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La guerra de Bush vista desde el sur

Flor de Borinquen

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens

El verano pasado, cuando las noticias por cable convirtieron a Cindy Sheehan en la imagen de todas esas familias que han perdido un hijo en Iraq, las comunidades de color se unieron a ella, pero no pudieron dejar de preguntarse si la mayoría del público usamericano se preocupaba en el mismo grado por sus pérdidas. Los latinos, por ejemplo, sacrifican no sólo algunos de sus mejores jóvenes varones en esta guerra, sino también sus mejores mujeres jóvenes, mujeres como la puertorriqueña Lizbeth Robles.
Cuando el general Nelson Miles bajó a tierra en Puerto Rico el 25 de julio de 1898, encabezando las fuerzas de invasión de USA, sus palabras resonaron con la misma arrogancia imperial a la que nos ha acostumbrado George W. Bush: «No hemos venido a hacer la guerra contra el pueblo de un país que ha estado oprimido durante siglos, sino, al contrario, a traeros protección, no sólo a vosotros sino a vuestra propiedad, a promover vuestra prosperidad, y a conferiros las inmunidades y las bendiciones de las instituciones liberales de nuestro gobierno.»
Desde entonces el servicio militar de boricuas (puertorriqueños) en guerras usamericanas ha estado matizado por una gran ironía. El paso de las garras de una potencia colonial (España) a las de otra produjo beneficios a unos pocos elegidos en la isla, pero poco alivio a la mayoría. Para la mayoría, las etapas cambiantes del colonialismo han significado oportunidades limitadas y desigualdad durante más de un siglo.
Además, el papel primordial asignado desde el comienzo por Usamérica a Puerto Rico como un puesto avanzado militar estratégico plagó a la isla con una cultura hiper-militarizada que incluye todo, desde instalaciones desastrosas desde el punto de vista ecológico, como la que existe en Vieques, a un transvase continuo de su juventud a las filas de las fuerzas armadas de USA.
Un siglo después que su patria pasó a manos de usamericanos, jóvenes puertorriqueños de ambos sexos luchan y mueren en otra guerra que pretende exportar la democracia. Hasta la fecha 230 latinos han perdido sus vidas en Iraq, incluyendo a 47 puertorriqueños. A comienzos del año pasado, la primera joven de la isla murió de heridas sufridas en el accidente de un vehículo. El comunicado de prensa oficial del Pentágono decía: «La especialista Lizbeth Robles, de 31 años, de Vega Baja, Puerto Rico, murió en un hospital militar en Tikrit, Iraq, el 1 de marzo.»
La historia de Lizbeth Robles nos enseña mucho sobre las jóvenes en el ejército «voluntario» de nuestros días. Hija de una familia de clase trabajadora, llegó a ser dirigente de su iglesia y una experta atleta. Robles tuvo éxito en sus estudios superiores y continuó en la universidad, pero después de un año no pudo pagar su matrícula en la American University y se transfirió al campus Arecibo de la Universidad de Puerto Rico, donde pudo recibir ayuda financiera y completar su grado.
Su hermano recuerda que después de expresar su decepción por los trabajos que se le ofrecían, solicitó vídeos de reclutamiento y decidió alistarse. Dijo a su madre que orara para que pasara su examen de ingreso. La reacción de su madre fue menos que entusiasta. Según la cita de Javier Colón Dávila de El Nuevo Día, su madre dijo: «Pensé, Dios mío. Lizzie tiene sus sueños, pero si no es tu voluntad y son demasiado peligrosos, no permitas que se realicen.» No sorprende que los reclutadores militares hayan admitido en público que el mayor obstáculo para el reclutamiento de jóvenes latinos es la madre latina.
Según su amiga, la soldada Leila Groom, Robles se alistó en 2000 para «ayudar a otros.» Cada vez que sus primos le preguntaban por qué se había unido al Ejército, respondía: «Porque me gusta.» La especialista Gina Pérez de Oberlin College que hace una investigación sobre las latinas en Chicago, ha establecido que muchas mujeres jóvenes de color creen que una de las pocas maneras para lograr que se las respete es unirse a JROTC [Reserva Juvenil del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales (JROTC)] y en última instancia a las fuerzas armadas. Estos sentimientos, escuchados a menudo de parte de jóvenes de clase trabajadora que se alistan, están lejos de las experiencias vividas por la mayoría de los que están en el movimiento contra la guerra y son mal comprendidos por algunos activistas contra el reclutamiento.
