Recomiendo:
0

El Israel postsionista: las reglas han cambiado

Fuentes: Comité de Solidaridad con la Causa Arabe

Durante los últimos treinta años, y especialmente en la última década, Israel ha sufrido un cambio económico primordial. La propiedad de la economía se ha desplazado del Estado y el Histadrut (la Federación General del Trabajo) a manos privadas. Hasta los años 80, el sector del Estado -dirigido durante décadas por el Partido Laborista- controlaba […]

Durante los últimos treinta años, y especialmente en la última década, Israel ha sufrido un cambio económico primordial. La propiedad de la economía se ha desplazado del Estado y el Histadrut (la Federación General del Trabajo) a manos privadas.

Hasta los años 80, el sector del Estado -dirigido durante décadas por el Partido Laborista- controlaba todos los detalles de la economía. Desde 2007, ha sido reemplazado en ese papel por dieciocho familias de enorme riqueza e influencia. Este cambio coincide con un proceso más amplio, en el que el país ha sido succionado por la globalización capitalista. Ese carácter nacional, en otro tiempo razón de ser del país, se ha desvanecido en muchos aspectos.

El cambio económico ha afectado profundamente a la sociedad, a su política e incluso a sus fuerzas armadas. Se han abierto enormes brechas que socavan la solidaridad judía (condición necesaria del Sionismo). La pobreza no es ya sólo problema de los desempleados. Muchos de quienes tienen trabajo no llegan a fin de mes. El Histadrut se ha visto impotente y el sindicalismo organizado, erosionado.

El Kadima, partido gobernante, resume el Israel postsionista. Su líder, el primer ministro, Ehud Olmert, es un hombre sin una idea rectora, un gestor que adapta su país a las cambiantes necesidades del mercado mundial. Debe enfrentarse, sin embargo, al tirón hacia atrás de la vieja guardia. Mientras intenta vincularse a Occidente, Israel continúa su atávica ocupación de Cisjordania y Gaza. Se encuentra desgarrado entre un ayer colonialista y el impulso del capital de maximizar el crecimiento. Está desgarrado, en otras palabras, entre los campos de refugiados de Nablús y los cafés de Tel Aviv. Sin un liderazgo que resuelva estas oposiciones y cierre la brecha social, el Israel de hoy se encuentra sencillamente atascado.

La izquierda del país espera que Norteamérica negocie la paz, pese a sus repetidos fracasos a la hora de llegar a ello en el último cuarto de siglo. Por contraposición, Hizbolá y Hamás ven los problemas de Israel a modo de señales de un derrumbe inminente. Su visión es miope. Israel es parte integral de un capitalismo global, al que se ve ligado «en la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud». Las enfermedades son de nuevo signo. Nuestra estrategia ha de ser también nueva, si nos negamos a aceptar el sufrimiento de los pobres que trabajan, en Palestina o Israel, como hecho consumado.

1. Privatización y reducción del papel del Estado

Desde 1948, cuando se estableció Israel sobre las ruinas del hogar palestino, su régimen había tenido un carácter centralizado. El gobierno y el Histadrut gobernaban a través del partido Mapai (posteriormente denominado Laborista). En su libro, The Global Political Economy of Israel (Londres, Pluto Press, 2002, que puede leerse en la red en pdf), Jonathan Nitzan y Shimshon Bichler interpretan la centralidad de las instituciones sionistas en la economía protosionista, especialmente la Agencia Judía y el Histadrut, como compensación de la debilidad del capital en esa época. Esta debilidad quedaba en evidencia en un mercado subdesarrollado, en la falta de crédito y un sector privado limitado.

«El acuerdo entre ambos era bien sencillo», escriben Nitzan y Bichler. «El Histadrut conseguía el derecho exclusivo a importar, organizar y disciplinar a la fuerza de trabajo, mientras que la Agencia Judía se hacía responsable de atraer el capital extranjero necesario para empezar a funcionar. «Buena parte de la publicitada retórica israelí sobre ‘estatismo’, ‘socialismo’ y ‘nacionalismo’ proviene de esos años. Sin embargo, tras la confusión ideológica, existía otro proceso mucho más importante: «la formación de la clase dominante israelí» (pág. 18).

Posteriormente (pág. 96) los autores se extienden sobre este último punto:»El gobierno del Mapai controlaba el proceso de formación del capital, asignaba crédito, determinaba precios, establecía tasas de cambio, regulaba el comercio exterior y dirigía el desarrollo industrial. Sin embargo, este mismo proceso también ponía en movimiento su propia negación, por así decir, al plantar las semillas de las que iba a surgir con posterioridad el capital dominante. En este sentido, el Estado actuaba como capullo de la acumulación diferencial. Los conglomerados empresariales en embrión eran empleados inicialmente como «agentes nacionales» para varios proyectos sionistas. Con el tiempo, sin embargo, su creciente autonomía les ayudó no sólo a despojarse de su cáscara sino también a cambiar la naturaleza misma del Estado a partir del cual habían evolucionado».

