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La guerra que Franco ganó en los despachos de medio mundo

Fuentes: El Diario

El Ministerio de Exteriores homenajeará a los diplomáticos que se mantuvieron fieles a la República tras el golpe de Estado y que junto a los nuevos nombramientos trabajaron para intentar sin éxito que países como Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos cambiaran su política de no apoyo a los republicanos.

El 31 de agosto de 1936, poco más de un mes después del inicio de la Guerra Civil, Julio López Oliván prestó su último servicio como embajador español en Londres. El diplomático renunciaba así al cargo que había ostentado durante la República para unirse a los franquistas con un aviso final: “Es una personalidad destacada y sincera con bastante tendencia al comunismo teórico”, advirtió al Ministerio de Asuntos Exteriores británico sobre Pablo de Azcárate, la persona que el Gobierno republicano de Madrid había elegido para sustituirle en un intento casi imposible de lograr que Gran Bretaña le prestara apoyo frente al fascismo.

El caso evidencia bien lo que ocurrió con la diplomacia tras el golpe de Estado del 18 de julio: como López Oliván, una inmensa mayoría de diplomáticos desertaron y se pasaron al bando sublevado mientras que solo unos pocos permanecieron leales a la República. Se calcula que fueron apenas medio centenar de un total de 275. El Gobierno tuvo entonces que “levantar una nueva carrera diplomática de la nada” de la que pasarían a formar parte esa minoría de fieles y un nutrido grupo de recién designados, explica el historiador Ángel Viñas, que ha estudiado a fondo el tema.

Los nombres de los leales serán rescatados del olvido el próximo lunes en un acto en la sede del Ministerio de Exteriores, en Madrid, en el que el ministro José Manuel Albares desvelará una placa en su honor. El objetivo es “poner en valor” el trabajo de los integrantes de la red de embajadas y cancillerías comprometidos con la democracia, sostienen fuentes del ministerio. En mayor o menor medida, todos durante el tiempo que duró la contienda buscaron influir en los países a favor de la legitimidad republicana y para intentar conseguir armas y suministros.

Uno de ellos fue Fernando Careaga Echeverria, al que el golpe de Estado pilló en República Dominicana y que después pasaría a ser secretario de la embajada española en Helsinki. Una vez Franco tomó el poder, Careaga abandonó su puesto y se exilió, primero a Francia y posteriormente a Venezuela, donde murió. Su nieta, Ainoa Careaga, acudirá al acto. “Mi abuelo tuvo que tomar una decisión muy difícil, lo abandonó todo: su carrera, su país y su vida para exiliarse en el extranjero. Fue despojado de todo menos de sus principios morales. Decidió ser fiel a ellos”, afirma la también diplomática destinada actualmente en Marruecos.

La soledad de la República

En aquellos momentos la situación exterior de la República no era nada fácil y los diplomáticos fieles desarrollaron una intensa actividad para intentar contrarrestar su soledad internacional mientras los desafectos siguieron trabajando desde el exterior para inclinar la balanza hacia los rebeldes. “Estos últimos tuvieron una influencia bastante decisiva. Por un lado, entorpecieron la labor de sus compañeros y excompañeros fieles y, por otro lado, contribuyeron a frenar en las cancillerías extranjeras una corriente a favor de Franco”, explica Viñas, que ha recopilado los nombres para la placa y ya en 2010 coordinó el libro Al servicio de la República. Diplomáticos y Guerra Civil (Marcial Pons).

En él, voces expertas en la materia ponen el foco en algunas de las embajadas clave del momento, entre ellas Londres o París, que lideraron de forma decisiva el pacto de “no intervención” en la Guerra Civil española. Este acuerdo “acabó aislando a la República” –que a partir de octubre de 1936 sí comenzó a recibir la ayuda de la Unión Soviética y México– mientras que era incumplido sistemáticamente por la Alemania nazi y la Italia de Mussolini, que apoyaron desde el principio de la guerra al Ejército franquista con envío de armamento. “La guerra se ganó o se perdió en los campos de batalla, pero detrás había mucho más. En este sentido, el sostén a Franco que consiguieron intensificar muchos de los diplomáticos sublevados fue significativo”, añade Viñas.

Fernando Careaga, uno de los diplomáticos que permaneció fiel a la República. Foto cedida

Caso paradigmático es el de Gran Bretaña, donde Pablo de Azcárate intentó reforzar la imagen democrática de la República. Según recoge el catedrático de Historia Contemporánea Enrique Moradiellos, el nuevo embajador logró en buena medida la simpatía de la opinión pública, pero no de las autoridades británicas, que rechazaron modificar su política de no intervención por dos razones: el recelo que el gobierno republicano despertaba en ellas y la política de “apaciguamiento” tras la Primera Guerra Mundial que fracasó años después, en 1939, con el inicio de la segunda.

