¿Crees que la promesa de Mubarak del pasado 1 de febrero de no presentarse a las próximas elecciones constituye una victoria del movimiento, o no fue más que una treta para calmar a las masas, visto que al día siguiente los manifestantes de la plaza de Al Tahrir serían brutalmente atacados por las fuerzas favorables […]
¿Crees que la promesa de Mubarak del pasado 1 de febrero de no presentarse a las próximas elecciones constituye una victoria del movimiento, o no fue más que una treta para calmar a las masas, visto que al día siguiente los manifestantes de la plaza de Al Tahrir serían brutalmente atacados por las fuerzas favorables al régimen?
El levantamiento popular egipcio contra el régimen alcanzó un primer punto culminante el 1 de febrero, obligando a Hosni Mubarak a anunciar una serie de concesiones al final del día. Fue el reconocimiento de la fuerza de la protesta popular y un claro paso atrás por parte del dictador, seguido del anuncio del deseo del gobierno de negociar con la oposición. Se trató, en efecto, de concesiones importantes viniendo de un régimen tan autoritario y una prueba de la magnitud de la movilización popular. Mubarak incluso prometió acelerar los procesos judiciales en curso contra el fraude perpetrado en las anteriores elecciones parlamentarias.
Por otro lado, dejó claro que no pensaba ir más allá de esto. Con el ejército firmemente de su lado, trató de apaciguar al movimiento de masas, así como a las potencias occidentales que le presionan a que reforme el sistema político. Negándose a dimitir, concedió algunas de las reivindicaciones fundamentales que había formulado inicialmente el movimiento de protesta egipcio, cuando inició la campaña el 25 de enero. Sin embargo, desde entonces el movimiento ha ido radicalizándose hasta el punto de que nada que no sea la dimisión de Mubarak bastará para calmarlo, y de que muchos de sus componentes incluso reclaman que lo lleven a los tribunales.
Es más, el movimiento ya considera ilegítimas todas las instituciones principales del régimen, tanto del poder ejecutivo como del legislativo, es decir, el parlamento. A resultas de ello, una parte de la oposición exige que se nombre presidente interino al presidente del tribunal constitucional y que se convoquen elecciones a una asamblea constituyente. Otros desean que se constituya un comité nacional de fuerzas de la oposición para que supervise la transición. Por supuesto, estas reivindicaciones reflejan una perspectiva democrática radical. Para imponer un cambio tan profundo, el movimiento de masas tendría que romper o desestabilizar la columna vertebral del régimen, es decir, el ejército egipcio.
¿Quieres decir que el ejército egipcio apoya a Mubarak?
Todavía más que otros países similares, como Pakistán o Turquía, Egipto es esencialmente una dictadura militar con fachada civil, dirigida por hombres procedentes del ejército. El problema es que la mayoría de la oposición egipcia, empezando por los Hermanos Musulmanes, han estado sembrando ilusiones con respecto al ejército y su supuesta «neutralidad» o incluso «benevolencia». Han presentado al ejército como un intermediario honesto, cuando lo cierto es que el ejército como institución no es ni mucho menos «neutral». Si no lo han utilizado todavía para reprimir el movimiento, es únicamente porque Mubarak y el Estado mayor no consideran oportuno tomar esta opción, probablemente porque temen que los soldados se mostrarían reacios a desempeñar tareas represivas. De ahí que el régimen prefiriera orquestar contramanifestaciones y organizar a matones para que atacaran al movimiento de protesta. El régimen intentó crear la apariencia de un conflicto civil, presentando a Egipto como un país dividido en dos bandos y sentando así las bases para la intervención del ejército como «árbitro» de la situación.
Si el régimen lograba crear un movimiento significativo de signo contrario y provocar enfrentamientos a mayor escala, el ejército podría tomar cartas y decir: «Se acabó, ahora todo el mundo a casa», asegurando que las promesas de Mubarak se cumplirían. Al igual que muchos observadores, estos dos últimos días me temí que esta estratagema daría resultado y debilitaría al movimiento, pero la enorme movilización del «día de la despedida» de hoy lo desmiente. El ejército tendrá que hacer nuevas concesiones más importantes al levantamiento popular.