El centro de gravedad de la economía israelí se desplazó del sector público al privado, en consonancia con el giro internacional hacia la globalización. El poder de la clase dominante del país dependía, históricamente, de su capacidad de interpretar el mapa global, aliándose con los poderes en ascenso. Esta era una del as razones por las que el orden social se modeló en un principio en torno al Estado del Bienestar, modo dominante entre las naciones occidentales tras la Segunda Guerra Mundial.

A principios de los años 80, sin embargo, una vez que el auge de postguerra completó su curso en las naciones desarrolladas y aparecieran los males endémicos del capitalismo, el presidente norteamericano, Ronald Reagan, y la primera ministra británica, Margaret Thatcher, se lanzaron a desmantelar el Estado del Bienestar, orientándose a la privatización. Israel, país en el que los costes de la Guerra del Líbano y los asentamientos habían disparado una inflación de tres cifras, fue de los primeros en bailar al nuevo son. El Plan de Estabilización de 1985 consiguió algo más que controlar los precios. Suprimió todas las restricciones al tráfico financiero. Facilitó las condiciones para la inversión exterior y abrió el camino para que los capitalistas israelíes invirtieran en el extranjero.

«Se redujeron las barreras proteccionistas. El primer y más importante cambio consistió en exponer al país a los vaivenes de la economía mundial. Las tarifas de importación, que se cifraban en una media del 13% en 1970, descendieron al 1% en los años 90, mientras que la penetración de las importaciones, como parte del PIB, subió de un 37% a más de un 50% en el mismo período. Los productores locales, enfrentados a crecientes presiones, se vieron obligados a adaptarse o abandonar» (Bichler y Nitzan, pág. 274). La mayoría de las industrias tradicionales de Israel sufrieron perjuicios de importancia. Así sucedió especialmente en el caso de la industria textil. Se calcula que 25.000 trabajadores del sector (la mitad del total) perdió su empleo a principios de la década de los 90.

La fusión con el mercado global también condujo a recortes en el sector público. «Privatización» se convirtió en los años 90 en la palabra clave del futuro. Puede verse un ejemplo sobresaliente en los kibbutzim , que solían ser modelos de solidaridad e igualdad, y que servían en la propaganda israelí de símbolo de la nueva sociedad, secular «luz de las naciones». Muchos están hoy privatizados. Otros han sufrido un proceso de diferenciación salarial. La idea del kibbutz ya es historia (véase Uri Ram, The Globalization of Israel: McWorld in Tel Aviv, Jihad in Jerusalem , Routledge, 2007.)

El Plan de Estabilización de 1985 abrió el camino para el desarrollo del mercado financiero de Israel. Se amplió la Bolsa de Tel Aviv. Las empresas israelíes comenzaron a movilizar capital en Wall Street, donde su valor se acrecentó a pasos agigantados. En 1992, el valor de las 38 empresas israelíes en la Bolsa norteamericana aumentó hasta 6.000 millones. En tres años, su numero se había incrementado hasta llegar 60, valoradas entre 10 y 15.000 millones de dólares (Gershon Shafir y Yoav Peled, Being Israeli: The Dynamics of Multiple Citizenship , Cambridge University Press, 2002).

El Plan también aportó una reducción de impuestos para empresas y patronos.

Su aportación al presupuesto cayó drásticamente. La tasa empresarial media descendió del 61% en 1986 al 36% en el 2000. La participación de los empresarios en la financiación del Seguro nacional de los trabajadores pasó del 15,6 % de los salarios al 4,93% en el año 2000. La tasa paralela pagada por los empresarios para contribuir a financiar el seguro de salud de los empleados se canceló totalmente en 1997; en lugar de eso, se incluyó un pago extra destinado a las consultas de salud (Shafir y Peled, págs.341-56).

Las dieciocho familias dominantes

La privatización ha sido, como dijimos, un factor primordial en el entrelazamiento de Israel con la economía global. En los últimos veinte años, el control se ha concentrado en unas pocas familias. La medida se justificó como forma de ahorrarle a la economía el despilfarro y la corrupción, lo que arruinaría las oportunidades de Israel en el escenario económico global. La privatización, nos dijeron, haría de Israel un país más atractivo para los inversores extranjeros. Gracia a ello se crearía empleo y los servicios públicos se harían más eficientes. Lo que sucedió, en realidad, es que el capital pasó de manos públicas a manos privadas, mientras el hombre de la calle se quedaba fuera.

