Traducido para Rebelión por Carlos Riba García
Nota de Tom para nuestros lectores:
Todd Miller, miembro regular de TomDispatch, ha vuelto con otro espeluznante relato sobre las tierras fronterizas de Estados Unidos. Como el denunciante del Departamento de Estado Peter Van Buren -embarcado en este momento en una serie de trabajos de TD sobre el destrozo que está sufriendo la Declaración de Derechos- se centra en el cada vez más inconstitucional sesgo del gobierno, decidí pedirle que se ocupe de escribir la introducción de esta nota. Por favor, tomad nota de que el estupendo nuevo libro de Miller, Border Patrol Nation, todavía está disponible en la página de donaciones de TomDispatch a cambio de una contribución de 100 dólares, como también lo están el muy elogiado libro de Anand Gopal sobre la guerra de Afganistán y otros libros de Nick Turse y de mi propia autoría. ¡No olvidéis que vuestras donaciones hacen que este sitio web se mantenga a flote en estos tiempos tan tempestuosos! Tom Engelhardt
Introducción de Peter Van Buren
No estáis en Estados Unidos. Así es; mirad a vuestro alrededor la niebla que cubre el paisaje de Nueva Inglaterra o los brillantes desiertos de Arizona. Esta tierra no es vuestra tierra; ya no lo es. Es un lugar controlado por la Aduana y Protección Fronteriza de EEUU (CBP, por sus siglas en inglés) y, en el territorio controlado por ella, vuestros derechos constitucionales no tiene aplicación. La CBP puede, y de hecho lo hace, detener a ciudadanos estadounidenses, registrarlos sin orden judicial y maltratarlos físicamente en lo que, desde nuestros pecados del 11-S, se ha convertido en nuestro purgatorio legal postconstitucional. En un país extranjero, no estáis a salvo de sus garras; tampoco lo estáis dentro de Estados Unidos.
La idea de que la constitución no tiene aplicación en las zonas fronterizas de Estados Unidos no es nueva, sobre todo en relación con las amparos de la Cuarta Enmienda contra los registros e incautaciones (en este contexto, a menudo la «incautación» toma la forma de «detención», como lo comprende también el concepto más tradicional de quitar a alguien sus pertenencias). Hace bastante tiempo, la idea era que Estados Unidos sería capaz de protegerse a sí misma mediante la indagación de la gente que entrara en el país. De este modo, las incautaciones y cacheos sin autorización judicial eran de rutina y constitucionalmente razonables. Bastante justo. De hecho, las directivas básicas se remontan a 1789.
Pero lo justo de las antiguas normas ya no tienen aplicación, particularmente frente al metastático crecimiento de la CBP, ansiosa por extender su jurisdicción en el ya de por sí expansivo ecosistema de la Seguridad Interior. La CBP se jacta en su sitio web de haber realizado 1.100 detenciones cada día; según sus propias palabras, se erige en la «custodia» de Estados Unidos. Aritmética de escuela primaria: 401.500 detenciones en un año, y estas detenciones no se limitaron a extranjeros peligrosos. Estadounidenses portadores de ciertas creencias o filiaciones políticas caen en la mira; tanto pueden ser periodistas de renombre como activistas o sencillamente (como en esta nota de hoy mismo) la enfadada esposa de un hombre golpeado casi hasta la muerte por unos agentes de la CBP. La agencia insiste en estos días que su jurisdicción no acaba en la frontera geográfica, la línea dibujada en el mapa entre -digamos- Estados Unidos y México, sino que se extiende 160 kilómetros tierra adentro.
Abundando en lo que su reciente libro, Border Patrol Nation. Dispatches from the Front Lines of Homeland Security, Todd Miller, miembro regular de TomDispatch nos acerca más ejemplos de la ilegalidad y la brutalidad de la CBP; al mismo tiempo se formula preguntas cruciales sobre el significado más amplio de nuestra nación. Preparaos para asustaros. Si vivís cerca de la frontera, si cruzáis la línea de frontera después de un viaje al extranjero o si atraéis la atención de las patrullas volantes de la CBP, sea en Nueva Inglaterra o sea en Arizona dentro de una franja de 160 kilómetros a lo largo de la línea de frontera, esa tierra no nos pertenecen ni a vosotros ni a mí, sino al Estados Unidos postconstituciona, cada día más a los así llamados nuestros custodios.
