En conmemoración al «Día Mundial de al-Quds», instituido por Ruhollah Jomeini en 1979 tras el triunfo de la Revolución Islámica en Irán, en el último viernes del mes bendito de Ramadán (mes del ayuno islámico) para tomar conciencia de su importancia.
El 24 de febrero de 2022 Rusia preparó una “intervención especial” en territorios separatistas de Ucrania a fin de resguardar a la población rusófona, agraviada por el gobierno central de Kiev. Inmediatamente todos los líderes de Europa y Estados Unidos hicieron condenas, impusieron sanciones y declararon que se trataba de una invasión. Los medios de comunicación demonizaron al presidente ruso, Vladimir Putin, a su primer círculo y a sus acciones ofensivas. A la fecha de este escrito la estrategia armada lleva más de dos meses y las acusaciones no paran. Sin embargo, en el mismo tiempo, en un lugar no tan lejano, se libra la ocupación más grande, más larga y más mortífera de la historia de la humanidad del siglo XX y XXI. Un conflicto desigual entre un ejército altamente armado y una población civil en resistencia. Nos referimos a la centenaria Cuestión Palestina.
No conformes con haber usurpado una tierra, los pobladores árabes de los espacios inconexos que restan de la Palestina histórica viven bajo el asedio constante y absoluto (con detenciones arbitrarias, con estados de sitio, checkpoints, muros, balas, amenazas, amedrentamiento) por parte de la entidad ocupante que se ostenta como “Israel” llevando su régimen a un estado de apartheid, como lo demuestra el reporte de Amnistía Internacional (Informe, 2022) que detalla:
Hace más de dos décadas que la población palestina reclama que se entienda que el régimen de Israel es un apartheid y lucha en primera línea para que sea reconocido como tal en la ONU. Con el tiempo, las investigaciones de organizaciones palestinas de derechos humanos y, más recientemente, de algunos grupos israelíes que defienden esos derechos, han contribuido a que se amplíe el reconocimiento internacional del trato que inflige Israel a la población palestina como apartheid. No obstante, los Estados y, en concreto, los aliados occidentales de Israel, se muestran reacios a escuchar estos llamamientos y se niegan a tomar medidas significativas contra Israel. Mientras tanto, las organizaciones y las personas que defienden los derechos humanos en Palestina y lideran el trabajo de incidencia y las campañas contra el apartheid sufren desde hace años una represión israelí creciente como castigo por su labor. En octubre de 2021, las autoridades israelíes intensificaron aún más sus ataques contra la sociedad civil palestina mediante el uso indebido de la legislación antiterrorista para proscribir seis destacadas organizaciones, tres importantes grupos de derechos humanos entre ellas, cerrar sus oficinas y detener y enjuiciar a quienes trabajaban para ellas. Paralelamente, Israel somete a las organizaciones israelíes que denuncian el apartheid y otras violaciones graves de derechos humanos contra la población palestina a campañas de desprestigio y deslegitimación.
Conociendo la situación y no siendo para nada ajena, surge la pregunta: ¿Qué tiene Ucrania que no tenga Palestina? ¿Por qué importa más la agresión a Ucrania y la de Palestina se ignora? ¿Por qué se le abren las fronteras a la población ucraniana y se le cierra a otros migrantes tanto de los países árabes como de los diversos puntos de África?
Y es que, como cada mes de Ramadán, el acoso policial y militar se intensifica en la explanada de las Mezquitas. El temor del ocupante es tan grande que teme que en un viernes de congregación el pueblo árabe (musulmán y cristiano) se levante y derrumbe el edificio de la ocupación sionista. Ni el alto grado de espiritualidad que estas fechas significaron para los musulmanes, cristianos y judíos, sirvieron para frenar el ataque contra la población civil, desarmada y en ayuno debido a la prescripción sagrada. Incluso, se aprovechó el conflicto ucraniano para desviar la atención mediática y no prestar la más mínima atención a otros conflictos, entre ellos, el que se vive en Palestina. La entidad de ocupación sabe que la explanada de las Mezquitas, poseedora de la Mezquita al-Aqsa y la Cúpula de la Roca, es la línea roja de los países islámicos, según ha reconocido la Organización de Cooperación Islámica (OCI).
