En un pequeño rincón de Gaza Siwar Al-Ejleh, de 14 años, acarrea pesados cubos de agua y espera en largas colas para recibir comida de caridad. Su padre murió en un ataque aéreo que destruyó su casa. «La vida ya no es lo que era. No nos podemos permitir el lujo de llorar», dice.
Bisan, de 16 años, sobrevivió a un horrible ataque que provocó un cinturón de fuego en el que perecieron su madre, dos hermanas y dos hermanos. Ella sufrió heridas graves y ahora vive lejos de su padre, recibiendo tratamiento en el extranjero.
«No sé a quién llorar primero», dice con voz débil.
En un refugio de otro lugar, un niño de cuatro años grita: «¡Quiero que baba me lleve en brazos!». Su abuelo lo abraza y le susurra: «Recuerda, ahora yo soy baba». Su verdadero padre murió junto con el resto de la familia en una masacre.
Aisha, de cinco años, que antes era la princesita de su padre, mira ahora su foto y dice: «Quiero que vea que me porto bien en el colegio».
Su hermana menor, Siwar, de solo cuatro años, llora la muerte de su hermanito Yusef, que murió en brazos de su padre. «Solo quiero ver a baba unos minutos… luego puede volver a estar muerto», se lamenta.
Su madre, tratando de mantener la compostura, dice: «Consolarles es como descifrar una ecuación química compleja… una ecuación para la que no tengo respuestas».
«Madurez forzosa»
El Dr. Yusef Awadalá, psicólogo clínico en Gaza, pinta un panorama sombrío: «Los niños aquí no sólo están de duelo, sino que están envejeciendo antes de tiempo. Llevan dentro de sí cementerios de recuerdos».
Dice que muchos niños han dejado de hablar. Algunos ya no pueden jugar. Niñas de tan sólo seis años llevan bebés en brazos y se encargan de todo el hogar.
«Esta madurez forzada provoca profundas fracturas psicológicas», explica el Dr. Awadalá.
Destaca que «el trauma se agrava cada día: la pérdida, el desplazamiento, el miedo, la falta de seguridad, todo se acumula en cuerpos jóvenes que nunca estuvieron destinados a soportar tal peso».
«Algunos niños sufren mutismo, enuresis o retraimiento emocional. Otros hacen preguntas aterradoras como: ‘¿Por qué nosotros seguimos vivos? ¿Por qué se llevaron a nuestras familias?’».
Lo que estos niños necesitan, subraya, no es solo comida o medicinas, sino «un espacio emocionalmente seguro para llorar, preguntar, llorar la pérdida, sin vergüenza ni represión».
Los más vulnerables
Según Aziza Al-Kahlut, portavoz del Ministerio de Desarrollo Social de Gaza, el número de huérfanos pasó de 24.000 antes del 7 de octubre a casi 40.000 en la actualidad. Esto incluye a 2.000 niños que perdieron a ambos padres y 500 niños que son los únicos supervivientes de toda su familia.
«Los más vulnerables son los huérfanos con discapacidades, que carecen de atención sanitaria y emocional básica», añade.
La guerra ha paralizado el sistema de apadrinamiento de huérfanos. La ayuda internacional se ha detenido debido al cierre de los bancos, mientras que el apoyo local sólo llega parcialmente a los nuevos huérfanos.
«Ahora tenemos más de 1.400 bebés huérfanos menores de un año», afirma. «Han comenzado su vida sin madre, sin padre, y sin siquiera leche o una cama».
Cada cifra cuenta la historia de un niño que ha perdido a un progenitor, un hogar o todo su mundo. La crisis de los huérfanos de Gaza no es sólo una estadística humanitaria, es una herida sangrante en la conciencia de la humanidad.
Estos niños no sólo necesitan ayuda, necesitan seguridad, dignidad, amor y un futuro libre de la pesadilla de la guerra.
Anwar Haniya es una periodista de Gaza comprometida con dar a conocer el relato palestino y compartir historias desde el interior del sitiado enclave.
Texto en inglés: The Palestine Chronicle, traducido por Sinfo Fernández.