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¿Y si llevamos el cansancio en nuestra mirada?

Fuentes: eldiario.es

¿Qué nos cansa en política? Una reflexión sobre el momento actual del proceso de politización social que empezó hace dos años y medio con el 15M, prolongándose luego en forma de mareas y PAH. Un amigo dice: «Durante dos años y medio, hemos estado golpeando el muro con un ariete, huelga tras huelga y mani […]

¿Qué nos cansa en política? Una reflexión sobre el momento actual del proceso de politización social que empezó hace dos años y medio con el 15M, prolongándose luego en forma de mareas y PAH.

Un amigo dice: «Durante dos años y medio, hemos estado golpeando el muro con un ariete, huelga tras huelga y mani tras mani. Pero el muro no cede, el Congreso sigue blindado a cualquier demanda ciudadana y ahora predomina el cansancio».

Otro amigo responde: «La coyuntura son nuestras vidas, no lo que sale en el telediario. Aunque la realidad esté quieta en la superficie, el fondo sigue dislocado. No hay vuelta a la normalidad, persiste el malestar y el rechazo. Y las vallas que la policía usa para proteger al Congreso de la gente continuan ahí apiladas en la calle, por si acaso«.

Si se hace difícil pensar lo que está pasando, es quizá porque no hay cuadro único de situación, sino una mezcla de dinámicas diferentes (y contradictorias) sin un proceso central claro: luchas y cansancio, activación y resignación, pesimismo en los discursos y alegría de la acción, etc.

El Colectivo Situaciones llama a esto un «impasse». Se trata de un terreno fangoso en el que fracasan las líneas rectas estratégicas, las lógicas binarias y los titulares rimbombantes. Y que nos requiere una mirada muy fina, sin triunfalismo ni derrotismo, con máxima atención a los detalles.

En ese sentido, quisiera compartir algunas intuiciones para pensar un poco más la relación entre cansancio y acción política. El cansancio al que me refiero no es la fatiga o el desgaste de energía, sino que tiene más que ver con la frustración. El muro resiste los golpes y eso provoca frustración, seguro. Pero me pregunto si no hay algo en nuestras propias formas de entender y hacer política que también puede saturarnos y quemarnos. Por aquí voy ahora.

Son más intuiciones para empezar una conversación que conclusiones o certezas, pero creo que una de las virtudes del formato blog es que permite compartir materiales así, balbuceantes e inacabados. Ahí van, son cinco.

1.- A la contra. ¿Y si nos cansa y nos frustra correr constantemente tras la actualidad, reaccionando? Gritar cada día nuestra indignación ante un nuevo desmán de los poderosos. Acusar, poner en la picota, cargarnos de razón… Se ha instalado en la opinión crítica una retórica victimista e incluso un cierto masoquismo. Pero la denuncia por sí sola nunca ha cambiado las cosas porque sigue girando en el círculo de lo negado. Son cabezazos contra la pared. La crítica más eficaz, por el contrario, es la que plantea nuevos puntos de partida. La que muestra en los hechos que «sí se puede». La que se sale del círculo.

Recuerdo lo poco que se deprimió la gente en el campamento de Sol cuando llegaron las noticias de la victoria del PP en las elecciones municipales de mayo 2011. No es que diese igual o que no se intuyese lo que venía, sino que de pronto había un espacio que construir para hacer algo al respecto. Ya no estábamos solos frente al televisor, expuestos a la radioactividad permanente de las malas noticias y reducidos a la queja, sino creando con otros una realidad mejor que la criticada. Entre la tele y nosotros se había abierto un espacio (de vida). Poder hacer algo en positivo con lo que (nos) pasa, en lugar de simplemente sufrirlo, es una forma de evitar la frustración.

2.- Política y vida. Julio Cortázar dejó escrito: «Hay que cambiar la vida sin salirse de la vida». ¿No ha sido ésa una de las potencias de las mareas? Activarse políticamente desde donde cada uno está, desde donde cada uno tiene puesto el cuerpo y la ilusión, desde los ritmos de la propia vida. No moverse por los demás, para los demás u organizando a los demás, sino elaborando con los demás lo que a cada cual le afecta directamente.

Poder percibir en lo más cotidiano el alcance de los cambios y los logros concretos (que no cierren un hospital, etc.). Pero también los problemas reales de la transformación social: la dificultad de hacer cosas con otros distintos, la dificultad de cambiar el entorno inmediato y a uno mismo. Sin salirse de la vida: sin hablar en abstracto de lo que debería hacerse o de si «la gente» tal o cual (como si uno no fuese también la gente). Sin poner entre paréntesis la multiplicidad de planos en los que transcurre nuestra existencia para convertirnos en héroes de la asamblea o activistas full time.

El desafío es, hoy como hace dos años, inventar formas de organización política que estén a la altura de la vida de las personas y no al revés. Una política habitable para el 99%. Lo personal se desliga de lo colectivo cuando no somos capaces de inventar engarces entre modos de vida y modos de lucha; entonces la política se vacía y muere.

3.- El ser y el deber ser. Desde donde pensar lo que pasa, ¿desde lo que pasa efectivamente o desde lo que debería pasar (según nuestros gustos, nuestras exigencias o nuestras conclusiones teóricas)? El desacople entre ser y deber ser se llena de voluntarismo agotador o de amargura. Mirar la realidad desde lo que debería ser nos lleva a no ver en ella más que carencias y faltas: no se ha conseguido tumbar al Gobierno, no se ha conseguido detener todos los recortes, no se ha conseguido inquietar a la troika, etc.

