Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal
Los trabajadores, titulaba Esther Celma en Público el pasado domingo 1 de Mayo [1], vinculan las «incidencias» de la nuclear de Ascó a la política de subcontratación, a la enorme cantidad de empresas subcontratadas en cascada por Asociación Nuclear Ascó-Vandellòs (ANV), el organismo gestor de la central que es propiedad de Endesa. La central que está parada desde el 19 de marzo de 2011, Ascó realiza una parada cada año y medio, para retirar las barras de uranio gastado, recargar el reactor y realizar el mantenimiento.
Lo sucedido el jueves 28 de abril de 2011: Una válvula que se abrió por un error hizo llegar unos 25.000 litros de agua contaminada hasta los tobillos de 14 trabajadores del reactor 1 de la nuclear de Ascó (Tarragona). Los trabajadores vinculan el incidente «a la gran cantidad de empresas subcontratadas que operan en la central durante las paradas programadas del reactor…la dificultad de controlar tantas empresas subcontratadas, con trabajadores de las más variadas especialidades y cada uno con sus propios jefes». Además de los 1.200 trabajadores de la nuclear, participan 1.100 trabajadores de… ¡46 empresas auxiliares! ¿Por qué? Por lo de siempre: el balance nunca saciado de costes (reducidos) y beneficios (incrementados).
Es el segundo incidente que se registra en los últimos 15 días. El 14 de abril se originó un pequeño incendio en un cuadro eléctrico que, según parece, no tuvo consecuencias graves. El escape del jueves obligó a evacuar a todas las personas que se encontraban en el edificio de contención del reactor 1. Un portavoz del CSN ha asegurado que «el agua les cubrió las botas y los cubrebotas, pero en ningún caso alcanzó la piel»
El incidente más grave que ha sucedido en Ascó, de nivel 2, se produjo en 2007, con escape de partículas radiactivas al exterior.
No se trata ahora de confeccionar ninguna relación exhaustiva. Ni mucho menos. Pero sí de llamar la atención sobre la falsa idea de que los únicos accidentes nucleares de importancia han sido los de Chernóbil, cuyas consecuencias siguen en pie de consideración y de medida, y Fukushima, cuyas dimensiones, sabido es, están lejos de estar delimitadas. A título de ejemplo vale la pena citar los siguientes [2]:
Por otra parte, antes de Chernobil ocurrió otro importante accidente nuclear en 1979, en la Isla de las Tres Millas, en Harrisburg. ¿Qué pasó allí?
No sólo ese, no sólo el accidente de Harrisburg fue un accidente muy importante. A partir de mediados de la década de los 50 comenzaron a producirse graves accidentes en plantas nucleares de los Estados Unidos, en lo que entonces era la URSS, en Canadá, en Gran Bretaña y en Japón, accidentes que afectaron seriamente a los seres humanos y al ambiente. Los principales accidentes acontecidos en centrales nucleares, cito de memoria, han sido los de Mayak en 1957, en los Montes Urales, en Rusia; en Windscale también en 1957 -rebautizado más tarde como Sellafield, Seascale village–, en Gran Bretaña; el importante accidente del que hablabas en Three Mile Island, en 1979, en Harrisburg, Pensilvania, EEUU, con una magnitud de 5 según la escala INES, y con riesgo fuera del emplazamiento; el ya citado accidente de Chernóbil en 1986 con una magnitud 7 según la escala INES y considerado un accidente grave, y el de Tokaimura, en Japón, en 1999, con una magnitud 4 según la escala INES y sin riesgo significativo fuera del emplazamiento, aunque sí hubo personal irradiado en el interior.
También lo ocurrido recientemente, en verano de 2007 en Japón, merece destacarse. Podemos hablar más tarde de ello si te parece.
De acuerdo, hagámoslo. Pero, ¿qué escala es ésa que has citado?
La escala INES, la Escala Internacional de Accidentes Nucleares, fue introducida por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y mide la gravedad de los accidentes nucleares. A mayor valor numérico, mayor peligrosidad del accidente.
En España, ¿cuántos accidentes se han producido?
En las instalaciones nucleares españolas ha habido desde la instalación de la primera central nuclear «José Cabrera» en 1968 un total de 27 sucesos catalogados todos ellos en el nivel 1, a excepción del ocurrido en la Central Nuclear de Trillo, en 1992, que fue de nivel 2.
