Estados Unidos y sus aliados crearon las condiciones mediatas e inmediatas para el genocidio al financiar la hipertrofia de Israel como una potencia colonial expansionista, racista y dotada de un poder de destrucción frente al cual sus víctimas se encuentran inermes.
El presidente Emmanuel Macron anunció que Francia reconocerá a Palestina como un Estado, decisión que se formalizará en la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre. El gesto tiene trascendencia en tanto se trata de la mayor potencia europea hasta ahora en respaldar el derecho del pueblo palestino a conformar una entidad política soberana, con un asiento en la comunidad internacional y plena protección de su integridad territorial. Asimismo, marca un giro respecto a la imperturbable complicidad con Israel, sostenida durante meses pese a la incontrovertible evidencia de que las operaciones de Tel Aviv en la franja de Gaza constituyen un genocidio.
Con todo su significado, está claro que esta medida llega demasiado tarde y es insuficiente para alcanzar lo que el propio Macron define como prioritario: que se acabe la guerra y salvar a la población civil. Es muy poco porque para frenar la masacre se requiere que el conjunto de Occidente deje de proveer armamento al régimen de Benjamin Netanyahu, le retire el blindaje de inmunidad diplomática que permite al primer ministro y sus funcionarios pasearse por el mundo pese a ser criminales de guerra con órdenes de arresto vigentes e imponga a Tel Aviv sanciones acordes con la gravedad de sus violaciones a los derechos humanos y a la legalidad internacional.
Asimismo, es extemporánea porque casi desde el principio de la invasión a Gaza es un insulto a la verdad hablar de guerra cuando lo que tiene lugar es una matanza sistemática de civiles, que durante el último año ha convertido a la población en cadáveres andantes, según el comisionado de la ONU para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente, Philippe Lazzarini. Como deben saber, Macron y el resto de dirigentes que rehúsan emprender acciones creíbles para detener el genocidio, en estos momentos el hambre creada deliberadamente por Israel en Gaza es tan grave que incluso los periodistas acreditados por la Afp, los integrantes de un centenar de organizaciones no gubernamentales y los trabajadores humanitarios de la ONU se enfrentan a un cuadro de desnutrición que les impide llevar a cabo sus labores. En cuanto a la población local, no es exagerado afirmar que se encuentra encerrada en un campo de exterminio: sólo en los restos de un hospital, 21 niños murieron de hambre y malnutrición en tres días.
En este contexto, cabe celebrar el anuncio de la cancillería brasileña de sumarse a la demanda por genocidio presentada por Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia. De acuerdo con el Ministerio de Relaciones Exteriores, ya no hay margen para la ambigüedad moral ni la omisión política, pues la impunidad socava la legalidad internacional y la credibilidad del sistema multilateral, por lo que la comunidad internacional no puede permanecer inactiva ante las atrocidades que se cometen.
El posicionamiento del gobierno encabezado por Luiz Inacio Lula da Silva es una muestra de verdadero humanismo y congruencia con la defensa de los oprimidos. Sin embargo, ningún esfuerzo internacional cambiará el curso de los acontecimientos mientras Tel Aviv cuente con la complicidad de Washington para descarrilar cualquier decisión judicial y perseguir a fiscales y jueces con el valor para señalar sus responsabilidades. Es imposible avanzar hacia la paz cuando el secretario de Estado de la superpotencia replica contra los palestinos el mismo tipo de discurso deshumanizante que ha habilitado la limpieza étnica y la reducción a la esclavitud de otros grupos en el pasado. Tampoco puede esperarse mayor avance mientras el presidente Donald Trump propone como solución deportar a los gazatíes y convertir la franja en un paraíso turístico de lujo para extranjeros.
Estados Unidos y sus aliados crearon las condiciones mediatas e inmediatas para el genocidio al financiar la hipertrofia de Israel como una potencia colonial expansionista, racista y dotada de un poder de destrucción frente al cual sus víctimas se encuentran inermes. Sólo el cese de la complicidad occidental puede poner fin al acto de hambruna deliberada más intenso, más severo y minuciosamente planificado desde la Segunda Guerra Mundial, en palabras del director ejecutivo de la Fundación para la Paz Mundial en la Facultad de Derecho y Diplomacia de la Universidad Tufts, y obligar a Netanyahu a negociar un entendimiento que merezca el nombre de la paz.