¿No sería más interesante partir de lo que sí se ha podido, de lo que sí hemos sido capaces? No para contentarse o conformarse con ello, sino para entenderlo y prolongarlo. Entonces no veríamos todo el rato carencias o faltas, sino una multitud de logros que pueden servir como puntos de apoyos para continuar.

Ningún cambio social ha obedecido nunca un diseño predeterminado. Cansa y frustra tirar de los pelos a la realidad para acercarla a nuestro modelo, a nuestro ideal. Otra cosa muy distinta es detectar, favorecer, conectar y expandir los puntos de potencia que ya existen (y a veces una propuesta general puede servir para ello, como estructura o espacio abierto, marco o paraguas). No preguntarnos qué hacer, sino qué se está ya haciendo. No forzar la realidad, sino coger las vías, las pendientes y las inclinaciones que ella misma nos ofrece.

4.- Una pluralidad de tiempos. Hay una contradicción irresoluble entre la aceleración brutal del tiempo de destrucción del capitalismo (que en segundos devora derechos que se consiguieron en décadas) y nuestro «vamos despacio porque vamos lejos». ¿Entonces? Responder a la urgencia con urgencia nos agota y nos empuja a apostar por salidas simplificadas, medio redentoras y llenas de trampas. Santiago Alba Rico explica en algún sitio que estamos poseídos por una concepción  hollywoodiana  del tiempo (trepidante, repleto de novedades, con desenlace inmediato) que poco o nada tiene que ver con el tiempo de la transformación social verdadera (o de la vida misma).

¿Se trata, entonces, de darse tiempo y cultivar la paciencia? Es difícil recomendar esto en una realidad en desintegración. ¿Sería posible oponer al tiempo acelerado del capitalismo, no una lógica de la urgencia simétrica y opuesta, ni tampoco simplemente la lentitud o el largo plazo, sino una pluralidad de tiempos? Aprender a articular o movernos entre distintos tiempos: la urgencia de lo inmediato, el tiempo largo de la producción de nueva subjetividad. Desde luego, es más fácil de decir que de hacer. Ni el milagro ni la construcción lineal de un edificio piso a piso, necesitamos (¡urgentemente!) otras metáforas temporales.

5.- La política es (también) una experiencia. Nos descubrimos capaces de hacer cosas para las que no nos sabíamos o creíamos capaces, tejemos vínculos con otros de los que estamos normalmente separados, la relación con la realidad se vuelve más problemática pero también más intensa, menos banal. Es un aprendizaje del mundo. La fuerza de las plazas del 15M no consistió sólo en la justeza de nuestros argumentos críticos y nuestras reivindicaciones, sino también en la propia experiencia de construir un lugar político con desconocidos, tratándonos de igual a igual.

Las lecturas codificadas de la política invisibilizan o minusvaloran todo esto y sólo miran si se han conseguido las demandas o no. Pero la acción política no sólo es una demanda dirigida a otro, sino que también lleva en sí misma la recompensa. Cada manifestación, cada asamblea, cada acción, cada reunión hace existir un mundo. No sólo es un medio para un fin. ¿Qué mundo hacemos existir cada vez? ¿Qué aprendemos, cómo nos relacionamos entre nosotros, cómo circula la palabra, disfrutamos? Me sorprendió escuchar una vez a un militante asambleario decir que «las asambleas no son para pensar». Nos cansamos y frustramos dejando la existencia para más tarde, considerando cada cosa que hacemos simplemente como un medio (técnico o neutro) para un fin (que nunca acaba de llegar).

Coda: lo irreversible

No hay vuelta atrás, lo que hemos hecho en los últimos dos años y medio ha merecido la pena y constituye el suelo desde donde continuar. Hay cosas que no dependen de nosotros pero otras, sí. Nuestra mirada es una de ellas. Una amiga repite siempre: «Dime cómo miras y te diré qué ves». Desde el relato de la impotencia (derrotismo), sólo se ve lo que no se pudo, fracaso y desastre. Desde el relato de la omnipotencia (triunfalismo), se niega la realidad y se crean falsas expectativas, espejismos. Ambos llevan a la misma decepción. Entre el todo y la nada, ¿podemos escuchar, pensar y hacer algo? Pequeños cambios que sin embargo son decisivos. Ligeros desplazamientos que pueden modificar el paisaje entero.

Nada es lineal, todo acontece en un sin fin de pliegues, por debajo del juego macropolítico hay una miríada de interacciones micropolíticas produciéndose a las que siempre hay que estar ligado, porque allí se reabren las posibilidades. Hay algo de este orden que debemos aprender a cultivar como una potencia propiamente política, para evitar tener que seguir manejándonos con la imagen de un gran movimiento social que nos atraviesa y alcanza una forma magnífica, definitivamente fantástica, nueva y deslumbrante. Sobre todo porque si no, una vez que la movilidad circula por otras frecuencias o alcanza otras gradaciones, la sensación de fracaso se vuelve inevitable y todo el mundo queda deprimido (Suely Rolnik). 

Amador Fernández-Savater acaba de publicar Fuera de Lugar. Conversaciones entre crisis y transformación (Acuarela, 2013).

Este texto se alimenta de mil conversaciones mantenidas los últimos tres meses, con Carolina, Leo, Stéphane, Silvia, Aurora, Pepe, Álvaro, Irati, Javi, Marta, Marina…

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