Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Me pasé el día entero cambiando de las emisoras israelíes a Aljazeera.
Fue una experiencia escalofriante: en una fracción de segundo podía pasar de un mundo a otro a pesar de que todos los canales informaban de los mismos acontecimientos. En una sección de los programas de noticias de última hora aparecieron hechos que habían ocurrido a unas docenas de metros entre sí, pero parecía que habían pasado en dos planetas distintos.
Nunca había experimentado el trágico conflicto de forma tan impresionante y próxima como miércoles pasado, el día del intercambio de prisioneros entre el Estado de Israel y la organización Hezbolá
El hombre que estaba en el centro del acontecimiento personifica el abismo que separa los dos mundos, el israelí y el árabe: Samir al Kuntar.
Todos los medios de comunicación israelíes lo llaman el «asesino Kuntar», como si ése fuera su nombre de pila. Para los medios de comunicación árabes, es el «héroe Samir al Kuntar».
Hace 29 años, antes de que Hezbolá se convirtiera en un factor importante, Kuntar aterrizó con sus compañeros en la playa de Nahariya y llevó a cabo un ataque cuya crueldad ha quedado impresa en la memoria nacional de Israel. Durante dicho atraque mataron a una niña de cuatro años y una madre asfixió a un niño pequeño accidentalmente mientras trataba de impedir que los descubrieran. Kuntar tenía entonces 16 años -no era un palestino, ni un chií, sino un druso libanés comunista-. La acción corrió a cargo de una pequeña facción palestina.
Hace años tuve una discusión con mi amigo Issam al Sartawi sobre un incidente similar. Sartawi fue un héroe palestino, un pionero de la paz con Israel que después fue asesinado debido a sus contactos con los israelíes. En 1978 un grupo de combatientes palestinos («terroristas» en el lenguaje israelí) desembarcó en la costa sur de Haifa para capturar a israelíes y poder hacer un canje de prisioneros. En la playa se encontraron con una fotógrafa que estaba paseando tranquilamente por allí y la mataron. Después interceptaron un autobús lleno de pasajeros y al final los mataron a todos.
Conocí a la fotógrafa. Era una afable mujer joven, un alma buena a quien le gustaba sacar fotos de flores en la naturaleza. Protesté a Sartawi por ese acto despreciable. Me dijo: «No lo entiendes. Son jóvenes, casi niños inexpertos, quienes están operando detrás de las líneas de un temible enemigo. Temen a la muerte. No pueden actuar con una lógica fría».
Fue uno de los pocos casos en los que no estuvimos de acuerdo, aunque los dos estábamos, cada uno dentro de su propio pueblo, fuera de la Franja.
Este miércoles, la diferencia entre los dos mundos estaba clara en su forma más extrema. Por la mañana, el «asesino Kuntar» se despertó en una prisión israelí, por la tarde el «héroe al Kuntar» estaba de pie ante cien mil alborozados libaneses de todas las comunidades y partidos. Tardó sólo unos minutos en pasar del territorio israelí al diminuto enclave de la ONU de Ras-al-Naqura y de allí al territorio libanés; del reino de la televisión israelí al reino de la televisión libanesa; y la distancia era mayor que la que atravesó Neil Armstrong en su viaje a la luna.
Al hablar eternamente del «sangriento asesino» que jamás sería liberado pasase lo que pasase, Israel lo convirtió exactamente en un héroe para todo el mundo árabe.
Actualmente es una banalidad señalar que quien para unos es un terrorista para otros es un luchador por la libertad. Esta semana, un ligero movimiento del dedo sobre el mando a distancia del televisor era suficiente para experimentar esto de primera mano.
Las emociones eran intensas en ambos lados.
El público israelí se sumergió en un mar de dolor y lamentos por los dos soldados cuya muerte se confirmó sólo unos minutos antes del retorno de sus cuerpos. Durante horas y horas todos los canales israelíes consagraron sus transmisiones a los sentimientos de las dos familias, a las que los medios de comunicación se habían pasado los últimos dos años transformando en símbolos nacionales (así como en instrumentos para la subida de la audiencia).
No es necesario mencionar que ni una sola voz en Israel dijo una palabra siquiera sobre las 190 familias de Líbano, a las que se devolvieron los cuerpos de sus hijos el mismo día.
