Una mañana como la de ayer, hace 50 años, en el contexto de la invasión israelí de Cisjordania durante la fulminante Guerra de los Seis días, el ejército hebreo ocupaba sin apenas encontrar resistencia la Ciudad vieja de Jerusalén. Esa misma mañana, entre el barrio magrebí de la ciudad y el Muro de las Lamentaciones, […]
Una mañana como la de ayer, hace 50 años, en el contexto de la invasión israelí de Cisjordania durante la fulminante Guerra de los Seis días, el ejército hebreo ocupaba sin apenas encontrar resistencia la Ciudad vieja de Jerusalén. Esa misma mañana, entre el barrio magrebí de la ciudad y el Muro de las Lamentaciones, con el Duomo de la Roca emergente del Monte del Templo o Explanada de las Mezquitas -así llamado por judíos y musulmanes respectivamente-, los generales estaban eufóricos tras una conquista percibida desde buena parte de la sociedad, como épica y redentora. Así, en ese momento, uno de los líderes militares y religiosos más influyentes del momento, el rabino y general Shlomo Gorem, que ejercía de jefe religioso del Ejército, propuso un plan al Comandante en Jefe del mismo, Uzi Narkis. La propuesta, revelada por el propio Narkis al diario Haaretz en 1997, era la de hacer saltar por los aires el Duomo de la Roca: «Ahora es el momento de volar el Duomo. Hazlo ahora y pasarás a la historia» instó Gorem a Narkis. Al parecer Narkis se opuso de forma contundente.
No corrió la misma suerte el barrio magrebí. El ejército israelí consideró que el Muro (del que no existe evidencia arqueológica que sugiera que constituyese la parte occidental del «segundo Templo», como se da por hecho por parte el sionismo) requería más espacio al frente para ser venerado y que por tanto, esas 135 casas y edificios de ocho siglos de historia (que incluían una de las pocas mezquitas de época de Saladino o la zauia dedicada al maestro sufí andalusí, nacido en Sevilla, Abu Medyan) y sus habitantes, no merecían consideración. Con sólo tres horas de anterioridad a ser destruido, los aproximadamente 700 vecinos del histórico barrio fueron expulsados. Esos jerusalemitas desahuciados (de Palestina y de la Historia) formaban una pequeña parte de los 300.000 palestinos que, según el Departamento de Estado de los EE. UU. fueron expulsados o desplazados en junio de 1967. Aquella nueva expulsión, tan sólo 18 años después la Primera Guerra Árabe-Israelí (1948-1949), constituía una nueva «Nakba» (Catástrofe) para la población palestina en especial, y para los países árabes de la región en general, los cuales comenzarían a renegar del panarabismo (que sería sustituido progresivamente por el Islam Político o «Islamismo»).
Pero volviendo al plan de aquel rabino mesiánico que veía el comienzo de una nueva era apocalíptica y redentora con la conquista de Cisjordania («Judea» y «Samaria» en el ideario sionista), habría que recordar cómo dos décadas después, hubo varios complots de grupos fundamentalistas para volar el Duomo o «Cupúla» de la Roca y la Mezquita de al-Aqsa. Protagonizados sobre todo por el grupo terrorista autodenominado «Clandestinidad judía», liderado por Menaahem Livni y Yehuda Etzion y otros colonos, y ayudados por soldados especialistas en explosivos, intentaron destruir varias veces la Mezquita de al-Aqsa, aunque todos los intentos fueron fallidos. El proyecto más avanzado de ellos había sido elaborado durante años, pero fue impedido por los servicios secretos del Shin Bet en 1984.
En la actualidad, en el contexto de creciente radicalización del espectro político nacionalista y religioso israelí, esas aspiraciones siguen vigentes, cada vez con más apoyo, por parte incluso de parlamentarios israelíes. El status quo en vigor establece que los musulmanes rezan en la Explanada, donde están la Cúpula de la Roca y la Mezquita de Al Aqsa (del siglo VII d.C.), el tercer lugar más sagrado del islam, después de la Meca y Medina, mientras que el rezo judío queda reservado a la explanada del Muro de las Lamentaciones, lugar más sagrado para el judaísmo.
No obstante, como decíamos, varios grupos radicales religiosos y de ultraderecha dirigidos por colonos -como «los Fieles del Monte del Templo», «El Monte del Templo» o el «Instituto del Templo», – insisten en reventar el status quo y toda Jerusalén, al instar constantemente a la construcción de lo que sería «el tercer templo» (el segundo Templo fue destruido totalmente por los romanos en el año 70 a. C) sobre la Cúpula de la Roca y la Mezquita al-Aqsa. Así, según revelara un informe de la organización israelí Ir Amin en 2013, esos grupos fundamentalistas son financiados cada año por el Ayuntamiento de Jerusalén y por varios ministerios, a pesar del peligro que entrañan. No en vano, la amenaza tiene en alerta especial a los servicios de inteligencia israelí (Shin Bet) desde la década de 1980. Así lo revelaba el 5 de abril de 2005 al periódico Frontline su ex director, Avi Dichter, quien aseguraba que las apocalípticas aspiraciones de aquellos fundamentalistas deberían quitar el sueño a la sociedad israelí y que las implicaciones a nivel internacional son imprevisibles.
Por otra parte, un fenómeno en auge cada campaña militar contra Gaza es el de la integración progresiva del fundamentalismo sionista y religioso en el ejército: Las «Fuerzas de Defensa Israelí» vienen incorporando a sus filas, e incluso en altos mandos, a rabinos «nacional-religiosos» y militantes extremistas. A esto ayudan las llamadas Yeshivot Hesder, escuelas religiosas que combinan el estudio del Talmud y la Torah con la preparación militar, orientando las enseñanzas al servicio militar. Sin duda, de esta perversión del judaísmo y de la combinación entre militarismo expansionista y fundamentalismo religioso, surge un cóctel explosivo cada vez más cruento contra la población ocupada, como constata la destrucción masiva de la Franja de Gaza y los 2251 palestinos y palestinas asesinadas en julio de 2014.
Así mismo, no puede seguir obviándose la cotidiana violencia que los colonos israelíes (no hay que olvidar que son más de 600.000 en Jerusalén Este y Cisjordania) ejercen contra la población palestina, tal y como denuncian constantemente tanto la Oficina para los Asuntos Civiles y Humanitarios de la ONU en los Territorios Palestinos Ocupados (OCHA OPT, por sus siglas en inglés), como numerosas ONG israelíes, entre las que destacan B´tselem y Yes Din. Una colonización que se incrementa con el nuevo plan del ejecutivo israelí de construir 2.600 nuevas casas para uso colono en Cisjordania y una violencia y humillación cotidiana agraviada por el ejército en los checkpoints militares, o en ciudades como Jerusalén Este y Hebrón, las cuales sintetizan nítidamente el beligerante sistema de ocupación y colonización derivado en apartheid.
En definitiva, el desarrollo y auge actual del fundamentalismo sionista, abanderado por el movimiento colono en Cisjordania y Jerusalén, y representado por mayoría en el parlamento israelí, resulta en una de las peores consecuencias de la ocupación y de la progresiva colonización de los Territorios Palestinos desde hace 50 años. Tanto por sus implicaciones territoriales y demográficas, al modificar la geografía y destruir la continuidad territorial entre la población palestina, como por el odio nacionalista y religioso que suscita, habría que visibilizar y denunciar más un fenómeno tan destructivo, traba para cualquier atisbo de paz, y tan obviado por la comunidad internacional.
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