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En Egipto crece el tráfico de niños

Fuentes: El Corresponsal de Medio Oriente y Africa

  Cercados por la miseria, algunos padres no dudan en entregar a sus hijos a cambio de dinero a personas acomodadas del mismo país o del exterior, que buscan adoptar a un niño. Así, ventas, alquileres y cesiones de menores se multiplican y se expande un fenómeno que hace recordar los mercados de esclavos de […]

 
Cercados por la miseria, algunos padres no dudan en entregar a sus hijos a cambio de dinero a personas acomodadas del mismo país o del exterior, que buscan adoptar a un niño. Así, ventas, alquileres y cesiones de menores se multiplican y se expande un fenómeno que hace recordar los mercados de esclavos de antaño.

 
Es como si uno se subiera a la máquina del tiempo para volver varios siglos atrás, cuando la esclavitud era un sistema admitido. En Mégharbéline, en el barrio de la Citadelle, y en Bawabet Al-Métouali había mercados de esclavos, si uno se guía por las crónicas medievales donde se evoca a esos amos que exponían sus más bellas mercancías: lindas mujeres, destinadas a los harenes, fuertes negros e inclusive niños. Para atraer a la clientela, elevaban la voz, hacían el elogio de cada uno, destacando la belleza de ellas y los músculos de ellos para venderlos al mejor postor. En nuestros días, la imagen no cambió mucho, la escena es la misma y se continúa exhibiendo el «ganado humano», como si la esclavitud nunca hubiera sido abolida. Pero no se trata más de negros ni de bellas mujeres, sino de niños ofrecidos por sus progenitores y no por comerciantes.

No es ficción. Una de las más insólitas subastas tuvo lugar en Port-Said. Un padre de familia puso en fila a sus cuatro hijas en la plaza pública para venderlas al que ofreciera más. «Cándidos rostros en venta, niñas en la flor de la edad: Arzaq (10), Karima (8), Badr (6) y Badawiya (4). Castañas y blancas de piel, usted tiene la tarea de elegir. Los precios están entre 3.000 y 30.000 libras egipcias, según la edad», repite en voz alta Mohamad Ismail bañado en lágrimas. Al no encontrar cómo sostener a su familia, no vio otra solución que vender a su propia carne. «¿Qué otra cosa puedo hacer? Hasta los gatos son capaces de encontrar comida, pero yo no puedo alimentar a mis propias hijas. Ni siquiera con pan duro. No puedo tampoco librarlas a la mendicidad o abandonarlas en la calle. Quizás ellas tengan la suerte de caer en las manos de una persona de bien que les asegure su futuro», explica. Él y sus cuatro hijas tienen en las manos carteles en los que se puede leer: «¡Niñas en venta!» ¿Dónde están los derechos humanos?

No es una escena de teatro, sino una pura y dura realidad. Dos semanas más tarde, el mismo escenario se repite en Al-Hamam, en Marsa Matrouh. En una venta al mejor postor, Moustapha Mahmoud alaba las virtudes de su benjamín. Al no poder asumir los gastos de la educación de su primogénito, inscripto en la Facultad de Medicina, y del siguiente, en el secundario, ambos estudiantes brillantes, decidió vender al más pequeño.

Los árabes del Golfo, primeros compradores

Estos dos casos no son excepcionales, las páginas de hechos diversos reportan todos los días ventas de esta clase. Una comerciante de verduras vendió por 5.000 libras egipcias a su hijo a una mujer acomodada del Golfo. Pero, a veces, no es la miseria la que empuja a deshacerse de uno de los hijos. Un hombre cedió a su hija por 30.000 libras para tener suficiente dinero para una segunda esposa y poder cumplir su deseo de tener un hijo varón.

