Un nuevo alto el fuego en Gaza está más cerca y eso debería ser una buena noticia. Pero después de bombardear cuatro países en la región, un genocidio y dar un puñetazo sobre la mesa, Israel y EEUU empiezan a desvelar sus planes para el día después. En esos planes, la Franja no tiene gran valor. El objetivo es consolidar por la vía diplomática el nuevo Oriente Medio diseñado por la fuerza. Y la forma de conseguirlo es firmar acuerdos de normalización de relaciones con los países vecinos. ¿Y qué hay de malo en un acuerdo de paz entre dos países en tensión —e incluso guerra— desde hace décadas? Mucho.
Este lunes, Benjamin Netanyahu visitará a Donald Trump en Washington y, antes de salir, el primer ministro israelí ha señalado que las guerras contra Irán, Líbano y Hamás han creado “una gran obligación y también grandes oportunidades”.
“La obligación es mantener el logro y la gran oportunidad es expandir el círculo de paz mucho más de lo que habíamos imaginado anteriormente. Ya hemos cambiado la cara de Oriente Medio hasta el punto de estar irreconocible y tenemos la oportunidad y la capacidad de cambiarlo más para permitir un gran futuro para el Estado de Israel”, ha afirmado.
Para entender por qué es peligroso el plan israelí, tienes que cambiar el marco desde el que ver y analizar el conflicto. Esto no es una guerra, sino un proyecto colonial de Israel sobre Palestina. Como tal, tiene un inicio y un final, con sus correspondientes fases: guerra, ocupación, limpieza étnica, expansión territorial, ‘pacificación’ de la resistencia y, por último, la normalización. La guerra en Líbano, en Irán, la ocupación en Siria aprovechando la caída de Bashar al Asad, el genocidio en Gaza y la brutalidad en Cisjordania son parte de esa ‘pacificación’.
La normalización de Israel (y la ocupación) es el único final exitoso posible de ese proyecto colonial. Y es un paso irreversible: los vecinos árabes y la comunidad internacional aceptan que Israel ha sustituido a Palestina y que los palestinos están atrapados en un bantustán de apartheid y se acabó (el bantustán era el nombre que se utilizaba para designar a cada ‘reserva’ de habitantes negros en Sudáfrica y que, cada vez más, se asemeja a Cisjordania).
Cisjordania se ha convertido en un territorio rodeado por Israel por todos los costados, sin continuidad territorial en su interior por la política de asentamientos ilegales y controlado, además, por el ejército de ocupación —que la Corte Internacional de Justicia ha declarado ilegal—. Eso es lo que Israel necesita normalizar para culminar su proyecto. Que el mundo acepte, por fin, la realidad sobre el terreno y se acabó la causa palestina para siempre.

Todo esto me hace recordar una conversación con nuestro fixer en Palestina. Me había recogido en el Hotel Belén, un enorme edificio de 225 habitaciones y cuatro estrellas en el que yo era el único cliente. Los turistas habían desaparecido a causa de la guerra. Íbamos a la zona de Ramala a hacer unas entrevistas, pero el camino estaba plagado de controles del ejército y tardamos varias horas. “Su misión es hacernos la vida imposible”, me decía. Después de perder un poco la paciencia y enseñarme unos cuantos cánticos en árabe contra la ocupación, pasamos a hablar de nuestras familias. Tiene dos hijos pequeños, pero me confesaba que los ha tenido muy tarde, pese a la tradición y presión familiar, porque se pensó mucho si quería traer hijos a este mundo —a Palestina— y dejarles este legado.
Hace no mucho había ido con su hija y su mujer al zoo, pero de camino un soldado en un puesto de control empezó a gritar a la niña hasta que rompió a llorar. Él dice que lo hacen para provocar. Te llevan al límite para que saltes y puedan arrestarte. El peso de la ocupación se siente a cada paso; y eso es lo que Israel quiere normalizar.
El peligro de los Acuerdos de Abraham

