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Crisis en Egipto

El factor Hermanos Musulmanes

Fuentes: Asia Times Online

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R.

Un millón de personas marchó por las calles en El Cairo este martes, un millón más marchará hacia el palacio presidencial egipcio en Heliópolis el próximo «Viernes de la Partida». El grafiti más común -pintado también sobre los tanques Abrams estadounidenses de color caqui- así como la consigna más popular, sigue siendo «el pueblo quiere que caiga el sistema». Parece que el ejército ha elegido su lado, afirmando tácitamente que «no recurrirá a la fuerza contra nuestro gran pueblo».

Con el barril Brent de petróleo rompiendo la barrera de los 100 dólares por primera vez desde septiembre de 2008, los temores crecientes sobre el flujo del petróleo por el Canal de Suez, bancos, escuelas y la bolsa cerrados, comités populares dirigiendo la seguridad, la quema de sus uniformes por algunos policías que se suman a las protestas y filas de activistas, manifestantes y blogueros gopeando con furia los teclados para transmitir la palabra (antes de que el presidente Hosni Mubarak tuviera la «valentía» de cerrar el último servidor de Internet en funcionamiento), la revolución egipcia puede estar acercándose a la fase final.

La estrategia del faraón y su «sucesor», Omar «el torturador suave», Suleiman de utilizar al ejército para intimidar, y luego recuperar la calle, sólo podría tener éxito si el Nilo se tiñera de sangre esta semana. Parece poco probable. A pesar de todo esta implacable dictadura militar hará todo lo posible por aferrarse al poder.

Tal como lo ve la multiforme calle egipcia, no se trata de que, como señala de modo tan curioso el Wall Street Journal, «tal vez la nueva fase sea feliz para Washington». A esas masas en la Plaza Tahrir (Plaza Liberación) que protestan arriesgando sus vidas no les importa un rábano, lo mismo que no les importa un rábano la seguridad de los suministros de petróleo a Occidente o la seguridad de Israel. Se trata de Egipto, no de EE.UU.

El domingo, el presidente de EE.UU., Barack Obama instó a un dócil «cambio en el gobierno de Egipto», mientras las calles gritan «¡fuera el dictador!». Al-Jazeera tuvo que salir con un editorial en el que recuerda a todos que la definición de «reforma» de Obama simplemente no puede significar el mismo régimen corrupto/represor con un retoque.

Estamos ante una situación revolucionaria clásica; los que están arriba no pueden imponer su voluntad como solían hacerlo, los muchos que están abajo se niegan a ser dominados como lo hacían. Infinitamente desconcertadas, las capitales de EE.UU. y Europa pueden agregar en el mejor de los casos cantos de fondo al revuelo de la calle. La calle quiere una vida política e institucional sólida y poder ganarse la vida decentemente en un entorno menos corrupto. Y resulta que es imposible bajo las reglas inmutables del juego: el sistema de «nuestro» dictador apoyado por el Occidente industrializado.

Entre sonsas teorías conspirativas como que la revolución egipcia está financiada por el lobby judío, la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU., el financiero estadounidense George Soros, o todos juntos, a la calle egipcia no puede importarle menos si el faraón decide o no «dirigir una transición ordenada»; no aceptará nada menos que su pasaje sin retorno, tal vez para abrazar a sus amigos en la Casa de Saud. Especialmente ahora que la calle ha visto cómo, con Suleiman, Mubarak está imitando al Shah de Irán en 1978, cuando instaló a Shapour Bakhtiar como primer ministro (y no funcionó).

Hablad con la Esfinge

El futuro camino sensanto apunta a una alianza cívica egipcia dominada por todos los sectores opuestos al régimen (virtualmente todos los del país) y el componente inevitable, el ejército. Por mucho que sectores del establishment en Washington y los medios corporativos de EE.UU. hayan estado elucubrando frenéticamente, no existen condiciones objetivas para una toma del poder islamista; es simplemente estúpido.

Washington puede estar a punto de dar luz verde a Mohamed El-Baradei -crucialmente apoyado por los Hermanos Musulmanes-. Pero ni siquiera la Esfinge de Giza sabe si esto será suficiente para la calle.

El-Baradei es una persona extraña y creíble. Durante los duros años del faraón estuvo en el extranjero. No es pusilánime, y se mantuvo firme estoicamente con respecto a Irán contra el gobierno de George W. Bush como jefe del Organismo Internacional de Energía Atómica. El-Baradei, galardonado con el Premio Nobel de la Paz de 2005 en realidad puede emerger como «puente» antes de unas elecciones libres y limpias, una nueva constitución y un nuevo orden en Egipto.