La perseverante negativa del gobierno de Londres a contribuir a la defensa de la democracia en España la dejó clara en septiembre de 1936 Lord Cranbore, secretario parlamentario del Ministerio de Asuntos Exteriores británico, en una comunicación que rezaba así: “El señor Azcárate pronto se dará cuenta de que no hay ninguna esperanza de que pueda inducir al Gobierno [británico] a revocar su política de no intervención para tomar partido por el Gobierno español”. El país, de hecho, reconoció formalmente al Gobierno de Franco en febrero de 1939.

La suspensión de pagos

Viñas recuerda además que el banco británico British Overseas Bank (BOB), que aseguraba desde hacía años la tesorería exterior española, decidió en el primer semestre de 1938 asestarle “una puñalada” al Gobierno republicano con la suspensión de los pagos que enviaba el Banco de España desde Barcelona a consulados y embajadas. Una operación que buscó “la asfixia económica” de la actividad diplomática en el exterior de la República, cree el experto, que nombra como efecto “un impacto político negativo inmenso”.

Entre los afectados estuvo precisamente Fernando Careaga, que en marzo de 1938 envió una queja desde Helsinki debido a que el banco local le había comunicado “que siguiendo instrucciones recibidas de Londres suspendía el pago de mis haberes”, reproduce el historiador en el libro. Los diplomáticos leales desempeñaron su trabajo en un ambiente “hostil” teniéndose que enfrentar en ocasiones a la “crispación y la obstaculización” que protagonizaron a veces los desertores de sus puestos, simpatizantes de la causa franquista. Algo “habitual” fue llevarse archivos y documentación “importante” de los despachos, algo que también “sufrió” Careaga.

Lo que ocurrió en Washington fue también significativo: el embajador Luis Calderón, que dimitió por afinidad a Franco, fue sustituido por el destacado socialista Fernando de los Ríos, que también intentó que Estados Unidos abandonara su neutralidad y vendiera armas a los republicanos. Una “misión imposible”, la define la catedrática en el Williams College (Massachusetts) Soledad Fox, que explica cómo el diplomático hizo numerosos esfuerzos propagandísticos para “ganarse” a la opinión pública estadounidense.

Sin embargo, de los Ríos dejó la embajada sin lograr un cambio de rumbo en un contexto “particularmente difícil”, en el que el papel de los votantes católicos influiría en el Partido Demócrata, así como los negocios que multinacionales como Texaco, Ford y General Motors hacían con los franquistas, a quienes vendían petróleo y ruedas, camiones y otros materiales, cuenta Fox. A pesar de que el embajador “siempre mantuvo la esperanza de volver a una España libre”, murió en su casa de Nueva York en 1949.

Exilio y heridas

La inmensa mayoría del nuevo personal de servicio exterior nombrado por la República y de aquellos que le fueron leales siguieron sus vidas en el exilio, fuera de la carrera diplomática, y casi todos pudieron volver a su país una vez muerto el dictador. Pero el acto que el Ministerio de Asuntos Exteriores celebrará el próximo lunes, heredero de la iniciativa que ya en 2009 comenzó el exministro Miguel Ángel Moratinos, pretende también homenajear a aquellos miembros de la red de embajadas y consulados que fueron expulsados de la misma durante la dictadura.

Es el caso de Vicente Girbau, que ingresó en la carrera diplomática en 1953. Pronto Girbau destacó por sus actividades clandestinas contra el régimen franquista y entró a formar parte de la Agrupación Socialista Universitaria de Madrid. El diplomático fue detenido en marzo de 1956 por la difusión de un manifiesto y pasaría nueve meses encerrado en la cárcel de Carabanchel hasta que en 1958 sería expulsado de la carrera diplomática y exiliado a Francia. Fallecido Franco regresó a España, donde se reincorporó: su último destino fue como embajador español en Malta, donde estuvo hasta 1988.

“En este contexto internacional que estamos viviendo, recordar a personas que no miraron para otro lado ante la barbarie es muy necesario”, sostiene Ainoa Careaga sobre su abuelo y el resto de opositores a Franco. Las familias, dice, están “muy agradecidas” por el acto, que consideran “de justicia y de memoria histórica”: “No es fácil seguir con la vida hacia adelante cuando en el pasado hay heridas que no han cerrado bien”, añade. Es por eso, por la historia de su abuelo, que ella piensa que decidió dedicarse a lo mismo que él. Por una herida, la del olvido, que ha perseguido siempre a su familia pero que ha comenzado a sanar.

Fuente: https://www.eldiario.es/sociedad/guerra-franco-gano-despachos_1_12362755.html