Los judíos jamón del sándwich social El sionismo, un corpus doctrinario hipermoderno, como que se remonta a la última década del siglo XIX y genera su congreso constituyente tan tarde como en 1897, no es un colonialismo cualquiera, tampoco es un racismo cualquiera. Tiene una especificidad muy acusada que hace pertinente un abordaje multifactorial y […]
Los judíos jamón del sándwich social
El sionismo, un corpus doctrinario hipermoderno, como que se remonta a la última década del siglo XIX y genera su congreso constituyente tan tarde como en 1897, no es un colonialismo cualquiera, tampoco es un racismo cualquiera. Tiene una especificidad muy acusada que hace pertinente un abordaje multifactorial y del cual con estos apuntes apenas trataré de esbozar algunos de sus rasgos.
Abraham Léon, un intelectual judío marxista (exsionista) asesinado por el nazismo, en su ensayo Concepción materialista de la cuestión judía (Editorial Canaán, Buenos Aires, 2011) rastrea las ocupaciones principales de la judería europea durante el llamado Medioevo y la modernidad, donde los judíos se fueron convirtiendo en el personal idóneo de la banca y del comercio; y cómo eso funcionaba para quienes poseían el poder en tales sociedades, al usar a la judería como fusible ante cada cortocircuito sufrido por la sociedad, con los diversos motivos de crisis, escasez o hambre. Los judíos, durante largos períodos, usufructuaban un status relativamente privilegiado, al menos en comparación con «el pueblo», pero quedaban expuestos a la inquina y la vindicta popular ante cada cimbronazo económico o social.
Sin duda, esta particular «flotación» de las comunidades judías en tantos sitios de Europa, fue generando una mentalidad peculiar en sus integrantes; una suerte de sentimiento de superioridad, a la vez refrenado ante los que realmente decidían los destinos de esas mismas sociedades, en donde la comunidad judía, aun gozando de ciertas prebendas, estaba a su vez constreñida por el poder de quienes realmente lo detentaban y ostentaban, aun cuando no pocas veces se revelaba que tales núcleos de poder resultaban removidos.
La peculiar situación de la judería en la llamada Edad Media y durante los albores del capitalismo, que la ligó tan fuertemente con las finanzas, forjó en las colectividades judías una ambivalencia; por un lado sentirse excluidos, ajenos y ocasionalmente chivos expiatorios; por otro, contar con recursos para torcer muchas voluntades políticas y a la vez generar entornos hostiles en «las mayorías populares», quienes también se sentían ajenos al poder pero carecían de todo recurso compensatorio, como los financieros. Como hipótesis, estimo que esa peculiar situación configura un embrión de lo que en el s. XX se llamará actividad de lobby, lobbysm, el particularmente entretejido en la institucionalidad política estadounidense.
Un colonialismo a destiempo
Otro factor que tiene que haber configurado la carga política del sionismo es su diacronicidad respecto de, por ejemplo, los racismos rampantes europeos que vertebraron «la conquista» de los otros continentes. Éstos, encarnados en tantos misioneros, capitanes, exploradores, conquistadores, ingleses, españoles, holandeses, portugueses, generaron los comienzos «occidentales» en América y con algunas variantes se asentaron asimismo en «el Viejo Mundo». La nueva oleada colonizadora en el siglo XIX, tan racista como la del tiempo de «La Conquista de América» se solapa permanentemente con políticas genocidas (que también caracterizaron la expansión europea de los siglos XV, XVI y XVII y de la cual constituyen testimonio los trágicos destinos de tantas etnias exterminadas en «el Nuevo Continente») incluirá también a belgas, alemanes y a finales del siglo XIX coincidirá históricamente con el surgimiento del sionismo (en buena medida forjado ante las persecuciones a los judíos al estilo de los progromos rusos).
Pero esa coincidencia es aparente. Porque el colonialismo europeo de entonces y su sentimiento de superioridad racial es en los hechos y el sionismo entonces estaba forjando su corpus teórico. Es cierto que muy pronto empezará la colonización sionista de Palestina, pero la relación de fuerzas entonces, los hará sumamente cautos y los comienzos de la colonización serán moderados y «legales», harto dependientes de algún colonialismo «mayor» (Turquía, Gran Bretaña).
Cuando en la década del ’40 y al fin de la 2ª GM el sionismo se reconoce como fuerza, y como fuerza dominante, aunque hacía tiempo ejercían un creciente poder y control sobre la población palestina, despliega cada vez más su batería de dominio inmisericorde sobre los natives.
