Este 29 de Noviembre de 2008 se cumplen 60 años desde la aprobación de la resolución 181/II que llevó a la Organización de Naciones Unidas a proclamar la partición de Palestina. La injusticia dio comienzo: El 55% del territorio fue concedido a un nuevo Estado llamado Israel, que hacía efectivo el objetivo de crear un […]
Este 29 de Noviembre de 2008 se cumplen 60 años desde la aprobación de la resolución 181/II que llevó a la Organización de Naciones Unidas a proclamar la partición de Palestina. La injusticia dio comienzo: El 55% del territorio fue concedido a un nuevo Estado llamado Israel, que hacía efectivo el objetivo de crear un «hogar nacional judío». Palestina quedó reducida al 45% de su superficie. Jerusalén pasaba a ser un enclave internacional. Nació así un problema que, a día de hoy, sigue siéndolo en buena parte gracias a la ineficacia de las soluciones propuestas por las «grandes naciones» que conforman la ONU, las cuales están sujetas a otros tipos de intereses que no son precisamente humanitarios. Esto lleva, inevitablemente, a no prestar atención a la realidad dramática palestina ni a la exigencia de acciones resolutivas concretas.
Si queremos analizar el carácter general de las soluciones propuestas desde el comienzo del conflicto palestino, hemos de hacer referencia a dos cuestiones que han marcado la ineficacia de todas las propuestas. Al menos, de las propuestas a las que se ha prestado oficialmente atención desde organismos internacionales como la ONU. No obstante, hemos de recordar que los proyectos para solucionar que más a fondo conocemos, no son todas las que se han planteado como posibles, y que la falta de repercusión que tienen proyectos de solución alternativos supone un retroceso en el proceso de pacificación. Así pues, como decíamos, las soluciones «oficiales» han presentado dos problemas fundamentales. El primero de ellos reside en el vocabulario que desde siempre se ha empleado para hacer referencia a la cuestión palestina y que no deja de evidenciar una ideología concreta. Especial atención hemos de hacer a la hora de considerar expresiones como «estado binacional». Muchas son las voces que se alzan diciendo que la única forma de acabar con el conflicto palestino-israelí es crear un estado que dé cabida a las dos naciones. Pero, ¿cuáles son esas dos naciones a las que se refiere la palabra binacional? La respuesta llega inmediatamente a nuestras cabezas: la judía y la palestina. Pero, es hora de pararnos a reflexionar. ¿Qué es ser judío? Judío es aquel que profesa la religión judía, ni más ni menos. Sin importar si ha nacido en Yemen, en Grecia o en Polonia. Se trata de un término equivalente al de musulmán o cristiano. Nunca diríamos que alguien es de nación cristiana, y, en consecuencia, no buscaríamos la creación de un «hogar nacional cristiano» (espero). No obstante, el haber hablado siempre de un «hogar nacional judío» ha hecho que aceptemos esta expresión como significante de un referente existente, de una realidad: los judíos constituyen una nación que necesita unas fronteras que definan su territorio. En consecuencia, se ha creado un estado confesional, en el que los únicos lazos que unen a sus ciudadanos pretenden ser los de la religión, lográndose que los términos «judío» e «israelí» parezcan sinónimos. Algunos podrían considerar, entonces, que el problema queda resuelto al sustituir la palabra «binacional» por «biconfesional». ¡Craso error! Ante este dilema la pregunta que se nos plantea es: ¿qué es ser palestino? Palestino es el que ha nacido en Palestina, ni más ni menos. Hablar de lo palestino, es hablar de una nacionalidad, sin importar si se es cristiano, judío, musulmán, ateo… Decir «palestino» es equivalente a decir ruso, chino o congoleño. El error, pues, se halla en que estamos empleando conceptos que no son equivalentes. Que mezclamos lo nacional y lo confesional, limitando nuestra capacidad comprensiva, que acaba por considerar imposible que haya realidades identitarias heterogéneas. No olvidemos que las posibilidades de combinar el binomio judío/árabe con el binomio israelí/ palestino no se reducen a dos. Y no olvidemos tampoco que no existe ninguna razón que nos obligue a tener que combinar el binomio israelí/ palestino únicamente con el binomio judío/árabe.
El lenguaje empleado para hacer referencia a la cuestión palestina vuelve a provocar problemas si tenemos en cuenta esa relación de sinonimia que parecen haber contraído los términos «judío» e «israelí», y a la que ya hemos hecho referencia antes. Conviene recordar, no obstante, que ni todos los judíos en su conjunto, ni siquiera todos los judíos israelíes, son partidarios de la política criminal de Israel. Entre las voces críticas, encontramos ejemplos como el antiguo profesor de ciencias políticas de la universidad de Haifa Ilan Pappe, el músico Gilad Atzmon y un largo etcétera. Por último, hemos de hacer referencia al controvertido término «sionista». De forma generalizada, éste es empleado siempre con un sentido peyorativo. No obstante, en su origen, no tuvo esa connotación. En un primer momento, «sionista» fue un adjetivo que se aplicaba para describir. Hoy se emplea para indicar una tendencia ideológica. Pero hay que tener en cuenta que los propios judíos denominan a sus fuerzas «fuerzas sionistas». Por eso, la palabra «sionista» no aparecerá necesariamente en escritos críticos con la situación de Palestina.