«No me pise las fotos»
Shena Gutiérrez ya había recibido una bofetada en la sala de inspección de Nogales, Arizona, cuando los agentes de Aduanas y Protección de Fronteras (CBP) cogieron su bolso, lo abrieron y volcaron su contenido en el suelo delante de ella. No podría haber una imagen más ajustada de la anulación de la Declaración de Derechos que estamos viviendo en la región fronteriza de Estados Unidos en la era posterior al 11-S.
Junto con el contenido de ese bolso se volcaba también la vida de Gutiérrez: las fotos de sus hijos, las tarjetas del supermercado y de crédito, y otros documentos; todo a la vista ahora del escrutinio oficial del Departamento de Seguridad Interior. También estaban las fotos de su marido, José Gutiérrez Guzmán, a quien en 2011 los funcionarios de la CBP habían golpeado con tanta saña que quedó con daño cerebral permanente. El agente a cargo, cuya nombre – Gómez – aparecía en la placa prendida en la camisa azul de su uniforme empezó a pisotear, literalmente, la vida de Shena con sus negras botas.
-Por favor, no me pise las fotos -le pidió ella.
Ciudadana estadounidense -al contrario que su marido-, Shena regresaba de México donde había estado en una vigilia de 48 horas contra la violencia de la guardia de fronteras y llevaba una camiseta con la leyenda Paremos la brutalidad de la Patrulla de Fronteras cuando fue agresivamente increpada y abofeteada en el puesto de entrada de la CBP de Nogales ese día caluroso de mayo. Ella estaba segura de que Gómez volcaba el contenido de su bolso en respuesta a lo que decía su camiseta; la prueba de su activismo.
Quizás lo que molestó a Gómez fue la foto serigrafiada en la camiseta de Shena, la de su marido durante la hospitalización: mostraba el resultado de la paliza propinada por los agentes de la CBP. En su cabeza se veía una cavidad debido a que los cirujanos habían tenido que extraer una parte de su cráneo. Sobre el pecho y brazos había señales del uso de una pistola Taser. Le faltaba un diente y tenía los ojos amoratados. Aunque no se les podía ver en la foto, dos agentes armados de Seguridad Interior lo custodiaban en la puerta para evitar que José, padre de dos jóvenes -un ex técnico de sonido y el cantante de un grupo popular en Los Angeles-, pudiera escapar en el lamentable estado en que se encontraba.
José Gutiérrez Guzmán era el protagonista de una historia cada día más corriente en los tiempos de una América que expulsa a su gente. A pesar de que se había criado en Estados Unidos (indocumentado), había nacido en México. Después de recibir una carta de citación, fue al edificio de la Aduana en Los Angeles; allí fue inmediatamente detenido y deportado. Poco tiempo después, los agentes de la CBA lo cazaron mientras cruzaba la frontera en San Luis, Arizona, cerca de Yuma; estaba tratando de reunirse con su mujer y sus hijos.
-No me… pisen… las… fotos… -suplicó Shena.
Mientras tanto, el agente Gómez fijó un segundo sus ojos en la camiseta de Shena, después la miró a ella y dijo:
-Tú estás equivocada respecto de nosotros. Tú crees que vamos por ahí maltratando a la gente…
Su tono era falsamente amistoso, pero sus botas no. Tampoco otro agente que no paraba de abofetearla. Forzaron sus manos detrás de la espalda y la esposaron. Las esposas le hicieron daño en las muñecas y le dejaron unas profundas marcas rojas.
En la escena no faltaba nada: era la pura imagen de un mundo posterior al 11-S, en el cual los tradicionales derechos pensados para proteger a los ciudadanos de EEUU de registros e incautaciones e interrogatorios tan no deseados como injustificados ya no existían.
Al mismo tiempo que -después del 11-S- se incrementaban en los puestos fronterizos estas intrusiones en la privacidad de los ciudadanos tan cuestionables desde el punto de vista constitucional, esta especie de «frontera dura» policial también se movía tierra adentro. En otras palabras, esa intrusión que alguna vez había sido calificada de inconstitucional se ha ido moviendo hacia el interior del país en una asombrosa dimensión.
