Ciertos medios informativos insisten en que las cosas en Norteamérica van bien. No faltan analistas quienes apuntan que lo peor ya terminó, y ahora solo se trata de la recuperación económica la cual tal vez encuentre algún otro escollo, pero asume un claro giro hacia la bonanza. Y ni se diga de los tahúres de […]
Ciertos medios informativos insisten en que las cosas en Norteamérica van bien. No faltan analistas quienes apuntan que lo peor ya terminó, y ahora solo se trata de la recuperación económica la cual tal vez encuentre algún otro escollo, pero asume un claro giro hacia la bonanza.
Y ni se diga de los tahúres de las bolsas y los mercados. Para ellos toda pequeña cifra, todo mínimo paso, incluso aquellos que resultan «menos malos de lo esperado», se tornan pretextos para hacer subir los precios del petróleo, del oro, los metales industriales, los cereales y de cuanta mercadería corre por las pantallas de sus computadoras.
Se trata de insuflar aires optimistas, brindar espejismos, de que la mayoría de la gente se acueste y se levante con la percepción de que el drama de la carencia de trabajo, de la pérdida del hogar, o de la falta de salud pública, será conjurado de un momento a otro.
Mientras, Barack Obama habla de restricciones bancarias en materia de operaciones de riesgo en los mercados, porque él y su equipo saben que, al entregarles multimillonarias cifras a los promotores del caos, no hicieron otra cosa que incentivar el peligro de la perpetuación del drama, y al menos en la retórica se debe proyectar el rol de preocupados y ocupados.
Pero lo objetivo es que nada de lo dicho tiene bases sólidas.
¿Pruebas? Hace apenas unos días, el precio del crudo se despeñó a su menor nivel desde julio de 2009 debido a que, según las fuentes noticiosas, se dispararon las preocupaciones ante el mal estado de la economía europea, y por la sorprendente elevación del número de norteamericanos que en los días precedentes acudieron en busca de ayuda pública por carecer de trabajo.
En el caso del Viejo Continente, el dólar se disparó a un máximo de siete meses frente al euro en medio de crecientes temores sobre la salud fiscal de las economías locales, esencialmente las de Grecia, Portugal y España, las cuales se han tornado particularmente deficitarias e inestables.
Al propio tiempo, un dólar fuerte conspira contra la comercialización de las materias primas y artículos valuados en esa divisa, al tornarse más caros para los poseedores de otras monedas.
Por su parte, y como complemento del destructivo engranaje, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, declaró que la recuperación económica de la región podría ser irregular y «sujeta a incertidumbres», lo que en las últimas semanas acortan la brecha establecida entre la moneda comunitaria y el patrón financiero estadounidense.
En cuanto a los Estados Unidos y su «salud económica», el número de trabajadores que demandó por primera vez el seguro de desempleo subió a 480 mil en la última semana de enero, cifra muy superior a la esperada por el Departamento del Trabajo.
De manera que frente a los insistentes «optimistas» la realidad impone sus cánones. De ahí seguramente la frase expresada por un norteamericano común en reciente espacio televiso sobre el clima económico en su país: «una cosa es lo que se nos dice, y otra muy diferente la que vivimos a diario»
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.