En ese torbellino de autocompasión y ceremonias de duelo, el público israelí no tenía la energía ni el interés necesarios para intentar comprender lo que estaba pasando en el otro lado. Al contrario: la recepción otorgada al «asesino» y su discurso victorioso sólo añadió leña al fuego de la furia, el odio y la humillación.
Pero hubiera valido la pena para los israelíes seguir los acontecimientos allí, porque tendrán mucho impacto en nuestra situación.
Era, por supuesto, el gran día de Hassan Nasralá. A los ojos de decenas de millones de árabes ha conseguido una gran victoria. Una organización pequeña de un pequeño país ha puesto a Israel, la potencia regional, a sus pies, mientras que todos los países árabes doblan la rodilla ante Israel.
Nasralá prometió que recobraría a Kuntar. Con ese fin capturó a los dos soldados. Después de dos años y una guerra, el prisionero recién liberado estaba de pie en la tribuna de Beirut, ataviado con el uniforme de Hezbolá, y el propio Nasralá, poniendo en peligro su seguridad personal, salió y lo abrazó delante de las cámaras de televisión, mientras una alborozada muchedumbre daba rienda suelta a su entusiasmo.
Ante esa demostración de valor personal y confianza en sí mismo, características de su estilo, el ejército israelí reaccionó con una declaración simplona: «¡Aconsejamos a Nasralá que no salga de su búnker!».
Aljazeera transmitió todo esto en directo, hora tras hora, a millones de casas, de Marruecos a Iraq, y más allá del mundo musulmán. Era imposible que los espectadores árabes no se sintieran arrastrados por una oleada de emoción. Para cualquier joven en Riad, El Cairo, Amán o Bagdad, sólo existía una reacción posible: ¡Aquí está! ¡Aquí está el hombre que está restaurando el honor árabe después de decenios de derrotas y humillaciones! ¡Aquí está el hombre frente al que cualquier líder del mundo árabe es un enano! Y cuando Nasralá anunció que «¡Desde este momento, la era de las derrotas árabes ha terminado!», captó el espíritu del día.
Sospecho que realmente también hubo varios israelíes que hicieron comparaciones poco halagüeñas entre este hombre y los ministros de nuestro gobierno, campeones de la verborrea vacía y jactanciosa. Comparado con ellos, Nasralá aparece responsable, creíble, lógico y determinado, sin recovecos ni palabrería hueca.
En vísperas del gran mitin, se dirigió al público y prohibió disparar al aire, como es habitual en las celebraciones árabes. «Cualquiera que dispare, dispara a mi pecho, a mi cabeza, a mi túnica», declaró. No se disparó ni un solo tiro.
Para Líbano fue un día histórico. Nunca había pasado nada semejante: la élite política de todo el país, sin excepción, se reunió en el aeropuerto de Beirut para dar la bienvenida a Kuntar y al mismo tiempo saludar a Nasralá. Algunos de ellos rechinando los dientes, por supuesto, pero entendieron perfectamente por dónde sopla el viento.
Allí estaban todos: el presidente de Líbano, el Primer Ministro, todos los miembros del nuevo gabinete, los líderes de todos los partidos, todas las comunidades y todas las religiones, todos los ex presidentes y ex primeros ministros vivos. El suní Saad Hariri, que ha acusado a Hezbolá de implicación en el asesinato de su padre; el druso Walid Jumblat, que ha exigido la liquidación de Hezbolá más de una vez; y el cristiano maronita Samir Geagea, responsable de las matanzas de Sabra y Chatila, junto a muchos otros que han regado sobre Hezbolá todas las acusaciones posibles.
En su discurso, el nuevo presidente elogió a todos los que participaron en la liberación de Kuntar, lo que no sólo ha conferido una legitimidad nacional a la actuación de Hezbolá que precipitó la guerra, sino también a la operación militar de Hezbolá defendiendo Líbano. Puesto que el presidente ha sido, hasta hace poco, el jefe del ejército, significa que el ejército libanés, también, abraza a Hezbolá.
El miércoles, Nasralá se convirtió en la persona más importante y poderosa de Líbano. Tres meses después de la crisis que casi provocó una guerra civil, cuando el Primer Ministro, Fuad Siniora, exigió que Hezbolá entregara su red de comunicación privada, Líbano se ha convertido en un país unificado. Exigencias como el desarme de Hezbolá son un sueño imposible. Líbano también está unido en la exigencia de la liberación de las Granjas de Shebaa y la entrega por parte de Israel de los mapas de campos de minas y letales bombas de racimo esparcidas por nuestro ejército después de la Segunda Guerra de Líbano.
