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Vivir lo inimaginable: testimonio desde Gaza

Fuentes: Voces del Mundo

¿Cómo se proporciona atención de salud mental a personas que están siendo aniquiladas? Es una pregunta que me hacen constantemente como psiquiatra en Gaza, y que acecha cada interacción que yo y otros médicos tenemos con los niños y las familias a los que atendemos. La respuesta, según he aprendido tras 20 meses de genocidio, es más simple y más compleja de lo que nadie imagina.

En mis 20 años como profesional de la salud mental en Gaza, creía que entendía el trauma. Luego llegó octubre de 2023, y todo lo que sabía sobre la curación, la resiliencia y la esperanza se puso a prueba frente a una maquinaria de aniquilación que funciona las 24 horas del día, los 365 días del año.

Salud mental y hambre forzada

Hoy en día, cuando hablamos de salud mental en Gaza, la principal preocupación es la extrema inquietud de los padres por la salud general de sus hijos tras casi 20 meses de privación de nutrientes esenciales y ahora la ausencia de alimentos básicos. Las familias tienen que priorizar en estos momentos quién comerá hoy y quién no. En el mejor de los casos, los niños reciben una comida al día, y esa comida carece de elementos básicos como la fruta.

La harina, ingrediente principal de nuestras comidas diarias en todo Oriente Medio y Palestina, es casi imposible de conseguir. El pan se ha convertido en un recuerdo. Ahora, las familias intentan hacer pan con pasta. Al menos se llevan algo a la boca para calmar el hambre.

El impacto en la salud mental de esta larga exposición a múltiples experiencias traumáticas va mucho más allá del catastrófico bombardeo continuo que mantiene a los niños aterrorizados y sintiéndose al borde de la muerte en cualquier momento. Los múltiples desplazamientos, ya que las familias se ven obligadas a trasladarse de una zona insegura a otra, añaden nuevas capas de dificultades. En un entorno hostil en el que entre el 80 y el 85% de las casas y las infraestructuras están destruidas, un niño mira a su alrededor y sólo ve casas destruidas, escuelas destruidas y todo a su alrededor en ruinas. ¿Cómo pueden caminar? ¿Cómo pueden pensar en un día mejor?

La gente dice que nuestros niños parecen aturdidos, que no responden. Durante meses hemos oído hablar de niños que se vuelven agresivos, que tienen problemas entre ellos, una forma de expresar su rechazo. Todos rechazamos la realidad en la que vivimos, no somos felices, estamos enfadados. Y los niños, que son la mitad de nuestra población, lo expresan de formas muy diferentes.

Hay un nuevo síntoma que está surgiendo entre los adultos. No solo se sienten enfadados y aislados, sino que, por desgracia, han empezado a sentirse culpables. Culpables porque no pueden ayudar a sus hijos, ni siquiera pueden encontrar comida para ellos. Es un sentimiento extraño que estamos presenciando casi por primera vez.

A esto se suman los síntomas habituales: niños que están asustados la mayor parte del tiempo, problemas para dormir, pesadillas, enuresis, padres que sufren traumas como el trastorno de estrés postraumático, pero también depresión, ansiedad grave y dolores físicos. Esos dolores físicos afectan a hombres, mujeres, niños, adultos, a todo el mundo. Representan una variedad de problemas complejos que impactan en las personas que han estado expuestas a todo esto durante 20 meses, pero tampoco es la primera vez. No hablamos de la tercera, cuarta o quinta vez, sino de múltiples veces desde 2008, e incluso antes, porque siempre hemos vivido bajo bloqueo, bajo ocupación. Nuestras vidas nunca han sido pacíficas, y nos despertamos de una catástrofe solo para caer en otra.

