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Cambio climático: ¿Momentos de desolación o de esperanza?

Fuentes: SEMlac

Mientras en Noruega se inaugura la bóveda global de semillas, o Bóveda del Fin del Mundo, como ha sido bautizada por la prensa, en los foros internacionales se multiplican las palabras sobre los desastres ambientales provocadores del cambio climático en todos los continentes. En Latinoamérica y el Caribe las poblaciones padecen sus efectos sin que […]

Mientras en Noruega se inaugura la bóveda global de semillas, o Bóveda del Fin del Mundo, como ha sido bautizada por la prensa, en los foros internacionales se multiplican las palabras sobre los desastres ambientales provocadores del cambio climático en todos los continentes.

En Latinoamérica y el Caribe las poblaciones padecen sus efectos sin que existan suficientes acciones ni políticas públicas, tanto para afrontar el problema como para paliar sus efectos en la naturaleza y en la gente.

Durante la problemática Cumbre de Bali, en diciembre pasado, Estados Unidos fue compulsado a declarar un compromiso de contención de las emanaciones de dióxido de carbono (CO2), si bien ese país se negó rotundamente a fijar entre 25 y 40 por ciento la disminución para 2020, como era la voluntad mayoritaria del cónclave.

Discursos y empeños

En las últimas semanas se produjeron la Cumbre del Grupo de Río en República Dominicana, que aprobó una Resolución sobre el cambio climático; y el encuentro de la Unión Europea en Bruselas. En este mes de marzo habrá reuniones en Lima para Latinoamérica, y en Honduras para analizar las situaciones de República Dominicana y Centroamérica.

El objetivo de las propuestas que están en juego es, entre otros, presionar el compromiso de que los países desarrollados reduzcan sus emisiones de dióxido de carbono y que, para 2020, el 20 por ciento del consumo energético proceda de fuentes renovables.

Una y otra vez aflora en todos lados la necesidad de extremar la solidaridad «con los países afectados», situación de las que pocos escapan:

Lluvias torrenciales en los estados mexicanos de Tabasco y Chiapas, tormentas en Cuba, Honduras, Nicaragua, Venezuela, República Dominicana, más los fenómenos telúricos que azotaron a Perú y Chile, agregan agua y desolación a Bolivia, Ecuador y Argentina, donde «la Niña» ha actuado cruelmente.

En el epicentro de todas esas tragedias han estado las mujeres. Son sus rostros y sus llantos los que han ilustrado las noticias, sus casas y sus enseres domésticos perdidos, sus hijos e hijas enfermos.

Lo más contundente de todo lo que pueda singularizarse para dibujar el panorama es que el cambio no parece reversible, pero muchas de sus desventajas pueden paliarse con políticas de mitigación para los daños y de previsión de los riesgos.

Para la mayoría de quienes están inmersos e inmersas en esta lucha tenaz, lo esencial es educar a las personas y generar las estructuras e investigaciones que encaucen las brújulas de la acción hacia donde es posible y viable orientarlas.

En República Dominicana

En esa dirección trabaja, en República Dominicana, la Secretaría de Estado de Medio Ambiente y Recursos Naturales, donde existe un Proyecto de Cambio Climático que acumula algunas buenas razones en su haber.

El ingeniero ecologista Juan Mancebo, autor de numerosos ensayos y reportes de investigación sobre la realidad dominicana en el contexto del cambio climático, es el coordinador de esta área.

Mancebo explicó a SEMlac que el efecto invernadero o calentamiento resultante de las emanaciones de gases es natural. Sin él, la temperatura de la Tierra sería de 18 grados bajo cero, pero señaló que el uso intensivo de combustibles fósiles en la industria y el transporte han producido sensibles incrementos en las cantidades que van a parar a la atmósfera.

La deforestación disminuye las posibilidades para eliminar los gases causantes que son, además del dióxido de carbono, el metano, óxidos de nitrógeno, ozono y clorofluorocarburos artificiales, creados por los seres humanos. Más el vapor de agua.

El país ha medido sus emisiones de gases «que representaban en la pasada década el 0,010 por ciento de las emisiones globales, una incidencia mínima en el cambio climático global, refiere el ambientalista.

