País de llegada: comparaciones Fue inevitable comparar el nivel de desarrollo de este país y el de mi Guatemala. Mi arrabal y los arrabales estadounidenses. Todo, yo comparaba todo. Lo primero que percibí al llegar fue el olor del aire, aquí no huele a nada; en mi terruño el huele a hierba, tierra mojada, fruta […]
País de llegada: comparaciones
Fue inevitable comparar el nivel de desarrollo de este país y el de mi Guatemala. Mi arrabal y los arrabales estadounidenses. Todo, yo comparaba todo. Lo primero que percibí al llegar fue el olor del aire, aquí no huele a nada; en mi terruño el huele a hierba, tierra mojada, fruta madura, a raíces creciendo, a chaparrón a punto de caer, huele a café hirviendo en rescoldo de polletón, a leña mojada humeando.
En la comarca guatemalteca, huelen las mañanas a leche recién ordeñada, pan recién horneado, frijoles cociéndose en olla de barro. Huele a nixtamal recién lavado, a atol de masa y a flores silvestres.
También a reposaderas, basura tirada en la vía pública, a muladar. A orín y boñiga en los arriates. Huele a sangre fresca de los muertos de la madrugada que se lleva la limpieza social. Huele a miedo, a violencia.
Un cambio absoluto que sentí desde que llegué a Arizona, México es una parcela como Guatemala pero, Estados Unidos es industrialización. Sentí un estertor con la ausencia de efluvio en el aire. Por más que intentaba concentrarme e inhalar no reconocía ningún olor inherente de mi infancia. Estaba pues, en otro suelo tan distinto y comencé a comparar.
Llegué en los primeros días de noviembre que aquí ya eran los últimos del otoño y los árboles estaban completamente desnudos, ni una sola hoja, con lo que pensé desahuciada que nunca más volverían a florecer, el paisaje plomizo era una total desolación. Yo crecí viendo las montañas verde botella todos los días del año, tres aldeas que arropaban Ciudad Peronia con sus hortalizas, sus casas de adobe, sus potreros y sus arboledas. Guatemala verde, siempre verde de la que ya no queda más que el recuerdo en quienes nos fuimos y en los que se quedaron, porque esa Guatemala ya no existe. Hijos desleales la han convertido en un astillero.
¿En dónde estaba mi noviembre? ¿El olor a musgo blanco? ¿El olor a tapisca, a máiz y a frijol nuevo? ¿En dónde estaba el olor a atol shuco recién servido con frijol e iguashte? ¿Para dónde se había ido el olor a ayote sazón? ¿En dónde estaba yo? Tan lejos, tan lejos de lo que realmente hace que la vida tenga raíz. Mi infancia fue de monte, barrancos y expediciones entre riachuelos, zacatales y cercos de alambrado.
Y aquí me vine a topar con rascacielos, infinidad de edificios, autopistas vistas solo en películas para nada comparadas con las calles de tierra y adoquín de la campiña guatemalteca, encharcadas en invierno cuando los torrenciales de agosto se pasan llevando todo cuanto encuentran a su paso. Aquí vine a ver la cantidad exagerada de centros comerciales y salas de cine. Todo es comprar y comprar y comprar. Todo es tarjeta de crédito y tarjeta de crédito y tarjeta de crédito. Qué va, aquello de ajustar con centavos para comprar una libra de sal. -Sí, en los lugares de miseria que también en Estados Unidos existen y por puños-.
Aquí todo es más grande, hasta las porciones de comida en los restaurantes, nunca he logrado terminarme una, siempre resulto llevándome para la casa más de la mitad. Esa bastedad me impactó mucho. En la casa comíamos los seis con un aguacate y aquí vine a ver ese desperdicio que no logro comprender.
Me dolió y me impactó ver que en los supermercados está lo mejor de nuestros países de origen, lo que allá no podemos comprar porque no lo venden, porque nos dejan las sobras, aquí se desperdicia. Los famosos bananos por los que tanta sangre se derramó, aquí van a dar a la basura cada martes por la tarde cuando cambian la fruta y las verduras en las estanterías de los supermercados. Hay una variedad increíble de cosas, se topa uno con una estantería de bananos y hay de Colombia, Ecuador, Guatemala, y de todo el Caribe. Los que más se venden son los de Guatemala, si la gente supiera que hay atrás de esas plantaciones. Creo que lo sabemos pero preferimos voltear la cara y continuar, así como si nada, como si no fuera con uno el asunto.