Business Data Israel (BDI), un grupo de análisis de datos ha investigado el fenómeno. Recoge la lista de las dieciocho familias dominantes, los Oler, Arison y demás. Su renta total llegó al 77% del presupuesto nacional de 2006. BDI estima que este total es la mitad del producto industrial nacional. A finales de 2005, estas dieciocho familias se embolsaban el 32% de los beneficios de las 500 empresas más grandes del país. Sus ingresos alcanzaban los 198.000 millones de shekels (cerca de 50.000 millones de dólares). El informe concluye: «Los procesos de privatización de años recientes, incluyendo la privatización de los bancos, de Bezek [comunicaciones], El Al [líneas aéreas] y Zim [empresa naviera], no sólo no consiguieron reducir la centralización de la economía, sino que incluso la incrementaron» ( Ynet , 13 de febrero de 2006 [en hebreo]). Véase también Nitzan y Bichler, pág. 87). La situación es similar en el caso de los bancos. Los tres mayores -Hapoalim, Leumi y Discount- dominan más del 80% del mercado bancario y se embolsan el 70 % de sus beneficios. Hapoalim está controlado por los Arison, Discount, por los Bronfman, y Leumi es candidato a ser privatizado el año próximo.

La paz como puente a la economía global

Los Acuerdos de Oslo, que Israel firmó con Yasir Arafat en 1993, y el Acuerdo de Arava, firmado con Jordania en 1994, fueron considerados por muchos como síntoma de una transformación. De acuerdo con este punto de vista, la clase dominante de Israel había optado por intercambiar guerra y ocupación por paz y cooperación económica. En lo que se refiere a la paz, este pronóstico no se ha verificado, pero esta claro que se ha producido un auge económico.

Los acuerdos de Oslo y Arava coincidieron en principio con un enorme esfuerzo israelí por estrechar lazos económicos con los estados del Golfo y el Magreb, principalmente a través de cumbres económicas (1994-1996). El gran avance tuvo lugar, sin embargo, fuera de la esfera árabe. Nitzan y Bichler (pág. 337) describen de qué modo las multinacionales descubrieron el mercado israelí en la época que siguió a Oslo y comenzaron, una a una, a abrir filiales y buscar socios. Entre ellas se contaban Kimberly Clark, Nestlé, Unilever, Procter & Gamble, McDonald’s, Burger King, British Gas, Volkswagen y Generali. Los bancos mundiales también abrieron sucursales, entre ellos Citigroup, Lehman Brothers, HSBC, Bank of America y Chase Manhattan. Los gigantes planetarios de la comunicación fueron los siguientes.

¿Por qué eligieron estas empresas invertir en Israel? Una de las razones es que la ordalía de la privatización les ofrecía tratos muy tentadores a precios de saldo. El optimismo sobre el potencial israelí se puede comparar con el apetito que mostraron hacia los mercados de Europa Oriental tras el derrumbe del sistema soviético. El gobierno israelí, considerándose demasiado centralizado, quería deshacerse de activos con la esperanza de ganarse un lugar en la economía global. Para los inversores extranjeros se trataba de una oportunidad de las que se dan una vez en la vida de adquirir esos activos por calderilla. Las empresas israelíes y su gobierno mostraron gran flexibilidad, desestimando la vinculación nacional, así como la necesidad de crear empleo.

Fusión con el orden global

Stef Wertheimer y su hijo Eitan son un ejemplo de libro. Durante tres décadas, Stef fue considerado un pionero de la industria israelí. Estableció la zona industrial de Tefen, al norte de Israel, como parte de un plan denominado «judeización de Galilea». En mayo de 2006, no obstante, los Wertheimer vendieron el 80 % de su empresa, ISCAR Metalworking, a Berkshire Hathaway por 4.000 millones de dólares, interés financiero dirigido por Warren Buffett. Durante la firma del acuerdo, Buffett prometió no perjudicar a la producción israelí. Con todo, la venta supone un golpe mortal al concepto de economía nacional. El núcleo del control de los principales intereses industriales israelíes ha pasado de propietarios que antaño mantenían un intenso compromiso con el proyecto sionista a un hombre de negocios que nada tiene en común con ello, y cuyo imperio financiero -el segundo más grande del mundo- se rige sin atender a los sentimientos o la ideología. Nada de esto detuvo a los Wertheimer.

Otro ejemplo del cambio sufrido por las empresas israelíes se encuentra en la venta de Tnuva, una cooperativa agrícola, a Apax Partners Worldwide LLP, empresa de capital británico ( Jerusalem Post , 21 de noviembre de 2006). Fundada en la década de 1930, Tnuva figuraba en la lista de cooperativas más importantes de la economía protosionista. Dominaba las industrias ovolácteas, de pollo y verduras y constituyo un instrumento capital para destruir la agricultura y el trabajo árabes. Recientemente, el 51 % de Tnuva se vendió a Apax por 1.025 millones de dólares. La empresa abrió a continuación una empresa de productos lácteos en Rumania y dirige su ávida mirada hacia Rusia.