En la región de los cementerios judíos de Bassatine, Samah vendió a su sobrino para comprar su vestido de bodas. Pretendió hacerle creer a su hermana que el hijo había muerto atropellado por un bus. Todas las convenciones sociales parecen terminarse con estos tristes mercados de carne humana. Un quiosco se especializó en la trata de mujeres: su propietario recupera chicas de la calle que quedan embarazadas, espera que llegue el parto, luego recupera a los bebes para venderlos.

La justicia, impotente

Todo esto testimonia un trágico dejar hacer. ¿Dónde está la ley que podría penalizar estos actos? Ese padre indigno fue arrestado, pero el tribunal simplemente lo liberó. Un chofer desiste de su hijo en provecho de su camarada, otro no duda en poner en venta a sus hijos contra una suma de dinero. En fin, un comercio en plena expansión, pero con formas actuales y diferentes y, sobre todo, chocantes: actos de venta, de alquiler, cesiones e incluso depósitos que podrían crear un mercado de esclavos.

Este fenómeno se expande cada vez más tanto en los barrios ricos como en los pobres como Madinet Nasr, Doqqi, Gamaliya y Vieux-Caire, y también en otras gobernaciones: Alexandrie, Ménoufiya y Ismaïliya, según se precisa en un estudio efectuado por el Centro de Derechos del Niño Egipcio. Los precios difieren de un barrio a otro y de una región a otra. Este estudio muestra también que las principales causas de este fenómeno son la pobreza, el divorcio, el matrimonio a plazos y el problema de las chicas de la calle.

«El hecho de que algunos padres pongan en venta a sus hijos no es nuevo. Antiguamente, se trataba de casos aislados debidos a la pobreza. Pero la cifra está en alza, sobre todo en estos últimos diez años, y las razones no son las mismas», explica Azza Korayem, socióloga, que agrega que en el pasado se abandonaba a un hijo cerca de una mezquita o en un orfanato porque no se lo podía alimentar.

Otros padres daban en adopción a uno de sus hijos a cambio de una suma de dinero que podía servirles para resolver las necesidades del resto de la familia. Las madres no querían separarse de ese querubín y hacían todo para seguirlo o tener noticias de él. En nuestros días, la pobreza ya no es más la causa esencial, sino que avanzan otros factores.
Algunos padres no aceptan más asumir sus responsabilidades. Algunas madres, desprovistas de instinto maternal, no dudan en ceder a sus hijos. Peor todavía, según la socióloga, esta gente no se arriesga a ninguna pena, ya que a los legisladores nunca se les ocurrió que este tipo de comercio podía tener lugar y que los padres podían comportarse con sus hijos como un amo con su esclavo.

Además, una madre sí es penada por la ley por maltratar o descuidar a su hijo. En cambio, ella no corre ningún riesgo si lo vende. Korayem agrega que el agravamiento de las condiciones sociales y la degradación de las costumbres no hicieron más que amplificar este fenómeno. Como ejemplos, recuerda a una madre sin escrúpulos que vendió a su bebé de pocos meses para comprarse un vestido de danza por 5.000 libras egipcias, para impresionar mejor a su público, y a un padre que vendió a los suyos para comprarse un vehículo. «Por egoísmo, para asegurarse una renta para vivir mejor o para tomar una segunda esposa, los padres sin corazón no dudan hoy en sacrificar a sus hijos», destaca la socióloga.

La responsabilidad del Estado

Hani Hilal, presidente del Centro de los Derechos de la Infancia, acusa al gobierno por la situación económica desastrosa y el alza del costo de vida. Un estado que empuja a la gente a vender sus órganos y ahora a sus hijos. «Hay familias enteras en la calle, sin un techo ni nada para cubrirse. Los que se quieren ganar el pan y se convierten en comerciantes de paso son acosados por la municipalidad o por la policía -explica-. Se dice que el Estado especula en la Bolsa con el dinero de las jubilaciones con el riesgo de perderlo. ¿No sería más interesante construir fábricas para darles más posibilidades de trabajo a los ciudadanos?». Un debate que está en el corazón del desempeño económico del Estado.
Pero, ¿se trata de actos espontáneos e irreflexivos? Evidentemente no. Un comercio tiene sus dueños. Detrás de esto hay una red bien organizada. Y del vendedor al comprador, una lista de personas sacan ventaja: enfermeras, servicio doméstico e intermediarios. De un lado, las presas, a saber, chicas de la calle (de 40.000 niños de la calle, el 30% son mujeres) o niñas madres abandonadas a su suerte o que han sido engañadas al hacer un matrimonio a plazos. Por otro, las interesadas: mujeres estériles listas a poner dinero para tener un hijo. Un comercio fructífero donde a todo el mundo le cierra las cuentas.

