No hay que ser una persona especialmente sensibilizada con el pueblo palestino, ni identificarse con su raza, religión, idioma, o cualquier otra peculiaridad, para sentir cierta indignación ante el genocidio del que está siendo objeto la población de Gaza.
Me pregunto por el sentido que tiene la mediatización de esta matanza. Es claro que hay un interés en que veamos esta masacre, por eso la televisan.
Se me vienen a la cabeza diversas explicaciones: quieren inmunizarnos frente al dolor ajeno para reducir nuestra empatía e indignación ante el sufrimiento humano porque de lo que se trata es de que cada uno se ventile lo suyo. O más bien, se trata de inocularnos el miedo, mirad podríamos estar peor, así que contento con lo que tienes, por lo menos no te bombardean tu casa. Así el conformismo se acentúa.
La población gazatí, desde el punto de vista del capital, es una población sobrante.
Karl Marx nos dio varias claves para entender este genocidio gazatí y otros pasados, presentes y futuros.
Muy gruesamente. El capital desarrolla las fuerzas productivas, cuya expresión es el aumento de la productividad. De esta forma una cantidad de personas quedan excluidas de la producción y van al desempleo. Así, la capacidad de producción, por tanto de venta, sobrepasa la capacidad de compra, estamos ante la crisis de sobreproducción.
Para aminorar sus efectos, se alimenta a esta población sobrante, aunque no trabajen. Esto significa que una parte del plusvalor ha de dedicarse al mantenimiento de estas personas (también de mayores, incapacitados, discapacitados, entre otros). El resto del plusvalor se destina a la acumulación de capital y al consumo de la clase capitalista (no trabajadora).
En cada ciclo de producción se vuelve a plantear el problema: aumento de productividad, menos empleo y más desocupados, crisis de sobreproducción. Entonces, más plusvalor para desocupados y menos para acumulación y consumo capitalista.
Si este proceso se repite, no hay que esperar mucho para que la clase capitalista se pregunte por el sentido de mantener a la población sobrante para el capital. Aun más, si en esta redistribución viesen amenazados no solo la parte de la acumulación sino su propio consumo.
De otra manera, el mantenimiento de la población obrera sobrante estaría en cuestión y ahora sólo se trataría de mostrar socialmente aceptable su aniquilación. Otro problema es: qué sentido tiene mantener una gran capacidad productiva inutilizada o infrautilizada; incluso podría alentar un levantamiento de los parias en la que ocupasen fábricas, campos o viviendas, con el fin de prolongar su vida. Así que lo mejor es liquidar los medios de producción también.
La historia del capitalismo nos ha dado sobradas muestras de cómo acabar con personas y cosas. Desde catástrofes más o menos naturales (erupciones, terremotos, huracanes, inundaciones) hasta otras con clara influencia humana (sequía, hambruna, epidemia, guerra). Solo algunos ejemplos: en pleno proceso de acumulación primitiva, la Peste Negra (siglo XIV), mató entre 50 y 200 millones de personas (aproximadamente el 30-60% de la población europea); la conquista de las Américas (siglos XV-XVII) causó entre 10 y 50 millones de muertes entre las poblaciones indígenas (diezmando hasta el 90% de algunas comunidades); la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) provocó entre 70 y 85 millones de muertes; entre 1950 y 2000, las diversas guerras han acabado con la vida unos 25 millones de personas; la pandemia de VIH/SIDA (1981-presente) ha causado más de 40 millones de muertes hasta 2024, con un impacto devastador especialmente en África subsahariana; la Covid de 2020 provocó unos 7 millones de muertes (datos oficiales) y hasta 25 millones atendiendo al exceso de mortalidad.
Pero, qué reacción cabría esperar de la sociedad ante estos hechos; pudiera que sean aprovechados para establecer un orden social distinto.
Por eso, quizás, nos televisen el genocidio palestino u otros; para mostrarnos que todo sigue igual, que seremos menos, pero perteneceremos, o no, a los afortunados que seguirán vendiendo la fuerza de trabajo para adquirir los medios de vida que nosotros mismos producimos, con el fin de enriquecer a los propietarios de los medios de producción que nos contratan. O sea, preparar a la humanidad con el fin de presentar como natural que la gente muera para que el capital siga viviendo.
Pedro Andrés González Ruiz, autor del blog Criticonomia
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