Pero no hay evidencia de que vaya a urdir una política económica muy diferente de la del usual engaño del «ajuste estructural» del Fondo Monetario Internacional-Banco Mundial, con muchas sospechosas privatizaciones mezcladas con ese mantra nebuloso de Davos: «buena administración». Si es así, la calle tenderá a enfurecerse realmente, de nuevo.

Por el momento, no hay mucha evidencia de que Egipto pueda seguir el camino de Irán en 1979. La izquierda secular estuvo a cargo del gobierno post revolucionario de Irán (en Egipto, la izquierda está diezmada por la represión). Irán sólo se convirtió en una república islámica meses más tarde, después de un referendo nacional (si eso sucediera, los egipcios apoyarían abrumadoramente una república secular). La perspectiva más probable, positiva, es que en 2012 Egipto, políticamente, pueda parecerse más a Turquía.

Esto nos deja con la candente pregunta sin respuesta que está por encima de todas: ¿cuál será el papel post revolucionario de los Hermanos Musulmanes (HM)?

Hermanos al rescate

Los HM provocan un miedo total en todo Occidente porque el régimen de Mubarak siempre los asimiló efectivamente con al-Qaida. Es ridículo.

La HM fue fundada por Hasan al-Banna en el puerto de Ismailia en 1928 -luego se trasladó a El Cairo-. Su preocupación inicial fue concentrarse en servicios sociales, estableciendo mezquitas, escuelas y hospitales. Durante las últimas décadas, la HM logró convertirse en la fuerza política fundamentalista más importante del mundo suní. También es el mayor partido disidente de Egipto, con 88 escaños de los 454 de la cámara baja del Parlamento.

La HM no apoya la violencia -aunque lo hizo en el pasado, hasta los años setenta-. El aura de violencia se relaciona sobre todo con el legendario Sayyid Qutb, considerado por muchos como padre espiritual de al-Qaida. Qutb, crítico literario que había estudiado en EE.UU., se unió a la HM en 1951 y se separó años más tarde.

Las ideas de Qutb eran radicalmente diferentes de las de al-Banna -especialmente su concepto de una «vanguardia» que tiene más de Lenin que de El Corán-. Estaba convencido de que la democracia era «un fracaso» en el mundo islámico (a diferencia de la abrumadora mayoría de los egipcios en la actualidad, que luchan por la democracia; la HM, además, participa plenamente en la sociedad civil y política.) Qutb ni siquiera se califica como el pensador islamista moderno más influyente; el Islam político dominante, personificado por la autoridad del imam de al-Azhar en El Cairo, lo refutó despiadadamente.

Contrariamente a la propaganda neoconservadora estadounidense, la HM tampoco tuvo nada que ver con los movimientos fascistas en la Europa de los años treinta o con partidos socialistas (en realidad está a favor de la propiedad privada). Es sobre todo un movimiento nativo urbano, de la clase media baja, tal como lo define el profesor de la Universidad de Michigan, Juan Cole. Incluso antes de la revolución, la HM estaba comprometida con el derrocamiento del régimen de Mubarak, pero pacífica y políticamente.

Los Hermanos Musulmanes iraquíes, fundados en los años treinta en Mosul, ahora es el Partido Islámico Iraquí y un protagonista político importante que siempre ha mantenido un diálogo con Washington. Y en Afganistán, el partido Jamiat-I Islami fue inspirado por la HM.

Los HM ciertamente no rechazan la tecnología y la innovación intelectual.

Está verdaderamente por todas partes en las calles de la revolución egipcia, pero con mucho cuidado de no mostrar una actitud «descarada». Según el portavoz Gamel Nasser, se considera sólo un pequeño sector de la revolución. Y la revolución tiene que ver con el futuro de Egipto, no del Islam.

Algunos podrán argumentar una vez más que es lo mismo que lo que decían los mulás en Teherán en 1978/1979. Indudablemente el shah fue depuesto pràcticamente por todos los sectores de la sociedad, incluido el Partido Comunista. Entonces los teócratas se hicieron cargo, violentamente. Según sus antecedentes, durante las últimas tres décadas, no existe evidencia de que la HM tendría el alcance necesario para intentar la misma acción.

A los extranjeros les cuesta imaginar lo brutal que ha sido la máquina de represión de la policía estatal de Mubarak. El sistema se basa en 1,5 millones de policías, cuatro veces la cantidad de miembros del ejército. Sus salarios se pagan en gran parte con los 1.300 millones anuales de «ayuda» de EE.UU., que también ha servido para reprimir duramente a la clase trabajadora y en general a cualquier organización progresista.