Líderes europeos visitan los sitios invadidos en Ucrania. Y los mismos hacen mutis ante la guerra desigual e injusta que la entidad sionista impone contra los palestinos en un intento sistemático de limpieza étnica, rayando en el genocidio y en el deseo por eliminar a la población árabe del pretendido estado hebreo (constituido por muchos migrantes y descendientes de migrantes de Europa). Y agregar que no sólo es cuestión de etnicidades, sino religiosas, pues existe la idea latente de judaizar los territorios sagrados de los cristianos y los musulmanes, sin distingo. Eliminando todo lo no-judío e interrumpiendo sus prácticas religiosas y sus cultos en sus respectivos espacios venerados. Así lo hacen, incluso, utilizando un discurso bíblico con fines políticos (esto para consumo interno entre la población de judíos y para consumo externo, todos los grupos cristianos evangélicos que confunden al “Estado de Israel” con los “Hijos de Israel”, a los israelíes con los israelitas, los modernos que invaden y ocupan, con los antiguos que vienen de una tradición que guarda cierta sacralidad).
La complicidad es absoluta y no es discreta, sino abierta y anunciada. Así lo hacen ver las declaraciones constantes desde los Estados Unidos, sus instituciones -todas por igual- y sus lobbys pro-israelíes. Intentando ser mediador, han quedado situados como defensores de la injusticia, la ocupación y la tiranía, pero hablando de democracia, derechos humanos y de legalidad.
A estas situaciones de complicidad, se añade la traición. Las puñaladas por la espalda de los estados árabes a la causa de Palestina y la idea de “nación árabe” y, ya no se diga, de “comunidad islámica”. Como ha quedado demostrado que, a cambio de recursos económicos, han decidido normalizar los lazos con la entidad de ocupación. Se han rendido ante la brillantez del dinero, ante el discurso de amistad -a pesar de saber que las naciones europeas y americanas no son de fiar- y ante el cambio del enemigo. Resulta que los mismos estados árabes que han decidido pactar con la entidad sionista han decidido hacer una amplia coalición para enfrentar a un estado hermano en el Islam, rompiendo con ello la unidad islámica y volviendo a ser subordinados de intereses extraregionales. Con ello se abandona la causa por liberar Palestina y legitimar las atrocidades del ocupante.
Palestina, y su capital Jerusalén (al-Quds), queda atrapada entre las complicidades de la comunidad internacional y la traición de los estados árabo-islámicos. Queda en el abandono y no hay quien condene: primero, la existencia del esquema jurídico de Israel y su condición espuria; segundo, la actuación de este estado sobre lo que usurpó desplazando a miles y miles de palestinos mujeres y hombres, cristianos y musulmanes (demoliendo sus casas, lanzando balas, drones y cohetes avanzados); tercer, la pretensión de reconocimiento a través de diversos mecanismos de apariencia benéfica: eco-colonialismo, start-up’s, manejo de agua y agricultura en terrenos de población exterminada.
Frente a esto, la única posibilidad de hacer frente a esta desolada situación es, sin duda, la resistencia. Resistir como el único medio para evitar las vejaciones y las masacres de mujeres y niños del ocupante. Los grupos de resistencia nacidos a raíz de la constante invasión tienen derecho a la legitima defensa y a la utilización de todos los medios para lograr la liberación. La liberación de un régimen que oprime y presume y vende su represión al mundo. Sin importar lo que diga el derecho internacional, las Naciones Unidas y los acuerdos de paz firmados y declarados. Si la santidad de los lugares y si los diálogos no fructifican, entonces orillan al pueblo palestino a una sola acción: resistir, aunque la resistencia sea como aquella en la que un militar golpea brutalmente a un niño que grita por sus padres asesinado a balazos.
Ciertamente, la guerra en Ucrania está abriendo el mundo hacia un umbral de un orden nuevo, como lo ha señalado el Líder de Irán, a las vísperas del Día Mundial de al-Quds (día instituido desde 1979 por el Imam Jomeini en solidaridad con el pueblo palestino, el cual se conmemora el último viernes del sagrado mes de Ramadán). En este reordenamiento geopolítico, la ciudad de Jerusalén -alQuds- juega un papel de primer orden pues deja de manifiesto el lugar que ocupan las potencias arrogantes frente a los estados que buscan su independencia. Coloca las bases para acabar con el orden unipolar y hegemónico y apostarle por uno multipolar, amplio y democrático. Por esta razón, diversos líderes de la resistencia islámica, en diversas partes del mundo, han alzado la voz aprovechando el llamado del Día Mundial de al-Quds y hacen la convocatoria a las y los musulmanes y a las personas libres del mundo a generar conciencia y denunciar la ocupación, resarcir los daños a los miles de refugiados palestinos, acabar con la entelequia del estado sionista.
Es necesario que la comunidad internacional mire los hechos en su justa dimensión y valore los conflictos existentes en otra parte fuera de Europa, empezando con el tema palestino. Una asignatura pendiente desde hace 70 años que fue posible sólo con el auspicio -y a veces hasta el desprecio para no tenerlos en su territorio- de las potencias vencedoras de la segunda guerra mundial.
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