Lo más significativo de la República, lo que se ha ocultado, es la política que aplicó en cinco años sobre aspectos tan fundamentales como la libertad, los derechos fundamentales, la cultura, la sanidad o la educación, con tan asombrosos resultados que algunos de ellos no se han vuelto a alcanzar ni siquiera hoy, 75 años […]
Lo más significativo de la República, lo que se ha ocultado, es la política que aplicó en cinco años sobre aspectos tan fundamentales como la libertad, los derechos fundamentales, la cultura, la sanidad o la educación, con tan asombrosos resultados que algunos de ellos no se han vuelto a alcanzar ni siquiera hoy, 75 años después de proclamarse la República.
Cada año recordamos aniversarios históricos, centenarios de autores y artistas, fiestas religiosas que se han apropiado del calendario o hazañas señaladas que deseamos celebrar porque provocaron gozo y progreso en el país, o recordar para no repetir, porque nos sumieron en el dolor, la miseria o la vergüenza.
De todos ellos, la Segunda República, cuyo 75° aniversario conmemoramos este año 2006 es, a mi modo de ver, el más ineludible, porque sobre ella, la República, ha caído la tergiversación histórica con la falsificación de sus aciertos y logros por parte de los actuales revisionistas, justos herederos de los ejércitos y sus secuaces que la desbancaron del corazón de los ciudadanos, de la usanza de las instituciones, del camino abierto al progreso que se había iniciado en el año 1931.
Un aniversario, pues, necesario para hacer justicia histórica y borrar del imaginario de tantos ciudadanos aquella versión de los sediciosos destinada a hundirla en el desprestigio más soez y justificar así el miserable proceder de los golpistas.
De todos los embustes, gazmoñerías y falsedades que nos impusieron en los 40 años de dictadura, tal vez el peor sea el de haber reescrito con saña la historia más reciente, la de la Segunda República Española, atribuyéndole desórdenes y caos que nunca habrían sido posibles sin la directa intervención de las derechas que, como siempre que pierden las elecciones, se sienten ultrajadas, mejor dicho desvalijadas y saqueadas, como si de verdad España les perteneciera como la finca que heredaron de sus mayores, gobernada con mano dura durante tantísimos siglos de absolutismo y tiranía.
Fueron los fascistas los que impusieron esta versión en escuelas, universidades, instituciones y templos y, lo que es peor, en el corazón y la mente de los ciudadanos amedrentados por el terror, como un nuevo dogma que había de regir, junto a tantos otros, los destinos de la patria. Falsa versión de los hechos tanto más respetada por contar con la aprobación y el entusiasmo del poder sobrenatural representado por obispos y cardenales, y garantizada por la aquiescencia a cambio de poder de Pío XII, que bendijo con vehemencia la brutal represión y la dictadura.
ASÍ, AÚN HOY, se sigue defendiendo que el golpe de Estado fue inevitable para desactivar una revolución roja que estaba calando en España. No hay un solo historiador que de verdad lo sea –no me refiero, por supuesto, a los revisionistas excomunistas tan en boga hoy– que defienda tal tesis. Todo lo contrario. El Gobierno republicano de 1936, el año del golpe de Estado, definió su programa diciendo: «La República que conciben los partidos republicanos no es una República dirigida por motivos sociales o económicos de clase, sino un régimen de libertad democrática, impulsado por razones de interés público y progreso social».
Se justifica también el golpe por los desórdenes y asesinatos cometidos por elementos no oficiales enfurecidos ante la noticia de lo que los fascistas llamaron el Alzamiento Nacional. Es cierto que durante la guerra hubo venganzas personales y ajusticiamientos en la zona republicana, pero en ningún caso pueden ser atribuidos al Gobierno de la República. Nos guste o no, los asesinatos en la zona republicana los cometieron incontrolados que actuaron por su cuenta, no el Gobierno de la República, que bastante tenía con los diversos frentes de guerra sobre todo cuando los países democráticos de Europa y Estados Unidos abandonaron España a su suerte; y en cambio, los asesinatos en la zona nacional y los cometidos hasta 1950, ya en plena paz franquista, fueron perpetrados legalmente por el nuevo Gobierno y siempre en nombre de Dios.
Pero lo más significativo de la República, lo que se ha ocultado, es la política que aplicó en cinco años sobre aspectos tan fundamentales como la libertad, los derechos fundamentales, la cultura, la sanidad o la educación, con tan asombrosos resultados que algunos de ellos no se han vuelto a alcanzar ni siquiera hoy, 75 años después de proclamarse la República.
Si pensamos cómo era España entonces y la cultura que la República logró desarrollar en escuelas, cárceles, barrios y aldeas, y que continuó con igual intensidad durante la guerra, nos emocionamos hasta las lágrimas. Maestros, bibliotecarios, profesores, asistentes sociales, y tantos otros, dieron lo mejor de sí mismos por una causa que jamás había alumbrado el país, y que se extendió a todos los demás estamentos de la ciudadanía. Fueron sólo cinco años, es cierto, pero fue el más bello y colosal impulso modernizador y democratizador que había vivido el país en toda su historia.
COMO DICE el Manifiesto para conmemorar el aniversario de la República que está circulando por el país: «Hoy, 75 años después, no queremos seguir lamentando la triste brutalidad de aquel retroceso, sino celebrar la emocionante calidad de los logros que le precedieron, y agradecer la ambición, el coraje, el talento y la entrega de una generación de españoles que creyó en nosotros al creer en el futuro de su país».
Un aniversario que deberían aprovechar las escuelas para reparar el silencio que han mantenido sobre la Segunda República no sólo durante la dictadura sino también en los años de democracia, un silencio que selló la transición pero que ya va siendo hora de denunciar, de modo que los estudiantes conozcan de una vez esta parte tan hermosa de la historia de nuestro país y entiendan que con la fe en las ideas democráticas, aún contando con la desleal oposición, es posible avanzar hacia un mundo un poco mejor.
* Rosa Regás. Escritora y Directora de la Biblioteca Nacional.