Imaginad lo que una vez fue una línea de frontera muy estrecha en nuestro pasado creciendo sin parar hasta convertirse en una franja de 160 kilómetros de anchura que rodea todo el territorio de Estados Unidos -a lo largo de los 3.200 kilómetros de la frontera sur, de los 6.400 kilómetros de la frontera norte, y la costa atlántica y la del Pacífico- y podréis visualizar la vastedad de la nueva jurisdicción de la CBP. Esta región «fronteriza» cubre ahora unos lugares en los que viven dos tercios de la población de Estados Unidos (197, 4 millones de personas). La ACLU ha llamado a esta franja «zona exenta de la constitución». La nueva «frontera» se ha fagocitado por completo estados como Maine y Florida y la mayor parte de Michigan.
En estos vastos dominios, las autoridades de Seguridad Interior pueden instituir patrullas volantes con amplios poderes inconstitucionales en nombre de la seguridad nacional, el cumplimiento de las leyes de inmigración y el control del tráfico de drogas. En cualquier lugar de esta franja, las patrullas de frontera pueden establecer puestos de control o poner en vuelo drones de vigilancia provistos de cámaras de alta definición y radares capaces de detectar todos vuestros movimientos. Hasta a 40 kilómetros de la frontera internacional, los agentes de la CBP están autorizados a entrar en cualquier propiedad privada sin necesidad de una orden judicial. En esta zona, la Seguridad Interior es cualquier cosa menos abstracta. En el día menos pensado se puede interponer entre vosotros y vuestra tienda de comestibles.
«Los puestos de control de la Patrulla de Fronteras y las patrullas volantes son la personificación de la Agencia de Seguridad Nacional», dijo el abogado James Lyall, de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles ( ACLU) de Arizona. «Su actividad abarca las operaciones policiales de búsqueda y captura, la detención y control de cualquier estadounidense inocente sin que medie sospecha alguna por unos agentes federales cada día más violentos y que no dan explicación alguna.»
Antes de que fuera parada y retenida sin ningún miramiento, Shena Gutiérrez había compartido la historia de su marido en la vigilia de 48 horas en la que había estado. Se trataba de otra historia del tipo de las muy conocidas dentro de la zona de 160 kilómetros. Aquella noche no había ninguna cámara que registrara la forma en que 11 agentes habían «reducido» -como ponía el parte oficial del CBP del incidente- a José Gutiérrez Guzmán. El parte decía que José «había golpeado su cabeza en el suelo», un relato que quizás justificaba el diagnóstico hospitalario de «traumatismo».
Si se considera la gravedad de las heridas que presentaba José, el informe de la CBP es ciertamente cuestionable. Muchos agentes de frontera ahora emplean una palabra (tonk, en ingles), que sería la onomatopeya del golpe de una linterna en la cabeza de alguien, para describir a los que pretenden cruzar la frontera. José recibió varios disparos de «un dispositivo electrónico de control» conocido como pistola Taser. Además, fue golpeado con tanta saña que, más de tres años después, aún sufre las secuelas.
-¡No me pisen las fotos! -pidió una vez más Shena Gutiérrez.
Pero tal como consta en el reclamo a la CBP, esas palabras fueron ignoradas. Lo único que soltó Gómez fue:
-Lo vas a tener difícil.
Cuando Shena Gutiérrez me hizo el relato pormenorizado de lo ocurrido ese día, incluyendo las cinco horas que estuvo retenida en la frontera, su voz recorría una gama de emociones que iban de la desesperación a la rebeldía. Es posible que fueran las emociones presentes en lo que el denunciante del Departamento de Estado Peter Van Buren llamó «Era Postconstitucional». Vivimos ahora unos tiempos en los que, como él escribe, «el gobierno quizás haya cogido las tijeras para recortar la Cuarta Enmienda del original de la Constitución guardado en el Archivo Nacional, hacer con ella una bola de papel y tirarla a la papelera». El paradigma de estos nuevos tiempos, con todo el potencial de abuso que deja en manos de las autoridades, puede ser esta zona fronteriza de160 kilómetros.
