Arnold Schwarzenegger, aquel emigrante austriaco reconvertido en mediocre actor que resultara electo gobernador de California en enconada disputa electoral con los otros candidatos: un enano que trabajaba en un circo, una actriz de cine X, un editor de pornografía y un luchador de sumo, aunque sólo ocasionalmente, lo que siempre es de agradecer, de vez […]
Arnold Schwarzenegger, aquel emigrante austriaco reconvertido en mediocre actor que resultara electo gobernador de California en enconada disputa electoral con los otros candidatos: un enano que trabajaba en un circo, una actriz de cine X, un editor de pornografía y un luchador de sumo, aunque sólo ocasionalmente, lo que siempre es de agradecer, de vez en cuando se descuelga con declaraciones como la que en estos días reproducían los medios de comunicación: «Los hispanos deben apagar la televisión en español para aprender rápidamente inglés».
«Hay tantos latinos, -se lamentaba ante cientos de personas en un discurso pronunciado en el congreso de la Asociación Nacional de Periodistas Hispánicos- y lo veo en el Capitolio en Sacramento (capital de California), hay tantos latinos que hablan español todo el tiempo, y hablan entre sí en español…»
No tuvo que esperar a salir del recinto para escuchar los primeros reproches de asambleístas, periodistas y hasta de su propio amigo y presidente de la Asamblea, Fabián Núñez que, reseñan los medios, afirmó: «Desde mi punto de vista hay que hablar varias lenguas para conocer el mundo mejor y no limitarnos sólo al inglés».
Punto de vista que es, por cierto, el mismo que sostiene Mario Vargas Llosa cuando, en un ensayo sobre la globalización, aseguraba que «el desarrollo del idioma inglés no se da en menoscabo de otras lenguas y culturas» y se pregunta, en demostración de lo contrario: «¿Cuántos millones de jóvenes de ambos sexos en todo el globo se han puesto, gracias a los retos de la globalización, a aprender japonés, mandarín, árabe, cantonés o ruso? El propio Vargas Llosa, no conforme con limitarse a formular su inquietud, incluso, la respondía: «Muchísimos».
Sin embargo, la población de habla hispana en Estados Unidos, que o no lee a Vargas Llosa o no le da excesivo crédito a sus ensayos, se muestra preocupada por la ofensiva que algunas autoridades en ese país llevan a cabo contra el idioma español. «Terminator» tampoco es la única voz autorizada en Estados Unidos que exige el inglés. Hace poco más de un año, George Bush zanjó una polémica creada en torno a la posibilidad de cantar el himno de Estados Unidos en español, concluyendo que el himno sólo podía ser en inglés.
Y el problema es que la exclusividad que el inglés exige para sí, viene de lejos, y muestras han quedado, y no pocas, de hasta qué punto es una desgracia desconocerlo, sea en Estados Unidos o en cualquier otro lugar del mundo.
William Walter, un filántropo estadounidense del idioma inglés al que algunos tienen por sanguinario pirata, se lanzó a mediados del siglo IXX a la conquista de Centroamérica con el apoyo y los recursos del gobierno estadounidense, y aunque, finalmente, sólo pudo ocupar por algún tiempo Nicaragua, país en el que se hizo nombrar presidente, su segunda medida, (la primera fue asesinar a quien se le opusiera) consistió en declarar lengua oficial el inglés. La tercera fue prohibir el español.
De lo traumático que puede resultar para una persona no hablar inglés se hizo eco hasta Nicolás Guillén, en un delicioso poema sobre su amigo Vito Manué: «Con tanto inglé que tú sabía, Vito Manué / con tanto inglé, no sabe ahora decir yé. La mericana te busca y tú le tienes que huí / tu inglé era de etrai guan, de etrai guan y guan tu tri. / Vito Manué tú ni sabe inglé, tú no sabe inglé, tú no sabe inglé. / No te enamore má nunca Vito Manué, si no sabe inglé, si no sabe inglé.»
Más recientemente, un soldado estadounidense reconocía haber disparado contra unos iraquíes indefensos cuando, al darles el alto en un camino, los iraquíes se volvieron y comenzaron a hablar todos a la vez y a gritos. Aunque la noticia no lo refería es de suponer que no fue en inglés que tan atrasados indígenas hablaron sino en esos lenguarajes extraños, cuyas voces pusieron nervioso al soldado, en triste demostración de las consecuencias que provoca no saber inglés.
Afortunadamente, y como prueba de lo comprensivos que pueden llegar a ser en este punto personalidades como George Bush o Schwarzenegger, ese inglés absolutista que se exige en Estados Unidos a sus llamadas minorías hispanas y que se recomienda en el exterior a tantos analfabetos, no se va a aplicar de manera drástica e inmediata, como si fuera francés o un imprescindible requisito para adquirir la ciudadanía «americana».
Los hispanos que decidan servir como soldados en las fuerzas armadas de los Estados Unidos podrán, si sobreviven, adquirir la ciudadanía de ellos y de sus familias, aunque no dominen el inglés.
La paz en el mundo tal vez dependa, obviamente, del inglés pero, por fortuna del resto de las lenguas, la guerra no. Así las instrucciones de las armas estén en inglés y sea en inglés que se impartan las órdenes, y en inglés que estén escritos los manuales militares, se puede hacer la guerra en español
Igual que muchos bárbaros sirvieron a Roma en sus legiones sin necesidad de hablar latín, que para reventar a un enemigo no es imprescindible pedirle disculpas, los hispanos que opten, actualmente, por ocupar la primera línea de defensa del imperio, podrán en los ratos libres que les deje la guerra, seguir viendo telenovelas hispanas y concursos en español, que se sabrá ser paciente con su aprendizaje del inglés, aunque éste acabe limitándose al «etrai guan y guan tú tri» de Vito Manué.