Las movilizaciones en Madrid en torno a la Puerta del Sol han polarizado la atención general y también han encendido una polémica en su entorno que, al cabo de un año, parece haber sido contenida o, quizás, asimilada por el capitalismo imperante. Se atribuye la progenitura de tales concentraciones populares a Stéphane Hessel con su […]
Las movilizaciones en Madrid en torno a la Puerta del Sol han polarizado la atención general y también han encendido una polémica en su entorno que, al cabo de un año, parece haber sido contenida o, quizás, asimilada por el capitalismo imperante. Se atribuye la progenitura de tales concentraciones populares a Stéphane Hessel con su panfleto, en el mejor sentido, titulado «Indignaos», «un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica» que se editó en España con un prólogo del economista y escritor José Luis Sampedro.
El que todo el movimiento pareciese homogéneo no era más que una cuestión de impresión ligera y propia del fogonazo, pero su interior estaba compuesto de numerosas movilizaciones en torno a objetivos parciales. Uno de sus caracteres más destacados, la ambigüedad, apoyada en las decisiones asamblearias, ha puesto límite a la definición política en el contexto actual; sus movilizaciones, siendo las más importantes desde quizás la denominada transición, no han frenado, no han hecho retroceder al gobierno en la aplicación de la violencia política, económica, social, policial, con lo que los resultados, en el terreno de la eficacia política, parecen escasos; junto a esto, hay otro asunto a considerar, su alejamiento de la clase obrera, algo de lo que se viene acusando, con razón, a los sindicatos, que siguen manteniendo un grado alto de capacidad de movilización.
Dificultades, prejuicios, resabios, experimentación marginal, contradicciones,… Sólo la confrontación de ideas basada en la experiencia puede hacernos avanzar. Juan Ramón Sanz (Madrid, 1944), es licenciado en Ciencias Políticas y Sociología, máster en Comunidades Europeas por las Universidades Complutense y Politécnica de Madrid y fue consultor de Naciones Unidas para la Organización Mundial del Turismo (PNUD), de la CEE y la Agencia Española de Cooperación. Desde su juventud fue un destacado antifranquista, como militante de la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE), el sindicato antifascista universitario de su época, y del PCE, del que fue secretario general de Madrid y a cuyo Comité Federal pertenece al igual que lo es del Consejo Federal de IU, coalición por la que fue concejal del Ayuntamiento de Coslada y Diputado en la Asamblea de Madrid.
Pero, además, es presidente de la «Fundación Domingo Malagón», una de las entidades convocantes del «Congreso de Escritores y Artistas por el Compromiso». La «Fundación Domingo Malagón» fue creada como homenaje a un extraordinario artista y dibujante, Domingo Malagón Alea (Madrid, 1916 – 2012) que, desde sus años más jóvenes, sacrificó sus grandes aptitudes creadoras para llevar a cabo una vasta obra de falsificación documental de militantes destacados y dirigentes del PCE que se pudieron mover por el interior de la España del franquismo gracias a los pasaportes y carnets de identidad realizados en la clandestinidad por él.
Junto a todo ello, Juan Ramón Sanz es un destacado escritor y poeta, autor de varios libros, el último de ellos «Carta a Hessel», una obra de respuesta y diálogo con Stephane Hessel, editada precisamente por la «Fundación Domingo Malagón» y escrita «tras el estupor» que le produjo comprobar que en España el auge informático y la extensión de las redes sociales «ha coincidido con la aplastante victoria de la derecha». A continuación, recoge lo dicho por Hessel en la entrevista que le hizo el diario «Público» el 11 de febrero de este año: «el movimiento indignado fue nefasto (aquí) para la izquierda y acabó llevando a la derecha al poder». Se ha dicho tanto de la equiparación de este movimiento con los de Túnez o Egipto que, en ocasiones, se ha presentado como un movimiento hermano, y no parece que haya comparación posible en lo decisivo.
Juan Ramón Sanz apunta un aspecto que afecta al conjunto de la juventud: «… respecto a la juventud venimos aquí recreándonos en el hecho de tener la más «preparada» que nunca. Puede que así sea desde sus niveles de instrucción, pero su actitud mayoritaria es la de marcharse o esperar y, para mí, eso no demuestra la formación para lo esencial, para la lucha por sus derechos». El autor continua planteando dudas, haciendo preguntas, impulsando una visión amplia, mostrando su complejidad y hace ver que la esperanza no se anuncia sino que la debemos alumbrar, y no es, no va a ser, un paseo tras otro de miles de personas para congregarse, que es precisa la lucidez en todo momento, que los cambios requieren de ella, y la lucidez ha de superar prejuicios que en la frondosidad del 15M se extreman en puntos importantes, puntos que señalan transformaciones y no deben pasar inadvertidos.
En otro momento recuerda a Hessel lo que determina la actualidad, asuntos que el autor de «Indignaos» dejaba en una nebulosa: «Sabemos los dos, que los antecedentes del actual desorden están en la hegemonía USA dentro del entonces «bloque occidental», que quedó establecida a partir de 1944, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, en la Conferencia de Breton Woods, con el abandono del patrón oro, la adopción internacional del dólar como moneda de referencia para los intercambios y la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial… la doctrina de la «seguridad nacional» hasta la «seguridad global», las políticas dentro del estado español de destrucción del Estado de bienestar; tecnocracia contra democracia, sustitución de lo público por la beneficencia, y contestaciones que no inquietan a la clase dominante…y liquidación de la soberanía y de las conquistas de la clase obrera. En la respuesta a Hessel, Juan Ramón Sanz, señalando ambigüedades de aquél al que se dirige, por ejemplo con respecto al pueblo palestino y sus derechos aplastados, ilustra situaciones inolvidables en la lucha continuada por la justicia social con poemas que no pueden dejarse de leer y releer, una manera en la que la emoción mueve la conciencia ante realidades como la del pueblo palestino.