Un ejército permanente
El inicio de la existencia de esta zona se dio en los cuarenta y cincuenta del siglo XX, cuando el Congreso aprobó unas leyes relacionadas con la Patrulla de Fronteras; en ese momento, esta institución tenía un presupuesto insignificante y una plantilla de apenas 1.100 agentes. Hoy día, la CBP emplea a más de 60.000 personas y es la agencia encargada de hacer cumplir la ley más grande de Estados Unidos. Por su eficiencia y firme determinación -según el escritor y abogado constitucional John Whitehead- el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés), creado en 2002, es «un verdadero ejército permanente en el territorio de Estados Unidos».
Hace mucho tiempo, el presidente James Madison advirtió de que «un ejército en el territorio de Estados Unidos, junto con un poder ejecutivo sobredimensionado, dejaría de ser una buena compañía de la libertad». El DHS, con 240.000 empleados y un presupuesto de 61.000 millones de dólares, señala Whitehead, es un cuerpo policial militarizado con un enorme poder de fuego que, entre otras muchas cosas, espía a los activistas y construye centros de detención. La CBP es el componente uniformado y más visible de este «ejército territorial». En la práctica, cuenta con su propia fuerza aérea y marina: una Oficina del Aire y Mar equipada con 280 barcos de alta mar, 250 aviones y 1.200 agentes.
En la frontera, nunca había habido tantos kilómetros de murallas y barreras ni parecido despliegue de sofisticadas cámaras capaces de operar tanto de noche como de día. Sensores de movimientos, sistemas de radar y cámaras montadas tanto en torres de vigilancia como en drones; todos estos dispositivos entregando información continua a los centros operativos en toda la extensión de las tierras fronterizas. En esos centros, los agentes pueden controlar cualquier actividad en tramos del territorio por medio de modernísimas (y carísimas) pantallas murales de vídeo. Este régimen -en constante expansión- domina ahora en la franja fronteriza de los 160 kilómetros.
Toda esta capacidad tecnológica implica también el almacenamiento de una cantidad inimaginable de información personal en las bases digitales de datos que han surgido como hongos en la Era Postconstitucional. Van Buren se pregunta: «¿Qué significa todo esto en relación con la Cuarta Enmienda?». «Simplemente que los factores tecnológicos y humanos que en el pasado limitaban la recogida y el procesamiento de información, hoy día están desapareciendo rápidamente.»
La frontera, después del 11-S, se ha convertido también en un lugar en el que la tecnología militar, con la mirada puesta en los mercados, está replanteando sus tecnologías de tiempo de guerra para adaptarlas a las misiones propias de la Seguridad Interior. Esto significa que la postura de convertir «la frontera en un campo de batalla» ha creado una dinámica de responsabilidades legales, encarcelamientos y expulsiones que no tenía precedentes; todo ello con al mira puesta en el extranjero (o a menudo, el que solo tiene aspecto de extranjero). Esto recuerda la operación de control que llevó a personas con facciones japonesas (la mayoría de ellas de ciudadanía estadounidense) a campos de internamiento durante la Segunda Guerra Mundial, pero en una escala nunca vista antes en este país. A nadie debe sorprender que se produzcan muchísimas quejas referidas a maltratos verbales y físicos por parte de agentes de la Seguridad Interior, pero también a inadecuada atención médica o alimentaria a inmigrantes indocumentados en detenciones por poco tiempo.
El resultado es un estado de excepción de baja intensidad que convierte la franja fronteriza, cada vez más ancha, en el lugar propicio para experimentar el destrozo de la Constitución, el lugar donde no solo los indocumentados que intentan cruzar la frontera, sino también millones de residentes se convierten en el blanco de una vigilancia continua. Es cierto que es difícil ver a las Patrullas de Frontera en lugares como la ciudad de Nueva York (a pesar de que ciertamente están presentes en su aeropuertos y muelles del puerto, pero en estos días es posible verlas dando empellones a la gente en muchísimos otros sitios en esta franja «exenta de la Constitución» en los que antes era imposible verlas.
