Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Felicitar a Israel por su «independencia», o por su creación, si Vds. quieren, equivale a felicitarle por el éxito de su robo armado de Palestina y expulsión sistemática del pueblo palestino. Esto es lo que podríamos decir ante las felicitaciones presentadas por los presidentes de Estados Unidos, Francia o Costa de Marfil. Pero cuando un jefe de estado árabe felicita al jefe de estado israelí «en el día de su fundación», la única política que cabe es el silencio. No un silencio contemplativo, me apresuro a añadir, sino más bien un silencio impotente, porque ante una situación tal uno pierde completamente las palabras. Nuestro lenguaje, dicen, es un país común a todos nosotros, pero, evidentemente, es una tierra en la cual (Al-Mutanabbi acude en mi rescate de nuevo) «los jóvenes árabes se sienten extraños unos a otros en rostro, manos y lengua».
No es ésta la primera vez que se ofrecen ese tipo de felicitaciones y probablemente no será la última, eso es todo cuanto cabe esperar. Tampoco debería sorprendernos. En realidad, lo que sería sorprendente es que nos sorprendiéramos ya de algo. Aunque este año los hechos nos han superado. La mayoría de los habitantes de Gaza son los refugiados expulsados de sus hogares en 1948, lo que significa que las mencionadas felicitaciones le han llegado a quien les expulsó y se convirtió en carcelero de la mayor prisión del mundo. Esta vez hay algo muy próximo y agobiante en el fenómeno, que hace que los sofocantes túneles de Gaza, a través de los cuales un pueblo se arrastra para aprehender una bocanada de vida, parezcan más espaciosos que los túneles de la política árabe.
Uno de esos oscuros túneles políticos produjo una entrevista concedida por el designado presidente del designado gobierno palestino en Haaretz el 2 de abril de 2010. En ella lanzó afirmaciones del tipo de: «No tengo problema con la gente que cree que Israel es la tierra de la Biblia… Pero hay un montón de colinas y espacios deshabitados. ¿Por qué no construyen allí y nos dan una oportunidad para seguir con nuestra vida?». También dijo: «La principal disputa en la región no es entre nosotros sino entre moderados y extremistas» y: «Estamos trabajando para recibir a los refugiados en el estado palestino». Ese es el lenguaje de los israelíes. Algunas frases incluso se hacen eco del léxico de los colonos que afirman que están construyendo «sobre colinas deshabitadas». A mí me recuerda a uno de esos dirigentes árabes que alardean de entender el lenguaje de los estadounidenses, después de lo cual nos damos cuenta que eso significa que harán lo que Washington les pida sin cuestionar nada (algo que, desde luego, es un requisito previo para ciertos tipos de «entendimientos»).
Con consumada facilidad, el ex funcionario del Banco Mundial y actual empleado de la «comunidad internacional» ha reducido el concepto de estatalidad a «áreas deshabitadas» que es preciso equipar con los recursos necesarios para sobrevivir. Esto se ajusta perfectamente a la noción israelí de un estado palestino en los densamente poblados pedazos de los territorios palestinos. Todo lo que tiene que hacer ahora es cuchichear en un aparte que esto era necesario para impedir el aumento de elementos terroristas, y dar por entendido que el derecho al retorno de los palestinos sólo significa que los refugiados palestinos tendrían derecho a retornar a ese conjunto de retales que conformarían el estado palestino.
Hay en marcha una elaborada ilusión óptica financiada por Occidente. Se intenta que el transcurrir de la vida en los atestados enclaves palestinos se vea como algo normal, hacer que lo artificial parezca normal, imponer calma mientras la Autoridad Palestina (AP) construye edificios para el gobierno con fachadas elegantes, organizar un juego gigante de fantasía bajo la ocupación.
