Sammur, ¿recuerdas que estaba a punto de mudarme a mi primera casa en Estambul? Entré en ella cuatro días después de tu secuestro y estuve unos 21 meses en ella. Llevo unos dos años en otra casa. Ambas son relativamente amplias, más o menos como nuestra casa en Qudsiya, así que siempre puedo alojar a […]
Sammur, ¿recuerdas que estaba a punto de mudarme a mi primera casa en Estambul? Entré en ella cuatro días después de tu secuestro y estuve unos 21 meses en ella. Llevo unos dos años en otra casa. Ambas son relativamente amplias, más o menos como nuestra casa en Qudsiya, así que siempre puedo alojar a una pareja y, si es necesario, a tres personas. Ambas están amuebladas y las conseguí gracias a amigos y no por medio de agencias inmobiliarias. En este sentido, no he tenido que hacer frente a las dificultades a las que se enfrentan la mayor parte de los sirios, tanto familias como jóvenes independientes.
Ambas son viviendas, pero no hogares, Sammur. Resido en ellas como si fuera un estudiante universitario en una ciudad desconocida, donde tengo libros, ropa y dos ordenadores. También tengo dos cuadros tuyos, y regalos que te he comprado en las ciudades que he visitado o que me han enviado amigos. Eras tú quien hacía de las residencias en las que vivíamos en Qudsiya, hogares. En tu ausencia, he vuelto a ser el salvaje itinerante que era antes.
Sin embargo, he podido trabajar en condiciones adecuadas en ambas casas en Estambul. El trabajo no solo me ha ayudado a soportar tu ausencia, Sammur, sino que también me ha ayudado a mantenerme equilibrado (espero no estar muy equivocado en esto) y con una salud razonable. He tenido muchísima ayuda de amigos y amigas, sirios y turcos. Sin ellos, la situación sería incomparablemente más difícil. Son compañeros de trabajo y de causa, y de otros aspectos de la vida cotidiana,
Los sirios, que son cerca de 400.000 en Estambul, residen en barrios muy diversos: los pobres en barrios más pobres; los que trabajan, más o menos cerca de su lugar de trabajo; los conservadores, en barrios conservadores; los y las jóvenes independientes de clase media, en barrios «cosmopolitas», donde vive gente como ellos, turcos y extranjeros. La primera casa en la que viví estaba en un complejo residencial en un barrio de clase media; la segunda está en un barrio un poco más popular, aunque es mixto. Lo gracioso es que la primera casa era de una mujer turca, novelista y profesora de yoga, que vive en EEUU; la segunda, es de una mujer estadounidense que vive en Turquía.
Sigo sin conocer más que un poquito de Estambul, Sammur. La ciudad es enorme y tiene 18 millones de habitantes. Incluso a quienes han nacido en ella les cuesta conocer algunas de sus zonas y barrios, así que imagina cuando son extranjeros que vienen a una edad relativamente tardía. Apenas he encontrado tiempo para dedicarlo a pasear por la ciudad o incluso visitar sus grandes hitos. Mis amigos y yo mismo me reprueban el hecho de que no habría visitado Santa Sofía, ni la Mezquita Azul, ni la cisterna si no hubiera sido por la visita de Farouk Mardam Bey, el amigo al que no había conocido en persona hasta que vino a Estambul. Acompañé al querido Farouk, que ama el turismo histórico, y que lee sobre lo que visita antes de visitarlo, en sus paseos en sus dos visitas a Estambul. Farouk, que vive en Francia desde hace más de medio siglo, fue mi guía en la ciudad en la que vivo hace cerca de cuatro años.
La cisterna es un enorme contenedor de agua bajo el suelo, y fue lo que más me gustó de la ciudad antigua. Fue construida en el siglo VI d.C. para proveer a la ciudad de agua en tiempo de asedio (te lo ruego, Sammur, no tomes mis datos arqueológicos como algo contrastado y correcto). En el contenedor hay ingentes columnas de piedra. La base de dos de ellas son cabezas de Medusa, un ser mitológico femenino cuyo pelo está conformado por serpientes agitadas. La leyenda dice que quien la mira se convierte en piedra. En ese lugar la costumbre es que los visitantes lancen una moneda y deseen algo desde el corazón.
Lancé la moneda, y no deseé otra cosa que tu regreso sana y salva, Sammur. Mis lágrimas corrieron en esa pieza arquitectónica húmeda y oscura como suelen hacer, y el noble Farouk hizo como si no hubiera visto nada.