Las uvas que allá solo comíamos en diciembre para el mero 24, y porque a mi papá le regalaban una libra por parte del trabajo, de lo contrario ni las probábamos por lo caro que son, aquí las veo todo el año y traídas de varias partes del mundo. Y uno compara todo, la situación económica, los recursos, las facilidades, indiscutiblemente el desperdicio.
Las manzanas de Washington que por el mismo medio nos llevaba mi papá para diciembre, tres manzanas para los 6, era un manjar de fin de año, aquí las veo en cantidad pudriéndose en los botes de basura porque cada martes por la tarde lo que no se vendió en la semana va a dar ahí. Para mantener el encanto de infancia, solo como uvas y manzanas en diciembre.
Da cólera que lo mejor del mundo venga a dar aquí, a esta sociedad que desperdicia tanto, que no valora porque siempre ha tenido. La calidad de la ropa, del agua potable. Me sorprendió ver que aquí los automóviles no sacan humo negro porque cada cierto tiempo tienen que ir a revisión y dependiendo si la pasan el dueño del mismo puede ir a comprar la numeración que va en las placas, para poder circular. De lo contrario hasta que el automóvil pase revisión, y no hay cachas de sobornar a los trabajadores. Me encantó que aquí existe sin duda, pero muy poco, lo del soborno y la mordida, aquí no hay de colarse, ni de guardar lugares, aquí lo mismo es el chucho y el coche. Los compadrazgos no son el pan de cada día.
Las canchas deportivas al aire libre que no están circuladas, y todos respetan su turno. Los patios de las casas que no están circulados, eso me enamoró. En cosas tan simples la sociedad dice mucho. En Guatemala no circular una casa es cosa de locos, es abrirle la puerta a los ladrones, que pueden ser los propios vecinos. Ya ni en los pueblos existe esa libertad y esa confianza en el otro.
Qué decir del material que utilizan para asfaltar las calles, muy resistente que pasa cualquier temporal e invierno y no se lava. Cositas simples que dicen tanto.
La cantidad de personas que leen me sorprendió y me emocionó y a la vez me entristeció porque uno siempre piensa en su país de origen y en lo que nos hace falta aun, que es mucho.
La soltura que tienen los niños porque en la escuela tienen cantidad de recursos, de América Latina venimos tímidos, temerosos de exponer nuestros puntos de vista -aparte de la historia de opresión- por muy banal que sea el tema, aquí la gente conversa y no se burlan los unos de los otros. Aquí no es aquello de aparentar y me fascina. Hablo propiamente de la cultura estadounidense porque si hablo de latinos que viven aquí, es otra historia.
También me di cuenta que para los estadounidenses comunes y corrientes, para los europeos y africanos y asiáticos, no importa de dónde uno venga, ni si estudió o no, ni de qué trabaja aquí, no lo excluyen de una fiesta, de una conversación, cosa muy distinta sucede entre latinos, al que le importa qué era uno en su país de origen y dependiendo la casta, el nivel de sociedad y escolaridad así lo toman en cuenta para cualquier pachanga así sea la más insignificante.
Para finales de abril hay un día en que los residentes sacan a las banquetas de sus casas, todo lo que ya no quieren y la ciudad envía camiones a recogerlo. Pero antes de que lleguen estos, van los inmigrantes indocumentados y cualquier otro que no tenga los recursos económicos, están desde la madruga esperando a que salgan los adinerados con sus desperdicios y una vez puestos sobre las banquetas, se lanzan a llenar sus carros con cuanto puedan. Ahí van camas, sábanas, muebles de sala y comedor, bajillas, bicicletas, refrigeradores, todo tipo de cosas que para ellos por el cambio de estación o porque de verdad no encentran la forma de gastar el dinero, son ya inservibles. Para uno de pobre son lujos. La primera vez que vi este espectáculo pasé llorando toda la mañana, y por supuesto yo también tengo en mi apartamento rentado cosas que otros han tirado.