Cuidados en circunstancias imposibles

Una cosa que vemos constantemente en las personas durante las emergencias y las atrocidades es su necesidad de mantener un sentido de capacidad y agencia, de que están logrando algo. Por eso ahora se ve a hombres y mujeres constantemente activos: las mujeres hacen todo lo posible por cocinar algo para sus hijos, los hombres tratan de encontrar cualquier fuente de alimento aquí y allá. Y a nivel comunitario, los hombres y los niños corren hacia cada nueva zona bombardeada para desenterrar a los heridos y llevar a las víctimas al hospital a pie, en carros tirados por burros o en coche. No se trata de un problema individual: toda la población de la Franja de Gaza lo sufre colectivamente. Por eso, casi todos los miembros de la familia tienen una tarea, lo que en cierta medida enmascara el impacto psicológico sobre la población y, al mismo tiempo, asigna a los niños funciones que no deberían tener. Los niños de seis o siete años no deberían llevar bombonas de agua y caminar dos o tres kilómetros para proporcionar agua potable a sus familias o recargar los teléfonos móviles.

Esta sensación de agencia alivia el impacto psicológico. Esto es fundamental cuando nos reunimos con la gente de la comunidad: actualmente contamos con unos 30 empleados que visitan refugios y tiendas de campaña, hablan con hombres, mujeres y niños, les ayudan a expresarse, a hablar de sus sentimientos y les ofrecen asesoramiento y ayuda para gestionar el estrés. Cuando hay síntomas urgentes, derivamos a las personas a nuestros centros comunitarios.

En esos casos, primero les pedimos que miren a su alrededor y piensen en cómo pueden ayudarse a sí mismos y a quienes les rodean. En cierto modo, esto crea una sensación de agencia que ayuda a las personas a seguir adelante y a pensar de forma algo positiva, si hay alguna posibilidad de pensar positivamente sobre lo que pueden hacer.

Nuestros equipos llevan juguetes y material de papelería cuando es posible, y esto supone un gran cambio. Cuando los niños descubren de repente que pueden expresarse a través de dibujos y juegos, hablando de los problemas a los que se enfrentan, comienzan a exteriorizar sus sentimientos, mostrando o hablando de sus miedos cuando dibujan casas destruidas o personas heridas. A veces dibujan sangre, a veces tanques. Dibujan lo que sienten, y esto marca una gran diferencia.

Pero, por supuesto, es extremadamente difícil ayudar a las personas mientras continúan los ataques. Lo ideal es que las intervenciones psicológicas comiencen cuando termina el desastre o cuando las personas llegan a un lugar seguro donde los profesionales de la salud mental pueden trabajar como otros trabajadores sanitarios o de emergencia. Esta no es la situación en Gaza.

El poder de la expresión y la sanación

Recalcamos que, cuando se experimenta estrés, siempre es importante encontrar a alguien con quien hablar; esta es la simple verdad. Las personas deben hablar con amigos, familiares, compañeros de trabajo y discutir las cosas. Las personas pueden abrir su corazón si pueden hablar. Por ejemplo, si ayer tuve una pesadilla que me recordó una casa destruida ante mis ojos, hablo con alguien de mi familia o con un vecino de una tienda cercana, y ellos comparten la misma experiencia. Entonces se produce una sensación de proceso de sanación colectivo.

Pero cuando se trata de los niños, ellos tienen diferentes formas de expresarse. Aún no son lo suficientemente maduros como para expresarse como lo hacemos los adultos. Por ejemplo, a veces no pueden decir «tenemos miedo, estamos aterrorizados», sino que el niño salta de un lugar a otro, temblando o incapaz de quedarse quieto, volviéndose muy irritable. Las niñas se vuelven muy tímidas y aisladas. Los niños se vuelven más agresivos, otro ejemplo de cómo se manifiesta el trauma.

He aquí una historia de una colega. Visitó un campamento y la gente le dijo: «Ve a esa tienda, hay una señora cuyo hijo no ha hablado en los últimos tres o cuatro días». Fue a ver a esa familia y la madre le dijo: «Sí, bueno, no solo no ha hablado en los últimos tres o cuatro días, sino que tampoco ha comido nada». Esta historia ocurrió hace unos dos o tres meses, cuando había comida disponible, y cuando decimos que había comida disponible, nos referimos a que la gente tenía algo que comer, no a que tuvieran comida de verdad.

Nuestra colega se sentó junto al niño, que tenía diez u once años. Llevaba lápices de colores y papel para dibujar. Los dejó sobre la mesa y le dijo al niño: «Soy profesional de la salud y estoy aquí para escucharte. He oído que llevas un tiempo sin hablar, pero estoy aquí para escucharte. Lo que se te pase por la cabeza, cuéntamelo».

