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¿Entender a Foucault? Chomsky, la izquierda y el disparate ético

Fuentes: Rebelión

En un artículo publicado en Rebelión el pasado 27 de noviembre con el sugestivo título «Chomsky contra Foucault, 35 años después«, su autor, Darwin Palermo, nos trae a la memoria un interesante debate que tuvo lugar en 1971 en la televisión holandesa entre el lingüista estadounidense Noam Chomsky y el filósofo francés Michel Foucault. Concretamente […]

En un artículo publicado en Rebelión el pasado 27 de noviembre con el sugestivo título «Chomsky contra Foucault, 35 años después«, su autor, Darwin Palermo, nos trae a la memoria un interesante debate que tuvo lugar en 1971 en la televisión holandesa entre el lingüista estadounidense Noam Chomsky y el filósofo francés Michel Foucault.

Concretamente encabeza dicho artículo con estas palabras de Chomsky pronunciadas veinte años después del debate: «Nunca he conocido a nadie que fuera tan completamente amoral. Generalmente cuando se habla con alguien, uno da por sentado que se comparte algún territorio moral. Con él me sentí, sin embargo, como si estuviera hablando con alguien que no habitara el mismo universo moral. Personalmente me resultó simpático. Pero no pude entenderlo, como si fuera de otra especie o algo así».

Creo comprender la sensación que todavía en aquella época le produjeron a Chomsky las posturas radicales de Foucault, ya que efectivamente los dos pensadores habitaban universos éticos distintos. Pero con ser interesante esta cuestión, en lo que sigue me voy a referir al contenido del artículo del Sr. Palermo, ya que en el mismo se vierten, de forma ciertamente simplista, una serie de opiniones sobre el filósofo francés que, en el mejor de los casos, parecen producto de una auténtica ignorancia. Opiniones que, por cierto, se unen a la moda existente entre ciertos sectores de la izquierda, de descalificar in toto el pensamiento filosófico francés -parisino, dirían algunos- de la segunda mitad del siglo pasado.

Intentando resumir las posiciones enfrentadas en el debate, Darwin Palermo acaba convirtiendo al bueno de Chomsky en una mala caricatura de sí mismo, con posturas que suscribiría hasta Benedicto XVI o el mismísimo George W. Bush: «Chomsky mantenía posiciones ilustradas razonablemente sensatas (matar y oprimir está mal, la igualdad y la libertad están bien… cosas así)». Aquí termina la contribución al análisis de la figura del lingüista norteamericano, pues, como se verá a continuación, lo que le interesa de verdad es disparar sobre Foucault. En efecto, si tremendamente simplista es la interpretación sobre las palabras de Chomsky, directamente delirante es la interpretación que sobre la postura de Foucault vierte en su artículo, buscando con ello demostrar que la posición política del pensador francés, al contrario de las razonadamente ilustradas, es un auténtico disparate ético. Dice así: «El encuentro tiene interés porque pone de manifiesto la enorme distancia moral que separa a dos autores que supuestamente se movían en espacios ideológicos cercanos o, en otras palabras, muestra hasta qué punto las posiciones políticas de izquierdas no están reñidas con el más puro disparate ético». Ya va quedando claro el campo de batalla: el razonablemente ilustrado Chomsky vs. el disparatado y chalado populista Michel Foucault (no lo digo yo, lo dice el autor: «Foucault se desmarcaba con ramalazos de chaladura populista»). Pues bien, entrando en el asunto, confieso que mi primera impresión fue que el Sr. Palermo no había entendido nada del debate en cuestión, pero tras revisar su artículo más bien parece que ni siquiera lo ha leído. Ruego que me disculpe por este atrevimiento, pero si no es así ¿cómo se explica que fundamente sus argumentos en una sola frase sacada del contexto del debate sin atender en ningún momento al desarrollo del mismo? La frase en cuestión era la siguiente: «MF: El proletariado no hace la guerra contra la clase dominante porque crea que esa guerra es justa sino porque, por primera vez en la historia, quiere hacerse con el poder (…). Cuando el proletariado toma el poder es perfectamente posible que ejerza sobre las clases que ha derrotado un poder violento, dictatorial e incluso sanguinario. Y no veo qué objeción se puede hacer a eso».

En primer lugar -y esto va para los bienpensantes-, parece claro que Foucault no expresa deseo alguno de que eso ocurra, ya que se limita a decir que es perfectamente posible, lo cual nadie puede negar absolutamente. Concretamente lo que se pregunta Foucault es si la posibilidad -ciertamente pensable- de la acción violenta, deslegitimaría la idea de Revolución. En segundo lugar, y más importante, si el Sr. Palermo hubiera prestado más atención al contexto del debate no le habría sido difícil percibir que la frase se enmarca dentro de la controversia más amplia que los dos pensadores mantuvieron respecto a los conceptos de naturaleza humana, justicia y revolución. En efecto, Chomsky, desde una posición ilustrada y humanista, defiende, con indudable buena fe, que toda visión de una futura sociedad justa debe estar fundamentada en un sólido concepto de la esencia de la naturaleza humana, concepto que proporciona su verdadera dimensión a la libertad y la dignidad. Por tanto deben de existir -piensa- ciertas cualidades humanas fundamentales sobre las que fundar una verdadera noción de justicia. Y es por ello que la única razón para desear la Revolución es «creer, con razón o equivocadamente, que determinados valores humanos fundamentales podrían enriquecerse con este cambio de poder».

