Mientras continua la agresión genocida contra la población gazatí, se multiplican las hostilidades en la región, implicando a múltiples actores.
Las cifras son alarmantes: desde que el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) iniciara en octubre el ataque contra Israel se han producido más víctimas de civiles palestinos en Gaza que durante dos años de guerra en Ucrania; y han muerto un centenar de empleados de Naciones Unidas, mientras el número de periodistas asesinados también supera los 100. El propósito de la operación de castigo del Estado sionista no parece ser otro que el de convertir al territorio gazatí en un campo de concentración y exterminio para los palestinos, donde una cuarta parte de las zonas urbanas ya están destruidas. Mientras, el veto de EEUU a los intentos de Naciones Unidas para ordenar un alto el fuego en Gaza y el desbloqueo de alimentos crea un peligroso precedente en futuros conflictos que pongan en riesgo la seguridad de ciudades en Oriente Medio o el Mediterráneo.
Recientemente se celebró en Barcelona el Foro Mundial por la Paz, donde el experto Michael Collins afirmó que Israel en 2024 se situará en las últimas posiciones del Índice de Paz Global (GPI son sus siglas en inglés), junto con los países más inseguros y violentos del planeta. Del nivel 143 en 2023 se aproximaría a los de Yemen o Afganistán. Algunos indicadores que confirman esta predicción son los ataques contra los vecinos Siria y Líbano; la movilización de 300.000 reservistas; los millares de palestinos encarcelados procedentes de Cisjordania; las torturas a los presos (terror político); o el nivel de criminalidad violenta en Israel, donde se emiten miles de permisos diarios para portar armas desde el inicio de la guerra.
Señalar a Hamás como el único o principal culpable es olvidar el contexto de un conflicto con décadas de colonización israelí y limpieza étnica del pueblo palestino. El sionismo aparece a finales del siglo XIX como un proyecto geopolítico nacionalista que preconiza la implantación de colonos judíos en Palestina, entonces bajo administración británica. Fue en 1947 cuando la ONU, impulsada por EEUU, decidió la partición del territorio en dos, proclamándose la independencia de Israel. Desde entonces, las nuevas colonias sionistas se han ido desplazando al Estado vecino a través de “implantaciones” fortificadas hasta usurpar el 70% de su territorio.
Tampoco la comunidad árabe en Oriente Próximo y el
Magreb consiguió ponerse de acuerdo en qué acciones tomar contra el
Estado sionista. Las cláusulas presentadas por la Liga Árabe fueron:
impedir el uso de bases militares norteamericanas para suministrar
armas a Israel; congelar las relaciones diplomáticas, económicas y
militares; impedir que la aviación civil israelí vuele en su espacio
aéreo; y amenazar con utilizar el petróleo para presionar el cese de la
agresión. El resultado de la votación fue de 11 a favor, 6
abstenciones y 4 votos en contra. Entre los países que apoyaron el
acuerdo estaban Argelia, Libia, Iraq, Qatar y Kuwait.
Mientras
las bombas israelíes se ceban con la Franja y los medios de comunicación
retransmiten una guerra en tiempo real y en directo, la flota de la
OTAN, el brazo armado de EEUU, está desplegada en el Mediterráneo
oriental. Dos portaaviones estadounidenses protegidos por cruceros,
buques de asalto anfibio y un submarino nuclear, la Sexta Flota al
completo en labores “preventivas y disuasorias”. El portaaviones Ford,
el más destacado de su clase, dispuesto para atacar Líbano y Siria,
mientras su par, el Eisenhower, escoltado por el grupo de batalla, se ha
desplazado hasta el mar Rojo, próximo a las costas de Yemen, junto con
los buques de desembarco anfibio que transportan la 26ª Unidad
Expedicionaria.
La oposición contra el sionismo en Oriente Medio
ha calado con especial fuerza en aquellos países donde la mayoría de la
población es chií o hay una fuerte minoría chiita. Desde hace dos
décadas el término “Eje de la Resistencia”
es utilizado por políticos palestinos e iraníes en materia de
seguridad y asuntos exteriores para referirse a una alianza armada
contra Israel entre Siria, el grupo chií libanés Hezbolá, Irán, los
rebeldes yemeníes, Hamás y la OLP.
Ya se está produciendo la
intervención de otros actores en la región. Es el caso de los
insurgentes de Ansarola, una organización política y militar hutí de
ideología antisionista que gobierna en el norte de Yemen y la capital,
Saná. Sus ataques en el sur del Mar Rojo a los barcos propiedad de
empresas israelíes se han convertido en una amenaza para la seguridad
marítima y el comercio, amenazando con desestabilizar el desarrollo
económico de Israel.
Los planes de Washington de lanzar —sin demasiado éxito, por cierto—
la operación multinacional “Guardián de la Prosperidad” en el mar Rojo
para vigilar la ruta de navegación no tendrá como objetivo declarado a
los hutíes, pero sí está presente la unidad de reacción rápida con
2.200 Marines a bordo. El ataque de EEUU a Yemen podría romper el
frágil plan de paz negociado entre Saná y Arabia Saudí después de años
de enfrentamiento armado. Ansarola se creó en oposición a la influencia
religiosa wahabita de Riad en la región. La doctrina del partido es la
“democracia islámica”, corriente de pensamiento que defiende los
valores culturales del Islam como inherentemente democráticos, lo
contrario al wahabismo suní, fuente ideológica de la monarquía absoluta
saudita.