Donald Trump es el gran arquitecto de esta política de normalización en la que pretende solucionar el conflicto ignorando y aislando por completo la causa palestina. En su anterior mandato, y gracias a las presiones y contraprestaciones estadounidenses, varios países firmaron los llamados Acuerdos de Abraham de normalización de relaciones con Israel: Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán.
Ahora, mientras se negocia un nuevo alto el fuego en Gaza y aprovechando el golpe a Irán, EEUU e Israel presionan por ampliar los acuerdos.
Esta semana, el ministro de Exteriores israelí, Gideon Saar, ha dicho que Líbano y Siria son los siguientes objetivos: “Tenemos interés en añadir países como Siria y Líbano al círculo de paz y normalización”. Israel se anexionó territorio sirio en 1981 y, aprovechando la caída de Bashar al Asad, amplió su ocupación hace unos meses. Saar ha confirmado que Israel no está dispuesto a renunciar al territorio ocupado.
No es casualidad que esta semana Trump haya levantado las sanciones a Siria. Ambos ministros de Exteriores han hablado por teléfono y Siria ha expresado su deseo de “cooperar con EEUU para volver al acuerdo de retirada de 1974”. El enviado de EEUU para Siria, Thomas Barrack, ha confirmado que Damasco y Tel Aviv están en conversaciones impulsadas por Washington.
Pero el gran premio gordo de la normalización es Arabia Saudí, quien ya estaba prácticamente dentro hasta que Israel lanzó su guerra de castigo en Gaza. Varias informaciones apuntan que esta semana el ministro de Defensa saudí se ha reunido en secreto con Trump en Washington. Preguntado sobre una futura normalización de relaciones, el ministro de Exteriores de Arabia Saudí aseguraba el viernes que su prioridad era acabar la guerra en Gaza “como preludio para el establecimiento de un Estado palestino”.
Esto decía el propio Netanyahu desde el podio de la Asamblea General de la ONU dos semanas antes del ataque de Hamás del 7 de octubre y el inicio de la guerra de castigo en Gaza: “No cabe duda de que los Acuerdos de Abraham anunciaron el amanecer de una nueva era de paz. Pero creo que estamos en la cúspide de un avance aún más espectacular: una paz histórica con Arabia Saudí. Esta paz contribuirá en gran medida a poner fin al conflicto árabe-israelí. Animará a otros Estados árabes a normalizar sus relaciones con Israel y mejorará las perspectivas de paz con los palestinos”. El genocidio impidió a la monarquía del Golfo normalizar relaciones.
La prensa, los grupos de rehenes, académicos presionan al gobierno ultraderechista de Israel para acabar por fin con la ofensiva en Gaza y relanzar los Acuerdos de Abraham. Hace unos días aparecieron en Jerusalén grandes carteles con los rostros de Trump, Netanyahu y los líderes árabes bajo el lema: “La alianza de Abraham. Es hora de un nuevo Oriente Medio”.
Para salvar la cara, los países árabes que normalicen relaciones con Israel necesitan alguna cláusula que mencione el camino hacia la creación de un Estado palestino. Sin embargo, para ser viable, ese Estado palestino necesitaría tener continuidad territorial y no estar cortado por el levantamiento de inmensos asentamientos ilegales. También necesitaría no estar rodeado por Israel por todos sus extremos.
Sin embargo, los líderes árabes, Israel y EEUU cuentan con que no estamos mirando el mapa actual cuando hablamos de dos Estados, sino que más bien tenemos en mente el de 1967. No son dos Estados: es un Israel expandido y un bantustán palestino dividido en tres islas no conectadas entre sí donde meter a la población palestina para garantizar la pureza del Estado judío.

El poder de la normalización
En la circunstancias actuales, hablar de la solución de dos Estados es inútil. Forma parte del manual israelí para crear ese bantustán palestino cada vez más reducido. Entre otras muchas cosas, habría que desmantelar los asentamientos ilegales, pero Israel ha hecho también un importante ejercicio de normalización a nivel doméstico para hacerlo irreversible.
La joya de la corona de esa normalización interna no son los pequeños asentamientos más ideológicos con una caravana y unas cuantas ovejas, sino las inmensas urbanizaciones e incluso municipios que sajan Cisjordania. Ma’ale Adumim es uno de los más grandes y parte el territorio palestino en dos. Situado a pocos kilómetros de Jerusalén, sus ciudadanos no son locos radicales en misión de conquista, sino que muchos se han trasladado allí por calidad de vida y razones económicas. Y ese es precisamente el problema: Israel ha conseguido desconectar la política de los asentamientos. Utilizan a gente sin carga política para normalizar esas comunidades hasta el punto de que sus ciudadanos ni siquiera saben ni son conscientes que están viviendo en suelo robado. Es el ejemplo perfecto del poder de la normalización.
“Ma’ale Adumim es una ciudad grande y en cualquier negociación quedaría en manos de Israel”, me decía Esther, traductora, que se mudó al asentamiento desde Massachusetts. “Me gustaría no controlar la vida de nadie. Me gustaría de verdad entregar todas las áreas palestinas a alguien con el que vivir como vecino y que aceptara nuestro derecho a existir”. A Esther ni siquiera se le pasaba por la cabeza que su casa, su ciudad y su vida se levantan sobre esas “áreas palestinas” que le gustaría entregar.