La cooperación con las multinacionales resulta evidente, sobre todo en alta tecnología. Durante la década de 1990, se fundaron en Israel muchas empresas de nuevo cuño. Se trata de pequeños grupos de ingenieros y programadores informáticos que desarrollan una u otra tecnología novedosa, siguiendo una dirección que atraiga a los inversores. La idea estriba en encontrar un gran comprador norteamericano. En el casino de las nuevas tecnologías en venta, ha habido varios despampananteséxitos israelíes: la adquisición de Nicecom por parte de 3COM por 53 millones de dólares, de Scorpio por parte de U.S. Robotics por 80 millones de dólares, y de Orbotech por Applied Materials por 285 millones de dólares ( Haaretz , 28 de noviembre, 1997). AOL compró Mirabilis por 407 millones de dólares, Intel compró DSPC por 1.600 millones de dólares y Lucent compró Chromatis por 4.500 millones (Nitzan and Bichler, pp. 343-44). En noviembre de este año, Yediot Aharonot celebró «10 años de éxitos», queriendo resumir las adquisiciones norteamericanas de empresas norteamericanas durante la última década. La cantidad pagada por empresas norteamericanas se cifraba en un total de 42.000 millones («Lo consiguieron», Yediot Aharonot , 13 de noviembre de 2007).

Estos acuerdos llenaron los bolsillos de unos cuantos jóvenes israelíes (licenciados de la sección informática del Ejército o inmigrantes soviéticos), pero no impulsaron al resto de la economía. Comverse, Amdocs y Check Point, las tres mayores empresas de alta tecnología de Israel, daban empleo a 13.000 personas a finales de los años 90. Su valor en el NASDAQ llegaba a los 50.000 millones de dólares (el 77 % del valor total de todas las empresas representadas en la Bolsa de Tel Aviv). Pero estas compañías están inscritas y ubicadas en Nueva York y la mayoría de sus accionistas no son israelíes. En resumen, podemos colocar una gran interrogación sobre el carácter «israelí» de estas empresas (Nitzan and Bichler, págs. 344-45).

El capital israelí se marcha fuera

Mientras que Israel se ha abierto al capital extranjero, el suyo propio ha accedido al exterior. Además de las empresas de alta tecnología mencionadas más arriba, se han invertido miles de millones en otros lugares en inmobiliarias, construcción, energía, limpieza de aguas, tecnología agrícola y demás. Estas inversiones se concentran en Turquía, Europa Oriental, los Estados Unidos y el Lejano Oriente. En muchos casos, las empresas israelíes crean sociedades conjuntas con empresas locales o multinacionales.

La empresa israelí, Strauss, es buen ejemplo de ello. Comenzó como granja familiar de productos lácteos en 1936. En 1995 pudo hacerse con Achla, que elabora ensaladas. Dos años más tarde, Strauss compró la mitad de los activos de lácteos Yotvata. En 2004, se fusionó con Elite, que produce café y dulces. El conjunto de la compañía está valorado en cerca de 1.000 millones de dólares. De acuerdo con un informe de Dunn y Bradstreet, Strauss se ha hecho presente en docenas de países en la última década, y dispone de centros de producción en once de ellos. Tiene acuerdos de asociación con gigantes como el francés Danone, el holandés Unilever y la norteamericana Pepsi Cola.

Sus actividades en el exterior aportan el 40% de sus ingresos. Es un agente importante en el sector del café en Europa Central y Oriental. Domina la segunda empresa cafetera de Brasil. También ha adquirido Sabra, que produce ensaladas para el mercado norteamericano y controla Max Brenner, empresa chocolatera. Strauss ha recorrido un largo camino, convirtiéndose en una empresa global entreverada en las multinacionales, y como tal sirve de modelo a otras empresas israelíes. 2. El derrumbamiento del viejo régimen de partidos

Un rasgo destacado del nuevo régimen de Israel es el debilitamiento de los dos partidos tradicionales, el Laborista y el Likud, y el surgimiento de Kadima. En las elecciones de 2006, los laboristas consiguieron 19 escaños y el Likud sólo 12 en un parlamento, la Knesset, de 120. Por otra parte, el Kadima, sin historia, ideología o configuración, consiguió 29 y formó gobierno.