Quienes recuerdan Líbano como el felpudo de la región y a los chiíes como el felpudo de Líbano, pueden apreciar la inmensidad del cambio.
En Israel, algunas personas culpan al intercambio de prisioneros del vertiginoso ascenso de Nasralá y de todo el campo nacionalista religioso en el mundo árabe. Pero la responsabilidad de Israel en esta orientación empezó mucho tiempo antes, con los intentos de Ehud Olmert de distraer atención de sus diversos asuntos de corrupción.
Los culpables son todos los que apoyaron la estúpida y destructiva Segunda Guerra de Líbano, aclamada con entusiasmo desde el primer día por todos los medios de comunicación «sionistas», los partidos y los más insignes intelectuales. Los cadáveres de los dos soldados capturados se podrían haber recuperado por medio de negociaciones antes de la guerra, de la misma forma que se ha hecho ahora. Ya lo escribí en aquel momento.
Pero incluso se podría rastrear la culpa bastante más atrás, en la Primera Guerra de Líbano de Ariel Sharon. También entonces todos los medios de comunicación, los partidos y los principales intelectuales dieron alegremente la bienvenida a la guerra desde el primer día. Antes de esa guerra desastrosa, la comunidad chií era nuestro vecino apacible y tranquilo. Sharon es responsable de la ascensión de Hezbolá; y el ejército israelí, que asesinó al predecesor de Nasralá, le brindo a éste la oportunidad de convertirse en lo que es ahora.
Tampoco hay que olvidar a Simón Peres, que creó la desastrosa «zona de seguridad» en el sur de Líbano, en vez de salir en el momento apropiado. Ni a David Ben-Gurion y Moshe Dayan, que en 1955 propusieron establecer en el poder a un «jefe cristiano» como dictador de Líbano que, por lo tanto, firmaría un tratado de paz con Israel.
La mezcla mortal de arrogancia e ignorancia típica en todos los tratos israelíes con el mundo árabe, también es responsable de lo que ocurrió el miércoles. Sería maravilloso si esto les enseñara a nuestros líderes un poco de modestia y consideración por los sentimientos de los demás, así como la habilidad de leer el mapa de la realidad, en lugar de vivir en una burbuja de autismo nacional. Pero me temo que sucederá todo lo contrario: se fortalecerán los sentimientos de ira, los insultos, la santurronería y el odio.
Todos los gobiernos israelíes son responsables de la ola nacionalista religiosa del mundo árabe, que es mucho más peligrosa para Israel que el nacionalismo laico de líderes como Yasser Arafat y Bashar al-Assad.
Esta semana ha ocurrido otro hecho importante: con un salto espectacular, el presidente sirio pasó del aislamiento impuesto por los estadounidenses al estrellato global en un grandioso espectáculo internacional en París. Los patéticos intentos de Olmert, Tzipi Livni y una banda de reporteros israelíes de estrechar la mano de Assad o por lo menos de un ministro, un funcionario de baja escala o un guardia personal, fueron una pura payasada.
Y todavía ha pasado algo más esta semana: el número 3 del Departamento de Estado de los USA se reunió oficialmente con delegados iraníes. Y quedó claro que las negociaciones con Hamás sobre el próximo intercambio de prisioneros todavía siguen totalmente congeladas.
La nueva situación alberga muchos peligros, pero también una serie de oportunidades. El nuevo estatus de Nasralá como jugador central en el terreno político libanés le impone responsabilidad y cautela. Un Assad fortalecido puede ser un mejor compañero para la paz si estamos preparados para aprovechar la oportunidad. Las negociaciones estadounidenses con Irán pueden alejar una guerra destructiva que sería un desastre también para nosotros. La legitimación de Hamás por las negociaciones, cuando se reanuden, puede llevar a la unidad palestina, como la unidad lograda ahora en Líbano. Cualquier acuerdo de paz que firmásemos con ellos tiene posibilidades de salir adelante.
En dos meses Israel puede tener un nuevo gobierno. Si quiere, podría empezar una nueva iniciativa para la paz con Palestina, Líbano y Siria.
Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1216466237/
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.