Están, por ejemplo, en ciudades como Rochester (estado de Nueva York) o Erie (estado de Pennsylvania), pero también en los estados de Washington, Vermont y Florida, y en todos los aeropuertos internacionales. Los funcionarios de Seguridad Interior están examinando las pertenencias de la gente, incluso sus aparatos electrónicos. Muy minuciosamente, como le pasó a Pascal Abidor, un doctorado en estudios islámicos cuyo ordenador fue encendido por agentes de la CBP en Champlain, Nueva York.
Cuando una agente vio una imagen de una concentración de Hizbollah, le preguntó a Abidor -que es ciudadano estadounidense-: «¿Qué es esto?», su respuesta fue que estaba estudiando la historia moderna del chiísmo. Eso no tenía el menor significado para la agente, que le incautó el ordenador. Abidor solo lo recupero 10 días después. Entre 2008 y 2010, la CBP investigó los dispositivos electrónicos de 6.500 personas. Como casi todos nosotros, Abidor guarda allí todas sus cosas, hasta las conversaciones más íntimas y privadas con su novia. Hoy, ese lugar ya no es algo privado.
A pesar de todo esto, el mensaje que generalmente ofrecen los políticos y los medios es que, para nuestra «seguridad», el país necesita más agentes, más chismes tecnológicos de última generación e incluso más murallas. En este contexto, el presidente Obama, el pasado 7 de julio pidió 3.700 millones de dólares adicionales para la «seguridad en fronteras».
Desde el pasado octubre, en lo que se ha llamado oficialmente «crisis humanitaria», 52.000 menores niños sin compañía -mayormente procedentes de Centroamérica- han sido apresados por los agentes de la Patrullas de Fronteras. Crónicas periodísticas y fotografías de algunos de esos niños, incluso bebés sin sus padres, que han sido llevados a depósitos en el suroeste de EEUU, han provocado gran cantidad de notas de prensa, algunas de ellas informando de que la Seguridad de Fronteras se encontraba sometida a una «presión excesiva». Un representante de la Unión de Patrullas de Fronteras declaró que la frontera «nunca había estado tan porosa». Desde luego, estos reclamos son ridículos; todo apunta a un aumento del presupuesto para controlar lo que ha dado en llamarse, según Whitehead, «tren de los pilluelos».
No nos andemos con rodeos, cada dólar que se gaste es esto no solo no impedirá que algunos puedan entrar en este país sino que además servirá para limitar los movimientos de los ciudadanos estadounidenses dentro de una zona fronteriza que pronto podría comprender todo el territorio de Estados Unidos. Además, reforzará nuestro nuevo «ejército territorial» y el consiguiente menoscabo de la Declaración de Derechos.
La resistencia dentro de la zona de los 160 kilómetros
Lo primero que Cynthia (nombre ficticio) preguntó al agente que llevaba el sombrero verde de la Patrulla de Fronteras y grandes gafas de sol que le ordenó que detuviera su coche fue:
-¿Por favor, podría decirme su nombre y el número de su placa de identificación?
Ella había recibido el alto en un puesto de control aproximadamente a unos 40 kilómetros al norte de la frontera entre Estados Unidos y México en una carretera que va de este a oeste cerca de Arivaca, Arizona, donde vive Cynthia.
El agente se tomó unos segundos. Parecía estar a punto de ladrar.
-Aquí somos nosotros los que hacemos preguntas, ¿vale? ¿Tiene algún documento de identidad?
Este fue el comienzo de un tenso intercambio de palabras entre ambos que ella grabó completamente con su cámara de vídeo. Cynthia no es más que una de las tantas personas que desafían la omnipresencia y las actividades de las Patrullas de Fronteras dentro de la zona de los 160 kilómetros. Como muchos de los que viven en Arivaca, está harta del puesto de control en las afueras de su pueblo, que ya lleva siete años funcionando. Ella y sus vecinos no soportaban más la obligación de detenerse cada vez que ivan al dentista o a comprar algo. Estaban cansados de los agentes de Seguridad Interior vigilando a sus hijos cuando iban a la escuela. Entones, decidieron organizarse.
