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Alejo Carpentier

Fuentes: La Voz de Galicia

Llamé a Lilia por teléfono. La encontré tan entusiasta como siempre, con su voz juvenil y su gracia de flor habanera. Andaba yo buscando un título poco conocido de él, España bajo las bombas , escrito en 1937, y aproveché mi paso por La Habana para preguntarle a Lilia, viuda del escritor, si tenía idea […]

Llamé a Lilia por teléfono. La encontré tan entusiasta como siempre, con su voz juvenil y su gracia de flor habanera. Andaba yo buscando un título poco conocido de él, España bajo las bombas , escrito en 1937, y aproveché mi paso por La Habana para preguntarle a Lilia, viuda del escritor, si tenía idea de cómo podía procurarme un ejemplar de ese libro agotado. «Chico, lo tuyo es intuición de brujo gallego -me respondió- Porque, bajo el título Crónicas de España (1925-1937) , la editorial Letras cubanas está publicando en un solo volumen todos los textos de Alejo dedicados a España, y entre ellos el que te interesa. La obra estará en librería a finales de octubre, pero voy a pedir que te manden ya las galeradas». Unas horas más tarde, el poeta Omar González, que dirige el Instituto del Cine cubano (ICAIC), me las entregaba.

Yo había conocido a Lilia y Alejo a mediados de los años 60 en Marruecos. Tenía poco más de veinte años y dirigía entonces el principal cine-club de Rabat. Era un tiempo en que la Revolución cubana despertaba un indiscutible entusiasmo entre las juventudes del mundo, y también se estaban empezando a realizar, gracias a la inspiración de Alfredo Guevara, las primeras películas de lo que se llamaría después el Nuevo Cine Cubano, que casi nadie había visto fuera de la isla.

Me puse en contacto con el embajador de Cuba, Enrique Rodríguez Loeches -ex dirigente del Directorio Revolucionario- para ver cómo podía ayudarnos a traer algún filme cubano. Su propuesta fue más allá de nuestras esperanzas: haría venir tres cortometrajes acompañados por Alejo Carpentier, quien los presentaría en los cine-clubes. Unos meses más tarde, acogí al novelista y a su esposa. Los acompañé por las principales ciudades durante unos diez días, junto con mis amigos el cinéfilo Emilio Sanz de Soto y el periodista Eduardo Haro Tecglen.

Teórico del realismo mágico , Carpentier acababa entonces de publicar su obra maestra, El Siglo de las Luces , y estaba preparando su nuevo libro, El Recurso del Método, sobre el dictador venezolano Guzmán Blanco. Pero lo que descubrí es que, además de ser un novelista de talento portentoso, Carpentier era un genial conversador. Nunca he conocido a nadie que dominase de tal modo el arte de la conversación (hoy en vías de extinción). En la sobremesa, asumía el rol del rapsoda antiguo y, con su voz tan característica, sus erres guturales a la francesa y la magia de su narración, captaba hipnótico la atención de todos los comensales. Su tema predilecto eran los historiadores de Indias, que conocía al dedillo y en los cuales cosechaba mil anécdotas insólitas: «Es la cuna de lo real maravilloso», decía. Pero nosotros deseábamos que nos hablara del surrealismo, y de la generación del 27 (Lorca, Alberti, Dalí, Buñuel) que había conocido en Madrid antes y durante la guerra civil.

Con André Malraux, Octavio Paz, Pablo Neruda y otros, Carpentier había participado en el II Congreso de Escritores antifascistas que se celebró en Valencia en julio de 1937. De ahí se marchó a la capital cuando el frente pasaba por Madrid y se peleaba en sus calles. «Me alojé en una fonda de la plaza del Callao -nos contaba-, no lejos del edificio de la Telefónica perforado de par en par por las bombas y que los madrileños llamaban el colador . Los bombardeos eran diarios; tres veces al día venían a bombardear los aviones de Franco. Los madrileños vivían como si nada ocurriera. Con actitud heroica, habían abolido el luto. Nuestro hotel había perdido toda su fachada como una casa de muñecas, y la habitación daba hacia el vacío… La compartía con el ensayista húngaro Ferenc Lukacs. Desde allí, como desde un balcón, veíamos las trincheras y los enfrentamientos de la Ciudad Universitaria».

Cuando se cumplen cien años de su nacimiento, pienso en Alejo Carpentier y me pregunto: ¿qué escritor contemporáneo nos dejara sus Crónicas de Bagdad, que leeremos con la misma intensidad dentro de unos decenios?