Hoy sabremos si el gobierno de W. Bush encausa por fin como terrorista al ciudadano venezolano de origen cubano Luis Posada Carriles, como está obligado por la Convención de Montreal sobre atentados con bomba contra aeronaves, de la que es signatario. Termina el plazo dado por un juez federal para que el gobierno estadunidense se […]
Hoy sabremos si el gobierno de W. Bush encausa por fin como terrorista al ciudadano venezolano de origen cubano Luis Posada Carriles, como está obligado por la Convención de Montreal sobre atentados con bomba contra aeronaves, de la que es signatario. Termina el plazo dado por un juez federal para que el gobierno estadunidense se pronuncie, ya que según un fallo de la Corte Suprema un inmigrante ilegal, única acusación que hasta hace muy poco pesaba contra Posada, no puede ser encarcelado por tiempo indefinido a menos que constituya «un peligro para la seguridad nacional». Para sustanciar esta figura la administración de Bush debe acusar al terrorista de lo que es. Lo más fácil del mundo, podría suponerse, con la catarata de documentación existente en los archivos de la FBI y la CIA sobre las tenebrosas andanzas de su veterano operativo.
Pero no, el autoproclamado adalid mundial de la lucha contra el terrorismo ha mostrado una tozuda renuencia a proceder en esos términos por que siente pánico por las consecuencias que acarrearía un proceso en regla contra el criminal. Sacaría a la luz pública los vínculos más inconfesables, políticos y de negocios, de la contrarrevolución de Miami con el gobierno de Estados Unidos y, en particular, con la familia Bush, desde que el padre del actual mandatario era oficial y más tarde Director de la CIA hasta la actualidad. No sólo la larga y sangrienta campaña de terrorismo contra Cuba con auspicio estadunidense. También la participación de ultraderechistas cubanos entrenados por la CIA en la Operación Cóndor, el escándalo Irán-contras y otras operaciones encubiertas en Africa y Asia. Una trama donde se mezclan asesinatos y torturas de africanos y vietnamitas, de luchadores sociales e intelectuales latinoamericanos, organización de escuadrones de la muerte en Centroamérica por el actual subsecretario de Estado Dimitri Negroponte, tráfico ilegal monitoreado por la Casa Blanca de armas a la contra nicaragüense y de drogas hacia Estados Unidos y mucho más. Entre otras perlas, el asesinato en Washington del ex canciller chileno Orlando Letelier y que el cómplice de Posada en la voladura del avión, Orlando Bosch, resida en Miami como un respetable ciudadano con activa presencia en los medios de difusión, después de recibir el perdón del padre del actual presidente. O la fraudulenta elección de Bush II en 2000. Asuntos sobre cuyas interioridades Posada y sus compinches miamenses tienen de sobra que decir.
El emperador, que ha hecho lo indecible por proteger al viejo aliado, se vio forzado primero a encerrarlo en una celda migratoria y luego a presentar cargos penales contra este, por ridículos que sean, presionado por la diplomacia cubana, la opinión pública y el gobierno venezolano. Este no ha cejado en reiterar a Washington su solicitud de extradición del monstruo para juzgarlo por 73 cargos de homicidio en la voladura del avión de Cubana de Aviación procedente de Caracas.
Acorralado Bush, el Departamento de Justicia, a cargo del teórico de la tortura Alberto Gonzales, ha tratado de sacarlo del apuro acusando a Posada de siete cargos por fraude inmigratorio que podrían llevarlo a la cárcel hasta cuarenta años. Paradójicamente, la acusación se sustenta en los mismos hechos denunciados en su momento por Fidel Castro y negados entonces por los gobiernos estadunidense y mexicano. Destacadamente, que Posada ingresó a Estados Unidos procedente de Isla Mujeres, México, en el barco camaronero Santrina, registrado en Florida y propiedad del consumado terrorista anticubano Santiago Alvarez, y no como un mojado más a través de la frontera, según declaró posteriormente.
Ante las primeras denuncias del presidente cubano, Washington llegó a decir que era un invento «castrista» y que no tenía noticia alguna sobre el paradero de Posada. Al parecer el omnipresente Departamento de Seguridad de la Patria y sus decenas de miles de agentes no se habían percatado de que el terrorista entró ilegalmente en Miami y llevaba días visitando tranquilamente a sus amistades, ni que su abogado había presentado ante las autoridades competentes una solicitud de naturalización de su cliente en la que es requisito escribir la dirección del interesado.
Mucho me temo que Posada no será hoy acusado de terrorista por Washington. Acaso un repentino y conveniente ataque cardiaco del criminal en su celda sea la tabla de salvación que libre a Bush de esta pesadilla. Mafia es mafia.