Los últimos días aquí en Washington están llenos de ese muy particular surrealismo que brota cuando los políticos debaten si matar o no gente en otro país. El debate no es sobre quién vive, sufre o muere, sino si atacar y destruir es o no opción efectiva para castigar o «enviar un mensaje» a otro, […]
Los últimos días aquí en Washington están llenos de ese muy particular surrealismo que brota cuando los políticos debaten si matar o no gente en otro país. El debate no es sobre quién vive, sufre o muere, sino si atacar y destruir es o no opción efectiva para castigar o «enviar un mensaje» a otro, en este caso Siria, que es proclamado como «régimen delincuente» y «amenaza al mundo», según Washington.
El presidente Barack Obama y sus asesores redoblan esfuerzos esta semana para convencer al público y sus llamados representantes de que no se permitirá que otros gobiernos maten a su propio pueblo de maneras inaceptables (al parecer, hay algunas que están okay, como con armas de fuego en manos privadas y ejecuciones estatales), ya que se tienen que defender las «normas» internacionales y los derechos de todos. Pero resulta curioso que los promotores de esto no parecen entender que lo que arguyen es que para responder al crimen de matar gente lo necesario es… matar más gente.
Algunos han comentado que no hay nada más peligroso que una superpotencia en declive económica y políticamente, pero aún militarmente suprema, ya que todo lo percibe como amenaza, pero sólo puede ejercer su poder a través de las armas.
Pero algunos pensaban que pasada la pesadilla bélica con George W. Bush y después de las guerras más largas de la historia estadunidense, ya no se contemplarían -por lo menos por un tiempo- las acciones bélicas como respuesta. De hecho, Obama ganó su elección con esa promesa ante un pueblo harto y agotado por guerras y engaños. Pero tal vez vale recordar algunas de las últimas palabras publicadas por el gran historiador Howard Zinn poco antes de su muerte en 2010: «creo que la gente está apantallada por la retórica de Obama, y la gente debería empezar a entender que Obama será un presidente mediocre -lo cual implica, en nuestros tiempos, un presidente peligroso- a menos que aparezca un movimiento nacional para empujarlo en una mejor dirección».
Obama invita al pueblo a que apoye su decisión de bombardear, una vez más, a otro pueblo, en nombre de la «seguridad nacional» (tal vez los dos palabras más peligrosas en cualquier vocabulario oficial, y algo que ningún periodista debería usar sin entrecomillarlo, ya que casi todo abuso del poder tanto interna como internacionalmente se ha justificado con eso, no sólo guerras, sino persecuciones políticas y, hoy día, el masivo espionaje de la población mundial por Washington y otros países). También afirma que esto es necesario para defender los principios más nobles de la humanidad.
Por ahora, el pueblo estadunidense ha rechazado esta invitación de su presidente y los sondeos demuestran que, por amplio margen, el público no sólo no aprueba un ataque militar, sino está convencido de que eso sólo empeora la situación internacional.
Pero la voluntad popular en esta democracia casi nunca ha sido un factor determinante en las políticas de la cúpula política y económica de este país. De hecho, lo que el público expresa es frecuentemente lo opuesto a lo que esa cúpula propone y hace y frecuentemente, cuando su oposición se vuelve demasiado activa, hasta es percibido como amenaza a los intereses de la nación. Noam Chomsky ha repetido que, a fin de cuentas, en lo que llaman una democracia, lo que más teme el gobierno aquí es justo a su propio pueblo. Y las revelaciones recientes de crímenes de guerra estadunidenses, engaños diplomáticos, como también el hecho de que éste es ahora el pueblo más espiado del mundo y de la historia -y que quienes se atrevieron a filtrar todo esto al público son acusados por las autoridades de ayudar al enemigo y de ser espías- sólo comprueban esto.
Éste siempre ha sido un país belicoso. La lista de acciones, invasiones e intervenciones militares es de varios cientos y supera a cualquier otro país, tal vez en toda la historia (algún historiador tendrá que hacer el cálculo exacto). De hecho, acaba de publicarse la lista actualizada de ejemplos del uso de las fuerzas armadas estadunidenses en el extranjero entre 1798 y 2013, elaborada por el Servicio de Investigaciones del Congreso, agencia oficial no partidista de la legislatura. Sólo en 11 de cientos de acciones por sus fuerzas militares Estados Unidos ha declarado formalmente la guerra a otro país (una de ellas es la guerra con México, declarada en 1846) y la última fue en la Segunda Guerra Mundial. Todas las demás, incluidas Corea, Vietnam e Irak, fueron guerras no declaradas. El informe señala que en la mayoría de casos, el estatus de la acción conforme a leyes domésticas o internacionales no ha sido abordado. Sólo en lo que va de 2013, la lista incluye acciones militares en por lo menos 13 países. (La lista).
La lista no incluye acciones o intervenciones encubiertas, por ejemplo, no se menciona el apoyo al golpe de Estado contra el gobierno de Arbenz en Guatemala, ni contra el gobierno democrático en Irán, ni el apoyo en la invasión fracasada de Cuba (Playa Girón), ni el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973, «ejemplo» que justo cumple 40 años esta semana.
Observar todo esto, este anuncio de muerte premeditada, obliga a cualquier periodista que ha reportado sobre este país a sentir una sensación macabra de deja vu, otra vez más. Es reportar, una vez más el estar al borde de que estalle un horror diseñado y fabricado en Washington sobre otros, muy lejos de aquí. Es estar obligado a reportar que se requiere actualizar esa lista de ejemplos de uso de fuerza militar.
Y es esperar que este pueblo logre insistir, esta vez, «no en nuestro nombre».
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/09/09/opinion/025o1mun