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Arabia Saudí no es el reino de Dios en la tierra

Fuentes: Al-Quds

Traducido para Rebelión por Elisa Viteri

El régimen saudí está sitiado. En sus fronteras occidentales, la revolución egipcia se deshizo de su mejor y más antiguo aliado, Hosni Mubarak. Por el norte, tanto Siria como Jordania están siendo testigos de una ola de enfado popular creciente, mientras que al sur, Yemen es un imponente hervidero popular. A esto súmale el Sultanato de Omán, que está siendo testigo de otro movimiento de protestas sin precedentes. En esta volátil atmósfera, la respuesta de Arabia Saudí fue desplegar sus fuerzas armadas en Bahréin, para mantener así el control político que ejerce sobre este pequeño reino a través del sultán gobernante. Otro de sus objetivos era impedir que la llamada revolucionaria pasara a sus provincias orientales, que son las que cuentan con un mayor número de población chií, así como con las principales reservas de petróleo todas juntas.

La verdad es que la propagación de las revoluciones en Arabia Saudí no ya es un asunto que les pille de lejos. Sólo algunos días después de la deposición del dictador tunecino Zine El Abidine Ben Ali, un hombre de 65 años de edad se prendió fuego en la provincia de Yizán, que no está a mucha distancia de Yemen. Se organizaron entonces un gran número de protestas pidiendo reformas políticas, acompañadas de una campaña en internet que pedía la formación de un comité consejero, la liberación de los presos políticos, y que a la mujer se le permita ejercer sus derechos. Una de las campañas electrónicas hizo posible hacer un llamamiento para organizar el día de la ira el 11 de marzo, lo que atrajo 26.000 personas.

La respuesta del régimen fue violenta, tal y como se esperaba. Lanzaron gases lacrimógenos y atacaron con munición real sobre manifestantes pacíficos, mientras los helicópteros militares cubrían los cielos saudíes. Faisal Abdelahad, uno de los organizadores del evento, fue asesinado, además de las decenas de detenidos que fueron a unirse a los 8.000 presos que llenan las cárceles saudíes. Entre ellos se encontraban un de los fundadores de la Organización Saudí para los Derechos Civiles y Políticos, Mohamed Saleh al Bayadi. Hasta los que acudieron al ministerio del interior para preguntar por sus allegados sufrieron las consecuencias, como le pasó a Mubarak Bin Zair, abogado, cuyo padre y hermano llevan años en la cárcel sin que les haya acusado de nada de manera oficial; o Yihad Jadar, de 17 años, que no ha vuelto a tener noticias de su hermano Tamer, un activista por los derechos humanos.

A pesar de que las demandas por un cambio en Arabia Saudí se remontan a 1992, cuando un grupo de ulemas le presentó al rey una nota de asesoramiento, las revoluciones tunecina y egipcia le ha dado un empujón a la línea reformista. En un paso sin precedentes, un grupo de activistas políticos y pensadores anunciaron la creación del primer partido político del reino, desafiando la prohibición de las organizaciones de carácter político. Tras este anuncio, diez miembros de la misma fueron arrestados. Las demandas de cambio no se limitan a los círculos de la oposición, sino que se extienden a la misma familia gobernante. Por ejemplo, el príncipe Turki al Faisal, en el Foro Económico de Yedda, hizo un llamamiento a que se eligieran por votación a los miembros del Consejo de la Shura*, en vez de ser nombrados por el rey. Lo que se discute a puertas cerradas no sólo se publicó en las redes sociales, sino delante de las cámaras, como hizo Jaled el Yahni con el equipo de la cadena BBC cuando criticó la supresión de libertades en su país después por lo que había visto y oído de los cientos de miembros de las fuerzas de seguridad, antes de que se le perdiera la pista.

A pesar de que el sistema ha estado jugando la carta del sectarismo y el peligro iraní para deslegitimizar a su oposición, día tras día se ve más claro que el descontento popular no se reduce a las zonas chiíes, sino que se extiende a las distintas capas de la sociedad saudí y se alimenta de la represión política, el fracaso en el desarrollo producto de la corrupción, la incapacidad del gobierno de desempeñar su papel y el despilfarro de billones en la compra de armas. Sólo hay que ver la imagen que han dejado en Yedda las inundaciones entre 2009 y 2011 y las fuertes pérdidas humanas y económicas que dejaron tras de sí en uno de los países más ricos del mundo para darnos cuenta de que las víctimas de la marginalización y la ausencia de infraestructuras en el reino no sólo afecta a los chiíes.

Puede que al régimen saudí le sea fácil confrontar a su oposición política. Sin embargo, enfrentarse a los retos sociales que le rodean puede que sea bastante más complicado. No exageramos si decimos que la mayor fuente de peligro que amenaza a la clase dirigente es el movimiento de renovación que necesita la sociedad saudí, producto del aumento de la expansión urbana, la difusión de la educación y el gran número de estudiantes becados en universidades extranjeras. A todo esto se le suma la generalización de las tecnologías de comunicación por satélite y las redes electrónicas, ya que Arabia Saudí cuenta con el porcentaje más alto de usuarios de internet de la región (dobla el número de usuarios en Egipto, es decir, se acerca a un 40%).