El segundo gran problema que ha dado lugar a la ineficacia de las propuestas de paz ha sido la falta de protagonismo que el propio pueblo palestino y sus reivindicaciones han tenido en la búsqueda de una solución. En este sentido, hemos de recordar la tardía fecha (1974) en la que, por fin, la OLP logró participar en las reuniones que la ONU celebrabas para tratar la cuestión palestina. No se puede encontrar una solución sin tener en cuenta a una de las partes, la cual se ve directamente afectada por el conflicto. Todas las informaciones que se reciben sobre el conflicto palestino-israelí intentan dar una visión de neutralidad al problema haciendo referencia a las exigencias de la ONU y sus intentos de salvar la situación. No nos engañemos, la cuestión palestina no está siendo tratada únicamente por organismos internacionales que, supuestamente, garantizan la neutralidad en el proceso de búsqueda de soluciones. Las negociaciones están claramente inclinadas a favor de las tesis israelíes y el propio Estado de Israel está más presente en dichas negociaciones. Incluso aunque realmente la cuestión estuviera en manos internacionales, la preeminencia del punto de vista israelí primaría como consecuencia de las presiones del lobby judío, sobre todo ejercidas sobre la «gran potencia mundial»: EEUU. Por eso, repetimos, el proceso de paz, debe garantizar la participación de representantes palestinos en igualdad de condiciones con respecto a los representantes de otras naciones. Y dichas negociaciones no pueden seguir dependiendo de presiones políticas o económicas. La prioridad debe ser la situación humanitaria. El del rechazo a la violación sistemática de derechos, libertades y garantías comunes a todos los pueblos, entre ellos, el palestino. Garantías que han de ser aplicadas, han de hacerse efectivas y no pueden seguir generando «comprometidos» documentos e informes llenos de palabrería. Porque si la política israelí dice mucho sobre el Estado de Israel, el silencio cómplice de otras muchas naciones también dice mucho sobre éstas, y no es precisamente bueno.
Pero quizás, antes de haber entrado de lleno en la crítica de soluciones, hubiera sido conveniente pararnos a pensar sobre una cuestión que se da por sentada: ¿Existe el Estado de Israel? Su existencia se ha venido evidenciando a través de los miles de muertos y la trágica realidad cotidiana que ha generado su artificial creación. Israel se ha impuesto por la fuerza, y desde siempre, no ahora, el panorama ha estado caracterizado, no ya por una situación al «borde» de la crisis humanitaria, sino por la vivencia de la crisis diaria. Ésta se manifiesta en todos y cada uno de los aspectos de la vida del pueblo palestino. Y mientras tanto, las naciones callan y, mientras callan, no ponen en duda la existencia de un Estado israelí tal cual es. No se habla de régimen antidemocrático en este caso. Tampoco se habla de genocidio.
Pero, ¿cuáles son estos aspectos que evidencian la injusticia vivida por los palestinos? Sería imposible hacer referencia a todos y cada uno de los ámbitos que se ven afectados por el conflicto. Ahora, bastará hacer referencia a unos cuantos para hacernos cargo de la situación. Para empezar, haremos alusión a un derecho fundamental del que los palestinos se ven casi privados: el agua. Desde la firma de la ordenanza militar número dos del 7 de junio de 1967, todos los recursos hídricos palestinos pasaron a ser gestionados por Israel. Como consecuencia, se prohibió la perforación de pozos por parte de palestinos. La realidad a la que esto dio lugar fue la de un Israel que consume el 90% del agua subterránea según la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo), mientras la población palestina tiene que emplear el 10% restante para todas sus necesidades. La situación es especialmente dramática en la franja de Gaza, donde el 70% de los habitantes reciben agua una vez por semana, y el 30% lo hace una única vez cada siete días. Para colmo, las deficiencias del sistema de suministro de agua hacen aún más difícil el acceso al agua. Pero, una vez el agua ha llegado a las familias palestinas de la franja, éstas se ven en el dilema de qué hacer con ella una vez ha sido empleada. Las plantas de tratamiento de aguas residuales pocas veces completan el proceso de depuración como consecuencia de los apagones a los que se ve sometida la única planta eléctrica existente en Gaza. El agua sin tratar, va a parar a las mismas costas donde algunos pescadores intentan capturar pescado, un pescado que la mayoría de las veces está contaminado, lo cual genera graves problemas sanitarios.