La idea de los bantustanes palestinos empezó como teoría. Después apareció gente que se tomó la teoría muy en serio. Como parte del proceso de defensa, intentaron demostrar que la teoría suena peor que cuando se aplica en la práctica. Quienes la habían experimentado en otras partes encontraron que ofrece una forma de vida relativamente confortable, dicen, añadiendo que cada vez se ve mejor cuando la comparas, cronológicamente, con el caos de la lucha armada popular de los últimos años y, a nivel espacial, con el destino de quienes se encuentran en Gaza bajo el bloqueo rechazándola. Naturalmente, no hacían referencia alguna a la causa nacional palestina.
El hombre que expuso esas ideas que estaban tan lejos del discurso nacional palestino fue nombrado presidente de la AP tras un golpe contra el gobierno electo. En aquellas elecciones había conseguido el 1% del voto popular. No mucho antes era el ministro de Hacienda que Washington le impuso a Arafat cuando Arafat estaba asediado en Ramala. La prensa israelí le llamó el «Ben Gurion palestino». ¿Pueden imaginarlo? Recientemente, la revista Time le colocó en el puesto diez de la lista de las cien personas más importantes del mundo. ¿Para qué? Una de las ventajas del imperialismo es su poder para vincularnos con sus categorías (como, por ejemplo, moderados y extremistas), para clasificarnos según sus grados y categorías y otorgarnos premios y honores.
La entrevista anteriormente mencionada aparecida en el Haaretz me llevó a echar una mirada a las entrevistas concedidas por las autoridades palestinas a la prensa israelí en años recientes. Fue un esfuerzo penoso y estresante y, después de dos días de paralizante lectura arrojé la toalla, aunque con la certeza de que hay un libro por ahí sobre los modelos para inculcar la personalidad colonizada y que todo lo que se necesita son investigadores y escritores con estómago para un estudio de esa clase. No soy el candidato ideal, pero desde mi breve investigación hallé que virtualmente en todas las entrevistas los funcionarios utilizaban los términos y conceptos israelíes para describir al pueblo palestino y su situación, y ofrecían concesiones gratuitas a la opinión pública israelí. Como si a todos les inspirara un deseo de congraciarse con esa opinión o, a lo sumo, cortejar la admiración de la audiencia mediante una broma pícara. Casi todas las autoridades desmintieron algunas de las afirmaciones hechas el día después de su entrevista: en árabe y sin pedir que el periódico en lengua hebrea se retractara o corrigiera lo que había aparecido en su entrevista. Los políticos con complejo de inferioridad están cada vez más intoxicados por la idea de impresionar un día a los ocupantes, aunque se despiertan al siguiente repentinamente atemorizados sobre cómo reaccionará ante tal evento el pueblo ocupado.
Desde el punto de vista de la potencia ocupante, el impostor palestino, hinchado por los elogios y palmaditas en la espalda israelíes, está cautivo de las concesiones dadas a cambio de nada más que la etiqueta de «moderado». Después, cuando empieza a dar marcha atrás bajo la mirada del pueblo palestino, los israelíes se burlan de su debilidad, le llaman mentiroso y le señalan como prueba de esos supuestamente intrínsecos rasgos árabes. Mientras tanto, sus posiciones, incluso la de airear la ropa sucia palestina ante el público israelí, criticando el caos y la corrupción interna de los palestinos y burlándose de Hamas y otras gentes, no han producido cambio alguno en la posición israelí ni nada positivo en absoluto. Las concesiones gratuitas sólo animan al adversario a presionar más y a elevar sus demandas. Desde luego, protestará y alegará que ha conseguido un logro significativo. Dirá que le ha dado a «las fuerzas de la paz en Israel» un medio para persuadir a los israelíes a aceptar la idea de un estado palestino. Lo que no dice es que esto significa regalar un estado palestino como solución al problema demográfico israelí, indicándoselo así a esos funcionarios que obligan a la prensa israelí a entrevistas conciliatorias como prueba de la existencia de palestinos moderados y flexibles que serán buenos socios para la paz, a los que siempre se podrá convencer con zalamerías para que hagan más concesiones.
