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Ariel Sharon y el bucle del terror

Fuentes: Rebelión

El Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) pretende que Israel colabore con su iniciativa para un Oriente Próximo desnuclearizado. Nada indica que dichas gestiones tengan demasiadas posibilidades de culminar con éxito pese a ser de común conocimiento que Israel tiene el mayor arsenal nuclear de la región y al mismo tiempo se niega a […]

El Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) pretende que Israel colabore con su iniciativa para un Oriente Próximo desnuclearizado. Nada indica que dichas gestiones tengan demasiadas posibilidades de culminar con éxito pese a ser de común conocimiento que Israel tiene el mayor arsenal nuclear de la región y al mismo tiempo se niega a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear. No se trata, en este caso,  de imponerle a un país inspecciones por la fuerza o de criticar unilateralmente una posible escalada armamentística de Israel para protegerse de la amenaza que representan sus vecinos. Aunque en otros casos se ha hecho, Irak fue atacado e invadido con el argumento de anular su arsenal de armas de destrucción masiva, arsenal que nunca apareció, e Irán fue sometido bajo serias amenazas a exhaustivas inspecciones en la misma dirección. Lo que se pretende es implicar a Israel en una iniciativa que sólo puede beneficiarle, siempre y cuando su objetivo sea realmente lograr la paz regional, afirmación que resulta cada vez más cuestionable, si observamos su comportamiento. 

Este es sólo uno más, el último hasta el momento, de los ejemplos que nos permiten asegurar que la política del Estado de Israel constituye uno de los más serios impedimentos a la consecución de una salida negociada para el problema de Oriente Próximo.

El caso de Israel, confortablemente protegido por los Estados Unidos en todo cuanto a su incumplimiento de cualquier acuerdo internacional se refiere, es paradójico. En un interesante ejemplo de cómo se puede tomar el todo por la parte, algo a lo que Israel ya nos tiene acostumbrados, cualquier riesgo que decide señalar como amenaza concreta a su integridad (Irak, Siria, Irán) es posteriormente identificado por los Estados Unidos como amenaza global a la seguridad. El hilo conductor que supone la coincidencia de la adscripción árabe-musulmana de los enemigos de Israel y de la red terrorista de Al-Quaeda, auténtica facilitadora de la actual militarización que vive la región, actua como nexo perfecto para una perversa identificación entre la seguridad de Israel y la de los Estados Unidos por parte de dos de las administraciones más militarizadas y conservadoras del planeta.

Mientras lo que las organizaciones internacionales pretenden es sentar las bases para una futura conferencia regional que frene el incremento de los arsenales nucleares y de destrucción masiva en la región más conflictiva del mundo, los actores que realmente tendrían la capacidad de liderar este proceso han decidido situarse como los principales obstáculos para su desarrollo. Es precisamente Israel, el país que se define a sí mismo como «amenazado» por sus vecinos el mismo que bloquea, con la continua aquiescencia e incondicional apoyo de su  hermano mayor, los Estados Unidos, cualquier opción resolutiva respecto a la cuestión que parece estar en el centro del enfrentamiento: la situación del pueblo palestino.

Ya desde una perspectiva más micro, al mismo tiempo que Israel bloquea las iniciativas internacionales, en el frente interno profundiza sus políticas de confrontación con los palestinos mediante la provocación que supone continuar con la construcción del muro, la política de asesinatos selectivos, la inutilización de los campos de cultivos palestinos y la continua destrucción de sus viviendas. El objetivo es  retroalimentar continuamente la escalada de violencia y conflicto en la cual, y frente a esta violencia estatal, los líderes palestinos difícilmente pueden obligar a su población a oponer una resistencia pacífica: se trata de alimentar el bucle del terror.

