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Cartas un preso de Guantánamo a su abogado

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Juan Vivanco

15 de julio de 1005

Querido Clive:

que tus días sean felices.

Permíteme que te diga que me preocupa mi salud, pues va de mal en peor. Como sabes, los prisioneros de la bahía de Guantánamo, el nuevo y tristemente famoso gulag, sufren por la carencia de cuidados médicos: en todas las celdas de la cárcel se oyen los gemidos y lamentos de los enfermos; por ejemplo, Nayib, el marroquí, tiene dolores en una mano que se fracturó durante los famosos sucesos de la fortaleza de Yangui en 2001.

Pero el sorprendente descubrimiento de los expertos médicos y enfermeros del nuevo gulag es que el agua es el remedio para todos los males. El agua sirve para cualquier enfermedad y si un prisionero se queja de un resfriado, un dolor de espalda o una alergia, el enfermero ya tiene la respuesta preparada: «¡Bebe agua!». Al que tiene anginas: «¡Bebe agua!».

«¡Bebe agua!». Lo dice hasta el celador cuando le encargan el traslado de un prisionero enfermo a urgencias, mientras se apresura pronuncia la receta médica: «¡Bebe agua!».

Todos los prisioneros tienen dolor de muelas porque durante los largos periodos de castigo les quitan el cepillo de dientes. El prisionero pide un médico durante una, dos semanas, se declara en huelga de hambre, pero el que reclama es como si no existiera.

Al final el prisionero pide que le interroguen, el responsable del interrogatorio acepta, el detenido le promete y le jura que va a colaborar en el interrogatorio, que va a contestar a todas las preguntas, tanto a las que le conciernen como a las que no.

Después se presenta el dentista en actitud muy amistosa y con la mayor sangre fría le arranca una muela sana y le deja la que está mal para que el prisionero siga hablando en el interrogatorio.

Habin al-Taadiya ha batido el récord de colaboración en el interrogatorio, porque le han sacado cuatro muelas sanas y le han dejado las malas.

Los que tienen problemas en la vista no están mejor. Si colaboras en los interrogatorios puedes conseguir unas gafas de plástico con lentes de reserva por si acaso. Pero con ellas no basta, a no ser que la suerte te sonría y coincidas con otro que esté en tu misma situación y haya colaborado en un interrogatorio, pues entonces podrás juntar las dos gafas para leer el Corán. De todos modos Shaij Ala, el egipcio, tiene la vista muy débil y necesita más de un par de gafas para ver algo.

El libio Adu Ahmad tiene hepatitis y después de mucho insistir le concedieron algunos fármacos, pero su estado empeoraba día a día. Cuando Abu Ahmed les pidió su antiguo tratamiento, el que seguía antes de que le hicieran prisionero, el médico le contestó con descaro: «El tratamiento que pides es muy caro y como estás preso no tienes derecho a él».

El sirio Abd al-Hadi padece del corazón y no se puede operar en la bahía de Guantánamo, sobre todo después de saber lo que le pasó a su «tío» Salih Muhammad, el yemení, que hace dos años y medio se operó para ensanchar las arterias cardíacas pero siguió padeciendo los mismos dolores, hasta que le dijeron que la operación había sido un fracaso.

Al egipcio Abd al Aziz le apalearon los antidisturbios en su celda y le fracturaron dos vértebras; ahora no se puede mover. Se ha negado a operarse, sobre todo después de ver en qué estado ha quedado Mashal al-Harbi, de Medina, que después de las intervenciones quirúrgicas no podía apenas moverse; en cuanto a Umran al Tayfi, su caso es difícil de creer, pues le han operado más de dieciséis veces en el pie pero sus dolores no han cesado.

Mi vecino de celda Muhammad, afgano, descubrió al cabo de tres años de sufrimiento que tenía cáncer y que la enfermedad estaba en fase terminal; no le ocultaron los resultados de los análisis, que indican que enfermó estando ya preso. No obstante los médicos fueron más sinceros que sus predecesores, pues le comunicaron que el gobierno norteamericano se negaba a curarlo y a dejarle volver a su país para pasar sus últimos días junto a su esposa y sus hijos, y para ser enterrado en su tierra natal.

La situación de su compatriota Muhammad Alam no es mejor, pues le han informado de que padece cáncer de garganta, aunque él puede volver a Afganistán.

Hace poco circuló el rumor de que la vacuna a la que fueron obligados los prisioneros los tres años pasados era un modo de inocular enfermedades, que aparecieron al cabo de un tiempo, como el sida, la esterilidad y otras.

De todos modos hay que reconocer que los cirujanos son sinceros y entregados a su profesión, pues no dudan en amputar manos y pies, tanto sanos como enfermos, a los prisioneros. ¡Los enfermeros no se quedan a la zaga y administran con generosidad caros narcóticos a sabiendas o no del paciente!

Tu sincero amigo

Sami Muhyi al-Din al-Hajj

9 de agosto de 2005

Querido Clive:

Estas son algunas de mis notas sobre la huelga de hambre:

La huelga empezó el 12 de julio en el campo 4, concretamente en el barracón Whisky, donde se han unido todos los prisioneros hasta llegar a 190 huelguistas.

Pedíamos dos cosas:

– Que cesara el trato riguroso, sobre todo a los prisioneros del campo n.º 5.

– La mejora de la atención médica y el cese de prácticas sistemáticas contra los prisioneros, como narcotizarlos y burlarse de su salud mental.

El 15 de julio llegó al campo Delta un numeroso grupo de visitantes. Creo que eran miembros del Congreso de Estados Unidos. Por motivos que sólo las autoridades del campo conocían, a los delegados no se les permitió hacer una visita normal al campo 4, quizá debido a la tensión que se había creado allí. De todos modos visitaron el hospital que está junto al barracón Whisky.