En 2013, solicitaron que las autoridades federales retiraran el puesto de control. Que no era otra cosa, escribieron en su petición, que un horrible artefacto de la militarización de la frontera; tenía -agregaban- un impacto negativo en la economía del pueblo e infringía los derechos constitucionales de sus habitantes. En el comienzo de 2014, pequeños grupos de ‘Gente que ayuda a la gente en la frontera’ -que es como se llama la organización popular- empezaron a vigilar los puestos de control varios días a la semana.
El puesto de control de carretera de Arivaca, uno de los por lo menos 71 que hay en el suroeste de EEUU, funciona de hecho como área de control de cumplimiento de la ley lejos de la frontera. Según los textos legales que le dan cobertura, se trata de «una capa más de nuestra estrategia de Defensa en Profundidad». En particular, este puesto de control no es muy impresionante, apenas una casa rodante con un toldo para el sol. Pero aun así, según un folleto informativo de la Patrulla, se trata de «una herramienta decisiva para el cumplimiento de la ley en las fronteras nacionales y la lucha contra las amenazas que se ciernen sobre nuestro país».
Los agentes a cargo obligan a detenerse a todos los vehículos que pasan por allí, hacen una inspección visual y preguntan por la nacionalidad de quien conduce y de los acompañantes. También tienen perros adiestrados para la detección de drogas o explosivos. «Nuestra presencia en estas estratégicas carreteras reduce la posibilidad de que los delincuentes y posibles terroristas puedan moverse con facilidad en la zona de fronteras», explican los folletos.
De hecho, la vigilante mirada de la Seguridad Interior en el suroeste de EEUU es tan penetrante que descubrió que el cantor Willy Nelson llevaba marihuana consigo. También cazó al ex gobernador de Arizona Raúl Castro, de 96 años, y le obligó a permanecer durante más de media hora a la intemperie a menos de un grado bajo cero porque un perro detectó la radiación de su marcapasos. En los últimos tres años, en el sector de Tucson, la Patrulla realizó más de 6.000 detenciones y confiscó unos 57.000 kilos de droga en sus puestos de control.
Pero ya no se trata solo de zonas interiores cercanas a la frontera con México. Un agente de las Patrullas de Frontera obligó al senador por Vermont Patrick Leahy a salir de su coche en un puesto de control a 200 kilómetros al sur del límite del estado de Nueva York. La ACLU de Vermont sacó a la luz un plan prototipo de la CBP para operar puestos de control destinados a vigilar el tráfico en dirección al sur en cinco autopistas en ese estado fronterizo de Nueva Inglaterra.
En Sodus, Nueva York, a unos 48 kilómetros al este de Rochester, en las tardes de los sábados, los coches verdes de la Patrulla de Fronteras a veces se pueden encontrar aparcados enfrente de una lavandería donde suelen ir los encofradores (indocumentados, muchos de ellos). En Erie, Pennsylvania, los agentes de la CBP esperan en la estación terminal de autocares Greyhound o en la estación de Amtrak para interrogar a las personas que llegan al pueblo. Estos son algunos de los lugares donde la Patrulla de Fronteras es bien conocida desde 2005. En estos momentos, en Detroit, si estáis en la estación del autobús a la cuatro de la madrugada camino de vuestro trabajo o porque queréis ir a pescar en el río Detroit los más probable es que os topéis con un agente que os interrogue.
O tal vez se trate sencillamente del color de vuestra piel. Los registros de detenciones tanto en las terminales de autobús como en las de ferrocarril de Rochester, Nueva York, dan cuenta de que de las 2.776 personas detenidas por los agentes de la CBP entre 2005 y 2009, el 71,2 por ciento era de tez «media» (probablemente de origen latino o árabe) y 12,9 «negra». Solo el 0,9 por ciento era de tez «blanca».
Regresemos a Arivaca: el agente con sus grandes gafas de sol le dijo a Cynthia que debía bajar de su coche. Tal como lo había hecho el senador Leía, ella respondió que «no entendía por qué debía hacerlo».
-No tienes por qué entenderlo -dijo él-. Es por mi seguridad. Y la tuya. ¿Lo comprendes? -su tono reveló enfado. Estaba claro que no le gustaba que se cuestionara su autoridad-. Mira, no tenemos mucho tiempo. Aquí hay delincuentes, ¿de acuerdo? Si tienes algún problema político o emocional -hizo un elocuente ademán-, eso no me interesa. Quiero ver tus papeles -hizo una pausa-: ¡Ahora!
