Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Campo de Nuseirat (Franja de Gaza).-
La vida de los refugiados palestinos a lo largo de los últimos sesenta años se ha visto mayoritariamente impregnada de momentos aciagos y también ha sido rica, rica de una inmensa cantidad de sufrimientos que tuvieron que soportar, rica por su capacidad para sobrevivir y salir adelante, y rica por su voluntad de perdurar, de desafiar y hacer frente a todas las circunstancias que les rodean. La tragedia de los refugiados palestinos no sólo implicó perder su patria sino también perder todos los derechos humanos que el mundo libre proclama, la seguridad, el respeto y la dignidad…
Mi padre, que representa la segunda generación de refugiados en Gaza, tuvo que trabajar muy duramente en Israel durante la mayor parte de su vida. Era un padre muy severo, pero todos sabíamos en nuestro interior cuánto nos amaba y cuánto deseaba lo mejor para nosotros en todo, su ambición le estimulaba y le daba fuerzas para trabajar aún más duro para poder cumplir sus deseos, de forma que consiguió que sus nueve niños tuvieran educación superior. Todavía puedo recordar cómo mi padre se las arreglaba para ahorrar como fuera y lograr que mi hermano mayor estudiara en la Universidad de El Cairo, y cómo solía esconder el dinero dentro de los zapatos; también recuerdo aún que él mismo solía reparar nuestros zapatos con sus propias manos, pero lo que recuerdo con mayor claridad es el momento en que mi padre me abofeteó antes de darme un libro que me había comprado para el colegio. Me quedé helada, no podía encontrar una explicación hasta que escuché sus palabras: «Te he abofeteado para que recuerdes lo duro que he tenido que trabajar para poder comprarte este libro, por eso vas a procurar no perderlo o te enterarás de lo caro que ha sido».
A pesar de todos esos viejos recuerdos de trabajo duro y existencia difícil, siempre hubo un espacio, una ventana ampliamente abierta hacia nuestro mañana, hacia un futuro mejor. Había una esperanza que animaba a mi padre, así como a muchos otros padres, a trabajar tanto como pudieran para que sus hijos tuviesen una vida mejor. Y esa era la razón de su lucha.
Desde esos recuerdos, ¡cuánto ha cambiado la vida! Los israelíes han continuado bloqueando Gaza y asfixiando tanto a su pueblo, que en la actualidad nos sentimientos completamente invadidos por sentimientos extenuantes y depresivos, especialmente tras la última masacre que tanto nos expuso, mental y psicológicamente, haciendo que sea imposible olvidar o vivir con un poco de normalidad.
Los días se suceden iguales, perdiendo el interés por todo, algo que se ha convertido en un fenómeno que afecta no sólo a los adultos sino también a los niños. No hay ya espacio para los sueños, ni para los deseos, ni para una sonrisa inocente, ni para un momento de alegría.
Nuestras mentes viven atormentadas con continuas preocupaciones y angustias sobre qué sucederá mañana, otra invasión u otra guerra, dos términos diferentes pero similares por las consecuencias que les siguen: más dolor y más muerte.
Por eso, la frecuente exposición a tan traumáticas experiencias nos deja agotados, con un extraño sentimiento de vacío interior. La muerte de una persona es igual a la muerte de cien, la muerte y la vida han devenido en lo mismo en nuestras mentes, la línea entre ambas es tan tenue para nosotros…
Nuestros niños dejaron de soñar con lo que les gustaría ser en el futuro, porque el futuro en Gaza es ambiguo, oscuro y resulta difícil determinar sus líneas, nuestro futuro y el futuro de nuestros niños no será, mientras Gaza siga sellada nada cambiará. Lo que suceda dentro de diez años será similar a lo que ha sucedido ya durante los últimos diez años.
El pueblo de Gaza está aherrojado, con sus vidas están sujetas a esta tierra, y todas las líneas de esas vidas han sido trazadas anticipadamente. La misma vida en el mismo campo, con los mismo sucesos y episodios, y como ya no hay posibilidad de estudiar en las universidades en Gaza ni se puede viajar fuera ni se puede elegir el futuro, todo ello hace que los niños se digan: «¿Qué beneficio obtengo de ir al colegio si no voy a poder estudiar luego lo que me gustaría?». «¿Cómo puedo ser una persona abierta si vivo en Gaza y no puedo ver otro mundo ni otros horizontes?». «No quiero casarme ni tener niños porque no quiero que sufran de la forma en que sufrimos en Gaza». «Terminaré mis estudios y seré muy afortunado si llego a conseguir un trabajo, y después me casaré y, ¿después qué?, la misma rutina, nada cambiará, ¿por qué me voy a molestar con soñar con un futuro?».
Estas no son palabras vacías para atraer la atención del lector sino el horrible hecho de que así es cómo ve el futuro la gente de Gaza, especialmente las generaciones jóvenes.
Enlace con texto original:
http://www.thepeoplesvoice.org/TPV3/Voices.php/2009/03/04/when-we-stop-dreaming