Frustrados y desesperados, los prisioneros se pusieron a gritar y hablar a grandes voces para que los visitantes les oyeran y se enteraran de su situación. Unos gritaban «¡libertad!», otros «¡Bush igual a Hitler!» y otras quejas como «¡esto es un gulag!», es decir, un lugar de trabajo forzado y esclavitud.

En ese momento algunos visitantes intentaron acercarse al barracón Whisky para oír mejor los gritos, sin hacer caso de las advertencias de los guardias. Mientras unos visitantes nos miraban con desprecio otros parecían indignados por lo que estaba sucediendo.

El 17 de julio a las cinco de la tarde las autoridades empezaron a sacar a la fuerza a los prisioneros del barracón Whisky (pensamos que actuaron así a consecuencia de la visita de la delegación, dos días antes). Trasladaron a 18 prisioneros a los campos 2 y 3, donde las condiciones son más duras; uno de ellos es cliente tuyo, Jamil al-Banna. Ante un amago de resistencia de los prisioneros las autoridades recurrieron a las fuerzas antidisturbios, conocidas como ERF. Al final de la operación las autoridades habían trasladado a 18 prisioneros de dos celdas, mientras el resto de los prisioneros del barracón Whisky pedían que les llevaran con sus compañeros de los campos 2 y 3.

Mientras tanto en el campo 4 las condiciones empeoraron. Los que estaban allí también pidieron que les trasladaran a los campos 2 y 3. Al final unos 40 prisioneros pidieron el traslado, siguiendo el procedimiento previsto para abandonar el campo 4: dejar todos sus enseres y concentrarse a la entrada del campo para que las autoridades les tomaran en serio.

A las tres de la tarde del 18 de julio empezó el traslado de prisioneros a los campos 2 y 3.

Mientras proseguía la huelga, los prisioneros empezaron a gritar a coro: «¿Por qué somos enemigos?». El general nos dijo que no tenía autoridad para cambiar nuestro estatuto jurídico. Nos dijeron que Donald Rumsfeld -el ministro de Defensa- había escrito desde Washington al general pidiéndole que aplicase el Convenio de Ginebra en Guantánamo.

Para nosotros lo más importante era conseguir que cerrasen el barracón 5, porque allí las condiciones eran pésimas.

Vinieron unos oficiales y nos prometieron que abrirían una cantina donde pudiéramos aprovisionarnos. Nos dijeron que nuestras familias podían mandarnos dinero, y que iban a entregar 3 dólares semanales a los prisioneros que no tuvieran dinero.

Estaba permitido que los prisioneros nos reuniéramos en asamblea para debatir nuestros problemas, definir nuestras posiciones y negociar con la autoridad. Pero no nos estaba permitida la comunicación confidencial, por lo que llegamos a pasarnos unos a otros mensajes escritos en papeles que luego nos tragábamos. Cuando las autoridades se enteraron, montaron en cólera.

El 5 de agosto el caso de Hisham al-Sulayti provocó graves problemas. Este prisionero se había resistido en un interrogatorio, y entonces habían vuelto a profanar el Corán. Había muchos problemas con el Libro sagrado. Por ejemplo, un miembro de la policía militar le había ordenado algo al yemení al-Shamrani mientras estaba rezando. Él contestó que lo haría en cuento terminara de rezar. Entonces la policía se abalanzó sobre él y le golpeó en la cara hasta dejársela cubierta de sangre y profanaron el Corán pisoteándolo.

No era la primera vez que ocurría. A otro yemení, Hakim, le dijeron que representaba un grave peligro para sus carceleros porque se aprendía de memoria todo el Corán. Esa era una verdadera humillación para la fe musulmana. También estaba el caso del kuwaití Saad, arrastrado a un interrogatorio durante el cual le habían obligado a pasar cinco horas con una mujer que le incitaba sexualmente. Y el caso del joven canadiense Omar Jadr, también aislado a la fuerza para ser interrogado.

En el campo 3 llevaban a los prisioneros a un lugar llamado Romeo, donde les humillaban y les obligaban a llevar pantalones cortos, además de dejarles sin comida ni bebida durante 24 horas.

El 8 de agosto el general prohibió las asambleas de prisioneros porque el 7 de agosto los campos 2 y 3 se habían declarado en huelga de hambre; el campo 1 se unió a la huelga dos días después.

En cuanto empezó la segunda huelga llegó el coronel con un megáfono, pidiendo que salieran los jefes de los campos para hablar con ellos, pero no le hicimos caso.

Nos vimos obligados a declararnos de nuevo en huelga de hambre, aunque la medida no acaba de convencerme, pero tenemos que ser solidarios y apoyar sobre todo a los prisioneros del campo 5.

Espero salir de esta con vida y te ruego que les digas a mi mujer y mi hijo que les quiero mucho.

Tu amigo y cliente

Sami Muhyi al-Din al-Hajj

20 de octubre de 2005

Querido Clive:

Quiero decirte una vez más que si me liberan he decidido regresar a mi querida tierra natal, Sudán, y no pienso ir a ninguna otra parte.

Pienso volver a Sudán para reanudar mi vida normal con mi querida familia y hacerme cargo de mis hermanos y hermanas menores, que tras la muerte inevitable de mis padres -Dios tenga misericordia de ellos- han quedado bajo mi responsabilidad.

También es mi deseo que mi querido hijo Muhammad al-Habib se matricule en la escuela sudanesa pues estoy convencido de que, Dios mediante, le deparará un radiante futuro.

Te estoy muy agradecido por todo lo que has hecho por mí.

Tu sincero amigo fiel

Sami Muhyi al-Din Muhammad al-Hajj

Juan Vivanco es miembro de Tlaxcala ([email protected]), la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.