Esta situación ha existido desde mucho antes de Mubarak. La historia formulará preguntas directamente al fantasma del ex presidente Anwar Sadat. Éste creó una «trifecta» para hacer que sus políticas intifah (puertas abiertas) funcionaran; el FMI le aconsejó que creara una economía rudimentaria de exportación, manipuló la religión para extraer fondos de Arabia Saudí y así aventajó a los HM, y obtuvo miles de millones de dólares de EE.UU. por llegar a un acuerdo con Israel. La inevitable consecuencia crucial de todo esto es que fue un monstruoso Estado policial dedicado, entre otras joyas represivas, a una lucha brutal contra las organizaciones de la clase trabajadora.

Y este es el antídoto para al-Qaida

Incluso mientras la devastaban durante las décadas de Sadat y Mubarak, los HM por lo menos conservaron una estructura. En las elecciones libres y limpias, los HM ciertamente conseguirían por lo menos un 30% de los votos.

A los medios corporativos globales les vendría bien desplazarse a la central de los Hermanos Musulmanes en El Cairo, en El Malek El Saleh, y aprender algo. El nuevo jefe de los HM, Mohamed Badie, se preocupa más del área social que de la política. Sobre la posibilidad de que Egipto acabe siendo un Estado islámico, insiste en que la decisión será «del pueblo».

A diferencia de Badie, Sherif Abul Magd, profesor de ingeniería en la Universidad Helwan y jefe de los HM en Giza, fue mucho más locuaz al hablar con el periódico italiano La Stampa. Tuvo cuidado de destacar que los manifestantes no deberían oponerse a los militares. Subrayó que «nuestro pueblo ya controla las calles».

Sobre todo bosquejó la estrategia de los HM para la próxima etapa; a un primer ministro interino deberían agregarse cinco jueces para establecer un comité presidencial encargado de reescribir la constitución y luego de convocar a elecciones para el Parlamento y la presidencia.

Magd fue inflexible: «Un Estado islámico no está en conflicto con la democracia, pero el pueblo debería poder elegirlo». Washington ya lo sabe, pero en todo caso se alarmará porque los HM no creen en ese famoso cadáver geopolítico: el proceso de paz israelí-palestino; «la paz es imposible sin un acuerdo con Hamás». En cuanto a al-Qaida: «actualmente sólo es una invención de la CIA para justificar la guerra contra el terror».

La calle árabe sabe -y en gran parte aprueba- que los HM se han opuesto permanentemente a los acuerdos de Camp David de 1978 y no reconocen a Israel. Estratégicamente, los HM ha comprendido que es contraproducente destacarse ahora; otra cosa es en el futuro. El punto crucial es que los HM se oponen firmemente a la violencia contra los civiles, y por lo tanto rechaza con firmeza a al-Qaida. Unos HM que rechazan la violencia y que son muy activos en la política civil en Egipto posiblemente no asustará a Occidente. Como partido establecido del Islam político, los HM podrían ser el mejor antídoto para fanáticos al estilo de al-Qaida.

Al contrario de lo que dicen las sirenas alarmistas de derecha, ningún «fervor islámico» envuelve a Medio Oriente. Al contrario, lo que se ve actualmente es mucha corrupción moral, que para colmo está del lado equivocado de la historia.

La posición de Israel se explica por sí misma, desde el Jerusalem Post que describe la revolución egipcia como «el peor desastre desde la revolución de Irán», hasta un columnista del periódico Ha’aretz que vocifera que Obama traicionó a «un presidente moderado egipcio que se mantuvo leal hacia EE.UU., promovió la estabilidad y alentó la moderación».

En cuanto al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, telefoneó a Mubarak para decirle cuánto lamenta todo este lío; y luego ordenó a sus matones que impidieran que los palestinos manifestaran su apoyo a la democracia en Egipto.

No cabe duda, con los HM como parte de un gobierno egipcio, un gobierno egipcio verdaderamente soberano, el tratado de paz entre Israel y Egipto será volverá a negociar (los HM están a favor de un referendo). Y así llegamos al meollo de la cuestión. Después de esta revolución, los intereses de EE.UU. e Israel posiblemente no podrán converger, ni siquiera como una ilusión óptica.

No es una revolución antiestadounidense; es una revolución contra un régimen apoyado por EE.UU. Un gobierno post Mubarak legítimo y soberano posiblemente ya no podrá ser un títere de Washington, con todas las implicaciones regionales que esto significa. Y eso va mucho más allá de los Hermanos Musulmanes. Tiene que ver con el corazón milenario del mundo árabe que posiblemente está al borde de un drástico cambio radical.

Pepe Escobar es autor de «Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War» (Nimble Books, 2007) y «Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge». Su último libro es «Obama does Globalistan» (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected].

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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Middle_East/MB02Ak03.html