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La elección en Yemen

El diálogo imposible

Fuentes: Counterpunch

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.

Hay pocas posibilidades de que se celebren elecciones en Yemen el próximo mes de febrero. No obstante, sin las elecciones se vaciaría de todo valor real el esfuerzo a favor de las reformas y el cambio inspirado por la revolución yemení. Los yemeníes podrían volver a encontrarse en las calles repitiendo las reivindicaciones originales que tuvieron eco en las muchas ciudades y calles empobrecidas del país, y en cada uno de sus rincones.

No es fácil navegar por las intrincadas circunstancias que gobiernan la política yemení, la cual parece estar en un perpetuo estado de crisis. Cuando millones de yemeníes empezaron a tomar las calles el 27 de enero de 2011, prevaleció la esperanza de que Yemen se podría transformar de un país dirigido por las elites y fuertemente endeudado con potencias regionales e internacionales en un país de otro tipo: uno que respondiera a las aspiraciones colectivas de su propio pueblo.

En vez de ello, tras un prolongado punto muerto que puso a la mayor parte del país y de sus representantes políticos en contra del ex presidente Ali Abdullah Saleh y de sus partidarios, los países del Golfo negociaron un acuerdo de transferencia de poder. Este acuerdo marginó a Saleh, pero no a su familia ni a sus defensores.

Ayuda poco que el presidente transitorio Abd-Rabbu Mansour Hadi, elegido en 2012 para dirigir la transición durante un periodo de dos años, no sea revolucionario. Es cierto que parecía sincero en su intento de poner freno a la todavía preponderante influencia de Saleh en la mayoría de las instituciones de país, pero es insuficiente. Los partidarios de Saleh todavía son poderosos y la antigua clase dirigente está luchando para recuperar su relevancia e influencia. Esto es el resultado de una combinación de una pobreza cada vez mayor y de un fracaso en traducir cualquiera de las reivindicaciones de la revolución en cualquier solución tangible que pudieran percibir las clases pobres y marginadas del país.

El objetivo de los partidarios de Saleh es la Conferencia de Reconciliación Nacional (CRN) que se reunió el 18 de marzo para examinar el terreno común entre todas las tendencias de la sociedad yemení, hacer un borrador de nueva constitución y organizar elecciones nacionales. Los 565 miembros de la Conferencia se dieron cuenta de que sus diferencias eran demasiadas para superarlas. Aprovechándose de los enemigos políticos de Yemen, las divisiones tribales y sectarias, el viejo régimen utilizó a sus propios representantes en el CRN e influyó en los medios de comunicación para desbaratar el proceso.

En unas observaciones ante el Consejo de Seguridad el enviado de la ONU a Yemen Jamal Benomar alertó acerca de esta vuelta orquestada. Una declaración con sus observaciones se puso a disposición de los medios de comunicación el 28 de noviembre. En ella afirmaba que había una «bien financiada, implacable y maliciosa campaña» para minar a Hadi, de manera que o bien alargue su mandato o dimita. «Algunos elementos del antiguo régimen creen que pueden dar marcha atrás al reloj», afirmó el enviado. Estos elementos se han convertido en «una fuente constante de inestabilidad».

El propio diálogo se ha prolongado sin prueba alguna de lograr algo concreto. Lo que es aún peor es que 85 delegados que representan a Yemen del Sur, que hasta 1990 era un Estado independiente, decidieron abandonar permanentemente la conferencia. El movimiento separatista en Yemen del Sur ha crecido considerablemente en los últimos meses. El país es más vulnerable que nunca.

Si Hadi abandona el poder, el vacío político puede desencadenar otra lucha de poder. Si se queda ampliando el periodo de su mandato, es probable que el diálogo titubee todavía más. Al menos por ahora no puede haber una situación en la que todos ganen.

Considerando que el propio Benomar desempeñó un papel fundamental en la creación del actual periodo de transición, su sombría lectura de la situación en Yemen es poco alentadora.