Es justo el tiempo en que el racismo y el colonialismo dejan de ser «populares». Abandonan el sentido común de la mayoría de los europeos y más en general de las poblaciones políticamente conscientes.
El racismo pierde su encanto tras haber sido encarnado por el nazismo con el cual, derrotado, casi nadie en el espectro político quiso ser confundido. En este caso, está claro el quiebre: tanta intelectualidad estadounidense que proclamaba a voz en cuello la superioridad racial de lo angloamerican, de los wasp, abandonan esa línea de discurso (exaltada hasta bien entrado el s. XX) y se «convierten» en antirracistas confesos, aunque sigan siendo en los hechos racistas con relación a los negros o los nativoamericanos y veremos, con el tiempo, como expresarán actitudes racistas ante japoneses, «amarillos», árabes…
El colonialismo, a su vez, pierde status porque las naciones europeas tradicionalmente colonialistas están exhaustas y la nueva política expansionista estadounidense tendrá sumo cuidado en presentarse como demócrata y hasta democrática. Será un neocolonialismo anticolonialista, valga la pirueta ideológica (en realidad constituía una variante de la relación colonial tradicional, y sobre todo, una sustitución de élites metropolitanas).
Y bien: estos procesos se dan en el mismo momento en que el sionismo arrecia. Territorialmente. Con los planes que se denominan de limpieza étnica. [i]
El «pueblo elegido»
Probablemente existe un fenómeno de retroalimentación entre la exclusión social que analizara Léon y la reafirmación de la noción de «pueblo elegido».
Esta noción es común a cosmogonías de muchos pueblos y su «integración al mundo» suele disolver el ombliguismo ínsito en ello.
Por causas que merecerían un análisis más circunstanciado, el sionismo tuvo marcado éxito en exaltar la noción de pueblo elegido, revalorizando la Biblia como fuente documentaria. Doblemente curioso, puesto que originariamente el sionismo se presentó como ideología no confesional, prescindente de lo religioso. Pero muy pronto sus ideólogos percibieron que su fuente nutricia podía ser y sólo podía ser la fe religiosa judía y convirtieron, por tanto, a la Biblia en un texto histórico. Tarea que los ha llevado a construir toda una arqueología militante, desmantelando ruinas y construcciones que no abonaban la «historia» bíblica judía.
Hay que aclarar que este sesgo seudoinvestigador no fue exclusivamente sionista; arqueólogos cristianos, protestantes, estuvieron muy activos en «probar» la Biblia.
En wikipedia citan a W.F. Albright, G.E. Wright y Y. Yadin como exponentes de tal actitud. William Dever, también arqueólogo, especializado en el Cercano Oriente aclara en el mismo sitio: http://es.wikipedia.org/wiki/Arqueolog%C3%ADa_b%C3%ADblica):
«Hasta hace una generación los arqueólogos bíblicos hablaban con confianza de la «revolución arqueológica» de William F. Albright. Ésta seguramente realzaría nuestra comprensión y apreciación de la Biblia y su mensaje atemporal.» Pero […] «No sólo la arqueología moderna no pudo ayudar a confirmar la tradición antigua, sino que parece más bien tratar de socavarla.»
«No se puede volver al tiempo en el cual la arqueología presumía de «probar la Biblia». La arqueología […] debe tener la capacidad de desafiar, y confirmar, los relatos bíblicos. Algunos cosas descritas sucedieron realmente, pero otras no.»
El militantismo arqueológico sionista ha llevado a diversos centros de investigación arqueológica a evitar investigaciones conjuntas con los «colegas» sionistas.