Obviamente, la adrenalina se había hecho presente, y él estaba justo en el límite de lo que un agente -aun con poderes extraconstitucionales- puede hacer. Introdujo su mano por la ventanilla abierta y abrió la puerta. Cuando Cynthia estuvo fuera del coche, él le preguntó, alzando la voz:
-¿Qué piensas tú que estamos buscando aquí?
-No sé -respondió ella.
-Ahora te voy a enseñar un poco. ¿Vale?
-Vale -dijo ella.
-Lo que hacemos en un puesto de control es atrapar a gente que quiere entrar a extranjeros o drogas, a abusadores de niños, a asesinos y todo eso. ¿Vale? ¿Lo entiendes? En esta zona rural de Arizona -agregó él mientras ambos seguían bajo un cielo azul sin una nube- está infestada de bandidos, delincuentes y narcotraficantes. Se fabrica mucha metaanfetamina -explicó el agente-: ¿tú crees que la metaanfetamina es algo bueno?
-Personalmente, no -dijo ella.
-Personalmente, yo tampoco. Yo creo que están envenenando nuestro país, ¿de acuerdo? Entonces, cuanto te pedimos que hagas algo tan sencillo como mostrar algo, ¡hazlo! Para nosotros es un alivio que no haya algo peligroso o algo así.
En ese momento, el agente de la CBP entró de lleno en la cuestión del deterioro de la seguridad interior -y el de la Declaración de Derechos-: el mundo es un lugar peligroso, demasiado peligroso para nosotros si no tenemos la mano libre para registrar donde y cuando queramos, y el trabajo de los demás es entender la realidad de Estados Unidos en el nuevo siglo XXI -terminó con una indirecta sobre la resistencia mostrada en el inicio por Cynthia-: Vosotros mismos estáis destruyendo vuestros derechos, porque lo que pasa es que los delincuentes se están cargando vuestros derechos, ¿te enteras? No nosotros, que estamos aquí para protegeros.
Como dice el abogado Lyall, de la ACLU, el hecho es que solo se tiene noticia de algunos de los abusos de la CBP en esta zona exenta de la Constitución, pero «son mucho más frecuentes de lo que es posible documentar». Muchas personas, según él, sencillamente tienen miedo de denunciar; otras, no conocen sus derechos.
En el caso de Shena Gutiérrez, ella regresó al mismo «sitio de entrada» de Nogales acompañada de otros dos activistas para presentar un recurso de queja sobre el incidente del bolso. Cuando ella se negó a abandonar un local federal (por lo que ella está encausada), la CBP la detuvo durante cuatro horas. Fue entonces cuando ella sufrió lo que describe como «un cacheo corporal invasivo».
-Yo les dije que no les había dado permiso para que me tocaran.
De todos modos, la obligaron a quitarse el anillo de boda, «por seguridad», Cuando se negó, los agentes le dijeron que «la forzarían para que se lo quitara». Una vez más, las esposas le lastimaron las muñecas. Esta vez, un agente la pateó un tobillo. Y una agente femenina la cacheó a conciencia, desde la cabeza hasta el dedo gordo del pie, sin olvidar sus partes más íntimas, donde ella «podía esconder drogas o papeles».
Mientras la agente la manoseaba, Shena me contó, ella volvió a pensar en lo que había tenido que soportar su marido. Si esto puede pasar con los ciudadanos estadounidenses, me dijo, «imagina lo que puede pasar con las personas indocumentadas».
Imaginad qué puede pasar con cualquiera en un sitio en el que, cada día más, todo se evapora, incluyendo la Constitución.
Todd Miller , miembro regular de TomDispatch, ha investigado y escrito sobre temas relacionados con la frontera entre Estaos Unidos y México durante más de 10 años. Ahora está escribiendo para el NACLA Report on the Americas sobre temas relacionados con la frontera y la inmigración; también en su blog «Border Wars», entre otros sitios. Su primer libro se llama Border Patrol Nation; Dispatches from the Front Lines of Homeland Security. Podéis seguirlo en twitter @memomiller y saber más sobre su trabajo en toddmiller.wordpress.com.