El Partido Laborista, consumido desde dentro

La nueva burguesía israelí, una vez salida del cascarón del Estado, acabó con el monopolio del Mapai (Laborista). En 1977, los representantes de esta nueva clase crearon un partido llamado Dash, entre cuyos dirigentes se contaba Stef Wertheimer y el arqueólogo Yigal Yadin. Dash consiguió el apoyo de la élite económica. Tras hacerse con 15 escaños, se unió a la coalición del Likud. Por primera vez en la historia de Israel, el Laborismo acabó en la oposición.

Unos 17 años más tarde, el Partido Laborista sufrió un golpe igualmente desastroso en su seno. Había controlado desde siempre el Histadrut, que a su vez controlaba el mayor y más sólido fondo de salud de Israel. Para tener seguro de salud, los israelíes debían afiliarse al Histadrut y pagar en él sus cuotas. Esta ligazón proporcionaba al Laborismo una fuente garantizada de fuerza electoral e ingresos. Hacia 1994, el sindicato contaba con 8 millones de miembros. No obstante, en ese año, dos jóvenes laboristas, Haim Ramon y Amir Peretz, rompieron con el partido y formaron una nueva lista que optaba a dirigir el Histadrut. Su idea consistía en despojarse de la vieja imagen de la federación. Sorprendentemente, su iniciativa tuvo éxito. Al asumir el control, acordaron separar el fondo de salud de la afiliación sindical. Esta última disminuyó velozmente a medio millón para el año 2000, con el correspondiente descenso en los ingresos.

¿Por qué razón iban a socavar su propio partido dos militantes laboristas? El Laborismo estaba entonces dividido entre dos campos, uno dirigido por el primer ministro Yitzhak Rabin, y el otro por Shimon Peres. El campo de Rabin representaba a la nueva burguesía, para la que la relación obligatoria entre el sindicato y el fondo de salud resultaba anticuada, insular y antidemocrática; en dos palabras: nada occidental. Además, el Histadrut constituía la base del poder de su rival, Peres. El debilitamiento del Histadrut puede haber sido concebido como un servicio a Rabin. En cualquier caso, la nueva burguesía se salió con la suya. Ni el Histadrut ni los laboristas se han recuperado desde entonces.

Cuando Amir Peretz volvió al Laborismo en 2005 y sorprendió de nuevo a todos haciéndose con el liderazgo, se produjo una escisión devastadora: Shimon Peres, veterano dirigente del partido, lo abandonó junto a sus seguidores y se unió a Kadima.

La escisión del Likud y el ascenso del Kadima

La visión del Gran Israel, base ideológica del Herut/Likud, se disolvió con la elección de Binyamin Netanyahu como primer ministro en 1996.En aquella época existía el consenso en el sector de negocios israelí de la importancia de la paz como condición previa del desarrollo económico. Esto llevó al gobierno de Netanyahu a continuar el proceso de Oslo, reconociendo tácitamente que los viejos conceptos del Likud habían quedado obsoletos. El conflicto siguió latente en el partido durante una década, hasta que Sharon se decidió por la desconexión de Gaza.

Considerado el padre de los asentamientos, Sharon había sido el supremo halcón del Likud. Hacia el final de la segunda Intifada, sin embargo, había llegado a la convicción de que, dada la falta de un socio palestino para la paz, Israel haría bien en retirarse de Gaza y desmantelar sus asentamientos en la zona. Señaló a la opinión pública su disposición a sacrificar cosas que consideraba sagradas. Había encontrado algo más santo aún: el favor del nuevo sector de negocios y su renovada clase media.

Unos meses después de la desconexión, Sharon decidió crear el Kadima, llevándose consigo figuras claves del Likud y el Laborismo. Su nuevo partido atrajo a buena parte de la clase media. Con Ehud Olmert, que tomó las riendas tras el grave ataque que incapacitó a Sharon, el Kadima constituye una combinación de los pragmáticos del Likud y el Laborismo. Su principal preocupación consiste en adaptar a Israel al nuevo orden global. No obstante, sin el carisma de Sharon, no puede llenar el vacío de su liderazgo. No se trata de simplemente de suerte. El nuevo partido sintetiza el Israel postsionista: máxima flexibilidad política y falta de principios sociales. Su única finalidad estriba en perpetuar el status quo en beneficio de la clase media, que desea una tierra en la que -en palabras de Olmert- «sea divertido vivir» ( Haaretz , 10 de marzo de 2006).

3. El Ejército se adapta a las nuevas reglas

La Fuerza de Defensa Israelí (FDI) era y sigue siendo un pilar fundamental de Israel, y los soldados, su grupo más respetado. El régimen globalizado de las últimas dos décadas ha agitado a esta institución, afectando a su organización, su composición demográfica y su influencia.