Esta invención histórica es llamativa y paradójica. Que un movimiento que se pretende tan racional, que se entremezcló con el socialismo presuntamente científico, se base en relatos bíblicos es peculiar. Historiadores han investigado y comprobado que el «éxodo del pueblo judío» y su marcha a «La Tierra prometida» son míticos y también resulta mítico o ahistórico otro tramo de la historia oficial judía que alude a la migración forzosa de los judíos a Babilonia. No nos referimos a historiadores ajenos al judaísmo o sesgados por el antisemitismo sino a historiadores judíos como Shlomo Sand. [ii]
Supremacismo y mímesis
Otro rasgo peculiar del racismo y el supremacismo judeosionista es el grado de identificación con el grupo invadido, victimado. No me refiero a ninguna identificación psíquica, ética, sino meramente instrumental. No muchos colonialismos han creado verdaderos batallones de invasores camuflados como natives, en este caso árabes palestinos, para mejor perforar sus defensas. No me refiero a defensas militares, puesto que los palestinos prácticamente no tenían armas ni ejército, sino a sus defensas o abrigos sociales. Así, por ejemplo, algunos de estos seudoárabes, que en hebreo se denominan mistarvim, se presentaban como clientes, hablando fluidamente árabe, en un taller mecánico, por ejemplo, y pedían el arreglo de un vehículo que dejaban… cargado de explosivos y dispuesto todo de tal modo que la explosión arrasaba con el taller, sus ocasionales ocupantes ─trabajadores, clientes─ y victimaba, de paso, a vecinos. Estamos hablando de la década del ’40, 1947 (véase Ilan Pappé, La limpieza étnica de Palestina, Editorial Crítica, Barcelona, 2011, p. 98). En pleno siglo XXI, el llamado «Ejército de Defensa» israelí (pensamiento orweliano típico) en la Operación «Plomo fundido» (sic), 2008-2009, mató a mansalva a unos mil quinientos palestinos, varones, mujeres, niños, viejos, baleando «lo que se movía», en rigor jugando al blanco. Aplicando balas de tungsteno que se pulverizan dentro del cuerpo alcanzado dejando miles de partículas cancerígenas microscópicas, impidiendo toda efectividad en la limpieza y condenando al alcanzado a una muerte atroz… como puede apreciar el seguramente asqueado lector, en 70 años no ha habido mucho cambio… Lo vemos hoy, 2014, con el destrozo, una vez más, de vidas de niños, mujeres, ancianos en la sitiada Franja de Gaza…
Tienen que sentirse muy, pero muy por encima del resto de los mortales para atreverse a ser tan despreciativos con «los otros».
Cabe preguntarse cómo se ubican ante otros supremacistas. Sin embargo, como todo supremacismo, se trata de un pensamiento absoluto. Que no admite compartir algo.
Repare el lector en este episodio histórico, relativamente reciente: protegidos históricamente por el British Empire, muchos judíos participaron del ejército británico durante la 2ª GM. En 1946 y 1947, empero, sionistas no tuvieron empacho en ejercer el terror también contra los ingleses. Actos de terror con los que asesinarán a decenas de británicos. Y eso que durante la intifada de 1936 a 1939, por ejemplo, ingleses y sionistas estuvieron codo a codo matando palestinos que a su vez mataron, siempre que pudieron, a ingleses y sionistas… Ingleses y sionistas habían estado íntimamente asociados, como cuando Inglaterra habilitó lo que demagógicamente se llamó Hogar Judío, en 1917 (en Palestina). Interrumpida la «sagrada alianza» en 1946 y 1947, proseguirá, empero, en 1948, cuando los ingleses abandonan Palestina dejándosela en bandeja de plata a los sionistas. [iii] Algunos suponen que la City ha sido el hilo conductor de tal alianza.
Supremacismo y la pretensión de ser eterna víctima
La reacción sionista tiene una cadencia precisa que uno puede reconocer como un atroz hilo histórico: bandas sionistas, colonos ultras, el Ejército «de Defensa» de Israel llevan a cabo un operativo; por ejemplo, en 1948 era común invadir aldeas a medianoche y volar viviendas con sus habitantes adentro probablemente recién despertados. Esto hicieron los sionistas una vez, diez veces, cientos de veces. Pero en el momento en que palestinos resistentes o gente desesperada realizan algún contraataque, produciendo, por ejemplo, algunas muertes judías, entonces la reacción judeosionista es como si hubiesen atentado contra gente de paz, inerme e indefensa; [iv] la reacción, de enorme indignación, los lleva a multiplicar el destrato (que ya venían ejerciendo), los asesinatos (que ya venían produciendo), las expulsiones, como si se tratara de población indignada que ha sido sorprendida en su buena fe.
Pappé describe un comportamiento en la órbita del colonialismo y el racismo que entendemos bastante característico del sionismo y que pensamos podría ser como un subcapítulo del sentimiento de «eterna víctima». «Un rasgo distintivo de los israelíes que muy bien puede describirse como ‘dispara y llora’, el título de una colección de expresiones de, según se supone, remordimiento moral de soldados israelíes (…)». Pappé alude a registros de condena verbal «que han proporcionado a los ‘nuevos historiadores’ israelíes material sobre las atrocidades que no figuran en otras fuentes de archivo. En la actualidad, estos documentos de queja se leen más como un intento de los políticos y los soldados judíos ‘sensibles’ de absolver sus conciencias.» (ibíd., p. 155)
«Tenemos alma, los árabes son hijos de putas»
Un rasgo que es característico de todo supremacismo basado en nociones como la de pueblo, raza, etnia, o nación elegida, es el de un desprecio radical hacia «los otros».
