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A 70 kilómetros de Blantyre, la capital comercial de Malawi, una redituable cooperativa brinda empleo a los aldeanos y preserva los bosques

Aldeanos le sacan jugo al bosque

Fuentes: IPS

Como otras áreas forestales ubicadas a una distancia razonable de áreas urbanas, el bosque de Zalewa, en el sureño distrito malawí de Neno, está acuciado por personas que buscan leña. Un estudio divulgado en mayo por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo estimó que la leña brinda 95 por ciento de la […]

Como otras áreas forestales ubicadas a una distancia razonable de áreas urbanas, el bosque de Zalewa, en el sureño distrito malawí de Neno, está acuciado por personas que buscan leña.

Un estudio divulgado en mayo por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo estimó que la leña brinda 95 por ciento de la energía de los hogares rurales y 55 por ciento a los hogares urbanos, y que esta elevada demanda está causando una rampante deforestación en Malawi.

Zalewa no es la excepción. El área se extiende en una zona seca, con lluvias escasas, por lo que a menudo la tierra es difícil de cultivar. Esto obliga a muchas personas a ganarse la vida vendiendo carbón y leña.

«Hasta alrededor del año 2000, la gente de aquí no sabía que podíamos beneficiarnos de este bosque de un modo más redituable mientras también lo manteníamos», dijo Tedson Kameta, ex productor de carbón.

Uno de los árboles preciados para la producción de carbón es el tamarindo, típico del bosque de Zalewa, señaló.

El tamarindo produce un carbón duro que dura mucho tiempo en el horno. Pero actualmente Kameta integra el colectivo Village Hands (Manos de la Aldea), que ha pasado de talar y quemar árboles a cosechar frutos silvestres para el creciente mercado interno de Blantyre y otras localidades.

Durante mucho tiempo la población local dejó en remojo baobabs y tamarindos para elaborar una bebida. David Zuzanani, gerente de operaciones de Village Hands, dijo que hasta que en 1996 llegó un proyecto al área, los aldeanos no tenían idea de que podían convertir esa bebida en el centro de un emprendimiento comercial.

En 1996, la organización no gubernamental Wildlife and Environmental Society of Malawi (WESM, Sociedad para la Naturaleza y el Ambiente de Malawi), con el apoyo de la GTZ (agencia alemana de cooperación técnica), creó un proyecto de conservación forestal en el área.

El proyecto estableció viveros de árboles autóctonos y actividades generadoras de ingresos, entre ellas la cría de abejas y de gallinas de Guinea y la fabricación de muebles con caña, como alternativas a la elaboración de carbón.

El proyecto también mejoró y comercializó la producción de jugo, lo que ha tenido el impacto más duradero, según los aldeanos.

«Apenas la gente se dio cuenta de que podía ganar dinero con el jugo y las frutas, empezó a crear conciencia en sus áreas para proteger el bosque», dijo Zuzanani, quien también trabajó para el proyecto WESM.

Ahora la cooperativa embotella hasta 10.000 litros de jugo por mes, utilizando la capacitación de WESM y GTZ para producir bebidas de calidad que aprobó el Buró de Estándares de Malawi.

El jugo se vende por el equivalente a 1,60 dólares en grandes supermercados como Shoprite, y en estaciones de servicio, lo que permite facturar unos 2.000 dólares por mes. La cooperativa emplea a tiempo completo a 11 trabajadores locales en su fábrica de una habitación. Otros encuentran en ella trabajo casual, clasificando y pelando fruta.

La producción es totalmente manual. Hay que poner la fruta en remojo en tres grandes contenedores, antes de pasteurizarla y de obtener la pulpa. Una técnica innovadora es extraer los nutrientes adicionales de las semillas de baobab para dar a uno de sus jugos un sabor distintivo y un color amarronado.

La cooperativa compra toda su fruta a los aldeanos. En 2008, Kameta ganó 100 dólares a partir de la venta del fruto de los baobabs de su predio. Compró tres cabras y alimento para sus vacas lecheras. El año pasado cosechó el equivalente a 40 sacos y ganó 200 dólares. Planea comprar una carreta tirada por bueyes y empezar a criar gallinas de Guinea.

Village Hands es manejado por 14 fideicomisarios, que incluyen a un jefe de cada aldea. Su junta de asesores está integrada por empresarios, ambientalistas y expertos en garantías de calidad. Su misión declarada es «usar los bosques indígenas del área de un modo sustentable y con un desarrollo de empresas locales para crear una fuente de ingresos alternativa a la producción de carbón para las comunidades».

En años de buenas ganancias, comparten los réditos financiando un proyecto que elige cada aldea.

«Algunas aldeas eligieron centros para el cuidado de huérfanos. Hemos financiado varios pequeños proyectos de ese tipo. Pero buscamos hacer crecer el negocio para poder financiar proyectos más grandes, como perforaciones y bloques de escuelas», dijo Zuzanani.

Pese a los avances, la producción de carbón todavía es el principal enemigo de la empresa.

«Protegemos zonas forestales cercanas a las áreas pobladas. Nadie puede tocarlas. Las aldeas las custodian», dijo Zuzanani.

Buena parte de la destrucción tiene lugar más allá, señaló. «Esas personas tienen dinero y pueden corromper a cualquiera. Los jefes trabajan duramente para frenar esto, pero también necesitamos que nos ayude el Departamento Forestal», agregó.

Un funcionario forestal apostado en el principal control carretero del río Shire, por el que pasa el carbón que va rumbo a Blantyre, confirmó la corrupción. En declaraciones formuladas con la condición de no revelar su identidad, dijo que a su departamento le resulta difícil controlar el comercio.

«El gobierno dice que los comerciantes (de carbón) deberían ser arrestados. Eso no es práctico. No hay ley para eso. Además, en el comercio hay individuos con poder económico y contactos políticos que pueden despedirte si les creas problemas», dijo.

Pero los aldeanos piensan que la empresa es el instrumento más importante para la reducción de la pobreza en el área.

«La fábrica es la mejor herramienta para mejorar las condiciones de vida de muchas personas aquí, si puede crecer. Así que esperamos que el gobierno vea lo que estamos ahciendo y expulse a estos comerciantes», dijo Belita Ngomano, dueña de una pequeña tienda de comestibles cercana al lugar donde se encuentra la fábrica.

Ella y su esposo abrieron el negocio en 2009 con capital que obtuvieron, en parte, de la venta de frutos de tamarindo a la fábrica.