Foucault, mucho más escéptico y nominalista, mucho más crítico con los proyectos ilustrados humanistas, se muestra incapaz de proponer un modelo de funcionamiento social ideal, y advierte del riesgo de utilizar una definición de naturaleza humana o de justicia en términos retomados de nuestra sociedad o civilización. Para el pensador francés, «estas nociones de naturaleza humana, de justicia, de realización de la esencia humana, son nociones y conceptos que se formaron en el interior de nuestra civilización , en el interior de nuestro tipo de saber y de nuestro modo de filosofar, y, en consecuencia, forman parte de nuestro sistema de clases, y no podemos por tanto, por muy lamentable que esto resulte, servirnos de estas nociones para describir o justificar un combate que debería -que debe en principio- dar la vuelta completamente a los fundamentos mismos de nuestra sociedad». Se trataría entonces de interpretar las luchas en términos de poder y no en términos de justicia, que pueden correr el riesgo de neutralizarlas. Lo cual no quiere decir en absoluto -como es posible que se piense.- que el sentido de las acciones no importe, sino que son éstas las que darán en cada momento y lugar la medida de la justicia de las luchas. «Más que pensar en la lucha social en términos de justicia, hay que poner el acento en la justicia en términos de lucha social». Este es, en mi opinión, el sentido del debate que, como se podrá comprobar, tiene mucho que ver con las actuales controversias entre modernidad y postmodernidad.

Pues bien, lo que le molesta al Sr. Palermo -y me temo que a muchos otros- es que Foucault se niegue a entrar en el juego de la definición de las esencias, de la libertad, de la justicia, y prefiera hablar de la inmanencia de las luchas y las resistencias. Tanto le molesta que cree salvarnos a todos del peligro, convirtiendo a Foucault en un chalado, en algo así como un mero apologeta de la violencia o del asesinato político. Por cierto, hasta el mismo Chomsky, en un momento del debate y ante las interpelaciones de Foucault, se ve obligado a reconocer que no es un pacifista contra viento y marea: CH: «No afirmo que el recurso a la violencia sea malo en todas las circunstancias». No contento con todo esto, el Sr. Palermo continua disparando sus balas: «La cosa no pasaría de la mera anécdota si no fuera por el catastrófico efecto que tuvieron las tesis de Foucault y los suyos sobre parte de la izquierda durante los años ochenta, cuando mucha gente se cansó de tener razón sin que el mundo le hiciera el menor caso y prefirió prescindir alegremente del mundo. El resultado fue una auténtica debacle relativista que concluyó, no podía ser de otra forma, con una desbandada hacia la derecha (sin ir más lejos, Jiménez Losantos tiene el discutible honor de haber introducido en España la obra de Lyotard a principios de los años ochenta)». Ya tenemos a un culpable del alegre y generalizado desencantamiento del mundo, de la muerte de la acción política. ¿Qué ceguera, qué densidad ideológica -o grado de ignorancia- puede llenar la pluma que escribe esas líneas? ¿Foucault neoconservador? Para salir de ese atolladero, al Sr. Palermo le habría bastado quizás con seguir leyendo atentamente otros párrafos del debate:

MF: «Su pregunta es: ¿por qué me intereso tanto por la política? Para responder de un modo muy simple diría: ¿por qué no debería interesarme por ella? ¿Qué ceguera, qué sordera, qué densidad ideológica tendrían que pesar sobre mí para impedir que me interesase por el problema sin duda más crucial de nuestra existencia, es decir, la sociedad en la que vivimos, las relaciones económicas con las que funciona, y el sistema que define las formas habituales de relación, lo que está permitido y lo que está prohibido, que rigen normalmente nuestra conducta? La esencia de nuestra vida está hecha, en último término, por el funcionamiento político de la sociedad en la que nos encontramos. Así pues, no puedo responder a la cuestión de por qué me intereso por la política, únicamente puedo responder preguntándome: ¿por qué no debería hacerlo?… Lo que sería un verdadero problema sería no interesarse por la política».

Pero la cosa no queda ahí. Si pensamos que la intención del Sr. Palermo, en último extremo, era presentar el pensamiento foucaultiano como la penúltima muralla levantada por la burguesía contra las ansias revolucionarias, se entiende mucho mejor entonces que no haga mención alguna a estas otras palabras: MF: «No, no creo en absoluto que nuestra sociedad sea democrática. Si se entiende por democracia el ejercicio efectivo del poder por parte de una población que no está dividida ni ordenada jerárquicamente en clases, está perfectamente claro que estamos muy alejados de la democracia».