El final de la guerra de Sucot, iniciado en octubre,
se decidirá en Gaza, pero la guerra estratégica ya se está
desarrollando en los altos del Golán y la frontera con Líbano. Tel Aviv
ha tenido que evacuar a decenas de miles de residentes en comunidades
fronterizas del norte debido a los ataques del grupo Hezbolá en apoyo
de la causa palestina. El Partido de Dios (Hezbolá) es una organización
chií libanesa con una poderosa fuerza paramilitar y armamento pesado
procedente de Irán a través de Siria. Sus orígenes antisionistas se
remontan a 1982, cuando Israel invadió el Líbano para imponer un
gobierno cristiano conservador y expulsar a los milicianos refugiados
de la OLP, fue en este contexto cuando se produjo la masacre en los campamentos de Sabra y Shatila.
Su
líder, el clérigo Hassan Nasrallah, comentó en noviembre que Israel es
más débil y vulnerable que nunca y necesita el envío de los
portaaviones estadounidenses. Días después, el ministro de Defensa
israelí amenazó a Hezbolá: “Lo que hacemos en Gaza, lo podemos hacer en
Beirut” y un asesor de seguridad nacional sionista ha afirmado que una
vez sea derrotado Hamás, Israel podría tener que ir a la guerra contra
Hezbolá a través de la frontera norte del Líbano.
Las milicias proiraníes de Hezbolá lanzan misiles
y armas dirigidas antitanques contra territorio israelí y las Fuerzas
de Defensa de Israel (FDI) responden atacando a la población libanesa e
infraestructuras militares en Siria. Damasco, por su parte, ha desplazado hacia
el sur una de sus unidades, la Brigada Imán Hussein, dependiente de la
Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, responsable
de llevar a cabo operaciones extraterritoriales.
Desde las redes sociales se informa de la presencia de
vehículos militares con la bandera rusa en el Golán. La Asamblea
General de la ONU aprobó el pasado 28 de noviembre una resolución que
insta a Israel a abandonar los Altos del Golán y volver a la frontera
existente en 1967, cuando pertenecía a Siria la parte oriental del mar
de Galilea, pero la disposición no tiene carácter obligatorio. Esta
alta meseta es de gran importancia geopolítica por la considerable
extensión de agua dulce del mar de Galilea o lago de Tiberíades; y su
posición dominante en la llanura que se prolonga hasta Damasco.
En
Irak y Siria, las fuerzas de EEUU asentadas en bases militares o en
ocupaciones de campos petrolíferos son atacadas a diario con misiles y
drones desde el inicio del conflicto. A su vez, Washington bombardea
con sus cazas F-15 los almacenes de armas vinculados a la Guardia
Revolucionaria iraní (IRGC) en territorio sirio.
La
“sugerencia” del primer ministro israelí, Netanyahu, de intentar una
operación a gran escala para ocupar Cisjordania y poner fin a la
autoridad de Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Palestina,
representa una amenaza directa a la seguridad internacional. El
proyecto democrático en que Jerusalén sea dos capitales para dos
naciones choca con el sionismo religioso defendido por la ultraderecha
israelí, de la que Netanyahu es su mayor ideólogo. La dominación
religiosa y étnica en Cisjordania es implementada por el ejército, la
policía sionista y los propios colonos, donde se están multiplicando
las detenciones, torturas y homicidios.
EEUU acusa a Irán de estar “profundamente involucrado” en la planificación de los ataques yemeníes en el mar Rojo a barcos con bandera israelí y con origen o destino a un puerto israelí. Ataques, que según afirma un general iraní, se ampliarán al Mediterráneo y otros mares si no cesan “los crímenes en Gaza”. Para Washington, el cambio de gobierno en Irán forma parte de sus planes de hegemonía global, pero el poder militar convencional no parece suficiente a fin de conseguirlo. La política intervencionista de los demócratas estadounidenses ha tenido su principal arma en la Organización del Tratado del Atlántico Norte: la primera ofensiva realizada por la OTAN fue en Bosnia y Herzegovina (1995) durante el mandato de Bill Clinton; la siguiente intervención de importancia donde la Alianza Atlántica tomó el control se realizó en Libia (2011), una de las acciones más relevantes de Barack Obama.
La experiencia de la guerra en Ucrania sobre conflictos regionales anticipa nuevos escenarios con ataques sorpresivos, fuerzas especiales, drones y uso de inteligencia artificial. Israel no es miembro de la OTAN, pero está designado como un “importante aliado” y posee armas atómicas. Por su parte, Irán ha alcanzado un desarrollo armamentístico considerable al fabricar, en cooperación con Rusia, el misil de ataque hipersónico Fattah con ojiva convencional o nuclear táctica —una ojiva de corto alcance— con alta maniobrabilidad que le permite superar todos los sistemas de defensa antimisiles.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/opinion/desarrollo-regional-operacion-castigo-israeli-gaza