Los recientes acontecimientos en Egipto, y el futuro que el desarrollo de los mismos pueda deparar en aquél país, en la región y en el mundo, son objeto de numerosos análisis y debates. En torno a ello se añaden estas pinceladas y estos breves apuntes. La situación en Egipto era la suma, entre otras cosas, […]
Los recientes acontecimientos en Egipto, y el futuro que el desarrollo de los mismos pueda deparar en aquél país, en la región y en el mundo, son objeto de numerosos análisis y debates. En torno a ello se añaden estas pinceladas y estos breves apuntes.
La situación en Egipto era la suma, entre otras cosas, de una crisis social, una bancarrota económica y una enorme inestabilidad política. Por un lado, los conflictos sociales permanentes, una nueva ola de movimientos de protesta, un estado ingobernable, y una crisis económica estructural, unido todo ello a una alianza de todas las fuerzas excepto los Hermanos Musulmanes.
Y por otro lado, encontramos los errores estratégicos y de cálculo de Morsi y su partido político, sobre todo de cara al poder que todavía conservan los sectores del llamado antiguo régimen; la incapacidad del hasta ahora presidente por hacer frente a los retos y las situaciones citadas anteriormente; y las consecuencias de la grave situación económica (el rechazo a las condiciones del FMI).
Curiosas teorías están apareciendo en las últimas semanas. Cada vez son más las voces interesadas en justificar la actuación militar en Egipto que evitan presentar la situación como un golpe de estado por parte de los militares. Unido a ello encontramos esos análisis que apuntan que la democracia no son sólo las elecciones, y que por ello se puede justificar y aplaudir este tipo de actuaciones, e incluso hay quien no vería con malos ojos una repetición similar en otros lugares (Túnez, Turquía…incluso Venezuela).
Al hilo de ese tipo de actuaciones, consciente o no, se manda un claro mensaje a otros actores que miran con regocijo la situación. Y no son otros que los movimientos jihadistas transnacionales que una y otra vez han señalado la imposibilidad de que el islamismo político acceda al gobierno por las urnas, y que este tipo de actuaciones parece reforzar sus tesis.
En este contexto vuelve a aparecer además una figura institucional cada vez más utilizada por todo el mundo, los llamados gobiernos «tecnócratas». La fórmula ideal para instalar en el mismo a figuras que de otra forma no cuentan con el respaldo en las urnas (Grecia e Italia son casos cercanos, e incluso el propio ElBaradei en Egipto).
El escenario local de Egipto nos retrata a la mayor parte de los protagonistas. La extraña alianza que se ha formado estas semanas no ha tardado en agrietarse. El único nexo de unión posible era «todos contra Morsi y los Hermanos Musulmanes», y de esa forma encontramos en torno a la misma pancarta a los máximos representantes de la minoría copta y al seikh de al-Azar, a las fuerzas opositoras «laicas y liberales» y a buena parte de los salafistas, a movimientos como Tamarrod y a los «falul», y sobre todo a los pilares del régimen de Mubarak, policía, judicatura, militares y élites empresariales.
En este maremágnum de siglas e intereses, tan contradictorios y opuestos en el fondo, los verdaderos vencedores han sido los salafistas y los partidarios del antiguo régimen. Los primeros con sus maniobras y sus alianzas (tanto con sectores militares como con Arabia Saudí, sobre todo) saben que esta situación juega en su favor, ya que buena parte de sus expectativas para ganar más apoyos (era la segunda fuerza parlamentaria) pueden provenir de los sectores que en su día apoyaron a los Hermanos Musulmanes. Y los segundos porque pueden volver a controlar las riendas del país, sin un desgaste manifiesto, y situando en los puestos claves a figuras proclives a sus intereses.
Y sobre todo el ejército, ese actor que ha dirigido y dirige el país durante décadas, y que ha ido tejiendo en todos estos años una red de intereses económicos, políticos y sociales, que siempre estará dispuesto a defender a cualquier costa.
Los perdedores de esta historia son las fuerzas agrupadas en torno al movimiento Tamarrod y los Hermanos Musulmanes. El movimiento popular que se ha ido generando ha carecido de estructura y experiencia y ha acabado cayendo en una especie de trampa de manera inconsciente. De lo contrario, si lo ha hecho de forma consciente, sería preocupante pensar que esos aplausos al ejército golpista vayan acompañados de la amnesia que supone olvidar las muertes, detenciones, desapariciones, torturas, test de virginidad que han protagonizado esos militares. O del papel que en los últimos años ha desempeñado la policía egipcia, brutal y corrupta donde las haya; e incluso que hayan pasado por alto las políticas liberalizadoras-privatizadoras de los sectores económicos que se sustentaron en el régimen de Mubarak.