Los jóvenes con oportunidades limitadas que tratan «ser algo» o de «enorgullecer a sus padres» son los objetivos preferidos del reclutador hábil. Es poco probable que los activistas de clase media con un mensaje simplista como «desentiéndete» o «no te alistes», pero que no pueden ofrecer alternativas viables, tengan mucha influencia. Como Kimi Eisele escribió en el sitio AlterNet sobre un joven chicano en Tucson, que ella trató de alejar de los militares: «Lo que no puedo negar es que el sentimiento de ser deseado y necesitado es, para un joven como Anthony, más poderoso que el miedo a la muerte. Y mucho más inmediato que la promesa ambigua de un futuro de clase media.» (http://www.alternet.org/story/23953).
Liz Robles sirvió en Corea y Uzbekistán antes de ser asignada a Fort Carson, Colorado. De allí, fue enviada dos veces a Iraq, la última vez como parte de una unidad de apoyo que protegía la seguridad de camiones que transportaban combustible por las áreas más peligrosas de la zona de guerra. Aunque, desde el punto de vista estrictamente técnico, las mujeres no reciben ocupaciones con armas de combate, tareas como la de Robles causan gran parte de los muertos y heridos. El 28 de febrero del año pasado, el vehículo en el que iba con su compatriota puertorriqueño Julio Negrón se dio vuelta. Fue llevada de urgencia al hospital militar en Tikrit y falleció al día siguiente.
Las hermanas de Lizbeth
Según las cifras del Departamento de Defensa, las mujeres representaron un 17% del personal en servicio activo y un 25% del personal de la Reserva Selectiva en 2003. Más de un 70% de las mujeres en servicio activo tenían menos de veintiún años. Aunque los niveles de reclutamiento femenino han descendido desde la invasión de Iraq, los propagandistas militares invocan a menudo la ilusión de igualdad de oportunidades y justicia en las fuerzas armadas como si las fuerzas armadas fueran el único sitio en el que ha triunfado la acción afirmativa e incluso el «feminismo».
Pero la situación para las mujeres en las fuerzas armadas es a menudo peligrosa. No es poco común que se encuentre a mujeres en Iraq realizando tareas que tienen poco o nada que ver con su capacitación. El verano pasado, por ejemplo, tres mujeres – Ramona Valdez, de 20 años, dominicana de nacimiento, cabo de los Marines; la reservista de la Armada, suboficial de marina y madre soltera, Regina Clark, que fue entrenada en servicio alimentario; y la Marine Holly Charette, capacitada en el manejo del correo – fueron temporalmente asignadas a un punto de control de ingreso en Faluya para cachear a mujeres iraquíes. Las tres fueron muertas el 23 de junio por un atacante suicida que atacó su vehículo.
Además del creciente número de mujeres soldadas que son puestas en peligro (más de 50 han muerto en Iraq), las esperan otras amenazas a breve y largo plazo. Después de realizar un estudio de cuatro años con más de 2.500 veteranos y personal en servicio activo, la doctora Maureen Murdoch del VA Medical Center en Minneapolis estableció que un 80% de las mujeres consideradas había sufrido alguna forma de acoso sexual (15,5% habían sufrido una agresión sexual).
En su memoria «Amo a mi rifle más que a ti: Joven y mujer en el Ejército de USA», la ex sargento Kayla Williams escribe: «Una mujer soldada tiene que fortalecerse. No sólo para el enemigo, para la batalla, o para la muerte. Quiero decir, fortalecerse para pasar meses sumergida en un mar de tipos frescos, excitados, que, cuando no piensan que los van a matar, piensan en que van a follar. Te están mirando todo el tiempo: tus pechos, tu culo, como si no hubiera otra cosa que mirar, ni el sol, ni el río, ni el desierto, ni los morteros de noche.» Según Williams, la presión de rendirse simplemente al sexismo es a menudo abrumadora.