También existió un accidente no catalogado en la Junta de Energía Nuclear, en los tiempos de la dictadura, que vertió cantidades indeterminadas de radiactividad al pequeño río Manzanares, cantidades que llegaron al Tajo y se detectaron en Lisboa. Algún historiador debería indagar los hechos, pues forman parte de los formas de proceder de la época.
Por cierto, muestra de las actividades de la JEN se han encontrado recientemente en zonas contaminadas radiactivamente en el campus de la Universidad Complutense, muy cercano a la ubicación de la Junta.
De los accidentes que antes citabas, ¿cuáles te parecen más destacables? ¿Qué sucedió en ellos?
En Mayak, cerca de Cheliabinsk, en los Montes Urales, el complejo nuclear más grande del mundo, ha sufrido grandes desastres, con episodios de contaminación ambiental que han tenido graves consecuencias para la salud. En septiembre de 1957 se produjo uno de los accidentes nucleares más importantes de la historia. Un tanque de almacenamiento, que contenía 300 m3 de residuos de alto nivel radioactivo, explotó liberando casi la mitad de radiación de Chernobyl, con la difusión de 74.000 TBq [2] de radioactividad en un área de unos 23.000 km2. Como consecuencia, más de 270.000 personas quedaron afectadas y alrededor de 10.200 tuvieron que ser evacuadas. Según el Instituto de Biofísica del Ministerio de Salud ruso, en 1992 habían fallecido 8.015 personas como resultado de la exposición a las elevadas dosis de radiación.
Luego se produjo el accidente de Windscale, que fue también en 1957.
En este caso fue el incendio de uno de los reactores de grafito de la central el que provocó la emisión de acerca de 600 TBq de iodo 131, 45 TBq de cesio 137 y 0,2 TBq de estroncio 90. Las cifras relativamente altas de iodo fueron especialmente preocupantes ya que el día después del accidente este elemento fue hallado en la leche, con una radiactividad de hasta 50.000 Bq/l en granjas ubicadas a 15 Km del reactor. En base a la valoración de las dosis recibidas, se estima que hubo decenas de muertes en el Reino Unido debidas a la radiación emitida tras el accidente, aunque este dato no pudo ser verificado a nivel epidemiológico. Da idea de la importancia de aquel accidente el que la nube radiactiva llegó a detectarse en Copenhague, si bien ignoramos todo de los efectos que pudo causar.
Años después, en 1979, se produjo el accidente de la Isla de las Tres Millas, en Harrisburg, Pensilvania, en Estados Unidos.
Efectivamente, en marzo de 1979, el reactor PWR de la central de Harrisburg sufrió una fusión parcial. Las bombas principales de agua de alimentación dejaron de funcionar a causa de una avería que impidió la retirada de calor del sistema de generación de vapor. La válvula de descarga de presión se abrió, emitiéndose una nube radiactiva de 0,5 terabecquerelios, compuesta fundamentalmente por radionúclidos de vida corta. La dosis recibida en el momento del accidente a pocos kilómetros de la central fue de 0,25 mSv de promedio. Ninguno de los estudios llevados a cabo mostraron una evidencia de asociación entre la incidencia de cáncer alrededor de la central y la emisión de radiación. Por el momento, el único impacto en la salud atribuible a Three Mile Island, en absoluto despreciable, ha sido el estrés mental en las personas que vivían en los alrededores de la central, particularmente en mujeres embarazadas y familias con niños.
Sin embargo, el seguimiento de la población no debería abandonarse. Aunque la dosis de radiación colectiva recibida por la población en un radio de 80 Kilómetros cuadrados fue pequeña, un accidente de este calibre produce enormes cantidades de residuos, pudiendo llegar a producir más de un millón de litros de agua contaminada.
Hablabas también del accidente de Tokaimura, en 1999 creo recordar.
Este accidente, que ocurrió a 120 kilómetros al noreste de Tokio, no lejos de Naka-machi, se considera el más grave después del de Chernóbil. Su causa fue la reacción en cadena que se produjo por la decantación de una cantidad anormalmente elevada, de 16 kg, de solución de nitrato de uranio enriquecido debido a un error humano en su manipulación. La cantidad superó muy ampliamente el valor de seguridad, algo más de 2 kilos, y los dos obreros de la central que participaron en el proceso fallecieron al recibir dosis letales.