El niño no hizo nada, no dijo nada. Ella esperó y luego le dijo de nuevo: «Estoy aquí para ti». Después de unos minutos, el niño dijo: «Vi a los niños con los que jugaba. Los mataron delante de mis ojos».

Empezó a llorar. Un poco más tarde, ella le dijo «se fueron al cielo», algo que les decimos a los niños para calmarlos. Esto es lo que todo el mundo dice: están en el cielo, en un lugar mejor.

El niño respondió: «Todo el mundo me dice eso, pero yo no vi la cabeza de mi amigo con el que estaba jugando. Solo estaba allí su cuerpo. ¿Cómo pudo ir al cielo sin su cabeza?».

Ella respondió: «Es asunto de Dios. Él es todopoderoso y puede hacer lo que sea necesario, y por supuesto que puede reunir la cabeza con el cuerpo de ese niño». Empezó a consolar al niño, diciéndole: «También he oído que no has comido nada. ¿Te traigo algo de comer? Y aquí tienes unos lápices de colores, y esta bolsa es tuya. Hay  juguetes y lápices de colores en su interior. Puedes dibujar lo que quieras».

La madre trajo comida, un trozo de pan con algo dentro, y el niño empezó a comer. No solo empezó a hablar, sino también a jugar con los lápices de colores y a comer.

Cuando la psicóloga compartió esta historia en nuestro centro comunitario, estaba muy feliz porque había logrado que un niño hablara y comiera. Habló de lo feliz que estaba la madre de que el niño estuviera comiendo. Dos días después hicieron un seguimiento del niño y estaba mejor, y continuaron proporcionándole los cuidados que necesitaba.

A veces, estas pequeñas cosas que aportas son muy importantes. A veces no te das cuenta de lo importantes que son hasta que ves el cambio significativo que producen. En el caso de este niño, si no hubiera expresado lo que pensaba sobre que un niño no podía estar en el cielo sin su cabeza, eso habría seguido siendo un trauma para él para siempre.

Conocemos el trauma. Una vez que te expones a un trauma, este permanece en tu psique. No se puede borrar, pero la pregunta es: ¿se puede seguir con la vida? ¿Se puede procesar de alguna manera? ¿Se puede superar y seguir adelante, o seguirá perjudicándote, afectando tu forma de pensar, tu capacidad de concentración, de aprender cosas nuevas, de seguir con tu vida?

Hoy hablamos del trauma transgeneracional basado en la evidencia. Por eso tememos que lo que está sucediendo afecte a la población de Gaza no solo durante años, sino durante décadas.

La abrumadora magnitud de las pérdidas

Cifras actuales: el Ministerio de Salud de Gaza cita más de 60.000 muertos y más de 112.000 heridos, aunque una investigación publicada en The Lancet sugiere que el número de muertos es un 40% superior, teniendo en cuenta a los desaparecidos y a los que se encuentran bajo los escombros. Por lo general, no solo en esta ocasión, sino también en ataques anteriores, al menos un tercio de los heridos o muertos son niños.

Hablamos de 39.000 niños que han perdido a uno de sus padres. Entre ellos, 17.000 han perdido a ambos padres. El número de niños no acompañados que son el único miembro superviviente de su familia supera los mil. Los niños que han perdido un brazo o una pierna, los niños con amputaciones, suman más de 800.

Estas estadísticas son impactantes. Se refieren a una sociedad en la que, antes de octubre de 2023, la mitad de la población vivía por debajo del umbral de la pobreza debido a la larga ocupación israelí y al posterior bloqueo.

Imaginemos que esos niños no han tenido educación, ni escuelas durante un año y medio, salvo las milagrosas improvisaciones de los profesores de Gaza contra todo pronóstico. No han disfrutado de una vida cotidiana normal durante esos 20 meses. Viven en tiendas de campaña, caminan por lugares destruidos, están psicológicamente afectados y no ven señales positivas para un futuro mejor. No solo eso, sino que los bombardeos continúan casi todas las noches.