No podía creer cuando me enteré que cuando los hijos cumplen 16 años de edad los padres les regalan un automóvil y más incongruente aún me pareció que el país autorice a que niños de esa edad conduzcan. ¿A qué hora aprende un niño a valorar si con lo material lo premian? Qué nivel de irresponsabilidad dejar que niños estén atrás de un volante. Compran el automóvil las familias adineradas y las que no y son emigradas se enjaranan para darle el regalito al hijo porque «es que él nació aquí no lo puedo excluir de la sociedad a la que pertenece.» Él es gringo.
Me encantó el nivel de libertad que tiene la mujer en este país, y más el que traen las europeas. Aquí no existe lo de putas ni santas, y es un golpe fuerte para quienes venimos de países en donde el machismo es el eje central de la sociedad patriarcal. Aquí no hay eso de que las mujeres a la cocina y los hombres a la pachanga. Aquí o todos a la pachanga o todos a la cocina. Aquí lava y plancha el hombre como la mujer. Mismos derechos. Y salen a trabajar ambos géneros si así lo desean. Los papeles se invierten, en algunos casos -que son muy comunes- cuando el hombre se queda a cargo de la casa y de los hijos y la mujer es la que trabaja y no hay por dónde sentirse humillado e inservible porque el machismo es fumada que está al otro lado de la frontera. Me fascinó que ellas fuman y beben sin que se les juzgue como putas. Las dejan ser. Me trastorna la imagen de una mujer fumando y eso que no soporto el olor a cigarro pero hay algo de rebeldía y sensualidad en eso y me encanta. ¿Lo de la salud? De algo se tiene que morir uno y cada quien está en su derecho.
Aquí la virginidad y la castidad que en otras sociedades patriarcales encarcelan a la mujer, son un mito del cual ya no se habla. Me encanta que sea así, porque todos nacemos con los mismos derechos pero no en todos lados nos dejen vivirlos. Hablar de menstruación es como hablar de comida. Mientras que en otros países es tema que no se toca porque ofende a los hombres de la familia -y también a los amantes-.
Cuando conocí esa parte de la sociedad me alegré mucho, porque descubrí que lo que había pensado toda mi vida no era un error, y que la mujer tiene derecho a vivir su sexualidad de la forma en que le plazca sin que esto sea motivo para que la sociedad la juzgue y la castigue. Allá era una promiscua y mala junta por pensar así, aquí soy una de los millones que creen en la equidad de género.
Conocer esa ventana de luz, fue un respiro para cuando recién emigré. Y uno piensa entonces, ¿para cuándo las sociedades patriarcales de los países en desarrollo permitirán la equidad de género? En todo sentido.
La cantidad de jardines y áreas verdes, los recursos materiales en las escuelas, las federaciones deportivas y llamó mi atención que cada pueblito tiene su estación de bomberos, de policía y su centro de salud. Las ciclo vías y que la gente las respete. No hay basura tirada en las calles ni se ven hombres orinando en plena vía pública.
La cantidad de librerías y bibliotecas, es fenomenal.
También llamó mi atención que los buses tienen aire acondicionado y calefacción para el tiempo de verano, una voz que sale de una máquina que va anunciando las estaciones. Las vías del tren que pasan en los túneles debajo de la ciudad. Que la gente detenga sus automóviles en cualquier carril cuando un ambulancia va pidiendo paso. La calidad de equipo que tienen los bomberos, los policías. La cantidad de becas que hay para los estudiantes nacidos en este país. Aquí hay oportunidades para quien nace aquí, es un desperdicio quien no las aprovecha, ya quisiéramos millones poder tenerlas.
Fueron comparaciones que hice de recién llegada. En el país de residencia son otras porque cuando la añoranza y la poca autoestima dieron paso al descubrimiento del raciocinio, yo comencé a ver la magnitud de la diferencia que como un témpano de hielo asoma en cosas comunes que saltan a la vista y que en la profundidad como un todo, globalizado están las razones que hacen de este país el más poderoso del mundo. Sigo aprendiendo.
(Continúa…)
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