Apenas hube acabado con esa investigación sobre las entrevistas, cuyo solo lenguaje se merece un estudio separado, cuando ya el presidente de la AP se había embarcado en una «ofensiva» para ganar la aprobación del público israelí. Ahora que la administración Obama ha dejado totalmente claro hasta dónde va a llegar presionando a Israel, y teniendo en cuenta que la «vida significa negociar», las negociaciones deben ser el único camino para seguir adelante. Pero en lugar de sólo negociar con el gobierno israelí, el presidente de la AP ha intensificado su «ofensiva» lanzando negociaciones con cada uno de los israelíes. Develó esta audaz y agresiva estrategia en una reunión del Consejo Revolucionario de Fatah.
El presidente de la AP se verá pronto sorprendido por una horda de negociadores. Alrededor de seis millones de israelíes, junto con asociaciones y partidos políticos, se apresurarán a urgirle que ofrezca pruebas de que realmente quiere la paz y quiere hacer aún más para garantizar su seguridad. Sin embargo, estaba evidentemente impaciente por que todo esto comenzara. El día siguiente al anuncio de esta «iniciativa» decidió apresurar a los israelíes, y quizá también a nosotros, manteniendo una entrevista por el Canal 2 de la televisión de Israel en la que enterró los últimos residuos del discurso nacional palestino de su gobierno. «No hay crisis de confianza con Netanyahu» proclamó. Sobre el derecho al retorno, dijo: «Estamos hablando de una solución justa y acordada. No se puede ser más flexible que eso» y: «Acordaremos la solución y la llevaremos ante el pueblo palestino». Dicho de otro modo, el presidente palestino le entregó a la potencia ocupante el derecho a aceptar o rechazar el principio del derecho al retorno, y lo que pondrá delante del pueblo palestino no será otra cosa que la fórmula israelí para una solución aceptable. Debe estar rezando para que Netanyahu responda de forma favorable a esta estrategia, porque no quiere que los palestinos «piensen siquiera en manifestarse». También, probablemente, tanto celo para apelar a la opinión pública judía estadounidense e israelí le va a llevar finalmente a dirigirse al AIPAC. Seguramente entonces la opinión pública israelí y los instrumentos de Israel en EEUU se darán cuenta de que el liderazgo de la AP bajo la ocupación ha renunciado a todos los instrumentos de persuasión que no sean palabras conciliatorias y que se ha rendido ante su estatus de rehén de la autoridad ocupante.
Desde luego, el final de este capítulo era de prever. Cuando se abra el capítulo siguiente, su protagonista será el hombre que abandonó el discurso nacional, que abjuró de los derechos nacionales y que vino de fuera del movimiento nacional. El ex funcionario del Banco Mundial, que alardea de ser pragmático, está ofreciendo soluciones de vida cotidiana en lugar de una causa nacional. Dice que esto es ser práctico y se regodea en la admiración del siempre tan pragmático Occidente porque no malgasta su tiempo en política, eso se lo deja a Occidente, el Cuarteto e Israel, mientras se concentra en construir estructuras económicas. Por desgracia, el aspecto económico de estos tipos de estructuras no es más que un espejismo. Esas denominadas estructuras económicas no son más que instrumentos políticos y después de que cumplan su función, las agencias que las financian las dejarán caer en el olvido.
La economía palestina en Cisjordania no es más que un camuflaje para acuerdos y medidas de seguridad. Es una economía rentista que vive de la ayuda a cambio de seguridad y servicios políticos, una economía enteramente construida a partir de subsidios del exterior a cambio de ciertas posiciones políticas, dirigida por el deseo de promover a aquellos que aceptan las condiciones israelíes y priorizan la protección a la seguridad de Israel. El hombre que promueve esta economía está implicado en política hasta las cejas, pero es la política de Occidente y el Cuarteto. Su economía se construye para servir a esa política, y de los rendimientos de la ayuda monetaria que recibe paga sueldos y construye las fachadas de instituciones económicas. Si Fatah desaprobara esto, responderá con su consumado pragmatismo concediendo a los oficiales de Fatah una mayoría de escaños en su gabinete. Este tipo de política aparentemente apolítica me trae a la mente a aquellos que pidieron al pueblo palestino, a través de los medios israelíes, que abandonaran la resistencia, que tanto enoja a los israelíes y destruye sus casas, y combatieran a los «extremistas» y a la Organización para la Liberación de Palestina. Su eslogan para esta campaña era «Queremos vivir».