Por su parte, la derrota de los Hermanos Musulmanes abre todo un abanico de dudas sobre el futuro de esa formación. Probablemente, el carácter pragmático de las últimas décadas así lo sugiere, buscarán una reforzamiento de sus fuerzas y apoyos (usando los métodos del pasado a través de sus redes sociales y asistenciales), acompañado de un cierto victimismo (en ocasiones real, detenciones y muertes de sus seguidores) y una posición de fuerza inicial, tal vez para reentrar en el panorama institucional de nuevo en una situación más favorable.
El panorama internacional también tiene su peso en esta coyuntura. La triple alianza que forman EEUU, Israel y Arabia Saudí puede salir reforzada de la crisis actual. Desde Washington no se ha sabido, o no se ha podido, manejar la situación desde el principio y su postura ha generado aún más rechazo entre la población local, mientras que en Tel Aviv miran con cautela el desarrollo de todo esto, conscientes de que «necesitan» un gobierno colaborador en Egipto pero temerosos de que su apoyo público al golpe genere reacciones contrarias a sus intereses.
Y la que mejor sale parada es la monarquía de los al Saud, que cortocircuita el acercamiento de Egipto e Irán; cierra la puerta a la experiencia «contagiosa» de los Hermanos Musulmanes, y sobre todo puede recuperar su centralidad en la región.
Los que peor parados salen de toda esta situación son Turquía y Qatar. Desde Ankara se ha rechazado el golpe y se ve con preocupación la posibilidad de una repetición, muy remota todavía, de la misma jugada en su país. Por su parte, Qatar ha visto debilitada su tendencia ascendente en la región en detrimento de sus vecinos saudíes.
Irán, si bien ha podido debilitarse en esta nueva coyuntura también puede aprovecharla en beneficio propio. Sobre todo en Siria (el apoyo de Morsi a los rebeldes jihadistas no cayó bien en Teherán), tal vez recupere también su relación con Hamas (el movimiento palestino puede ser una vez más la víctima colateral), y el fracaso de Qatar junto al rechazo hacia la política cada vez más evidente de doble rasero de EEUU juegan a su favor.
Distorsiones, mitos e hipocresía sobrevuelan el actual panorama egipcio. Durante estas semanas se ha puesto en marcha una campaña de acoso uy derribo contra Morsi, apoyada en buena mediada en sus propios errores, pero acompañada en todo momento de una serie de distorsiones interesadas. Difícilmente se han podido recolectar 22 millones de firmas contra su mandato (fueron 25 millones los que participaron en las ultimas elecciones presidenciales), la campaña mediática de los medios privados (en manos de sectores pro Mubarak) ha presentado a Morsi como una figura en manos de potencias extranjeras.
Y en este contexto tampoco han faltado los mitos que se repiten sin cesar en torno a las protestas de 2011 y la caída de Mubarak. Como apunta un analista local, Mubarak no fue derrocado por las protestas, fueron los militares los que le depusieron (descontentos con las ansias sucesorias del dictador), ni tampoco fue una revolución, «tal vez un primer paso en esa dirección, pero la intervención del ejército desactivó dicha potencialidad», y tampoco supuso una victoria para los manifestantes de Tahir, más allá de la plaza existía otra realidad que en las urnas se demostró superior.
La hipocresía de algunos protagonistas es por último otra característica de la situación vivida. Los que acusaban a Morsi y los HM de atacar la libertad de expresión aplauden el cierre de medios y la detención de periodistas; los supuestos defensores de la vía electoral apoyan el golpe militar; los que clamaban contra el FMI y EEUU nombran como portavoz a ElBaradei.
Como apuntaba un antiguo preso político durante el régimen de Mubarak, «esos sectores son conscientes que no pueden ganar una elección abierta (presidenciales, parlamentarias o de otro tipo), y se suben en el gobierno de la parte posterior de los tanques llamado por las manifestaciones populares, y se han unido en una plataforma en la que ni ellos mismo creen, pero están dispuestos a aprovecharse de ella».
Mientras se suceden las teorías y las apuestas sobre la posibilidad de una guerra civil o sobre supuestos paralelismos en otros lugares, los problemas políticos, sociales y económicos en Egipto persisten o se agravan…y casi nadie quiere hablar del eslogan inicial, «pan, libertad y justicia social».
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