norteamericano. Recibiendo, sólo en el año 1999, casi 100 mil dólares como presupuesto anual de funcionamiento.
Tras el fracaso sufrido por RSF en su campaña contra el turismo en Cuba, y a punto de finalizar la campaña de verano, me permito desde estas líneas hacerles una recomendación para el año venidero. Visto el impedimento para poder usar la foto del Ché en sus folletos y tratando de iluminarles en la búsqueda de un icono universal que recoja la esencia y el espíritu de los periodistas «independientes», creo que mejor que la imagen de Guevara («un totalitario sin ambages y un gobernante desastroso» -Juan Luis Cebrián, El País 12/08/03-) es preferible usar la del Tío Gilito. Todo serán ventajas: por un lado, los yanquis no pondrán ninguna demanda contra su uso tratándose del fin que persigue; Walt Disney sonreirá, desde su cubito de hielo, orgulloso de que uno de sus personajes se convierta en azote de comunistas; y, por último, los periodistas disidentes se sentirán íntimamente identificados con este pato reaccionario y amante del dinero.
«Los Disidentes»
Miriam Elizalde y Luis Báez
Editora política, 2003.
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