La Franja de Gaza tiene unos 40 kilómetros de largo y entre 8 y 12 kilómetros de ancho. Cuando se producen bombardeos en un lugar, todo el mundo los oye. Se trata de una exposición continua a acontecimientos traumáticos sin un respiro que permita la recuperación, mientras se vive en condiciones espantosas, sin alimentos adecuados, que permitan levantarse y caminar o correr como los niños, y gozar de un bienestar físico saludable. Tampoco cuentan con el apoyo del sistema sanitario, que ahora sufre una grave crisis y solo funciona en modo de emergencia.

Pérdidas personales

En 2014 nuestra familia se vio afectada por una tragedia. Fue al atardecer, durante el Ramadán, cuando el edificio fue bombardeado. Era la hora en que la gente se sentaba a romper el ayuno, alrededor de las 6:00 p.m., tras un largo día de ayuno de 13 o 14 horas. Estábamos escuchando el adhan, la llamada a la oración del atardecer, el mismo momento en que la gente comienza a comer.

Oímos dos grandes explosiones simultáneas y supimos dónde se había producido el bombardeo. Más tarde escuchamos las noticias y comprendimos que el edificio de tres pisos había sido destruido y que habían muerto 28 personas, entre ellas tres mujeres embarazadas y 19 niños.

Pasamos toda la noche tratando de encontrar los cuerpos de esas personas. Incluso cuando fuimos a la mezquita al día siguiente para rezar la oración fúnebre, había una gran bolsa con cuerpos que no habían sido identificados o que no podían separarse; como todos los demás, las partes de los cuerpos se juntaron y se colocaron en una sola tumba.

Es algo que nunca se puede olvidar. Algo con lo que hay que vivir. Tuve la suerte de contar con muchos compañeros del GCMHP a mi alrededor, muchos compañeros de la comunidad internacional que me llamaron y, por supuesto, familiares y parientes lejanos. Fue uno de los sucesos más mediáticos debido al elevado número de personas que murieron en ese único ataque.

Luego, en 2023-2024, muchos ataques mataron a cientos de personas. En otro Ramadán, el 18 de marzo, cuando Israel rompió el alto el fuego y comenzó a atacar de nuevo, lo hizo a las 2:30 de la madrugada. Eso fue aproximadamente una hora antes del amanecer, cuando la gente estaba a punto de despertarse para prepararse para el suhur, la última comida antes del amanecer, cuando la gente deja de comer. Las madres estaban preparando la comida que tenían cuando, de repente, se escucharon los fuertes sonidos de los bombardeos: innumerables aviones de combate atacaron Gaza en ese momento, sobre esa pequeña zona geográfica simultáneamente, aterrorizando a todos. Los informes dicen que más de 400 personas murieron durante ese ataque, algunas mientras dormían.

Como cualquier otra familia, algunos de mis familiares también han muerto desde octubre de 2023, en menor número y en circunstancias diferentes, pero somos como cualquier otra familia de la Franja de Gaza. Entre los fallecidos y desaparecidos bajo los escombros hay miembros de cada familia o familia extensa.

En abril del año pasado dos de mis primos por parte de mi madre decidieron volver a su casa para recoger algunas cosas y ropa. La gente no tenía nada cuando huyó de sus casas, y hubo momentos en los que pensaron que podían volver y coger algo. Estos dos niños, uno de 17 años y otro de 16, que eran primos, decidieron volver a su casa sólo para coger algunas cosas. Uno de ellos estaba especialmente interesado en coger su ordenador portátil.

Entraron en su casa, que aún seguía en pie en el este de Jan Yunis, cerca de una zona llamada Abasan. Al parecer, entraron en su casa, recogieron lo que necesitaban para sus padres y hermanos, cada uno con una mochila llena, y luego regresaron a Rafah, a la zona de tiendas de campaña. Un dron los mató a ambos. Sus padres no pudieron ir a despedirse de ellos. Las personas que se alojaban en una escuela cercana se llevaron los cuerpos y los enterraron.

Unas semanas más tarde, se produjo otro trágico suceso en el que murieron otros miembros de mi familia: otros dos niños pequeños, dos hermanos, uno de 12 años y otro de 15. Su único error fue querer tener un mejor acceso a Internet, y se encontraban en un edificio con acceso a Internet. El edificio fue destruido, bombardeado, y sus cuerpos permanecieron entre los escombros durante horas. Cuando los sacaron, fuimos al hospital para preparar el entierro.