Nadia vive en la calle. Tiene 16 años y no le teme a nada, pero a menudo es presa de los depredadores. Pasa la noche con un grupo de jóvenes en un jardín público en Guiza. A menudo es violada por los chicos de la calle. «Yo no soy como las otras chicas que se acuestan en departamentos o suben a los autos de extranjeros. Perdí la cuenta del número de veces que quedé embarazada», dice Nadia, que recuerda el día que tuvo a una beba que no paraba de llorar. «Atraído por sus gritos, un chofer se acercó y vio a la recién nacida todavía desnuda, pues no tenía nada para vestirla. Me ofreció 120 libras y me dijo que había gente que se ocuparía de alimentarla. Otra vez nació un varón en el hospital y fue una enfermera la que me dio algunas libras y me dijo que no temiera por él, que se trasformaría en un pachá», continúa Nadia. Ella dice que todos estos embarazos debilitaron su salud y descubrió un método para impedir quedar nuevamente embarazada. Además, no quiere seguir el ejemplo de su compañera que alquila a su hijo a una mujer por 10 libras por día para mendigar mejor.

Una venta sin ninguna garantía

Las chicas de la calle no son la única fuente para alimentar este comercio. Está también la trata de mujeres y los matrimonios a plazos. Cada verano en la estación turística, miles de árabes vienen a pasar sus vacaciones y aprovechan para consumar un matrimonio a plazos, luego desaparecen y dejan tras ellos el fruto de algunas noches de amor y una mujer desamparada que no sabe qué hacer con ese niño. Incapaz de encontrar al padre para que le dé su nombre, ella se apresura por desembarazarse de él.

Y en ese momento, los intermediarios entran en juego, para explotar esta situación desgraciada y sacarle el máximo de provecho. Las transacciones se inician en el comienzo del embarazo. Toman a su cargo a las jóvenes, las cuidan hasta el parto, y luego se llevan al recién nacido que ya está asignado a una familia acomodada que vive en Egipto o en algún país del Golfo.

También hay otros intermediarios: las empleadas domésticas. Zebeida, una kuwaití, es estéril. Sueña con tener un hijo y teme que su marido tome una segunda esposa. Gracias a su mucama, encuentra una solución a su problema. Zebeida le hizo creer a su esposo que estaba embarazada y pasó gran parte de esta etapa en Egipto, luego volvió con un recién nacido a su país.

Y cuando esta red está en falta para satisfacer una demanda, son las enfermeras que se encargan inclusive de la misión de robar un bebé del servicio. En un hospital, que podría decirse particular, situado en un barrio residencial de Garden City, Fayza, enfermera, da una mano eficaz al médico y director del establecimiento. Este último ofrece internaciones gratuitas y hace partos de prostitutas que no han podido abortar a tiempo. A cambio, ellas deben dejar a sus hijos que luego él venderá en dólares.

Después de la venta de órganos que armó un gran revuelo y cuyas víctimas fueron los pobres enfermos, el temor de ver a estos comerciantes de niños, como si vendieran cualquier mercancía, no es realmente una ficción.

 
La fuente: Al Ahram Hebdo, semanario egipcio, 10.000 ejemplares. Es una publicación del grupo Al Ahram destinada a los francófonos. La traducción del francés pertenece a María Masquelet para elcorresponsal.com.