Cuando hablas de oposición, ¿a qué fuerzas te refieres? Por supuesto, oímos hablar de los Hermanos Musulmanes y del El Baradei. ¿Existen otros componentes, como organizaciones de izquierda, sindicatos, etc.?
La oposición egipcia abarca un amplio abanico de fuerzas. Hay partidos, como el Wafd, que son legales y constituyen lo que podemos llamar la oposición liberal. Después hay una zona gris que ocupan los Hermanos Musulmanes. No están legalizados, pero el régimen los tolera. Los miembros de su estructura son conocidos, no es una organización clandestina. Sin duda, los Hermanos Musulmanes son de lejos la principal fuerza de oposición. Cuando el régimen de Mubarak, presionado por EE.UU., concedió cierto espacio a la oposición en las elecciones parlamentarias de 2005, los Hermanos Musulmanes, que se presentaron con la etiqueta de «independientes», lograron 88 diputados, es decir, el 20 % de los escaños del parlamento, a pesar de todas las trabas. En las últimas elecciones de noviembre y diciembre pasados, después de que el régimen de Mubarak hubiera decidido cerrar el espacio que había concedido en 2005, los Hermanos Musulmanes casi desaparecieron del parlamento, perdiendo todos los escaños menos uno.
Entre las fuerzas de izquierda, la más grande es el partido Tagammu, que es legal y tiene cinco diputados. Se reclama del legado nasserista /1 y en sus filas han militado destacados comunistas. Es básicamente un partido de izquierda reformista y el régimen no lo considera una amenaza. Al contrario, se ha mostrado bastante complaciente con él en repetidas ocasiones. En Egipto también hay nasseristas de izquierda y grupos de izquierda radicales, pequeños pero muy activos y muy implantados en el movimiento de masas.
Luego hay movimientos de la «sociedad civil», como Kefaya, una alianza de diversas fuerzas de oposición que se constituyó en solidaridad con la segunda Intifada palestina en 2000. Más tarde se opuso a la invasión de Iraq y posteriormente se dio a conocer como movimiento democrático contrario al régimen de Mubarak. De 2006 a 2009, el país asistió a una oleada de acciones del movimiento obrero, incluidas algunas grandes huelgas masivas. En Egipto no existen sindicatos obreros independientes, con una o dos excepciones muy recientes, fruto de la radicalización social. El grueso de la clase obrera no cuenta con una representación y organización independientes. Un intento de convocar una huelga general el 6 de abril de 2008 en solidaridad con los trabajadores dio lugar a la creación del Movimiento Juvenil del 6 de Abril. Las asociaciones como esta y Kefaya son grupos orientados a la movilización, no partidos políticos, y en sus filas militan personas de distintas filiaciones políticas junto con activistas no afiliados a ningún partido.
Cuando Mohamed el Baradei volvió a Egipto en 2009 después de dejar la dirección del OIEA /2, su prestigio personal, reforzado por la concesión del Premio Nobel de la Paz en 2005, le permitió reunir en torno a su persona a una serie de personalidades y grupos liberales y de izquierdas, pero los Hermanos Musulmanes adoptaron una postura más bien tibia hacia él. Muchos miembros de la oposición veían en El Baradei, que goza de reputación y contactos internacionales, a un potente candidato con posibilidades frente a Mubarak o su hijo. De este modo, se convirtió en una referencia para buena parte de la oposición y logró agrupar tanto a fuerzas políticas como a personalidades. Así se formó la Asociación Nacional por el Cambio.
Todas estas fuerzas están muy implicadas en el presente levantamiento. Sin embargo, la gran mayoría de los manifestantes en las calles no tienen ninguna filiación política. Es una enorme masa harta de vivir bajo un régimen despótico, cuya furia se ve alimentada por el deterioro de las condiciones económicas debido al fuerte aumento de los precios de productos básicos, como alimentos, combustible y electricidad, todo ello en medio de un creciente desempleo. Esto no solo ocurre en Egipto, sino en la mayor parte de la región, lo que explica que el fuego de la revuelta que comenzó en Túnez se extendiera tan rápidamente a tantos países árabes.