El «Ejército del Pueblo» ya no existe

Muchos trabajos de investigación llegan a la conclusión de que el Ejército de Israel ya no es un ejército del pueblo, y que el país ha perdido por tanto un núcleo de cohesión y fortaleza. Los investigadores también están de acuerdo en que los cambios son imparables. Lo cierto es que muchos jóvenes israelíes ya no están dispuestos a dedicar largos años al servicio militar.

En su libro, «De Ejército del Pueblo a Ejército de la periferia» (Carmel Press [en hebreo], 2007), el Dr. Yagil Levy define las principales razones del cambio. Lo primero y más importante es que el Ejército ha fracasado una y otra vez a la hora de conseguir una victoria decisiva en el campo de batalla al modo de 1967 (la llamada «Guerra de los Seis Días» se ha convertido en el modelo de victoria). La segunda razón tiene que ver con los cambios políticos y de clase descritos más arriba, que han substituido los valores sionistas-nacionalistas por la ambición del éxito personal, estimada económicamente.

De acuerdo con Levy, la guerra de 1967 supuso una línea divisoria. El consiguiente auge económico creó por vez primera una amplia clase media que no tenía ganas de sacrificarse. «Este nuevo materialismo», escribe Levy en la página 54, «socavó varios valores profundamente anclados del Estado colectivo y centralizado, en favor de una nueva jerarquía de valores, esencialmente individualistas. Paradójicamente, por tanto, el militarismo «hinchó» al materialismo hasta llevarlo a su punto más elevado. Así pues, el grupo que aprovechó los réditos militares -la clase media laica ashkenazi-, mostraba una disposición cada vez menor a sobrellevar su coste».

Bajo las reglas del nuevo capitalismo, y en consonancia con las demandas del capital global, el Ejército se ha visto obligado a examinar sus gastos recurriendo a criterios económicos. Como consecuencia, se ha producido una reducción de las llamadas a los reservistas, que constituyen un apartado muy caro. Hasta 1985, los israelíes emplearon 10 millones de días anuales en tareas de reserva. Para 2001, la cifra se había reducido a 3,8 millones (Levy, pág. 69).

La nueva composición del ejército

También se han producido cambios en la composición de la oficialidad y el escalón de mando. Durante más de treinta años, la élite ashkenazi, que provenía de la costa y los kibbutzim , mantenía una posición central. Hoy en las unidades de élite, vemos cada vez más gente de la periferia, a la que el servicio militar ofrece cierto grado de movilidad social. Un vistazo a la pertenencia étnica y de clase del cuerpo de oficiales y las unidades de élite revela en las últimas dos décadas un aumento en la proporción de mizrahies (orientales), colonos, inmigrantes soviéticos y etíopes.

Levy compara las bajas de la primera guerra del Líbano (1982) con las de la Intifada del 2000. Concluye que son grupos anteriormente marginales los que hoy pagan el precio más alto. De los 120 soldados israelíes muertos en el reciente conflicto del Líbano, por ejemplo, sólo tres procedían de Tel Aviv. El comandante de Estado Mayor Eleazar Stern criticó tras la guerra a la gente de Tel Aviv, acusándoles de no hacerse cargo de su parte en el esfuerzo bélico (Levy, pág. 153).

Los que evitan el reclutamiento

En el año 2007, los comandantes de la FDI decidieron publicar los datos sobre movilización, que mostraban que un cuarto de la juventud que llega a los 18 años esquiva totalmente al Ejército. La mitad es exceptuada al tratarse de estudiantes de yeshivas (escuelas rabínicas), un grupo más pequeño lo es por razones de historial penal, y el resto por razones médicas o psicológicas. Como respuesta a ello, el Jefe de Estado Mayor, Gabi Ashkenazi anunció que los israelíes deben «hacer que enrojezcan de vergüenza quienes evitan el alistamiento».

Hay un sentimiento general no obstante, de que debido a que el Ejército ha perdido su posición social, esta campaña de movilización está destinada a fracasar. Por ende, las cifras publicadas no son nuevas. La página en red de «New Profile», que presta ayuda a los objetores de consciencia, informaba hace cuatro años de que además del 20% que nunca es reclutado, otro 20% no completa su servicio militar (http://www.newprofile.org).

En suma, la fatiga causada por el conflicto, el deseo de normalidad y el crecimiento de grupos que se oponen a la ocupación, además del deseo de la nueva burguesía de unirse a la economía global, han llevado al declive de la influencia militar en la vida política y social.

4. La «burbuja» de Tel Aviv y el dogma sionista.

La imagen del nuevo Israel se clarifica cuando contemplamos el perfil urbano de Tel Aviv, que se ha llenado en las últimas dos décadas de rascacielos y edificios de apartamentos. Los principales bancos y multinacionales del mundo han abierto oficinas en la ciudad. Han surgido restaurantes, y hay cafés y clubes nocturnos por doquier.