«Tenemos un compendio de datos sobre casi todos los problemas a observar; y se ha rendido una Primera Comunicación Nacional, compromiso derivado del Protocolo de Kyoto que implica al Estado firmante y proyecta los esfuerzos hacia la región», señaló.

«Mi intranquilidad mayor es la falta de educación de la gente sobre lo que todo esto significa, y la insuficiente responsabilidad de las industrias, aunque hemos conseguido que algunas empresas empiecen a producir cambios en la energía que utilizan», comentó.

«Estamos desarrollando en Montecristi (unos 300 kilómetros al noroeste de la capital) generadores de energía eólica, y una de las empresas eléctricas está construyendo en la frontera con Haití dos presas para producir energía hidráulica. Se está auspiciando la sustitución de dos millones de bombillos, que serán cinco millones en el 2010, para promover ahorro de energía…», dijo Mancebo a SEMlac.

Pero los costos de cualquier programa que tienda a frenar en lo posible las consecuencias del cambio climático son altísimos, si bien resultan más altas las de la imprevisión.

Familias que quedaron sin nada tras el paso del huracán George, de 1998, están todavía pendientes de recuperar su calidad de vida. Esa lista se suma a las víctimas de desastres posteriores, el más reciente de los cuales fueron las inundaciones del huracán Noel, que produjo aquí 238 muertes y centenares de desalojados de su medio.

Los daños previsibles

Como país tropical, de lluvias, mucho sol y extensas áreas costeras, para República Dominicana todos los descuidos con respecto al medio ambiente significan daños.

En el área de la salud, aumentan la malaria y el dengue; en la agricultura se ven afectados los cultivos de papa, maíz y arroz, los bosques y su biodiversidad; la deforestación acaba con los ríos y éstos con la capa vegetal, sin contar la piratería en la extracción indiscriminada de arena tanto de los ríos como del mar.

«De producirse un incremento en el nivel del mar, desaparecerían las zonas costeras más bajas, se erosionarían las playas, desaparecerían manglares. Esto provocaría un daño importante a las zonas turísticas y disminuirían los recursos hídricos, aumentando la vulnerabilidad a enfermedades y provocando pérdidas de la flora y la fauna», afirma a SEMlac el ingeniero Mancebo.

El inventario de dificultades y desgracias, que los atentados a la naturaleza traen consigo, se multiplica en centenares de aspectos imposibles de abarcar.

El ciudadano de a pie se preocupa

Lo esperanzador es que hay mucha gente consciente, personas sencillas como el líder forestal comunitario Florencio Osoria, quien trabaja en la Reserva Científica de Guaconejos, al nordeste de República Dominicana, cerca de Nagua, donde también hace su labor Ramona Cabrera.

El correr de 48 ríos cristalinos se estrecha en una confluencia mágica en belleza que la naturaleza depositó en esa región. Con ese ruido de fondo, Osoria refiere:

«Nosotros nos preocupamos de este río y cuidamos que no se corten las plantas porque son las que impiden que la tierra se desrisque. Hay voluntarios vigilantes para que no tumben esos palos. Aquí los rayos solares bajan de golpe y se evapora el agua que es lo principal que nosotros cuidamos. El agua es lo que da vida para la agricultura, los animales, nosotros… Hay plantas medicinales, maderables, especies de aves, reptiles… Cuando el río se calienta y se evapora, la vida se va con eso».

El lenguaje de Osoria lo comprende y comparte la militante del movimiento de mujeres Ramona Cabrera, una trabajadora de la Reserva que se ocupa de las instalaciones para la capacitación y para el turismo. Ella también se angustia porque «no hay recursos para capacitar y dar alimento a quienes podrían recibir los cursos y entrenamientos. Porque la educación la damos gratis, pero el transporte y el sostén hay que buscarlo».

En República Dominicana, una ley sanciona los atentados al medio ambiente y establece normas para mitigar los efectos del cambio climático. «Pero aquí los gobiernos no son fuertes en esto y hay mucha complicidad de autoridades», cuentan Ramona y Osoria. «Nosotros denunciamos a quienes vienen a llevarse la arena o a sacar palo para estacas, pero no duran ni un rato en el cuartel, porque los políticos los protegen».

Así las cosas, por todos lados rondan juntas la desolación y la esperanza.