Vi a uno de los padres de los dos niños cuyos cuerpos estaban en la escuela, y me dijo: «Doctor, no sé qué decir, pero al menos pudieron ver los cuerpos de sus hijos». Al menos Ahmed (el padre de los dos hermanos asesinados) pudo ver los cuerpos de sus dos hijos y despedirse de ellos, pero mi hermano y yo no pudimos despedirnos de nuestros hijos.

El trauma se manifiesta de muchas maneras, y la forma en que las personas se exponen al trauma es diferente, pero el impacto siempre es insoportable, y tenemos que vivir con esas historias. Hay que sobrevivir, y por eso todos los que viven ahora en la Franja de Gaza o los que lograron salir de ella son supervivientes.

Hablamos de un superviviente que pasó 20 meses huyendo de una tienda de campaña a otra. Hablamos de un superviviente que durante 20 meses solo tuvo la oportunidad de ducharse cinco o seis veces, lo que para las mujeres es extremadamente vergonzoso. Hablamos de un niño que no ha tenido la oportunidad de comer ningún tipo de fruta durante 20 meses. Hablamos de un niño que nunca ha visto un yogur en su vida.

Gestionar la ira

La gente está increíblemente enfadada. Yo también estoy muy enfadado, pero con los años he aprendido a gestionar mi ira porque es necesario, de una forma u otra: la misión de los trabajadores de salud mental es ayudar a los demás. Mi otra misión es dirigir una organización que tiene la visión de ser líder en el campo de la salud mental y los derechos humanos en Palestina.

Para continuar con ello, necesitamos apoyar a nuestros colegas, apoyarnos a nosotros mismos, saber qué hacer, qué decir, cómo reaccionar. Es un trabajo muy difícil, en un contexto muy desafiante, pero se aprende a hacerlo. Se aprende porque no hay otra manera. Tenemos que ayudar a la comunidad, ayudar a las personas a superar realidades difíciles —no diría «sobrellevar», porque va más allá de eso—, pero al menos hacer algo que permita a las personas continuar con sus vidas, prevenir y minimizar el impacto psicológico en la medida de lo posible. Intentamos trabajar en la resiliencia, si es que queda algo de ella. Para ello, hay que controlarse a uno mismo. Así son las cosas.

Salud mental y derechos humanos

¿Cómo puedes estar bien psicológicamente cuando estás oprimido, cuando no ejerces ni practicas tus derechos básicos, cuando no tienes derecho a la salud, cuando no tienes derecho a la educación, cuando no tienes derecho a la seguridad, cuando no tienes derecho a la paz, cuando no se respetan tus derechos sociales, cuando sufres violaciones diarias de tus derechos básicos, cuando tu derecho a la vida se ve amenazado a diario? ¿Cómo puedes sobrevivir a eso?

No se puede llevar una vida sana ni saludable cuando se vive bajo la opresión. Lo vemos en las víctimas de la violencia de género, la violencia doméstica, en las personas que viven bajo la opresión. Pero en Palestina es único que hablemos de algo que lleva sucediendo desde hace décadas. Somos una nación a la que no se le permite tener su propio Estado. Somos un pueblo que vive en el siglo XXI bajo una ocupación que destruye la vida cotidiana de las personas, a veces lentamente y, últimamente, a menudo de forma repentina.

Estas continuas violaciones de los derechos repercuten en la forma de vivir y pensar de las personas. Como profesionales de la salud mental, nos ocupamos de las consecuencias de esas violaciones. Algunas violaciones son evidentes, son visibles, como lo que ocurre ahora cuando se mata a personas o se oyen bombardeos. A veces son sutiles.

Por ejemplo, fíjense en Cisjordania. Hay cientos de puestos de control que dividen Cisjordania en zonas segregadas. Las personas que trabajan en una ciudad tardan a veces horas en llegar a su pueblo o pequeña localidad. Hay incertidumbre sobre todo. A veces, las escuelas de Cisjordania cierran debido a la violencia de los nuevos colonos o del ejército, o al cierre de carreteras o localidades.

