Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La semana pasada, el 23 de junio, el presidente israelí Shimon Peres y el alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, asistieron a una ceremonia en Jerusalén en honor de una nueva iniciativa conjunta entre la Universidad Ben-Gurion de Israel y la Universidad de Chicago.
Saludando la presencia de Peres-Emanuel como un caso de «excepcional poder estelar político», el Chicago Tribune explica:
«Las dos instituciones comenzarán pronto a financiar una serie de proyectos de investigación orientados a crear nanotecnologías que enfrenten la escasez de agua en climas áridos. El objetivo del proyecto es encontrar nuevos materiales y procesos para producir agua potable limpia y fresca más abundante y menos costosa en el año 2020».
Entre las cualificaciones de Israel en el negocio de enfrentar la escasez de agua está, por supuesto, su legendario éxito en hacer «florecer el desierto» mediante el alejamiento de los palestinos que comenzó en los años 40.
Por cierto, el propio Peres escribió en su libro de 1970 La honda de David. El ejército israelí:
«El país era casi un desierto vacío, con unas pocas islas de asentamientos árabes y la tierra cultivable actual de Israel fue ciertamente recuperada de pantanos y desiertos».
La expulsión de más de 750.000 palestinos durante la creación del Estado de Israel ayudó sin duda de alguna manera al cultivo del mito del «desierto vacío». Presumiblemente los proyectos florecientes también se beneficiaron de la acaparación por parte de Israel de diversos recursos acuáticos regionales.
Apartheid acuático
Un artículo de 1993 de The New York Times describe dos visiones contrarias de la política acuática israelí:
«Lo que los árabes describen como uso desproporcionado -incluso robo- de agua por parte de Israel, los israelíes lo describen como el resultado de la previsión, adelantos tecnológicos como la irrigación computarizada y la buena administración en la obtención y explotación de suministros».
Por cierto, «robo» parece una descripción exacta de prácticas israelíes como la usurpación de vertientes palestinas en beneficio de colonos ilegales en Cisjordania.
En cuanto a la habilidad administrativa en la explotación del suministro, hay que considerar este informe de Reuters de 2009: «Amnistía dice que Israel restringe agua a los palestinos». Citando el cálculo de Amnistía Internacional de que el consumo per cápita de agua en Israel es cuatro veces superior al de los territorios palestinos, Reuters cita una preocupación oficial de Amnistía:
«El agua es una necesidad básica y un derecho, pero para muchos palestinos la obtención de agua, incluso de mala cantidad, a niveles de subsistencia se ha convertido en un lujo que apenas se pueden permitir».
En primer lugar, la manifiesta discrepancia en la distribución del agua en Cisjordania hace que los residentes palestinos del territorio dependan de camiones cisterna que «tienen que hacer largos desvíos para evitar puestos militares de control y carreteras prohibidas a los palestinos».
Según un documento informativo de Oxfam de 2012, el agua en camiones cisterna es hasta cinco veces más costosa, «erosionando aún más los beneficios de agricultores y pastores palestinos y reduciendo su capacidad de pagar recursos básicos como alimentos, atención sanitaria y la educción de sus hijos».
Otros escenarios también subrayan la ironía de la posición de Israel a la vanguardia de la batalla global contra la escasez de agua. El documento de Oxfam señala:
«Las restricciones en el otorgamiento de permisos significan que las cisternas utilizadas por los agricultores para recoger agua de lluvia con frecuencia son demolidas por las autoridades israelíes».
Un informe de 2013 de la organización de derechos humanos Al-Haq determinó que los colonos de Cisjordania consumen actualmente seis veces más agua que sus vecinos palestinos.
Los palestinos «culpan», los israelíes «innovan»
En un despacho del año 2012 para la revista de ultraderecha FrontPage Magazine, Jack Schwartzwald, profesor clínico auxiliar de medicina en Brown University, ofrece una exhaustiva distorsión de la realidad, insistiendo en que «los palestinos roban agua israelí… mientras Israel exporta mucha agua a Cisjordania, mucha más de la estipulada en los Acuerdos de Oslo».
Schwartzwald glorifica la proeza tecnológica de Israel en la industria del agua, citando grifos «SmarTap» y drones que detectan filtraciones de tuberías de agua y sostiene que, mientras los palestinos desperdician su tiempo «culpando a Israel, los israelíes trabajan en soluciones innovadoras para la crisis del agua en la región».
