Nadie parecía tan emocionado con la elección de Joe Biden para próximo presidente de Estados Unidos como el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. Cuando toda esperanza parecía perdida, y Abbas desesperaba por su validación política y por los fondos financieros, Biden apareció como un caballero andante sobre un caballo blanco y acarreó al líder palestino hasta un lugar seguro.
Abbas fue uno de los primeros líderes mundiales en felicitar al presidente electo demócrata por su victoria. Si bien el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, retrasó su declaración de felicitación con la esperanza de que Donald Trump pudiera finalmente revertir los resultados, Abbas no se hizo ilusiones. Teniendo en cuenta la humillación que experimentó la Autoridad Palestina a manos de la administración Trump, Abbas no tenía nada que perder. Para él, Biden, a pesar de su larga historia de amor con Israel, todavía representaba un rayo de esperanza.
Pero, ¿acaso puede darse marcha atrás en la rueda de la historia? A pesar de que la administración Biden ha dejado claro que no revertirá ninguna de las medidas pro-Israel tomadas por la administración Trump saliente, Abbas sigue confiando en que, al menos, el denominado “proceso de paz” pueda restablecerse.
Esto puede parecer una dicotomía imposible, porque ¿cómo puede un “proceso de paz” generar paz si ya se han erradicado todos los componentes para una paz justa?
Es obvio que no puede haber una paz real si el gobierno de Estados Unidos insiste en reconocer a toda Jerusalén como la capital “eterna” de Israel. No puede haber paz si Estados Unidos continúa financiando los ilegales asentamientos judíos, costeando el apartheid israelí, negando los derechos de los refugiados palestinos, haciendo la vista gorda ante la anexión de facto en curso de la Palestina ocupada y reconociendo los Altos del Golán sirios ocupados ilegalmente como parte de Israel, todo lo cual es probable que continúe igual, incluso bajo la administración Biden.
Es inverosímil que el “proceso de paz” produzca algún tipo de paz justa y sostenible en el futuro cuando no lo ha conseguido ya en los últimos 30 años.
Sin embargo, a pesar de las amplias lecciones del pasado, Abbas ha decidido, una vez más, jugar con el destino de su pueblo y poner en peligro su lucha por la libertad y una paz justa. Abbas no solo está construyendo una campaña que involucra a países árabes, a saber, Jordania y Egipto, para reactivar el “proceso de paz”, sino que también está dando marcha atrás en todas sus promesas y decisiones de cancelar los Acuerdos de Oslo y poner fin a la “coordinación de seguridad” con Israel. Al actuar así, Abbas ha traicionado las conversaciones para la unidad nacional entre su partido, Fatah, y Hamas.
Las conversaciones para la unidad entre grupos palestinos rivales parecieron dar un vuelco serio en julio pasado, cuando los principales partidos políticos de Palestina emitieron una declaración conjunta afirmando su intención de hacer fracasar el “Acuerdo del Siglo” de Trump. El lenguaje utilizado en esa declaración recordaba el discurso revolucionario empleado por estos grupos durante la Primera y Segunda Intifadas (levantamientos), en sí mismo un mensaje de que Fatah se estaba finalmente reorientando en torno a las prioridades nacionales y lejos del discurso político “moderado” forjado por el “proceso de paz” patrocinado por Estados Unidos.
Incluso aquellos que estaban ya hartos y se habían vuelto escépticos respecto a los embustes de Abbas y los grupos palestinos se preguntaron si esta vez sería diferente; si los palestinos podrían acordar por fin un conjunto de principios a través de los cuales pudieran expresar y canalizar su lucha por la libertad.
Curiosamente, el mandato de cuatro años de Trump en la Casa Blanca fue lo mejor que le pudo pasar a la lucha nacional palestina. Su administración fue un recordatorio estremecedor e irrefutable de que EE. UU. no es -y nunca ha sido- un “intermediario de paz honesto” y que los palestinos no pueden orientar su agenda política para satisfacer las demandas de EE. UU. e Israel con tal de poder obtener validación política y apoyo financiero.
Al cortar la financiación estadounidense de la Autoridad Palestina en agosto de 2018, seguido del cierre de la Misión palestina en Washington D. C., Trump ha liberado a los palestinos de la agonía de una ecuación política imposible. Sin la proverbial zanahoria estadounidense, el liderazgo palestino ha tenido la rara oportunidad de reorganizar la casa palestina en beneficio del pueblo palestino.
Por desgracia, esos esfuerzos duraron poco. Después de múltiples reuniones y videoconferencias entre Fatah, Hamas y otras delegaciones que representan a los grupos palestinos, Abbas declaró el 17 de noviembre la reanudación de la “coordinación de seguridad” entre su Autoridad e Israel. Esto fue seguido por el anuncio israelí del 2 de diciembre de liberar más de mil millones de dólares de los fondos palestinos que Israel retenía ilegalmente como forma de presión política.
Esto lleva a la unidad palestina a la casilla de salida. En este momento, Abbas encuentra bastante inútiles las conversaciones para la unidad con sus rivales palestinos. Dado que Fatah domina la Autoridad Palestina (AP), la Organización de Liberación de Palestina (OLP) y el Consejo Nacional Palestino (CNP), ceder cualquier terreno o compartir el liderazgo con otras facciones palestinas parece contraproducente. Ahora que Abbas está seguro de que la administración Biden le legará, una vez más, el título de “socio de la paz”, de aliado de Estados Unidos y de moderado, el líder palestino ya no necesita buscar la aprobación de los palestinos. Dado que no puede haber un término medio entre satisfacer una agenda estadounidense-israelí y promover una agenda nacional palestina, el líder palestino optó por la primera y, sin dudarlo, se deshizo de la segunda.
Aunque es cierto que Biden no satisfará ninguna de las demandas del pueblo palestino ni revertirá ninguno de los pasos en falso de su predecesor, Abbas puede aún beneficiarse de lo que él considera como un cambio radical en la política exterior de Estados Unidos, no a favor de la causa palestina sino de Abbas a nivel personal, un líder no electo cuyo mayor logro ha sido sostener el statu quo impuesto por Estados Unidos y mantener al pueblo palestino apaciguado tanto tiempo como fuera posible.
Aunque se ha declarado en múltiples ocasiones que el “proceso de paz” está muerto, Abbas está tratando ahora desesperadamente de revivirlo, no porque él -o cualquier palestino racional- crea que la paz está cerca, sino por la relación existencial entre la Autoridad Palestina y ese esquema político patrocinado por Estados Unidos. Aunque la mayoría de los palestinos no ha ganado nada en todo esto, algunos de ellos han acumulado una enorme riqueza, poder y prestigio. Para esta camarilla, solo esa es la causa por la que vale la pena luchar.
Ramzy Baroud es periodista y editor de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros, el último de los cuales lleva el título de These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons (Clarity Press, Atlanta). El Dr. Baroud es un destacado investigador no-residente del Center for Islam and Global Affairs (CIGA) y del Afro-Middle East Center (AMEC). Su página web es: www.ramzybaroud.ne
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