Recomiendo:
0

Ceuta, Melilla

Fuentes: radiochango.com

Presidios» llamaban en las cartografías de antaño a las ciudades de Ceuta y Melilla, lugares de destierro y castigo para condenados a largas penas por delitos comunes o políticos (allí estuvieron desterrados algunos de los próceres de la independencia de América Latina, como el colombiano Antonio Nariño). Y aun hoy, en la prensa europea, se […]

Presidios» llamaban en las cartografías de antaño a las ciudades de Ceuta y Melilla, lugares de destierro y castigo para condenados a largas penas por delitos comunes o políticos (allí estuvieron desterrados algunos de los próceres de la independencia de América Latina, como el colombiano Antonio Nariño). Y aun hoy, en la prensa europea, se califica a las dos antiguas «plazas de soberanía» -y hoy «ciudades autónomas»- de «enclaves en territorio marroquí».

Aunque fundándose en la historia y en una presencia de mas de quinientos años, Madrid no carezca de argumentos para demostrar y reivindicar la españolidad de las dos ciudades, la geografía en estos casos resulta determinante (Portugal acabó por restituir Macao a China, y el Reino Unido, Hong kong). Es obvio, guste o no, que las dos urbes se hallan en otro continente, insertadas en otro país.

Esto que ya es evidente en lo que concierne estas dos ciudades, lo es mucho mas si nos referimos a esas migajas de imperio, o polvos de vieja gloria que son los estériles peñascos de Vélez de la Gomera y de Alhucemas, para no hablar de las islas Chafarinas.

Se precisa tener una concepción bien triste de la historia de España para empecinarse de modo tan frenético (recordemos al señor José Maria Aznar «reconquistando» el islote Perejil) con lo que sólo son unas meras piedras castigadas por sol y mar. Uno siente hasta vergüenza viendo cómo algunos tratan de dar testimonio de una historia tan inmensa aferrándose a la minúscula pequeñez de esas poco honrosas conquistas. Hace tiempo que se sabe que la grandeza de un país está en sus ideas, en sus creaciones y en sus gentes, y no en la posesión de espacios arrebatados por la fuerza.

A esas dos ciudades habría que aplicarles algo así como la «directiva Guernica». Picasso, que pintó el Guernica para el pabellón de la República en la exposición de Paris de 1937, cuando la Republica perdió la guerra, dejó bien claro que el cuadro pertenecía a España, pero que lo dejaba en depósito en el Museo de Arte Moderno de Nueva York hasta que su país volviera a ser una democracia. Y así fue, la pieza no vino a Madrid mas que después de establecida la Constitución. Con Ceuta y Melilla debería hacerse lo mismo. Prometer devolverlas (después de haber consultado a sus habitantes) cuando Marruecos sea por fin una indiscutible democracia.

Hace poco, mi amigo Tahar Ben Jelloun, el gran escritor marroquí que vive en Tánger, me contaba que consultando viejos periódicos para la novela que está terminando sobre el tema de la emigración clandestina a través del Estrecho, descubrió que la prensa de Tánger (La Dépêche marocaine, y el diario España) ya hablaba de las pateras y de los inmigrantes clandestinos a finales de los años 1940 y en los años 1950. Como hoy, la gente (no sólo hombres, sino también mujeres y niños) llegaba a las playas a bordo de peligrosas embarcaciones improvisadas, en estado físico lamentable, hambrientos, huyendo de miseria, el paro y la represión.

Un sólo detalle cambió desde entonces: aquellos clandestinos no eran ni marroquíes, ni subsaharianos, sino españoles. Andaluces en su mayoría y también ceutíes, que huían de la gran miseria de la posguerra española y las persecuciones franquistas. Buscaban trabajo y salvación en la entonces muy opulenta ciudad de Tánger, colocada bajo administración internacional.

La historia también es eso, no sólo gloria militar, sino a menudo desesperación social y nomadismo laboral. Recordar esta faceta de la historia reciente debería hacernos mas comprensivos y mas acogedores respecto a esos jóvenes subsaharianos que asaltan con las manos desnudas las fortificaciones mutiladoras de Ceuta y Melilla. Como los españoles de antaño, huyen hoy, a su vez, del paro, del hambre y de la represión.