(En solidaridad con David Benavides) David Benavides es un profesor titular de Informática de mi universidad que el pasado 24 de mayo de 2011 se encontraba, junto a otros más, en el interior del recinto universitario, más concretamente en la zona donde se ubica el rectorado, en una concentración pacífica convocada por la Asamblea de […]
(En solidaridad con David Benavides)
David Benavides es un profesor titular de Informática de mi universidad que el pasado 24 de mayo de 2011 se encontraba, junto a otros más, en el interior del recinto universitario, más concretamente en la zona donde se ubica el rectorado, en una concentración pacífica convocada por la Asamblea de Profesorado Interino para pedir el reconocimiento pleno de su docencia. En un momento dado, y en contra de usos que incluso se respetaban en la dictadura, la policía entró allí y David hizo algunas fotos. Dos agentes le reclamaron la cámara y David, con las manos arriba, se negó a dársela, lo que hizo que fuera detenido. Según él mismo relató en una carta, lo arrastraron con fuerza, lo insultaron y tuvo que soportar vejaciones diversas.
Cuando fue liberado escribió una carta abierta de agradecimiento a la Policía porque esa detención le había proporcionado «un baño de afecto que me durará mucho tiempo» y también, según decía en ella, porque la Policía le había hecho un regalo al enseñarle «que al pedir justicia y recibir violencia hay que responder con más justicia, más cariño, más solidaridad y más lucha».
Ahora, casi dos años más tarde, David Benavides ha sido condenado a 20 días de multa a razón de 6 euros diarios por «desobediencia a agentes de la autoridad».
Como pueden suponer fácilmente los lectores de esta historia, el hecho de que el profesor condenado se llame igual que el modesto pastor de la leyenda bíblica es puro azar. Pero lo que no es ni mucho menos casualidad es que junto a David existan hoy día muchos otros Goliat, que como el filisteo se creen todopoderosos y que nunca son condenados por desobediencia, a pesar de que ellos suelen hacer más bien lo que les viene en gana y saltarse a la torera las leyes de autoridades a las que se supone que también deberían obedecer.
No será condenado nunca por desobedecer el Goliat Botín, que afirma campante que mantiene activo al consejero delegado de su banco, y que afirma que lo seguirá manteniendo ocurra lo que ocurra, a pesar de haber sido condenado en firme, de haber sido indultado después de manera irregular o de estar incumpliendo reiteradamente la normativa del Banco de España que le impide ejercer la responsabilidad bancaria que ocupa.
No serán acusados nunca por desobedecer a la autoridad otros Goliat como la delegada del gobierno en Madrid, Sra. Cifuentes, que tiene la costumbre de acusar o injuriar sin prueba alguna a las personas a las que debería defender. Ni tampoco los jueces que retrasan los expedientes o que los pierden para que los poderosos imputados por delitos de cuello blanco disfruten tantas veces de prescripciones del delito que les permiten salir airosos de sus tropelías. No serán condenados como David los Goliat más poderosos de nuestro tiempo, los banqueros, que han engañado y arruinado a miles de personas, porque la autoridad son ellos y no se persigue en estas tierras a quien solo se desobedece a sí mismo. No tendrán que pagar multas por desobediencia, por magras que sean como la de David, los propios agentes de la autoridad que desobedecen y no se identifican cuando intervienen. Ni por supuesto cometerán desobediencia alguna que sea sancionable los otros agentes que se introducen en las manifestaciones para provocar violencia que luego permitan confundir a justos por pecadores. Todo lo contrario: están obedeciendo. Ni tampoco serán multados, por lo que se ve, los diputados que se quedan con el dinero de la gente cobrando dietas como si vivieran fuera de Madrid cuando en realidad tienen allí viviendas de su propiedad. No serán condenados por desobediencia los Goliat que utilizan los medios de comunicación públicos para su provecho político propio, a pesar de que desobedecen las leyes que obligan a que estén al servicio de todos; ni los que hacen fortunas con los dineros públicos (ahí están, vivos y coleando), ni a los gobernantes que vacían de contenido los derechos que reconoce esa máxima autoridad de autoridades que es la Constitución.
De momento, a los David de nuestra época no nos acompaña la misma suerte frente a los Goliat que al de Judá frente al gigante filisteo. Pero estoy seguro de que las cosas empezarán a cambiar algún día y que muchos David como mi colega se reunirán en un ejército invencible. Entonces, serán tantos y tan poderosos, que no tendrán que hundir una piedra en la frente de nadie, ni cortar cabeza alguna. Sacarán, eso sí, su honda todopoderosa y dispararán sobre la cocorota de todos estos Goliat una dosis para ellos letal «de justicia, de cariño, de solidaridad y de lucha» que los hará huir despavoridos para siempre.
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