La metrópolis comercial es tan occidental como pueda serlo una ciudad.En otros lugares de Israel, sin embargo, se acrecienta la pobreza. Los ancianos en la miseria, los inválidos, desempleados y enfermos no van a aparecer en el nuevo orden del día israelí. La distancia entre Tel Aviv y la periferia nunca había sido tan grande.

La distancia entre ricos y pobres es un rasgo de la actual realidad. De ser una sociedad marcada por un alto grado de igualdad, Israel ha pasado a estar entre los países más desiguales de Occidente. Las masas pobres se encuentran, como siempre, entre los árabes y los ulraortodoxos, pero no sólo. La pobreza afecta hoy al 20% de la población. Entre los pobres (es decir, la gente con menos de la mitad de la renta media) hay 162.000 familias en las que al menos un miembro tiene trabajo ( Yediot Aharonot , 4 de septiembre de 2007).

El nuevo período de capitalismo de libre mercado en Israel ha sido testigo de la transformación de las relaciones laborales. Anteriormente, la economía tenía un alto grado de sindicación (el 85 %), que garantizaba la seguridad en el empleo, salarios justos y prestaciones sociales entre las que se contaban los planes de pensiones. Hoy, los derechos laborales han sido pisoteados. Durante los últimos 15 años, Israel ha permitido la importación de más de 300.000 trabajadores extranjeros en condiciones de semiesclavitud. Florecieron las empresas de personal y aparecieron contratistas a cientos, que explotaban a los extranjeros con la anuencia del gobierno (véase «Breaking of Organized Labor in Israel,» Challenge 98, http://www.workersadvicecenter.org/From-Chall98/Breaking_Labor.htm).

El ascenso de los niveles de vida en Israel ha sido espectacular. El PIB per cápita aumentó de 5.585 dólares en 1980 a más de 20.000 hoy en día. Pero los frutos de este crecimiento siguen estando en lo alto del árbol. Los gestores de las compañías presentes en la Bolsa israelí ganan 21 veces más que el salario medio.

Desconexión, McWorld y Yijad judía.

En The Globalization of Israel , mencionado más arriba, Uri Ram define la contraposición entre los dos polos sociales como la de la clase media, que trata de unirse a Occidente, y las periferias, que viven en un mundo mental que es nacionalista y mesiánico. Es la contraposición, afirma, entre el McWorld en Tel Aviv y Yijad en Jerusalén

El enfrentamiento entre estos dos extremos se produjo durante la desconexión de Gaza. A pesar de la inquietud de que la operación condujera a un conflicto civil en Israel, la posición del McWorld salió ganando. El Ejército, que había expulsado a los colonos, preservó, pese a todo, su unidad, y con la salvedad de unos pocos objetores por la derecha, los soldados cumplieron las órdenes. Sharon consiguió una aprobación generalizada, que transformó en capital político creando el Kadima.

Un nuevo tipo de guerra en el Líbano

El nuevo Israel, fusionado con la economía global, llevó a cabo la guerra del Líbano en 2006. La guerra se condujo de un modo que se adecuara a su carácter. El consenso internacional respecto a las acciones de Israel se hace comprensible cuando recordamos el enorme compromiso del capital israelí con los centros dominantes del capital mundial, puesto que Israel no actuó unilateralmente en esta guerra. En cada momento tuvo en cuenta a sus inversores extranjeros.

A pesar de lo que se dice habitualmente, que el gobierno de Olmert fracasó en el Líbano, lo cierto es que un año más tarde ha logrado crear la coalición más amplia que ha visto Israel en 17 años. Militarmente, considera la guerra una victoria táctica.

De acuerdo con estudios recientes, los analistas militares confirman los frutos recogidos por Israel. En primer lugar, Hizbolá se ha alejado de la frontera. En segundo, han mejorado las relaciones con los países árabes suníes (Arabia Saudita, Egipto y Jordania). Y tercero, ha ganado impulso el movimiento decidido a aislar Irán y se han fortalecido los lazos de Israel con Europa Occidental.

A buen seguro, muchos censuraron al gobierno por abandonar a los pobres de Galilea al fuego enemigo. Pero la crítica no se tradujo en un impulso político que pudiera producir un cambio. A los ojos de quienes poseen influencia política, lo más importante era que la economía había seguido funcionando durante la guerra. Mientras los galileos se apiñaban en los refugios, siempre y cuando los tuvieran (lo que no era el caso de los árabes galileos), se firmaban acuerdos millonarios, subía el mercado bursátil y los habitantes de Tel Aviv se tomaban su café con leche.