Como el titulado «Palestina»:
«Permitidme no dudarlo y que me ponga// del lado de quien recicla los metales// y los funde en prótesis y escudos// salvadores de los héroes que zapan// los terribles rincones de su patria. // Permitidme desee todo el bien// a quien trama los fuegos de artificio// que desazonan los ritos del hebreo,// del que ocupa los valles y los altos// de la mano de dragones de metal.// Permitidme elogiar la valentía// que ajusta cinturones estallados// en tremendos espacios de justicia// para caínes soberbios y asesinos// de un éxodo que terminó en demencia.// Permitidme comprender a los que odian// en su impuesta historia aterradora,// los mitos de los muertos humillados// y honrar a los huérfanos que esperan alcanzar los azules paraísos.»
Y, a continuación, abre una tercera parte vinculada a la esencia del poema anterior, y bajo cuyo título «Las constituciones y los derechos humanos, cobertura y justificación del nuevo desorden mundial», recuerda a Hessel que la Declaración de Derechos Humanos fue un acuerdo político entre fuerzas políticas en la lucha de clases, y habría que añadir que cuando la reacción ha empleado como escudo tal Declaración para aplastar a pueblos insumisos, con lo que se ha deshecho mucho el carácter primero de estos principios. Le recuerda la lucha de los pueblos del estado español por la República, los últimos acontecimientos relacionados con la memoria histórica, el despojamiento de las clases trabajadoras por los gobiernos al servicio de los financieros, o la deuda bancaria y patronal, y, detallando el momento crucial por el que pasamos, Juan Ramón Sanz hace hincapié en la llamada Transición para hacer una autocrítica por la grave responsabilidad, renglones necesarios para el lector que de esa manera conoce la posición del autor y, si no me equivoco, del actual PCE sobre el pasado.
Bajo el título «La indignación, condición necesaria pero insuficiente», entra a ver el discurso en parte de los movilizados en los últimos tiempos: «La ofensiva contra la política, siempre preludio de tragedias históricas, no viene solo determinada por el rechazo hacia ella de sus víctimas, sino que es consecuencia de la estrategia de quienes ya no necesitan la democracia, ni siquiera formal para sus designios»; y recoge declaraciones de G. Sormann, «uno de los gurús del actual capitalismo» en torno a este tema. De la misma forma le devuelve a Hessel sus últimas declaraciones sobre el apoyo de los «indignados» a la izquierda, y le espeta su falta de definición, y cómo esa indefinición y la falta de actividad inmediatamente anterior en el tiempo por parte de la izquierda han traído estos lodos, esta falta de concreción ofensiva, de lo que se ha valido la derecha.
En el apartado «Dos divisiones de la Historia y una única salida», Juan Ramón Sanz nos pone ante contradicciones esenciales en el discurso de Hessel, como la necesidad de una «minoría activa», ¿vanguardia?; pero también hace un comentario sobre la mención de Hessel al stalinismo, indicando que parece una excusa y opinión ajena a la realidad de la guerra en España; sigue en su «Carta a Hessel» planteándole la inutilidad de la posición socialdemócrata hoy y la urgencia de la lucha de clases.
En «Nuestra democracia y nuestros errores, caldo de cultivo de la indiferencia» hace un alegato crítico que debe levantar al lector con otra actitud, la misma que se encuentra en la propuesta que hace a Hessel: «Frente a su consigna «Crear es resistir, resistir es crear», le propongo «Resistir es crear a la ofensiva».
En la última parte condensa su argumento en la esencial participación en el seno de los movimientos que están en la calle, teniendo en cuenta las condiciones subjetivas de las generaciones que conforman la clase trabajadora, para señalar, además, lo relativo de la acción parlamentaria y las medidas a tomar en el momento actual.
Sus últimas palabras en torno a lo dicho por Hessel indican algo fundamental: «No es tan importante la coincidencia en el diagnóstico, como la aplicación de los métodos correctos para los cambios reales.No creo que, como usted ha reclamado últimamente – añade – uno de esos métodos sea simplemente pedir el voto para mi formación política. Hoy el proselitismo va mucho más allá de lo electoral».
La respuesta a Hessel no se hace sobre el catecismo, ¿es posible, entonces, hablar de una nueva revolución?. Lo nuevo puede inspirar nuevas acciones, pero ¿por calificarlas como «nuevas» podemos llamarlas revolucionarias?. En parte por la falta de capacidad ofensiva de esas acciones el mismo sistema las ha absorbido y las emplea con fines comerciales, las desvaloriza con facilidad, las usa contra el propio movimiento. Juan Ramón Sanz trata de llevar a quien lee ante el mundo que se mueve con parámetros nuevos, y pregunta, cuestiona lo dicho por Hessel, duda para seguir adelante, y es que, las dudas mantienen despierto a quien quiere avanzar, empujan a la prospección, a la utopía.