Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La fiesta -y qué fiesta- terminó. Ahora toca la resaca, y ¡menuda resaca!
Conozcan al nuevo jefe, o al Faraón reconstruido como Shiva: el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Si esto fuera el Sudeste Asiático, la gente diría «lo mismo, lo mismo, aunque diferente».
En lugar de un Estado-policía, es el momento de los comunicados (se habla de un retorno a la década de los setenta). El Presidente y el Vicepresidente disueltos. El Parlamento disuelto (pero con el Primer Ministro nombrado, el Faraón Ahmed Shafiq, insistiendo en que el actual gabinete-canguro se pondrá en marcha para eso de la «transición ordenada»). La Constitución suspendida. El ejército tratando de imponer la idea de que va a encargarse de dirigir Egipto durante los seis próximos meses. Se esperan siniestras restricciones al derecho a la huelga y «caos y desorden».
¿Qué puede hacer un Presidente demócrata de EEUU y Premio Nobel de la Paz excepto apoyar un golpe militar? (Otra reminiscencia de las décadas de los sesenta y los setenta). Resumiendo: la Casa Blanca y el Departamento de Estado querían que Hosni Mubarak se fuera.
Pero Arabia Saudí, Israel y la Agencia de Central de Inteligencia de EEUU (CIA) estaban empeñados en que siguiera. Aunque Mubarak -como en una mala versión de Luis XVI con el pelo teñido- luchó por su propia supervivencia, el Vicepresidente Omar «Jeque al-Tortura» Suleimán, apoyado por Washington y Bruselas, luchó por la supervivencia del régimen (eso de la «transición ordenada»), y Washington luchó por la supervivencia de uno de los pilares cruciales de la «estabilidad» en el Oriente Medio. La calle luchaba por su vida.
Es fácil explicar por qué la CIA no lo vio venir. Puede que la Agencia se haya destacado gestionando las entregas extraordinarias con el Jeque al-Tortura, pero, en conjunto, se había quedado aprisionada en una importante camisa de fuerza ideológica desde los años de Ronald Reagan. Sencillamente, la CIA no se molesta en hablar con nadie que no sea un vasallo, desde Irán a Hamás y a los Hermanos Musulmanes.
Por tanto, no pueden recoger inteligencia procesable de calidad sobre el terreno. Egipto llevaba hirviendo por debajo desde al menos 2005. La Embajada de EEUU en El Cairo no tenía siquiera un oficial de enlace con los Hermanos Musulmanes. Y ahora su activo, Suleimán, es una no-entidad (foto de Langley -sede de la CIA- inundada por un diluvio de lágrimas).
Al final, la calle egipcia lo comprendió. Reclutas miserablemente pagados dispuestos a armar la de Dios es Cristo si se les ordenaba disparar contra ciudadanos de a pie lo comprendieron. Discretos organizadores sindicales activos desde hacía años lo comprendieron. Jueces manifestándose por las calles lo comprendieron. Y los jóvenes lo comprendieron. Los jóvenes revolucionarios del 25 de enero despertaron pronto a la realidad.
Todos ven ya con claridad que Washington decidió finalmente reducir sus pérdidas y dar luz verde a la concepción plagada de onanismo de un golpe militar contra una dictadura militar. OK, si funcionan los buenos pronósticos, conocemos al menos un precedente: la revolución de 1974 en Portugal, que acabó, en el plazo de un año, en una sólida democracia de tendencia socialista.
Mi comunicado es más grande que el tuyo
¿Qué hay de todos esos comunicados a los que se ha vuelto tan adicto el Consejo Supremo? La calle sabe que todos ellos son compinches de Mubarak, que la mayoría tiene más de setenta años -empezando por el líder del golpe, el Mariscal de Campo y Ministro de Defensa Mohammed Hussein Tantawi, 75 años- y que están muy próximos a Robert Gates, el del Pentágono (y algo que es crucial: Tantawi llegó a la cumbre después de ser el comandante del ejército privado de Mubarak, los Guardias Republicanos).
Todos ellos son accionistas, propiciados por EEUU (mediante los miles de millones de dólares de «ayuda» año tras año), de una inmensa dinastía empresarial de propiedad militar que controla sectores enteros de la economía egipcia. No hay forma de que pueda nacer un nuevo Egipto sin echar abajo todo ese sistema al completo. Ergo, la calle tiene que enfrentarse al ejército.
Nos esperan grandes fuegos artificiales. Por el momento, los adversarios potenciales están estudiándose el uno al otro. Salida: «transición ordenada»; entrada -según el General Mohsen al-Fangari-: «una transición pacífica de poder» que permita que «un gobierno civil elegido gobierne y construya un Estado libre y democrático». Suena todo como el Purple Haze [Neblina Púrpura] de Jimmy Hendrix. Olvídense de eso del ejército transfiriendo rápidamente el poder a un gobierno interino dirigido por civiles.
En la batalla de comunicados, al menos los líderes del 25 de enero saben cómo llamar la atención. Entre sus demandas principales -llámenlas la hoja de ruta de los deseos políticos de la calle-, nos encontramos con el fin inmediato del estado de emergencia; la liberación inmediata de todos los prisioneros políticos; la creación de un consejo de gobierno colectivo y transitorio; la formación de un gobierno interino que integre las tendencias nacionalistas independientes que supervisen unas elecciones libres y justas; la formación de un grupo de trabajo que redacte una nueva constitución democrática que se vote en referéndum; la eliminación de cualquier restricción a la libre formación de partidos políticos; libertad de prensa; libertad para formar sindicatos y organizaciones no gubernamentales sin que se necesite permiso del gobierno; y abolición de todos los tribunales militares.
