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Bush en el Cáucaso

Fuentes: La Estrella Digital

Para cerrar el paréntesis de la reciente visita de Bush a Europa, la última escala le llevó a visitar Georgia. Más de un comentarista de radio ha pronunciado enfáticamente este nombre, con marcado acento inglés: «yorya». Seguramente es de los que llaman «mayami» a Miami, aunque nunca diga London por Londres ni Maskvá por Moscú. […]

Para cerrar el paréntesis de la reciente visita de Bush a Europa, la última escala le llevó a visitar Georgia. Más de un comentarista de radio ha pronunciado enfáticamente este nombre, con marcado acento inglés: «yorya». Seguramente es de los que llaman «mayami» a Miami, aunque nunca diga London por Londres ni Maskvá por Moscú.

El caso es que nada tiene que ver la República de Sakartvelo (como se conoce a Georgia en el idioma nacional) con el Estado de Georgia (EEUU), que recibió su nombre del rey inglés Jorge II al ser fundado como colonia en 1732 y es hoy conocido en todo el mundo por albergar la sede de Coca-Cola. Por cierto, que su creación obedeció en parte a la necesidad estratégica de defender a las otras colonias británicas de América del Norte frente a la amenaza que suponía la inmediatez de las colonias españolas y francesas.

Ha habido que esforzarse por pronunciar en castellano el enrevesado nombre de la capital georgiana -Tbilisi- cuando ya en los viejos textos de Geografía nos habíamos acostumbrado a algo más sencillo: Tiflis. En fin, también hubo que llamar Trabzon a Trebisonda cuando se produjo el malhadado accidente aéreo en las proximidades de esa ciudad turca. Son los inconvenientes que tiene el traducir ciegamente todo lo que llega a través de las agencias de noticias en lengua inglesa.

Si al comienzo se ha aludido al cierre de un paréntesis en la visita de Bush a Tiflis, ha sido porque se abrió con una visita a Letonia y -aparte de una breve estancia en Holanda- continuó en Moscú, para celebrar el 60º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, concluyendo en Georgia. Repúblicas ambas que en el pasado estuvieron estrechamente vinculadas a Rusia, con la que todavía tienen conflictos no resueltos que podrían agravarse. El periplo presidencial ha sido visto desde Moscú como una intromisión de EEUU en lo que todavía se tiene por «patio trasero» de Rusia, heredera principal de la extinta URSS, de la que Letonia y Georgia fueron repúblicas integrantes.

La primera visita a Georgia de un presidente de EEUU produjo un comprensible sentimiento de euforia en aquel país. En la plaza de la Libertad (hay quien la ha llamado «Freedom Square», siguiendo la nefasta costumbre antes comentada) de Tiflis, más de 100.000 personas escucharon a Bush ensalzar a su país como «faro de la democracia». Es comprensible que en una visita de menos de 20 horas se utilizaran expresiones rotundas que luego cada georgiano interpretará a su modo. Los partidarios del presidente Saakashvili se entusiasmaron al oír a Bush calificarle de hombre de «espíritu, determinación y resolución en la causa de la libertad». La oposición se sintió defraudada cuando, tras 500 días de vida del Gobierno que nació en la llamada «Revolución Rosa» de noviembre del 2003, no se aludió a las serias deficiencias que aquejan a la incipiente democracia.

Tras hacerse con el poder, el actual presidente cambió la Constitución para satisfacer sus designios, lo que rompió el frágil sistema de frenos y equilibrios, con un Parlamento cada vez más débil y un presidente más fuerte y con menos exigencias de responsabilidad. Su forma errática de gobernar le ha llevado a cambiar con frecuencia de ministerios y ministros; tres embajadores se han sucedido ya en Moscú, un puesto diplomático crítico para Georgia. Cuando encabezaba la Asamblea Municipal de Tiflis, Saakasvhili propugnaba la elección directa del alcalde de la capital. Al alcanzar la Presidencia, su opinión ha cambiado y ahora apoya la elección indirecta, pues no le agrada que algún alcalde de la capital pudiera llegar a eclipsarle políticamente, dada la importancia demográfica y económica de Tiflis; exactamente lo mismo que ocurría cuando Shevardnadze era el presidente.

La oposición local ha reprochado a Bush que no aludiese a ninguno de los muchos problemas que aquejan al pueblo georgiano. Un miembro del Partido Republicano de Georgia se expresó así: «No me había hecho ilusiones. La visita fue un éxito para Georgia incluso antes de empezar». Sobre los conflictos en la región autónoma de Osetia del Sur y la república autónoma de Abjasia, Bush no fue muy explícito. Pero Saakasvhili sacó una conclusión: «El presidente de EEUU ha anunciado a todo el mundo que Georgia permanecerá unida y que EEUU defenderá su unidad e integridad», lo que no se correspondía con las palabras de Bush, mucho más medidas y pronunciadas con la mirada puesta en Moscú: «Confío en que, con buen trabajo y cooperación, podremos resolver pacíficamente [esos problemas]. Y él [Saakasvhili] los resolverá pacíficamente, con nuestra ayuda».

Lo anterior no debería ocultar los logros del actual presidente, que ha contribuido a cierta recuperación del orgullo nacional de Georgia, tras ser considerado un Estado fracasado. Si el sistema educativo sigue en crisis, las reformas militares parecen avanzar y también se realizan esfuerzos en el sistema judicial, aunque la idea de unos jueces verdaderamente independientes no es muy aceptada por la clase política.

No perdamos de vista a Georgia: en este país confluyen los intereses de EEUU, los de Rusia y las rutas del petróleo. Si a esto se une una democracia frágil y su expresado deseo de entrar en la UE y en la OTAN, hay muchas razones para anticipar allí la aparición de nuevos conflictos que habrá que desactivar antes de su agravación.


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)