Ahora, cuando la gente va a recoger sus aceitunas, es toda una prueba anual para ellos. En todo el mundo, cuando llega el momento de recoger la producción agrícola, los agricultores lo celebran con alegría, todo el mundo está feliz. Pero no en Palestina. La gente tiene miedo de que los colonos los acosen y quemen sus árboles.

¿Cómo se puede sobrevivir psicológicamente a esas condiciones de vida?

El concepto de resiliencia

La resiliencia era algo bonito de lo que hablaba hace veinte años, de lo que me sentía orgulloso: que, a pesar de todas las dificultades, a pesar de los cierres, a pesar del bloqueo, a pesar de la segunda Intifada. A pesar de crecer en condiciones tan duras, los palestinos siguen con sus vidas. Tenemos el mayor número de personas con estudios, la tasa de analfabetismo más baja de Oriente Medio y el mayor número de personas con másteres y doctorados por habitante. Estos logros van en contra de todas las probabilidades, y la explicación para ello era la «resiliencia»: los jóvenes son resilientes.

Más tarde, empecé a cuestionarme qué significaba esto. La resiliencia significa que, a pesar de todas las tensiones, las personas no desarrollan trastornos mentales. Siguen sobreviviendo psicológicamente. Bueno, estamos sobreviviendo psicológicamente, pero estamos soportando tantas dificultades, acontecimientos estresantes y momentos difíciles que esto no puede continuar. Esa resiliencia no podrá continuar para siempre. No puede ocultar la realidad ni hacernos pasar por alto el hecho de que merecemos llevar una vida humana normal como cualquier otro ser humano. Tenemos derecho a momentos de alegría, a días de paz y a llevar una vida normal.

Los palestinos somos un pueblo muy productivo. Merecemos vivir como cualquier otra persona normal, prosperar y ver a nuestros hijos jugar, ver a nuestros hijos divertirse y seguir adelante con nuestras vidas. La palabra resiliencia es como un recordatorio de cuántos días difíciles hemos pasado ya.

Esperanza en la oscuridad

La historia de mi colega psicóloga, que nos contó su visita a la tienda de campaña —y tenemos muchas historias como esa—, es una fuente de esperanza. La madre de ese niño, cuando vio a su hijo volver a hablar y a comer, es otra historia de esperanza. La historia de los dos millones de personas que siguen sobreviviendo en la Franja de Gaza, a pesar de todos los horrores, es una historia de esperanza.

La esperanza está presente en todas partes. Cuando tuvimos el alto el fuego de dos meses, hubo muchos grupos de niños cuyas familias comenzaron a organizar clases educativas en tiendas de campaña. Eso es una fuente de esperanza.

Cuando ves a personas que dicen «bueno, hemos perdido nuestra casa, pero nos quedamos cerca de ella y la vamos a reconstruir», eso es una fuente de esperanza. Cuando ves a personas sentadas en el techo de su casa destruida diciendo: «Aquí estamos», eso es otro tipo de esperanza.

Cuando ves cuánta solidaridad existe en la comunidad internacional, eso es otra fuente de esperanza. Cuando ves a personas que intentan llamarte para saber cómo estás, eso es un tipo de esperanza.

Cuando ves a un niño que ha perdido a toda su familia, pero vive con otra familia y piensa: «Está bien, soy el superviviente», y sigue con su vida, eso es una forma de esperanza. El simple hecho de no estar destrozado es una forma de esperanza.

Eso es lo que intentamos hacer cuando nos reunimos con nuestra gente en la comunidad: les ayudamos a identificar las cosas buenas que les rodean, a pesar de las crueldades y los retos, y eso se convierte en una fuente de esperanza. Nuestra principal fuente de esperanza es lo milagroso que es nuestro pueblo y que se mantiene firme frente a esa máquina de matar, esa máquina de matar masiva, y sigue intentando sobrevivir.

Una idea errónea

Hemos visto que cada vez que se produce un bombardeo, Gaza se convierte en el centro de atención y la gente entiende lo que está pasando. Cuando cesan los bombardeos, la gente piensa que eso pone fin a las duras condiciones de vida y que la gente sigue viviendo en paz. Esa no es la realidad.