Cualquiera que sea capaz de creerse que los generales del Consejo Supremo entregarán en bandeja todo eso al pueblo es que debe de estar vivendo allá por la meseta tibetana.
Bombardéame una democracia, nena
Ésta no ha sido sólo una revolución dirigida por los jóvenes, también es ahora un movimiento masivo de la clase trabajadora. En la próxima etapa la clase trabajadora -y el campesinado- serán cada vez más importantes. Como el bloguero Hossam El-Hamalawy ha señalado: «Ahora toca a las fábricas tomar Tahrir». La ofensiva final del régimen se produjo cuando las huelgas se extendieron como un reguero de pólvora. Se ha intensificado la conceptualización de la democracia directa desde abajo que conduce a un estado de revolución permanente. «Occidente» tiembla en sus Ferragamo .
Al mismo tiempo, los líderes del 25 de enero son conscientes de que Washington, Tel Aviv y Riad -más las clases compradoras del mubarakismo – harán todo lo que esté en su mano para que la democracia egipcia descarrile. Se echará mano de todo: desde todo un Walhalla de sobornos a la siniestra manipulación de leyes y del proceso electoral.
Ya verán como al menos un general se presenta para Presidente; ciertamente, no será el increíblemente evanescente activo de la CIA, el «Jeque al-Tortura» Suleimán, sino muy probablemente el Jefe del Estado Mayor, Sami Anan, de 63 años, que también pasó mucho tiempo en EEUU y está más cercano que Tantawi a muchos de los del Pentágono.
Muy pronto, verán como todo el mundo, y hasta su vecino, se dedica a cortejar a los Hermanos Musulmanes como si no hubiera un mañana: Turquía (para avanzar en su papel de faro de la moderación en Oriente Medio); Irán (incluso aunque sean chiíes, para recordar a los Hermanos Musulmanes su lucha por Palestina); EEUU (para que puedan creer que controlan una corriente yihadista , aunque los HM no tengan ninguna); y Arabia Saudí (con toneladas de dinero en efectivo, para colar como sea las maquinaciones estadounidenses).
The New York Times ha descrito de forma extraña cómo «la Casa Blanca y el Departamento de Estado estaban ya discutiendo cómo dedicar nuevos fondos para impulsar la aparición de partidos políticos laicos», en un intento de acorralar hasta el último rincón a la oposición a la agenda estadounidense.
Además del hecho de que la revolución egipcia -todavía en pañales- representa el cambio estratégico más estremecedor en el Oriente Medio de las últimas tres décadas (desde que Israel invadió el Líbano en 1982), lo que se destaca es la abyecta falacia de muchas cosas, desde la Islamofobia a la teoría reduccionista del «choque de civilizaciones» y a la quimera neocon del Gran Oriente Medio. Sin embargo, la calle egipcia abrió una autopista hacia la democracia en sólo dos semanas y media. Compárenlo con la democratización de Afganistán por el Pentágono desde hace nueve años y la de Iraq desde hace siete.
En el presente estadio, nadie sabe si el mubarakismo va a sobrevivir a base de un estiramiento facial mínimo; si se le invitará a las próximas elecciones mientras el ejército permanece en la sombra; o si una auténtica revolución social y política reorganizará final y radicalmente toda la estructura de la riqueza y el poder en Egipto.
Mucho más allá del choque inevitable en Egipto entre la explosión demográfica y la crisis económica, lo que nos hace realmente flipar es que las elites de Occidente saben lo que la inmensa mayoría de los egipcios no quieren. Un gobierno egipcio realmente soberano y democrático no puede seguir siendo un esclavo de la política exterior de EEUU.
Como mínimo, todo podría empezar con el levantamiento del bloqueo a Gaza y con la revisión de la exportación de gas natural a Israel a precios subvencionados; después, debería volver a considerarse el paso seguro de la Marina estadounidense por el Canal de Suez y, finalmente, revisar el sanctasanctórum: los Acuerdos de Camp David de 1979 con Israel.
De ahora en adelante, cualquier incremento de libertad que Egipto pueda disfrutar será directamente proporcional al aumento del grado de temor que puedan pasar a sentir Washington, Tel Aviv y Riad.
Es justo decir que en estos momentos la calle egipcia lleva en su corazón a todos aquellos que la apoyaron: desde Al-Yasira y todo un surtido de nacionalistas árabes a Hizbulá en el Líbano. Y conoce muy bien quiénes son los que la despreciaron: desde la Casa de los Al-Saud, junto a todo tipo de extremistas wahabíes, a Israel. Nadie olvidará que el rey saudí Abdullah acusó a la calle de «injerencia en la seguridad y estabilidad del Egipto árabe y musulmán».
La consigna clave de la revolución ha sido: «El pueblo quiere el derrocamiento del régimen». Eso ha tenido un resultado-consecuencia: «El pueblo quiere la liberación de Palestina». Estén pendientes de la información meteorológica; el auténtico volcán ni siquiera ha entrado en erupción.
Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su último libro es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected].
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Middle_East/MB15Ak01.html
rCR