El «amor por la vida» llega a través de dos categorías: una para los estados agresores, como Israel, y otra para sus víctimas, como Palestina. En la primera no hay contradicción entre el amor por la vida y la política y la participación política, nacionalismo, religiosidad y laicismo; literatura y arte; nihilismo y disolución; ejército, parlamento y procesos electorales; industria, agricultura y ciencias e incluso guerra si es necesario. Eso se aplica a Israel tanto como a EEUU. Para los pueblos ocupados, por otra parte, el «amor por la vida» tiene que practicarse a distancia de la política, de las armas y de la resistencia, de las empresas nacionales y la producción autónoma. Esta forma de vivir la vida toma sus símbolos de la cocina –kebab, humus y tabuleh-, tiene que ver con manifestaciones de jolgorio y alegría, y de competiciones para otorgar regalos y premios a las elites. La ocupación ama los cafés y restaurantes bulliciosos y abarrotados de Ramala y proyecta películas en esos vibrantes locales como prueba de la vida detrás de las barreras.
Cuando la vida se reduce a esta categoría de «queremos vivir», tienes que fabricarla, porque no tiene medios para regenerarse. No puede haber vida bajo ocupación sin luchar contra la ocupación. Sin independencia ni soberanía nacional, la pena y la alegría y la vida misma sólo pueden existir dentro del contexto de un proyecto por la independencia nacional. Cuando eso se abandona o deshace, todo lo que consigues es un artificioso festival folklórico que se hace pasar por auténtico y por amor a la vida.
El negocio de las relaciones públicas, que es una ciencia en EEUU, se esfuerza por aislarse de la verdad, por amortiguarse contra la conciencia y por permanecer indiferente a lo que no sea un hecho o ficción de marketing. Es una rama aplicada del instrumentalismo, y el mercado y la cosificación de las relaciones humanas son su campo y medio de aplicación. Su función es encontrar una vía para comercializarlo todo, para crear un paquete vendible hasta para las cosas estética o moralmente más repugnantes. Pero incluso a las más imaginativas de las mentes de las relaciones públicas les resultaría difícil empaquetar para que cause admiración el plato más grande de musajan de Ramala o la kunafa estilo Nablus, o ponerse en cuclillas para comer aceitunas y queso junto con el pueblo como forma de lucha nacional. No necesitas decirle a la gente qué tipo de alimentos comen, al igual que no tienes que decirle que el cielo es azul o que ellos «quieren vivir». No necesitar comercializar lo obvio. No hay necesidad de relaciones públicas, redactores o incluso dirigentes políticos que le digan al pueblo lo que ya forma parte de su conciencia diaria.
La labor de los dirigentes políticos es ayudar a la gente a que responda a preguntas como: «¿Cómo podemos vivir?» «¿Cómo deberíamos vivir?» «¿Nos permitirá la potencia ocupante alguna vez vivir con el esfuerzo de nuestros propios brazos?» «¿Quién va a financiar todas estas instituciones económicas una vez que los países donantes pierdan interés por ellas?» «¿Quién financiará 200.000 puestos de trabajo que sirven de apoyo a más de un millón de personas que están viviendo en la esperanza de que la supuesta comunidad internacional apoye un acuerdo injusto?» «¿Qué será de nosotros sin el resto de nuestro pueblo?» «¿Qué pasa con nuestras obligaciones hacia los refugiados y hacia Jerusalén?» «¿Qué clase de vida le espera a un pueblo que entrega su soberanía a cambio de unas migajas?». Su trabajo no es vender apatía empaquetada como «Queremos vivir». De todas formas, es un producto barato y como todas las cosas baratas tiene un período muy corto de vida.
Fuente:
http://weekly.ahram.org.eg/
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