Todo esto es posible gracias a la enorme fortuna petrolera del país, que ha cambiado el estilo de vida de la sociedad saudí en unas pocas décadas, desde la sencilla vida beduina a una sociedad de consumo. El problema reside en que las rápidas transformaciones que han afectado a la sociedad saudí no han ido acompañadas de transformaciones a nivel cultural, lo que ha llevado a la creación de un gran abismo entre la realidad social y la ideología oficial conservadora, cuya legislación proviene de la alianza entre el gobierno y los ulemas wahabíes, con sus interpretaciones hanbalíes radicales. Por supuesto, esto no significa que la clase de los ulemas y la obediencia sean los que gestionen los asuntos gubernamentales o tomen las decisiones en el reino, sino que en verdad son empleados que reciben sus salarios del Estado. El papel de estos se reduce a proporcionar cobertura legal a las decisiones que adopta el rey y su entorno, como legitimar que se «recurra al infiel», como cuando el gobierno pidió ayuda a las fuerzas estadounidenses en la Segunda Guerra del Golfo en 1991.

La lealtad política que emana de los ulemas en el espacio social les permite una autoridad no definida a la hora de vigilar el comportamiento individual, y social en general. La gran perjudicada por esta alianza entre el gobierno y los ulemas oficiales ha sido la mujer. Al tiempo que los ulemas hacen la vista gorda con la dominación de la clase política gobernante, la corrupción económica y la subordinación incondicional a las demandas de los estadounidenses, se alzan como los mayores agentes en contra de la mujer. Han sido reclutados para vigilar en todo momento la vida de las mujeres, para cuidarse de restringir sus movimientos con fetuas rechazadas por la mayoría de los musulmanes, para prohibirles sus derechos más básicos, desde conducir un coche hasta que se les niegue la firma de un contrato legal o un tratamiento por no tener el permiso de su tutor.

Esto me recuerda a las palabras de una amiga saudí cuando dice: «¡Esto sí que es hipocresía! Al mismo tiempo que nosotras no debemos dejar al descubierto ninguna parte de nuestro cuerpo, la cara incluida, los canales propiedad de los príncipes saudíes se llenan de chicas desnudas que se mueven al rito de sus canciones decadentes. ¡Habrá rebajas en la religión!

Como respuesta a estos vientos de cambio en la región, el régimen saudí se defiende con dos armas: el dinero y la religión. Además de las fetuas religiosas ya listas que prohíben las revoluciones y las consideran un llamamiento a la sedición, ven en las manifestaciones una transgresión a la corona del príncipe y al compromiso de obediencia. El sistema saudí ha usado, como siempre, la autoridad del dinero para comprar la obediencia y la lealtad de su pueblo. Su majestad el rey Abdalá, de 87 años, al volver de su viaje a EE.UU. para someterse a un tratamiento médico, anunció el lanzamiento de una ingente cantidad de dotaciones y partidas económicas, cuyo valor total alcanza los 129 millones de dólares estadounidenses, es decir, cerca de la mitad de los ingresos nacionales provenientes del petróleo el pasado año. Las dotaciones incluyen la subida del sueldo de los funcionarios un 15%, exenciones a los deudores y ayudas económicas a estudiantes y parados, además de la promesa de construir medio millón de viviendas y venderlas a precios más bajos. Por supuesto, no puedo dejar de mencionar aquí el aumento en el presupuesto para la clase religiosa.

Por su parte, en materia de asuntos exteriores, el sistema saudí depende básicamente de su íntima relación con Estados Unidos, basada en la circulación continua de petróleo y el bombeo de millones de dólares a las arcas estadounidenses a través de los acuerdos armamentísticos que ha contraído Arabia Saudí, y por los cuales la casa real de Al Saud obtiene la total protección de Washington.

‘¿Todo esto significa que Arabia Saudí, mientras siga siendo rehén de un gobierno absolutista y autoritario, con un gobernante anciano y su familia acaparando la autoridad, no puede siquiera pensar en la idea de la ciudadanía? Mi respuesta rotunda es que esta situación es insostenible. Y es que Arabia Saudí no es el reino de Dios sobre la tierra. No es inmune a los cambios necesarios a nivel local y regional. La pregunta, entonces, no es si habrá cambios en Arabia Saudí o no, sino cuál va a ser su naturaleza, su forma y su momento.

Samia al Gannochi es investigadora en la Universidad de Londres y especialista en Oriente Medio y el norte de África.

Fuente: http://www.alquds.co.uk/index.asp?fname=today15qpt980.htm&arc=data201144-1515qpt980.htm