Este déficit en el acceso al agua es sólo un ejemplo de las carencias a las que se ve sometida la franja de Gaza. Sobre ella se ha cernido el bloqueo más cruel. Cualquier intento de resistencia por parte de la población es inmediatamente seguido de un cierre de las puertas de la franja, que es sometida a un aislamiento absoluto: sin alimentos, sin medicamentos, sin futuro. ¿Qué países «democráticos» se alzan contra esta realidad? No es de extrañar que no lo haga casi ninguno, entre otras cosas, demasiado acostumbrados están a ver cómo la gran potencia democrática sirve de ejemplo con su propio bloqueo a la isla cubana.
Otro de los grandes obstáculos al desarrollo de la vida es la construcción del muro que se inició en 2002 con el objetivo de incluir en el Estado de Israel una serie de asentamientos judíos que siguen aumentando su tamaño amparados en el argumento del «crecimiento natural» de la población. Las previsiones son de que tal muro alcanzará los 703 kilómetros, lo que dará lugar a que aproximadamente 60.500 palestinos queden encerrados entre el muro y la Línea Verde, que separa los territorios que fueron ocupados en 1948 de Gaza y Cisjordania. Hasta ahora, el muro ha dado lugar a que la población palestina tenga que hacer verdaderos malabares para conseguir llegar a un punto que esté al otro lado del mismo. El acceso a través de las puertas sólo se consigue si se tiene permiso, aunque ni siquiera de esta forma queda garantizado el acceso. De tal modo, los palestinos tienen que hacer diariamente grandes rodeos para llegar, por ejemplo, a sus puestos de trabajo. Un trayecto que duraba diez minutos, se convierte en uno de dos horas. Eso sin contar con los imprevistos que pueden surgir. Muchas son las veces en las que, de la noche a la mañana, un palestino se encuentra cortada una carretera, lo que le obliga a improvisar otro camino alternativo y más largo. El muro ha separado familias y ha dado lugar a la división de la ciudad de Jerusalén y a la anexión de facto de Jerusalén Este al Estado de Israel. La materialización de un nuevo telón de Acero.
Mientras los palestinos de los territorios ocupados, de la franja de Gaza y de Cisjordania viven sus propios dramas, otros muchos siguen desplazados, o han tenido que refugiarse en campos establecidos en Jordania, Siria y Líbano. La ONU calcula que la mitad de la población palestina vive de esta manera. Estos campos están a cargo de la UNRWA. Esto, sume a la población palestina en una situación de mayor dependencia. La solución no es la ayuda humanitaria, que sólo sirve a los palestinos para contraer una deuda, aunque no sea material. Una deuda que se basa en la necesidad de agradecer la ayuda de un Occidente que tiene su parte de responsabilidad en el conflicto. La solución pasa por «resolver» el problema evitando más heridas, no poniendo vendas a las que llevan tanto tiempo abiertas. Este «resolver» pasa, entre otras cosas, por el retorno real de los palestinos refugiados. Un retorno que no sea ficticio o simbólico, que no esté basado únicamente en el reconocimiento del derecho al retorno sin que en realidad se conceda tal derecho. No valen medias soluciones, ni bellas imágenes que nos muestren una única familia palestina que regresa a su hogar.
Por último, hemos de hacer referencia a tres realidades que ya son habituales: la de los presos palestinos sin garantías, la de los asesinatos selectivos y la de la retención de los fondos de la Autoridad Palestina por parte de Israel desde la victoria de Hamas en las urnas en enero de 2006. La Autoridad Palestina, no obstante, también fue víctima de las sanciones económicas impuestas por EEUU y la Unión Europea por la misma causa. Estos hechos han contribuido a agravar más si cabe la situación.
Ante tal infierno, surge la pregunta de cómo es posible que la población palestina aguante, siga resistiendo. Pero lo cierto es que lo hace. Y algunas de las muestras las encontramos en la solidaridad de los palestinos que acuden a concentrarse en las azoteas de las casas de otros conciudadanos sometidos a las amenazas recibidas por teléfono de que sus hogares serán bombardeados en un plazo de tiempo determinado. Ésta se ha convertido en una práctica habitual por parte de Israel que a veces no cumple sus amenazas, otras sí. La situación de Palestina también ha generado una reacción en la opinión pública, y cabe destacar el movimiento de boicot a los productos israelíes que muchos movimientos defienden. El problema reside en que buena parte de las empresas israelíes, como «Israel Aircraft Industries» se dedican a la creación de productos militares y de alta tecnología, productos que no son consumidos por los ciudadanos, sino por los gobiernos de los países. Por eso, la presión debe ir encaminada a generar un cambio en el posicionamiento de estos gobiernos.
Y para conseguir ese cambio, nuestra presión ha de ser como la de la resistencia palestina, constante, duradera, clara. No pueden permitirse los crímenes que se suceden día tras día en Israel. Basta de subrayar de forma dogmática las diferencias y de crear fronteras en base a ellas. Demos la bienvenida a la justicia y, con ella, a la convivencia real.
Fuente: http://www.fundacionsindicaldeestudios.org/artavan-bin/QuorumEC/init
Olga Blázquez Sánchez es estudiante de Filología árabe.