Por cierto, sobre el accidente de la planta de Tokaimura, en el que se evacuó a 161 personas residentes en las cercanías de la instalación y se alertó a la población, unas 300.000 personas, dentro de un radio de 10 Km, para que permaneciese en sus casas, el Informe al respecto de los inspectores de la AIEA constata que se produjo por la manipulación de uranio enriquecido hasta un 19% en U-235, en cantidades tales que superaron la masa crítica, iniciándose una reacción de fisión. Asimismo se consigna que dicha planta llega a enriquecer uranio hasta un 50%.
Mi pregunta es, Salvador, ¿para qué enriquece Japón uranio hasta estos niveles? Tanto que se habla ahora del control de los países que pretender enriquecer uranio y tan poco que se mentó el caso nipón. Quizá se deba a que está en el eje del bien…
Probablemente, muy probablemente. La cercanía o pertenencia a los Imperios, y la subordinación a sus intereses, suele facilitar las cosas. En cuanto a accidentes militares nucleares.
Durante las últimas décadas ha habido múltiples accidentes militares con emisiones de radiaciones ionizantes elevadas y repercusiones importantes tanto en el medio ambiente como en la salud de las personas expuestas. En España tenemos el ejemplo de Palomares del que hablábamos anteriormente.
¿Puedes citar otro accidente militar importante?
El de Thule, al norte de Groenlandia, el 21 de enero de 1968. El accidente de Palomares contrasta, precisamente, con el segundo incidente nuclear del ejército de los EEUU -también del tipo «flecha rota»-, en este caso, en la base aérea de Thule. Aquí el criterio de radioprotección ambiental aplicado fue mucho más estricto. El accidente de un avión B52 que contenía cuatro bombas termonucleares provocó la contaminación de unas 20 hectáreas de la superficie helada de la Bahía de la Estrella Polar por unos 3,6 kilos de plutonio 239 dispersado. En este caso, durante cuatro meses se procedió a retirar todo el material contaminado que fue posible quitar del hielo, nieve, agua y restos del accidente, aproximadamente unos 6.700 m3, que fueron transportados a un cementerio atómico. No obstante, las autoridades danesas estimaron que el plutonio restante contaminó el medio acuático hasta unos 20 kilómetros del lugar del accidente.
Cabe también citar, aunque algunos sean «semimilitares», la contaminación por plutonio ocasionada por la caída, por accidente o fin de su vida útil, de satélites artificiales alimentados de energía por pilas de plutonio que les permiten una muy prolongada autonomía e intensas actividades de observación y emisión telemática.
Nos falta comentar el reciente accidente de Japón, el que se produjo a finales de julio de 2007. Un terremoto de intensidad 6,8 golpeó la provincia de Niigata, en la isla de Honsu, a 200 km de Tokio, y puso fuera de funcionamiento Kashiwazaki-Kariwa, una gigantesca planta nuclear, una de las más grandes del mundo. Nueve personas fallecieron, un millar fueron heridas, a causa del terremoto. Se destruyeron o dañaron unas 800 casas. Vías y puentes quedaron impracticables, se cortó el suministro de agua, gas y electricidad, se averiaron instalaciones industriales de la zona. Pero la secuela más grave tuvo que ver con la industria nuclear. El accidente, según el mismísimo The New York Times, generó preocupación sobre la seguridad de ‘lo nuclear’. La planta, propiedad de la TEPCO, Tokyo Electric Power Company, posiblemente esté situada encima de la línea de una falla sísmica. Los informes elaborados en aquellos momentos hablaban de fugas radiactivas, de conductos obsoletos, de tuberías quemadas, aparte de los incendios. Varios centenares de barriles de residuos radioactivos se vinieron abajo. Marina Forti, una informada periodista especializada en problemas ecológicos y mediombientales que colabora regularmente en el admirable diario comunista italiano Il Manifesto, escribió un magnífico artículo que tituló así: «Japón: el desastre en la central nuclear más grande del mundo acaba con uno de los últimos mitos de la industria nuclear».
Sí, lo recuerdo. Leí la traducción del artículo que se publicó en www.sinpermiso.info y más tarde en www.rebelion.org. Forti hablaba de más de 1.000 litros de agua radioactiva vertidos al mar, no del litro y medio del que se habló el primer día después de lo sucedido, y, como decías, de fugas de isótopos radiactivos en la zona. Los mismos dirigentes de la central, aunque les costó, lo admitieron finalmente: eEl terremoto provocó un desastre. La planta, a finales de agosto de 2007, con sus siete reactores nucleares, sigue cerrada. Lo sucedido no fue una «pequeña fuga» radiactiva, sin consecuencias para el medio ambiente. Tardaremos en saber todo lo sucedido y cuáles han sido sus consecuencias.