El judaísmo se ha identificado fuertemente con la mitología del «pueblo elegido» y el sionismo sostiene que existe un contacto tan directo con su dios como para que éste le haya cedido los derechos, terrenales, a la tierra de «la leche y la miel» y de por vida. Aunque parezca un mal chiste, estos han sido los argumentos «históricos» manejados por el sionismo para el reclamo y apropiación de Palestina, con aspiraciones al «Gran Israel» que es un territorio bastante mayor que el palestino.
El desprecio al otro se ha expresado en los casos de civilizaciones que se han definido como «superiores» hacia los natives, los originarios, la barbarie, en suma.
Vale la pena tomar nota de esos penosos episodios en que se ha repetido la misma secuencia: cuando en 1865 las montoneras entrerrianas y el gobierno porteño en la novel Argentina aceptan una tregua, los «bárbaros» proponen intercambio de prisioneros; los doctores se miran asombrados: no tienen prisioneros, puesto que los han liquidado a todos. La montonera, en cambio, había cuidado la vida de los adversarios aprisionados…
En 1948, los palestinos llegan a tomar un puñado de judíos prisioneros; volvamos a la investigación de Pappé: «Estos colonos, junto con los residentes del viejo barrio latino judío, fueron unos de los pocos prisioneros de guerra judíos capturados durante el conflicto. (…) Mientras a ellos se los trató con justicia y se los liberó poco después, la suerte fue muy diferente para los miles de palestinos que de acuerdo con el derecho internacional habían pasado a ser ciudadanos del Estado de Israel, que cuando se convirtieron en prisioneros fueron encerrados en corrales.» (ibíd. p. 145).
«El otro» ha pasado a ser directamente animal. Esto en 1948. En julio de 2014, con el ánimo encendido por el secuestro, hasta ahora anónimo, y posterior asesinato de tres adolescentes judíos, jóvenes judíos enardecidos y bajo fuerte impacto emocional (proclamaban a voz en cuello que había que matar a los izquierdistas y en «diálogo» con algunos de tales, gritaban, coreando que querían darles por el culo. Y refiriéndose en cantos a los palestinos repetían una y otra vez: «Tenemos alma, los árabes son hijos de putas.»
Algo para repensar de qué lado está la humanidad y de qué lado la monstruosidad ética y psíquica.
[i] En realidad lo fueron de «limpieza» territorial para la cual se valieron de una política terrorista. Que incluía asesinatos en primer lugar, calculados como multiplicadores de la huida de población desarmada. Es una concesión hablar de ‘la expulsión de cientos de miles de palestinos’ sin mencionar los miles de asesinados, los muchos miles de heridos y el número mucho más difícil de consignar de violaciones…
[ii] En rigor, hay que decir que Sand es de origen judío pero que su propia actividad como historiador académico con una larga actividad como investigador lo ha llevado a abandonar ya no el judaísmo ─religión ─ sino su propia condición de judío. No es el primero entre estudiosos judíos que ha dado tal paso. Y, salvo excepciones, la investigación histórica ha llevado a judíos a abandonar el sionismo. Lo que se ha cumplido con casi todos los mal llamados «nuevos historiadores», de los ’80. Mal llamados porque, como los mismos «nuevos historiadores» han explicitado, hasta entonces el Estado de Israel carecía de historiadores y disponía, en cambio, de propagandistas.
[iii] Una precisión se impone en este caso: el sionismo se había dividido entre un sionismo probritánico y otro fascista, y el que ejercerá el terror sobre los británicos será el fascista; el resultado final de la 2GM los irá relegando al menos hasta los ’70 en que se adueñarán del gobierno israelí.
[iv] Ilan Pappé (cuya documentación nutre parte de este abordaje) en el libro ya citado, p. 151, narra un episodio ilustrativo: en 1948, tras el arrasamiento sionista, con asesinatos, saqueos, explosiones, confinamientos y expulsiones, militares al mando de las escuálidas fuerzas árabes que concurrieran a procurar proteger a los palestinos del militarismo sionista, bombardean, en Galilea, un kibutz, Mishmar Ha-Emek. Esa contraofensiva mató con un cañonazo (del único cañón con que contaban los defensores de los palestinos, precisa Pappé) a dos pequeñuelos del kibutz, que resultaron las únicas víctimas en el campo judío. Ese ataque «encendió la furia vengativa» de los sionistas; «los kibutz instaron a las tropas judías a proseguir la limpieza étnica«.
Pappé nos recuerda que el ataque al kibutz, 4 de abril de 1948, había sido una respuesta directa a las expulsiones masivas que, con violencia, venían ejerciendo los sionistas desde el 15 de marzo.
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