El comportamiento del gobierno después de la guerra, y sobre todo su decisión de alterar el presupuesto de 2007 expresaba su resolución de mostrar que todo seguía como de costumbre. Esto significaba apartarse de ciertas promesas, sobre todo, la de reparar los perjuicios infligidos a los más débiles por Netanyahu desde su puesto de Ministro de Finanzas. Amir Peretz había conducido al Partido Laborista a la coalición de Olmert basándose en la fuerza de estas promesas. Acabada la guerra, y sin pestañear, el mismo gobierno -incluyendo a los Laboristas- aumentó el presupuesto de Defensa a expensas de los programas sociales, manteniendo firme el freno de la disciplina presupuestaria. Con esta acción se mostró a los inversores extranjeros que el gobierno de Israel era estable y sólido.

5. Conclusión: La necesidad de una estrategia realista de cambio

La crisis de Israel refleja su posición fronteriza entre el Occidente desarrollado y el mundo islámico, lo que contrasta con la situación de Europa y los Estados Unidos. Tel Aviv está a sólo 50 kilómetros de Nablús.

Con esta proximidad, el país sufre una escisión de personalidad. Adopta un estilo de vida occidental mientras insufla dinero y vidas al proyecto sionista. Trata de presentar una faz ilustrada mientras encierra a los palestinos detrás de muros y puestos de control.

Quienes no consiguen interpretar la nueva realidad inventan programas y lemas que ya no resultan relevantes. Es lo que le sucede a Hamás, que pretendía al comienzo de la Intifada de 2000, que los atentados con bomba de los suicidas pondrían de rodillas a la entidad sionista en cinco años. De forma parecida, Hassan Nasrallah, dirigente de Hizbolá, comparaba recientemente la fuerza de Israel con la de una tela de araña.

Estas valoraciones son estratégicamente erróneas. Ciertamente, dan cuenta de las grietas que han aparecido en los cimientos de Israel y la pérdida de confianza en su liderazgo. Interpretan asimismo correctamente la frustración árabe en general ante el imperialismo norteamericano, una frustración que atrae nuevos miembros hacia Hamás y Hizbolá.

Pero la alternativa islámica no ofrece a los pobres ninguna esperanza práctica. Además, estos partidos no llegan a comprender que Israel está lejos de derrumbarse, puesto que ha acumulado poder gracias a su fusión con el capitalismo occidental. No se dan cuenta de que Israel sirve con éxito de plataforma a su propia clase media.

La guerra del Líbano de 2006 reflejó una diferencia crucial entre Israel y Hizbolá. Demostró que Israel opera de acuerdo con una estrategia, que pone la estabilidad económica primero; que forja alianzas con estados lo mismo árabes que occidentales, y colabora con ambos a fin de aislar a Hizbolá e Irán. La guerra mostró, por el contrario, que Hizbolá actuaba sin una estrategia clara, basando sus acciones en falsos supuestos carentes de horizonte político.

Dada la integración de Israel en el sistema capitalista global, podemos dudar de que las apelaciones a un boicot resulten realistas. Para ser eficaz, el boicot tendría que dirigirse no sólo contra Israel sino contra el conjunto de países con los que se entrelaza, entre ellos los Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Japón. ¿Quién quedaría para llevar a cabo el boicot?

Por lo que se refiere a la izquierda israelí, continúa -al igual que el gobierno de Kadima y los laboristas- buscando la salvación en Washington. Esta izquierda carece de solución para la pobreza que aflige a buena parte de su sociedad. Carece de alternativa política a la que impulsa Olmert.

Si queremos luchar de modo eficaz, sin aislar nuestra lucha de la realidad, hace falta un enfoque diferente. Sabemos que algunas alternativas al capitalismo han resultado ser dañinas y destructivas. El desafío estriba en proponer una alternativa progresista. Si interpretamos la nueva realidad correctamente, como hemos intentado hacer aquí, estaremos mejor preparados para el difícil periodo que se avecina.

A la vista de estos cambios, nuestro partido, la Organización de Acción Democrática (ODA-Da’am), ha tenido que adaptar su programa a las nuevas realidades. La sociedad israelí sufre los mismos problemas que sus semejantes occidentales. Para llevar a cabo la transformación hemos de organizar una nueva base social, compuesta por todos aquellos israelíes y árabes que han sido marginados por ese capitalismo despojado de lindezas.

ODA pone el interés de los trabajadores por delante del interés nacional.Propone un programa destinado a devolver la capacidad de negociación a los trabajadores. Construye nuevos puentes entre activistas árabes y judíos que comparten la idea de una sociedad socialista igualitaria. Su perspectiva internacionalista gana relevancia en un momento en que la burguesía israelí se ha desprendido del patriotismo, prefiriendo explotar a los trabajadores a costa de la solidaridad sionista.

Traducción: Pablo Carbajosa

http://www.nodo50.org/csca/agenda08/palestina/arti175.html