El problema, por cierto, es que las «soluciones innovadoras» de Israel dependen muy a menudo de la explotación de los palestinos. En 2009, en un artículo del Guardian censurado severamente por Schwartzwald, la exeditora asociada de exteriores del periódico, Victoria Brittain, discute la falta de agua incontaminada y la tasa sin precedentes de envenenamiento con nitrato en Gaza sitiada, donde «las aguas residuales fluyen a sitios públicos y al acuífero».
Según un informe del año 2009 del grupo israelí de derechos humanos B’Tselem, mientras tanto, entre el 90 y 95% de las aguas residuales de Cisjordania no se tratan en absoluto, junto con una porción sustancial de las aguas residuales de las colonias.
En un correo electrónico que me dirigió, la experta ecológica basada en Cisjordania Alice Gray, describió la política de Israel de «‘unilateralismo medioambiental’ que impide que los palestinos construyan sus propias plantas de tratamiento de aguas residuale y luego los demanda según el derecho internacional por contaminación a través de la frontera».
El proceso, parece, funciona maravillosamente:
«Entonces los palestinos tienen que pagar por la construcción de plantas de tratamiento de aguas residuales en Israel y éste entonces trata el agua a un estándar muy superior de lo que realmente requiere la legislación internacional (a costa de los palestinos) y utiliza las aguas residuales para la agricultura. Mientras tanto, crea la impresión errónea de que los palestinos carecen de organización, insituciones, pericia y voluntad para para administrar sus impactos medioambientales y necesitan que el moderno, avanzado y ecológicamente responsable Israel lo haga para ellos. Es un camuflaje y un intento de lavar la imagen del robo sistemático de recursos y la obstrucción del desarrollo que en realidad está destruyendo el territorio».
Crisis manufacturera
El entusiasta intento de Schwartzwald de lavar la imagen de las «plantas de desalinización de Israel» y su Plan Maestro de Desalinización -cuyo objetivo es aumentar drásticamente la producción de agua potable mediante ósmosis inversa- ignora convenientemente el papel de la desalinización en la descarga de productos químicos y la consecuente desaparición de especies marinas frente a la costa israelí.
La desalinización es una de las áreas en las que la Universidad Ben-Gurion y la Universidad de Chicago colaborarán en su aparente intento de combatir la escasez de agua. De modo interesante, sin embargo, Alice Gray señala que «la crisis de agua palestina está «hecha por el hombre» y que «hay suficiente agua en la región para que todos tengan el mínimo recomendado por la Organización Mundial de la Salud de 100 litros diarios por persona sin utilizar siquiera un 25% de los suministros disponibles».
Por cierto, esto sin considerar la precedencia de la agricultura israelí por encima de las vidas palestinas.
Como me comentó una consultora en política acuática basada en Jerusalén, en realidad Israel ha hecho contribuciones útiles en tecnologías de ahorro de agua, como el riego por goteo, pero «el desarrollo de todas esas ‘innovaciones tecnológicas’ (que solo son… un gran negocio) tienden a ir de la mano -en el caso de Israel- con prácticas acuáticas insostenibles durante los últimos 60 años… y la discriminación (étnica) respecto al acceso y los derechos al agua».
Con respecto al florecimiento del desierto, Alice Gray subrayó que, paradójicamente, la dedicación «al sueño sionista se realizó de la mano con una seria degradación ecológica» en la forma del bombeo excesivo del Acuífero Costero y otros proyectos.
Queda por ver qué forma de degradación innovadora logrará la alianza UChicago-Ben-Gurion. Pero la participación del adicto a la privatización neoliberal Rahm Emanuel en la ceremonia inaugural en Jerusalén sirve de recuerdo de la potencial rentabilidad de políticas de negativa de recursos a las poblaciones inferiores. Para leer más sobre la ideología de Emanuel, vea el reciente artículo en Huffington Post: «Chicago Schools May Be Forced To Choose Between Toilet Paper, Teachers Due to Budget Cuts» [Las escuelas de Chicago pueden verse obligadas a elegir entre papel higiénico y profesores debido a los recortes de presupuesto].
Mientras tanto, serán los israelíes los que blanqueen el apartheid con agua sucia.
Belén Fernández es autora de The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work, publicado por Verso en 2011. Es miembro del consejo editorial de Jacobin Magazine y sus artículos se han publicado en London Review of Books, AlterNet y muchas otras publicaciones.
Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2013/06/201362661634861807.html
rCR