Mientras se desbaratan las negociaciones y las posibilidades de un compromiso son insólitamente bajas, el movimiento separatista del Sur Al-Hirak continúa cobrando fuerza. El movimiento siguió logrando más relevancia tras las manifestaciones del 12 de octubre en las que decenas de miles de yemeníes tomaron las calles de Eden fundamentalmente para pedir la secesión del Norte.

Lo que está ocurriendo en Yemen estos días contrasta fuertemente con el espíritu colectivo que ocupó las calles del país hace casi tres años. En enero de 2011 tuvo lugar una enorme manifestación en la capital yemení, Saná, para exigir reformas inmediatas en la política de la corrupta familia y basada en clanes del país. En una semana el resto del país se unió a esta petición de reformas. El 3 de febrero tanto Saná como Eden se unieron bajo la misma pancarta. Fue un día memorable porque ambas ciudades habían sido las capitales de dos países enfrentados. La juventud de Yemen fue capaz de salvar momentáneamente un abismo que ni los políticos ni los generales del ejército lograron salvar a pesar de varios acuerdos y años de sangrientos conflictos. Sin embargo, aquel triunfo colectivo del pueblo yemení solo se sintió en las calles del país, abrumado por la pobreza y la miseria, pero también movido por la esperanza. Aquel sentimiento nunca se tradujo verdaderamente en una clara victoria política, ni siquiera después de que Saleh fuera depuesto en febrero de 2012.

El acuerdo negociado por los países del Golfo bajo los auspicios de la ONU y de otros agentes internacionales despojó a la revolución de su euforia. Simplemente se desvió del movimiento popular de masas que se había apoderado de las calles durante muchos meses, lo que permitió que políticos, representantes de tribus y otras elites poderosas utilizaran la Conferencia Nacional de Diálogo simplemente para lograr sus propios intereses, ya fuera para mantener cierto poder (como es el caso del Congreso General del Pueblo (CGP) gobernante) o para avivar las viejas esperanzas de secesión. El partido que estaba más cercano a las reivindicaciones colectivas de los yemeníes ordinarios era la coalición Reunión Conjunta de Partidos (RCP) que representa a la oposición. Sin embargo, pronto surgió el conflicto entre los propios miembros de la RCP, especialmente entre la Congregación Yemení para la Reforma (Islah) de tendencia islámica y cuyos principales partidarios están en el Norte, y el Partido Socialista Yemení (PSY) laico y basado en el Sur.

Teniendo en cuenta la falta de confianza tanto en el propio proceso que se supone que va a llevar al país a unas reformas y democracia permanentes, como en los propios representantes que dirigen al transición, no resulta sorprendente que una vez más esté al borde del caos. La unidad del país, que se logró en mayo de 1990 tras una amarga lucha y guerra entre el marxista-leninista Yemen del Sur y el Norte del Yemen, está ahora en peligro. Igual de peligroso es que el Sur, a pesar de estar representado por el abarcador Al-Hirak, apenas hable con una sola voz.

El propio Al-Hirak está dividido y a veces parece incapaz de tomar una postura política sólida. Tras una declaración en la que Al-Hirak anunciaba que «se retiraba completamente de la Conferencia [que reúne a] todos los partidos que ponen obstáculos en nuestro camino responsable de esta decisión», aparecía otra declaración el 28 de noviembre también atribuida a Al-Hirak «negando su retirada y afirmando que el movimiento del Sur sigue estando comprometido con el diálogo nacional», según informaba Asharq Al-Awsat.

Las divisiones de Yemen son abundantes y cada vez mayores, lo que permite al antiguo régimen encontrar maneras de dominar al país una vez más. Podría fácilmente elaborarse una nueva imagen como el partido capaz de unificar a todos los yemeníes y salvar Yemen de colapso económico y la desintegración totales.

Todavía investidos del poder que le otorga el espíritu de la revolución que puso de relieve la resistencia y disciplina de unas de las naciones más pobres del mundo, los yemeníes podrían volver a encontrarse en las calles pidiendo libertad, democracia, transparencia y más cosas, reivindicaciones que en casi tres años prácticamente no se han satisfecho. 

Ramzy Baroud es un periodistas independiente y editor de PalestineChronicle.com . Es autor de The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle y «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story» (Pluto Press, London).

Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/12/05/impossible-dialogue/