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Cuando la víctima es el agresor y además es una amenaza insufrible para Occidente, es que realmente todos estamos en peligro –pero de nuestros defensores

La identidad palestina, en la Palestina ocupada

Fuentes: Rebelión

Cuando la identidad no puede estar en las personas, sólo puede quedar en las cosas y cuando la identidad se basa en las cosas -en el territorio, por ejemplo- las personas quedan anuladas, vacías. Las calles de Jerusalem Antiguo, el tradicional, están llenas de gente y de bullicio, pero ni un solo símbolo palestino, ni […]

Cuando la identidad no puede estar en las personas, sólo puede quedar en las cosas y cuando la identidad se basa en las cosas -en el territorio, por ejemplo- las personas quedan anuladas, vacías. Las calles de Jerusalem Antiguo, el tradicional, están llenas de gente y de bullicio, pero ni un solo símbolo palestino, ni una sola bandera palestina, ya que nada tienen y nada les pertenece, en todo caso sólo su propio rostro y su propia sombra, la de su gente que sí les pertenece, pero en cambio, todo está lleno de banderas israelíes, quizás como símbolo de victoria, de la única victoria que de este modo -el de la violencia- pueden obtener, la victoria de los símbolos, sólo eso.

Claro que los símbolos últimamente no parecen tener importancia, pero sólo cuando son los de los otros, no los propios, que esos sí son sagrados. ¿Qué necesidad tiene Israel de incrustar y aguijonear con tanta bandera en mitad de Jerusalem palestino? La repuesta es muy simple y tan antigua como la micción, que es lo que es lo que hace determinada fauna para marcar el territorio, como diciendo: esto es mío y aquí mando yo porque esto me pertenece.

El segundo pilar de la identidad israelí es la fuerza bruta y, a falta de otras razones, es su única credencial; en cada recinto, cruce, puerta o esquina de cierta importancia, con cámaras que todo lo espían, hay un control policial y militar tipo Rambo, armado como para una guerra de las galaxias que resulta tragicómica, pues la gente -los nativos que viven como pueden y cada vez peor- «pasan» absolutamente de tal exhibición de brutalidad y de dominio.

El tercer pilar, imprescindible siempre en estos casos -y en otros similares- es la degradación y satanización de la víctima de modo que siempre queda justificado cualquier atropello por grande que sea, deduciéndose que la víctima lo es merecidamente para acabar siendo culpable hasta de ser víctima.

La cuarta cuestión consiste en cambiar los papeles convirtiendo a la víctima en el agresor despiadado y, al agresor en la víctima inocente y así resulta que los agresores, los invasores y los que bombardean, ametrallan o amenazan, están resultando ser: Palestina, Iraq, Venezuela, Cuba, Siria, etc. y que constituyen , además, un peligro insufrible para Occidente aunque están siendo los que en su propia tierra y a la puerta de su casa, están poniendo los muertos a decenas de miles o están siendo objeto de sanciones y bloqueos tan criminales como las bombas.

El quinto pilar de este rosario de víctimas y verdugos está siendo la verdad, mientras que la tergiversación -más allá de la mentira- se ha institucionalizado. Y, para no seguir enumerado y resumir e ir a lo práctico, se trata de justificar un colonialismo que sólo busca acaparar recursos energéticos, materias primas, mercados y mano de obra barata, y enmascara la brutalidad necesaria para conseguirlo como: choque de civilizaciones, culturas, religiones o con algún otro calificativo más, pero con el resultado de que el noventa y nueve por ciento de los muertos los están poniendo los denominados agresores, insurgentes, mercenarios, e incluso terroristas, por defender su propia tierra frente a los invasores que dicen ir en misión humanitaria o como predicadores bíblicos de la nueva evangelización democrática que dictan siguiendo el principio de que la letra con sangre entra, conculcando así, cada artículo de «nuestro» Derecho Internacional y de «nuestros» Derechos Humanos. El peligro está en el imperialismo de nuestros gobernantes.