¿Es El Baradei realmente una figura popular, o es de alguna manera el Mir-Hossein Musavi /3 del movimiento egipcio, es decir, alguien que intenta cambiar las caras sin acabar con el régimen?
No estoy de acuerdo, en primer lugar, con esta caracterización de Musavi. Está claro que Mir-Hossein Musavi no quería «cambiar el régimen», si por eso se entiende una revolución social. Pero hubo sin duda un choque entre fuerzas sociales autoritarias, encabezadas por los Pasdaran y representadas por Ahmadineyad, y otros sectores agrupados en torno a una perspectiva reformista liberal representada por Musavi. Hubo efectivamente un choque entre dos concepciones del «régimen», es decir, del modelo de sistema político. Mohamed el Baradei es un auténtico liberal que quiere que su país pase de la dictadura actual a un régimen democrático liberal, con elecciones libres y libertades políticas. Si existe un abanico tan amplio de fuerzas políticas que desean colaborar con él, es porque ven en él la alternativa liberal más creíble al régimen existente, un hombre que no está al frente de una organización propia y es por tanto una figura adecuada para un cambio democrático.
Volviendo a la analogía de antes, no se le puede comparar con Musavi, que pertenece al régimen iraní y es uno de los hombres que lideraron la revolución islámica de 1979. Musavi contaba con sus propios seguidores en Irán antes de erigirse en líder del movimiento masivo de protesta de 2009. En Egipto, El Baradei no puede ni quiere desempeñar un papel similar. Le apoya una amplia gama de fuerzas, pero ninguna de ellas lo considera su líder.
La actitud reservada que mostraron inicialmente los Hermanos Musulmanes hacia El Baradei tenía que ver en parte con el hecho de que no tiene inclinaciones religiosas y es demasiado laico para su gusto. Además, los Hermanos Musulmanes habían cultivado una relación ambigua con el régimen a lo largo de los años. Si hubieran apoyado plenamente a El Baradei, se habría reducido su margen de negociación con el régimen de Mubarak, con el cual han estado regateando durante bastante tiempo. El régimen les hizo muchas concesiones en la esfera sociocultural, como por ejemplo el refuerzo de la censura islámica en cuestiones culturales. Era lo más fácil que podía hacer el régimen para apaciguar a la Hermandad. Debido a ello, Egipto retrocedió mucho con respecto a la secularización que se consolidó bajo Gamal Abdel Nasser en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.
El objetivo de los Hermanos Musulmanes consiste en asegurar un cambio democrático que les permita participar en elecciones libres, tanto parlamentarias como presidenciales. El modelo que pretenden reproducir en Egipto es el de Turquía, donde el proceso de democratización estaba controlado por el ejército y este sigue siendo un pilar fundamental del sistema político. Este proceso, sin embargo, creó un espacio que permitió al AKP, un partido islámico conservador, ganar las elecciones. No están por derribar el Estado y por eso cortejan a los militares y se ocupan de evitar cualquier gesto que pudiera indisponer al ejército. Aplican una estrategia de conquista gradual del poder; son gradualistas, no radicales.
Los medios occidentales insinúan que la democracia en Oriente Próximo llevaría a la victoria del integrismo islámico. Hemos visto el retorno triunfal de Rachid Ghanuchi a Túnez después de muchos años de exilio. Los Hermanos Musulmanes podrían ganar unas elecciones libres en Egipto. ¿Qué piensas al respecto?
Yo daría la vuelta a toda la cuestión. Diría que es la falta de democracia la que ha permitido a las fuerzas integristas religiosas ocupar ese espacio. La represión y la falta de libertades políticas han mermado notablemente las posibilidades de los movimientos de izquierdas, obreros y feministas de desarrollarse en un entorno de creciente injusticia social y degradación económica. En estas condiciones, la manera más fácil de expresar la protesta masiva es la que utiliza los canales más fácilmente disponibles y abiertos. Así es cómo la oposición ha acabado siendo dominada por fuerzas que se adhieren a ideologías y programas religiosos.