Callie Wight, una especialista en traumas en la Administración de Veteranos en Los Ángeles, informa que muchas mujeres veteranas que vuelven de Iraq y Afganistán presentan dobles síntomas de estrés postraumático, uno que proviene de su experiencia en el combate y otro de ser expuestas a diversos grados de acoso sexual de van desde comentarios casuales a violaciones.
Para las jóvenes que descubren demasiado tarde que la vida militar no es su cosa o que ya no pueden soportar una misión como la ocupación de Iraq existen pocas opciones aceptables. Aimee Allison, militar que se opuso a la Guerra del Golfo y que es actualmente consejera en PeaceOut.com, dijo en noviembre pasado en una conferencia de prensa para Katherine Jashinski, la primera mujer militar que se opuso al conflicto en Iraq: «Conozco a muchas mujeres que tienen miedo de hablar en público porque no quieren que las acosen. Algunas mujeres toman drogas. Algunas se embarazan para ganar tiempo. Otras simplemente desertan.» Las nefastas circunstancias descritas por Wight, Williams, y Allison son a veces más difíciles para mujeres de color.
A pesar de las duras realidades para las mujeres en las fuerzas armadas, algunas, como Lizbeth Robles, deciden hacer una carrera militar. Muchas lo hacen por las formas más tradicionales de patriotismo. Otras encuentran una vocación en lo militar. Y hay otras que descubren un sentido de acción que no se les permite en situaciones domésticas represivas, actitudes tradicionales de que las mujeres deben estar en su casa, o pocas oportunidades de trabajo en la isla.
Por lo tanto, para muchas mujeres y hombres jóvenes de Puerto Rico, el servicio militar seguirá siendo una opción atractiva. Pero incluso los que afirman que no ven una contradicción entre su participación en aventuras militares como la de Iraq y la historia de su isla, no pueden escapar de la ironía de su decisión de alistarse.
Como escribió la teniente Laura Lopez en un sitio en la red dedicado a soldados y soldadas boricuas: «Soy una mujer puertorriqueña de pura cepa. Soy de Guaynabo y graduada de la Universidad de Puerto Rico. Estoy en la Fuerza Aérea de Usamérica, pero me siento muy orgullosa de mi isla y de mi cultura.» La paradoja contenida en ese «pero» comienza a explicar los sólidos movimientos contra el militarismo y contra el reclutamiento en la isla.
Los apólogos de la guerra en Iraq la describen como un acto altruista realizado para llevar la democracia a Medio Oriente. Desde la perspectiva de la historia latinoamericana y la historia de las latinas y los latinos en Usamérica, la guerra en Iraq parece más bien otro capítulo en una larga historia de explotación colonial y de derramamiento de sangre sin sentido. Como dice la erudita puertorriqueña Ana Celia Zentella: «El dolor de servir en la maquinaria bélica del monstruo imperial a fin de progresar en tu educación y alimentar a tu familia es la artimaña máxima del colonialismo.»
Cuando recordamos a los que se alistaron por el mejor de los motivos posibles, sólo para perder sus vidas en aventuras en el extranjero con orígenes falsos y resultados desastrosos, duelen especialmente los versos del himno oficial de la ciudad natal de Lizbeth Robles de Vega Baja: «Más dulce que la miel es tu recuerdo/cuando lejos estoy, pueblo querido/ Mi alma te la envío en un suspiro/y en viaje hacia el ensueño en ti me pierdo.» Sepan o no castellano, esta noche 2.232 familias comprenden la tristeza de esas palabras.
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Jorge Mariscal es veterano de Vietnam y director del Programa de Artes y Humanidades Chicano-Latino en la Universidad de California, San Diego. Es miembro del Proyecto Yano (San Diego). Visite su blog en: jorgemariscal.blogspot.com/
Para contactos: [email protected]
http://www.counterpunch.org/mariscal01242006.html
Traducido del inglés al castellano por Germán Leyens, miembro de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística ([email protected]). Esta traducción es copyleft. «