Entre 2014 y 2023, esos nueve años, el bloqueo de la Franja de Gaza con restricciones de movimiento estuvo siempre presente. Los drones volaban constantemente por los cielos, recordando a la gente los desastres. Entre 2014 y 2023 se llevaron a cabo al menos cinco operaciones a gran escala, que recordaron a todos lo que significaba el desastre. Miles de personas con enfermedades graves no pudieron recibir atención médica fuera de la Franja de Gaza debido a las restricciones de movimiento.

La comunidad internacional no ve esta vida bajo tales violaciones de los derechos humanos. La gente piensa que la vida continúa, como en una zona de desastre donde, una vez que termina la guerra, se produce la recuperación y la gente sigue con su vida. Desgraciadamente, ese no es el caso de la Franja de Gaza.

En un mes, dos meses, tres meses, una semana… se alcanzará otro alto el fuego. Eso es por lo que rezo, lo que espero. Pero eso no significa que nuestra vida vaya a mejorar inmediatamente. Las amenazas inmediatas cesarán, los bombardeos cesarán, pero nuestros hijos seguirán viviendo durante años entre los escombros. Durante años no podremos reconstruir todas las escuelas y casas que fueron destruidas. A lo largo de esos años, tendremos desencadenantes que nos seguirán recordando las condiciones traumáticas, el desplazamiento y los ataques, las personas que hemos perdido: nuestros seres queridos, colegas, amigos, familiares que murieron durante los ataques.

La comunidad internacional debe actuar

En todos los lugares donde hay guerra, hay normas y reglamentos que deben cumplirse por ley. Por ejemplo, el derecho a la salud, la evacuación de personas heridas o muertas, la seguridad de los hospitales, la seguridad de los trabajadores sanitarios, permitir la entrada de alimentos y agua. Estas cosas básicas —permitir lo necesario para las mujeres y los niños, artículos de higiene— nunca se respetan y nunca se respetaron durante esos 20 meses.

Las normas son universales, y el pueblo palestino no es una excepción. No es aceptable que los líderes de la comunidad internacional se limiten a observar y hablar. No hacen nada más que emitir comunicados o declaraciones o enviar informes, sin tomar medidas serias.

 Es incomprensible. Deben ser proactivos; deben tomar medidas sobre el terreno. La alimentación es un derecho muy básico. Los medicamentos salvan vidas.

Si no son capaces de hacerlo, ¿para qué los necesitamos? ¿Para qué sirve la comunidad internacional, para qué sirven los trabajadores de las ONG internacionales, si no son capaces de llevar harina o leche a la Franja de Gaza desde hace dos meses? ¿De qué sirve su presencia?

La comunidad internacional tiene el poder de actuar, pero debe tener la voluntad de utilizarlo.

La comunidad internacional ha perfeccionado el arte de observar y hacer declaraciones. Pero los niños no pueden alimentarse de declaraciones. Las familias no pueden refugiarse bajo los informes. Si no pueden garantizar que la harina y la leche lleguen a los niños de Gaza, ¿cuál es exactamente su propósito? Los profesionales de la salud mental lo entienden: la curación requiere acciones, no solo palabras. La salud mental del mundo también depende de ello.

Entonces, ¿cómo se proporciona atención de salud mental durante un genocidio? Se hace rechazando la idea de que cualquier pueblo merezca vivir así. Se hace ayudando a un niño a volver a hablar, acompañando a un padre en su culpa, encontrando esperanza en el simple acto de sobrevivir. Pero, sobre todo, se hace exigiendo al mundo que recuerde que los palestinos no somos resilientes por elección, sino porque no tenemos otra opción. Y eso debe cambiar.

Cuando esto termine, y terminará, los niños de Gaza llevarán estos traumas durante generaciones. Pero no serán los únicos marcados por este momento. La historia preguntará qué hicisteis cuando lo supisteis. Resulta que la salud mental no solo trata de curar el trauma, sino de prevenirlo. La pregunta no es solo cómo brindamos atención durante un genocidio. Es por qué el mundo permite que el genocidio continúe.

El Dr. Yasser Abu Jamei es el director general del Programa de Salud Mental Comunitaria de Gaza.

Texto en inglés: CounterPunch.org, traducido por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/06/11/vivir-lo-inimaginable-testimonio-desde-gaza/