Aspiramos a una sociedad en la que estas fuerzas sean libres de defender sus puntos de vista, pero en competencia ideológica abierta y democrática entre todas las corrientes políticas. Para que las sociedades de Oriente Próximo vuelvan a la senda de la secularización política, a la desconfianza popular ante el aprovechamiento político de la religión que prevaleció en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, necesitan el tipo de educación política que únicamente puede adquirirse mediante una práctica prolongada de democracia.
Dicho esto, el papel de los partidos religiosos varía de un país a otro. Es cierto que Rachid Ghanuchi ha sido recibido por unos cuantos miles de seguidores cuando llegó al aeropuerto de Túnez. Sin embargo, su movimiento, Al Nahda, tiene mucha menos influencia en Túnez que los Hermanos Musulmanes en Egipto. Por supuesto, esto se debe en parte al hecho de que Al Nahda sufrió una feroz represión desde los años noventa. Pero también tiene que ver con el hecho de que la sociedad tunecina es menos propensa que la egipcia a las ideas integristas religiosas, gracias a su mayor grado de occidentalización y su mayor nivel de educación, así como a la misma historia del país. Pero no cabe duda de que las principales fuerzas de oposición a los regímenes existentes en toda la región son partidos islámicos. Hará falta una experiencia democrática prolongada para cambiar la dirección del viento que ha prevalecido durante más de tres décadas. La alternativa es la situación argelina, donde el ejército cortó un proceso electoral mediante un golpe de Estado en 1992, que dio lugar a una guerra civil devastadora cuyo precio todavía está pagando el país.
La impresionante eclosión de las aspiraciones democráticas de los pueblos árabes en las últimas semanas es realmente alentadora. Ni en Túnez ni en Egipto, ni en ningún otro lugar las protestas populares se han inspirado en programas religiosos o han estado encabezadas principalmente por fuerzas religiosas. Se trata de movimientos democráticos que muestran un profundo deseo de democracia. Las encuestas han mostrado durante muchos años que la democracia es un valor sumamente apreciado en los países de Oriente Próximo, contrariamente a los prejuicios «orientalistas» al uso sobre la «incompatibilidad» cultural de los países musulmanes con la democracia. Los acontecimientos en curso demuestran una vez más que toda población privada de libertad acabará levantándose por la democracia, cualquier que sea la «esfera cultural» a la que pertenezca.
Quienquiera que se presente en futuras elecciones libres en Oriente Próximo y las gane se las tendrá que ver con una sociedad en la que la exigencia de democracia ha adquirido una fuerza enorme. Le será muy difícil a cualquier partido -cualquiera que sea su programa- hipotecar estas aspiraciones. No digo que será imposible, pero un resultado importante de los acontecimientos en curso es que las aspiraciones populares a la democracia han adquirido un impulso formidable. Crean las condiciones ideales para que la izquierda pueda reconstruirse como alternativa.
* Gilbert Achcar, que se crió en Líbano, es profesor de estudios sobre el desarrollo y relaciones internacionales en la School of Oriental and African Studies (SOAS) de Londres y autor de varios libros, entre ellos The Arabs and the Holocaust: the Arab-Israeli War of Narratives, Metropolitan Books, Nueva York, 2010, publicado recientemente.
Notas
/1 Gamal Abdel Nasser fue presidente de Egipto de 1956 a 1970. Enfrentado a las potencias occidentales, fue uno de los líderes del movimiento de los países no alineados y máximo exponente del nacionalismo egipcio.
/2 Organismo Internacional de la Energía Atómica. En 2003, El Baradei tuvo un encontronazo con George W. Bush y sus aliados al desmentir categóricamente los bulos sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq.
/3 Ex primer ministro iraní, se enfrentó en las elecciones presidenciales de 2009 al actual presidente Ahmadineyad, cosechando muchos votos de la juventud y la clase media urbana.
Traducción de Viento Sur http://www.vientosur.info/