O si quiere convertirlo en un defensor del quietismo político, es normal que se olvide de estas otras:

MF: «La verdadera tarea política, en una sociedad como la nuestra, me parece que es criticar el juego de las instituciones aparentemente neutras e independientes… En primer lugar porque el poder político cala mucho más hondo de lo que sospechamos: el poder cuenta con centros y puntos de apoyo invisibles, poco conocidos; su verdadera resistencia, su verdadera solidez se encuentran quizás allí donde no se piensa. Quizás no basta con decir que, tras los gobiernos, tras el aparato de Estado se encuentra la clase dominante; es preciso situar los puntos de actividad, los lugares y las formas bajo los cuales se ejerce esta dominación… Si no se es capaz de reconocer estos puntos de apoyo del poder de clase se corre el riesgo de permitirles que continúen existiendo y de ver cómo se reconstituye ese poder de clase tras un proceso aparentemente revolucionario».

Continuando con el artículo, resulta sumamente revelador el intento de relacionar a Foucault con el incombustible Jiménez Losantos, por medio de una inestimable e indirecta comparación con Lyotard. Insisto en que si se interesara un poco más en el pensamiento del filósofo francés se daría cuenta de que está más cerca, por ejemplo, de la teoría crítica de la primera generación de la Escuela de Frankfurt que del postmoderno Lyotard, como reconoce el propio Foucault en una de sus entrevistas. La cuestión es meter a todos los herejes en el mismo saco y aquí paz y después no precisamente gloria.

Pero yendo más allá del debate, si que lo que necesitan algunos para acercarse a los malditos heterodoxos es tranquilizar previamente sus conciencias, sería interesante que dedicaran algún tiempo a hojear otros libros, en los que podrían tropezarse con opiniones que mitigarían mucho la tentación, si es el caso, de convertir al pensador de Poitiers en un furibundo antimarxista a lo Jiménez Losantos. MF: «Aun cuando uno admita que Marx está hoy en vías de desaparecer, no hay duda de que volverá a aparecer. Es lo que yo deseo […]. No tanto la recuperación, la restitución de un Marx auténtico sino, muy probablemente, el aligeramiento, la liberación de Marx de los dogmas de partido que durante tanto tiempo lo han aprisionado al mismo tiempo que transmitían y esgrimían lo que él dijo».

Hay que reconocer que el pecado de Foucault es haber mantenido actitudes mucho más radicales -en el sentido etimológico de la palabra- que las de ciertos izquierdismos dogmáticos y clarividentes. El pecado ha consistido en atreverse a problematizar nociones como naturaleza humana, justicia, libertad, democracia, construidas siempre desde una cultura o civilización determinada -en este caso, la sociedad burguesa-. Todo ello con el consiguiente escándalo de todos aquellos que se consideran capaces de pasear todas las mañanas por el afuera de nuestra civilización capitalista, y desde allí dibujar con total nitidez -como si de un pincel divino se tratara- los contornos de tales nociones, retornando así de nuevo a nuestro mundo con el rostro de la futura Revolución perfectamente delineado.

Podría referirme a las miles de páginas que dejó escritas. Podría recordar las decenas de imágenes de los años setenta en las que es posible vislumbrar la calva del filósofo francés -entre otros grandes pensadores como Sartre- encabezando diversas manifestaciones y asambleas a favor de los inmigrantes, los presos, los estudiantes, los trabajadores. Podría hablar de su vida revolucionaria, de su compromiso anticapitalista radical, pero sería demasiado extenso.

En definitiva, un pensamiento complejo, pero sobre todo militante y profundamente comprometido con las víctimas de un mundo enloquecido. Un pensamiento que veinte años después sigue inspirando en diferentes sentidos a numerosos movimientos sociales de feministas, homosexuales, anarquistas, presos, enfermos mentales, antiglobalizadores, etc, no merece este pelotón de fusilamiento. Ya sabemos que los pensamientos reaccionarios, incapaces de neutralizarlo, desean verlo morir por las balas de sus mismos compañeros de barricadas. Pero no les hagamos el juego. Las mismas barricadas que, a pesar de los malentendidos, él compartía con Chomsky, y en las que nos hemos encontrado Darwin Palermo y yo. En algo estoy de acuerdo con el autor del artículo. Coincido con él en que toda esta situación que nos ocupa va más allá de la mera anécdota. Pero no -como señala- «por los efectos catastróficos que para la izquierda ha tenido el pensamiento de Michel Foucault», sino, muy al contrario, por los desastrosos efectos que se siguen de descalificar un pensamiento crítico revolucionario, por el simple hecho de que no se adapta como un guante a los rígidos marcos de un cierto pensamiento de izquierdas dogmático y decimonónico. Estoy seguro de que Darwin Palermo y yo nos seguiremos encontrando en aquellas barricadas levantadas contra la estupidez de la moral burguesa y las políticas neoliberales, barricadas como las de Rebelión, dicho sea de paso. Pero espero que sea construyendo en el futuro un pensamiento de izquierdas con mejores y más abiertos argumentos. Y en ese camino hay grandes pensadores que nos han aportado valiosas herramientas. ¿Olvidar a Foucault? Lo que no se puede olvidar es que para entender a un filósofo hay que tomarse la molestia de leerlo.

* Josu Cristóbal De-Gregorio. Profesor de Filosofía del Derecho. UNED

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