Una agencia informativa japonesa ha divulgado que un centenar de barriles de escoria de baja radiactividad resultaron afectados por el terremoto. Otros, sin precisar el número, se desprecintaron. Un portavoz de la empresa admitió, finalmente, que «sólo» la mitad de los 22.000 barriles almacenados cerca de la central (es decir, ¡11.000! barriles) estuvieron bajo control los días siguientes al accidente. Admitió también que se habían producido emisiones a la atmósfera de «pequeñas cantidades» de sustancias radioactivas como cobalto 60, yodo y cromo 51. Unas doce mil personas tuvieron que ser evacuadas de Kashiwazaki, ciudad que cuenta con 95.000 habitantes y está situada al lado de la central.
Pero las centrales se diseñan para que puedan resistir terremotos.
Sí, eso lo que dijo el portavoz de TEPCO: los reactores de la central fueron diseñados para resistir terremotos, pero sólo, insistió, hasta determinada intensidad, inferior a la magnitud del seísmo registrado aquel lunes de finales de julio de 2007. Con ello, lo señalaba Forti y yo estoy de acuerdo, se ha desplomado otro de los últimos mitos sobre la seguridad de la industria nuclear, el mito de que es posible construir plantas capaces de resistir todo tipo de terremotos.
El ahora ex primer ministro japonés, Shinzo Abe, un político muy conservador, declaró poco después que creía que las centrales nucleares sólo podían ser gestionadas con éxito contando con la confianza de la ciudadanía. Aceptémoslo. Espero entonces, deseo, quiero creer, debemos hacer lo posible, para que esa confianza ciudadana cada día sea menor. En Japón y en cualquier otro lugar. Aunque nunca sobran, nos sobran las razones para ello. En este caso, lo razonable es la desconfianza. La confianza sin argumentos es ciega, un irresponsable brindis al sol.
De hecho, en un viejo artículo tuyo publicado como nota editorial en el número 8 de mientras tanto -«El síndrome de Tsuruga (Energía nuclear y violencia institucional)»- hablabas de que el secreto y la tergiversación empresarial y gubernamental sobre los riesgos ambientales y sanitarios de determinadas actividades industriales» había sido puestos en evidencia de forma notoria durante un accidente nuclear en otra central japonesa, en la Tsuruga. En esta ocasión, entre el 10 de enero y el 8 de marzo de 1981, ocurrieron fugas de líquidos radiactivos, pasando unos 40.000 litros desde los depósitos de residuos de la central a las cloacas de la vecina ciudad de Tsuruga, donde entonces vivían unas 100.000 personas. El accidente, entonces el más grave desde el comienzo de la nuclearización nipona, no fue conocido por los habitantes de la ciudad, ni por la ciudadanía en general, hasta el 20 de abril; aproximadamente, unos 100 días de su inicio. De hecho, se ha sabido posteriormente, la empresa propietaria de la central, la Compañía Japonesa de Energía Atómica, conocía perfectamente los hechos desde el principio e hizo todo lo posible para ocultarlos.
Admitámoslo, Salvador. Mal que nos pase, y desde hace ya tiempo, los tiempos no están cambiando. En España, durante la transición, no hubo ruptura; en muchos otros temas esenciales, tampoco. La mentira no sólo es el usual lenguaje de algunos dirigentes políticos sino también la jerga básica de las grandes corporaciones.
Un apunte final: Ecologistas en Acción han pedido el cierre de Ascó. Sus razones: «se trata de un accidente sumamente grave ya que existe un riesgo inherente para la salud de los trabajadores por la dispersión inevitable de material radioactivo. A pesar que el circuito primario disponga de filtros de resinas de intercambio iónico que tienen como función la retención, a priori, de la radioactividad, existen tres tipos de isótopos radioactivos que pueden escapar al filtraje». Se trata del tritio, del iodo 131 y el cesio 137, que también han sido liberados en el accidente de Fukushima». Aunque se ha comunicado la retirada del agua contaminada del pozo seco, prosigue el comunicado de EenA, «no se ha determinado cual ha sido su nuevo destino». El colectivo ecologista exige nuevamente el cierre inmediato de la central. ¿No les parece que la petición es razonable?
Notas:
[1] http://www.publico.es/
[2] Tomado de ERF y SLA, Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y en el medio ambiente, El Viejo Topo, Barcelona, 2008.
[3] TBq: terabecquerelio. 1 TBq = 1012 Bq, es decir un billón de becquerelios.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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