El poder, entendido como la interacción de estrategias de libertad, necesita de actores que, si no en igualdad de condiciones, estén al menos capacitados para interactuar e influirse mutuamente a través de las tecnologías de gobierno. El «unilateralismo hegemónico armado» actual no permite que ni las instituciones ni las reglas de la comunidad internacional moderen el comportamiento de los EE.UU ni tampoco el de Israel, que exige continuamente el bloqueo norteamericano a cualquier iniciativa internacional de condena a sus reiteradas violaciones de los derechos humanos o al incumplimiento de la larga serie de resoluciones de las Naciones Unidas que censuran su comportamiento. Lo que en principio fue un conflicto territorial localizado se ha convertido en el termómetro que mide el nivel de resentimiento y apoyo hacia la cada vez mayor bolsa de apoyo al terrorismo internacional en el mundo árabe: Palestina.

A medida que la situación se complica, las tecnologías de gobierno (léase participación en instituciones o sujeción a normas universales) se hacen cada vez más necesarias mientras la realidad nos muestra con cada vez mayor crudeza que la solución se aleja progresivamente de las mismas y, por tanto, de la vía pacífica para, en cambio, incrementarse la retroalimentación de los diferentes usos de la fuerza. En el caso del conflicto árabe-israelí, pese a los fundados temores que esta afirmación trae a nuestra imaginación, parece que incluso se ha rebasado el «hurting point» a partir del cual es tan grande el odio que ninguno de los dos bandos enfrentados será capaz de recuperar en el futuro la posibilidad de establecer un diálogo fructífero con el contrario.

Además nos encontramos con la ridícula situación de que quien ha llevado la situación hasta el límite (en clara referencia al actual Primer Ministro Ariel Sharon) es precisamente quien, sin ofrecer prácticamente nada a cambio, se arroga el papel de facilitador del diálogo y representa en estos momentos una postura centrista si la comparamos con quienes teóricamente le apoyan. Su delicada posición, tras la negativa de las bases del Likud a aceptar su plan de retirada parcial de colonias de los territorios ocupados puede entenderse como una estrategia para forzar a los palestinos a aceptar cualquier plan presentado por Israel bajo la lógica de que la alternativa será aún peor. El problema radica en que estamos viendo que cada iniciativa israelí es más perjudicial para los palestinos que la anterior. Y se pretende hacerles ver que su única salida es plegarse continuamente a una política de hechos consumados que les perjudica cada vez más. La colaboración del laborismo del anciano Simón Peres en los desesperados movimientos de Sharon por salvar su gobierno tiene una doble lectura: el partido laborista , tras sus fracasos electorales, está dispuesto a derechizarse aún más de lo que lo hizo bajo el gobierno Barak y la tendencia a la proliferación de posiciones derechistas es cada vez más abrumadora dentro de Israel. No podemos ilusionarnos con el supuesto incremento de «refuseniks» ni creer que esta tendencia «centrará» la política de ocupación mientras los dos partidos mayoritarios estén dispuestos a continuar la senda de la construcción del muro y la militarización consiguiente que conlleva.

En resumen, ¿cómo parar una política israelí de destrucción sistemática de lo «avanzado» en los acuerdos de Oslo y Ginebra mientras Israel y Estados Unidos sigan actuando como un comunidad de intereses perfectamente engrasada?. La única alternativa razonable es la introducción de un cuña que imposibilite seguir avanzando a las ruedas que sostienen esta peligrosa coincidencia de intereses entre la Administración Bush y el gobierno de Sharon. La justificación de cualquier barbaridad cometida por el ejército israelí puede ser neutralizada si se limita la violencia que les permite construir la retórica que trasforma sus políticas ofensivas en defensivas. Y mientras Israel tenga el poder, sólo uno de los bandos, el palestino, el de los perdedores, se ve presionado  y acuciado para conseguir acuerdos. La otra posibilidad pasa por un cambio de gobierno en los Estados Unidos que entienda que hay que parar la actual escalada de violencia propiciada por Israel.

Desde esa lógica, si se para el terrorismo suicida, Israel no tendrá justificación para continuar con su política actual. Pero el terrorismo sólo se detendrá cuando los jóvenes palestinos vean reconocido sus derechos y libertades porque el ejército de ocupación israelí se retire de su territorio. Mejor sería que desde fuera se le obligase a desarrollar una política de respeto a los derechos humanos y la legalidad internacional. Y eso sólo los Estados Unidos pueden conseguirlo en el supuesto de que una nueva administración demócrata rompiese con la actual política exterior de su hegemonismo armado.