La zona que más conozco de Estambul es Taksim, el corazón de la parte europea de la ciudad. Taksim (en turco se pronuncia con kaf y no con qaf como en árabe[1]) es el nombre de una gran plaza tomado del sistema de reparto de agua por los barrios de la ciudad en otros tiempos. En la plaza hay una estatua de Mustafa Kemal Atatürk con uniforme militar entre un grupo de guerreros y líderes militares. Las imágenes y estatuas de Atatürk están por todo Estambul y Turquía, Sammur, pero no he visto que sus estatuas sean tan desagradables como las estatuas de Hafez al-Asad. En sus imágenes y estatuas parece «el conquistador», pues ese es su apodo, en posición de actuación, enfrascado en alguna acción, como puede ser bebiendo arak. De verdad que tiene imágenes en las que bebe arak y lo cierto es que este bebedor murió de cirrosis antes de cumplir los sesenta. Frente a ello, Hafe, aparece siempre congelado en sus estatuas, como «un coco» que alienta el miedo de los sirios, y cuyo único propósito era provocar pánico y paralizar la voluntad de los gobernados atemorizados por una autoridad que se ama a sí misma hasta ese nivel. Aún más, las estatuas de Atatürk se levantaron tras su muerte, mientras que Hafez fue quien repartió copias de sí mismo por todas partes en la desgraciada Siria. Lo más importante, Sammur, es que es muy habitual ver estatuas de Atatürk rodeado de gente, mientras que, como sabes, Hafez siempre estaba solo consigo mismo en todas sus estatuas. Observando sus estatus, Hafez ejercía la autoridad del déspota único cuya esencia es el miedo. Por su parte, Atatürk, que fue un gobernante nacionalista y autoritario, cuyo régimen cometió muchos crímenes, aparece, a pesar de todo, practicando la vida.
La plaza de Taksim se parece a una especie de lago del que nace una calle muy conocida de Estambul: la calle Istiklal. Es de veras un río de gente, y en especial las tardes de viernes y sábados (los festivos semanales en Turquía son el sábado y el domingo), cuando se calcula que pasan por dicha calle tres millones de personas en un día. En mis primeros días y meses en Estambul solía gustarme esa calle, y en especial, ver a las chicas (ligeras de ropa en verano) y los chicos trasnochando hasta altas horas en el fin de semana en bares y restaurantes esparcidos por la calle Istiklal. Istiklal me parecía la calle del amor y los jóvenes. Ahora parece más una calle comercial, en la que no se ha detenido el río humano que discurre por ella. Pararse es poco deseable, por no decir que es casi imposible. En la calle no hay cafeterías ni bares populares, ni salas de cine, ni centros culturales que los peatones puedan ver o hacerles detenerse. Hay tiendas de ropa, algunas de marcas conocidas internacionalmente, y restaurantes de comida rápida, pero no para sentarse. También hay restaurantes de comida turca que se ve desde fuera, lo que permite elegir los platos que se desean y llevarlos en una bandeja a una mesa en el interior.
No obstante, la abarrotada calle Istiklal es famosa por la música callejera, incluidos músicos sirios que cantan, con sus instrumentos, canciones populares sirias y árabes, y a los que los viandantes dan algo de dinero. Mi impresión es que los músicos sirios son queridos y a su alrededor se concentra más público que en otros casos. Los que los rodean a veces son árabes, que los graban y disfrutan con sus canciones. Hay grupos de música muy diversos, incluidos algunos de Perú con trajes indios típicos: no llevan una pluma en la cabeza, sino ¡toda una corona de plumas!
Los músicos son los únicos que hacen que la gente se detenga un instante y reducen la velocidad de movimiento de la abarrotada calle que conduce a la gente como por carretera. Si la calle Istiklal fuera un poco más lenta, sería mucho más bella.
En todo momento escuchas árabe en las calles, especialmente árabe sirio, y en verano escuchas y ves a muchos turistas del Golfo y de Líbano.
En las calles que salen de Istiklal hay más vida: cafeterías, bares, restaurantes, y mesas en las aceras. Las escenas de jóvenes sentados en las cafeterías, tomando cervezas y té, están llenas de vida y alegría. El conocido café turco, que se llama así también en la propia Turquía y en Europa, no merece la fama que tiene ni el nombre del café en mi opinión. Yo digo que se come, pero no se bebe, pues es denso y la mitad son posos. Nuestro café sirio sabe mejor en mi opinión, y por supuesto, el mejor café era el que yo te preparaba: lo ponía en el agua fría y esperaba que entrara en ebullición a fuego lo más lento posible durante bastante tiempo.
En estas pocas calles que conozco he paseado y pensado en ti, Sammur, y te he descrito en mi interior lo que veía. Me he sentado solo o con amigos, pero estabas presente en mi mente y entre nosotros en todo momento.
Estás también conmigo cuando cruzo el Bósforo hacia la orilla asiática. Allí también hay zonas que se parecen a Taksim, como la zona de Kadiköy (Qariat al-Qadi, la aldea del juez), que conozco algo menos que Taksim, pero que parece menos comercial que la calle Istiklal, y con un ritmo menos frenético. Ahí se encuentran los mejores restaurantes de pescado. Parece que los artistas, jóvenes, y grupos culturales variados (teatro, grupos musicales, exposiciones artísticas) prefieren esa parte de la orilla asiática a Taksim en la zona europea.
Hay tres puentes que unen las orillas asiática y europea, pero prefiero moverme en los barcos que salen cada media hora desde más de un punto. El trayecto dura unos quince minutos y la ciudad, en sus pliegues, se ve muy bella y vacía la mente.
Espero que podamos pasear pronto por todos esos lugares juntos, Sammur.
Besos, corazón mío. Solo cuídate, por favor.
Yassin
[1] Taqsim significa repartir o dividir en árabe.