Palestina define -a los ojos de quienes combaten la injusticia y defienden la libertad y el derecho a la autodeterminación de los pueblos- un martirio cruel e inaceptable. Su pueblo sufre. Muere. Desaparece. De forma impune y, al parecer, sin suscitar la indignación y la solidaridad del resto de la humanidad. Esto es algo indudable. Irrebatible.
La desinformación, la estigmatización y la agresión desproporcionada han sido los elementos constantes en la historia de despojo del pueblo palestino. Mucha gente prefiere no «preocuparse» demasiado por lo que ocurre en aquella tierra, temerosa de ser acusada de antisemita, repitiendo la actitud asumida hace casi cien años en Europa cuando comenzara la historia de persecución, sadismo y exterminio protagonizada por los nazis en contra de quienes consideraron razas inferiores, en su loco afán de preservar la «raza aria». En medio de intereses geopolíticos que enrarecen y dificultan cada día una posible solución, los palestinos sufren el desalojo y la destrucción de sus hogares, de sus ancestrales olivares, el encarcelamiento injusto e inhumano de niños, y, más escandaloso aún, la mutilación y el asesinato impune (e inducido) de cientos de ellos.
Víctimas de lo que empezó a ser “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, borrando así sus derechos, los palestinos han tenido que padecer igualmente los efectos de la inversión de la verdad, cuestión que ha facultado que, bajo ninguna circunstancia, la muerte de cualquiera de ellos, sea cual sea su edad y estado físico, a manos de la fuerza de ocupación se llegue a considerar un asesinato, en un claro ejemplo del desprecio a su condición humana, así como la práctica común de oscurecer responsabilidades al respecto.
Gracias a la cartelización global de la información, la limpieza étnica en lo que resta de Palestina se asume como un incidente normal e inquebrantable. Incluso, justificado como un castigo divino contra el cual no cabría apelación alguna. Por ello vale preguntar si aún podríamos hablar de Palestina. Si nos duele y compartimos su derecho a existir como pueblo y como nación soberana.