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Cinco mitos que legitiman los crímenes de guerra de Israel

Fuentes: Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Esta semana tuve el placer de intervenir en el show de Laura Ingraham, en la radio estadounidense, en un debate con David Horowith, uno de los «defensores de la supremacía semita» que ha conseguido hacerse en poco tiempo con un nombre bajo la bandera de Campus Watch [1], poniéndose a la cabeza de una especie de caza de brujas estilo McCarthy contra los profesores estadounidenses que tienen la impertinencia de sugerir que quizá, sólo quizá, los árabes tienen también mentes y sentimientos como todos nosotros.

Fue una experiencia reveladora, al menos para un periodista británico que habitualmente no tiene que aguantar las profundidades de ignorancia y prejuicios existentes en EEUU respecto a los asuntos de Oriente Medio – aparte de los chiflados habituales que se dedican a llenar de mensajes la bandeja de entrada de mi correo. Pero cinco minutos de escucha del discurso de Horowitz, y la simpatía con la que sus argumentos fueron saludados por Laura («Los Profesores – tu libro es una gran obra, David»), me dejaron más que aterrado sobre el futuro del mundo.

La respuesta de Horowitz a cualquier pregunta, a cualquier desarrollo en Oriente Medio, ya concierna al Líbano, a los palestinos, a Siria o a Irán, es la misma: «Quieren echar a los judíos al mar». Tan simple como eso. Ni siquiera un intento superficial de análisis; tan sólo el mensaje de que el mundo árabe está tratando de completar el genocidio comenzado por Europa. Y si eso se dice en el programa de Laura, muchos estadounidenses se lo creen a pies juntillas…

Horowitz está deseando utilizar la historia del Líbano para enlazarla con sus afirmaciones de que los «judíos» se enfrentan a un genocidio inminente en Oriente Medio. Y en ayuda de esa idea, él y todos los montones de apologistas estadounidenses de Israel -sospecho que habituales en programas como el de Laura- se dedican a promover al menos cuatro mitos al amparo de los actuales ataques con cohetes de Hizbollah sobre Israel. A menos que cuenten con alguien que se les enfrente en cada ocasión, el peligro es que van a ganar sobre el terreno, en EEUU, la guerra contra el sentido común.

El primer mito es que Israel se ha visto forzado a machacar al Líbano con su poderío militar porque Hizbollah la emprendió con una «lluvia» de cohetes sobre Galilea. Alguien con un poco de memoria podría probablemente recordar que esa no fue exactamente la primera justificación que ofrecieron: aquélla que tenía que ver con dos soldados capturados por Hizbollah en un puesto fronterizo el 12 de julio.

Pero, presumiblemente, Horowitz y sus amigos se dieron cuenta de que 400 libaneses muertos en poco más de una semana era algo muy fuerte para venderlo como respuesta «proporcionada». En cualquier caso, Hizbollah seguía diciéndole al mundo cuán deseoso estaba de devolver a los soldados en un intercambio de prisioneros.

Cientos de muertos en Líbano, al menos 1.000 heridos graves y más de medio millón de refugiados [2] – todo porque Israel no está dispuesto a sentarse en la mesa de negociaciones. Incluso Horowith no pudo «defender a Israel» en ese tema.

Por esa razón, se reorganizó la cronología de la guerra: ahora nos están contando que Israel se vio forzado a atacar al Líbano para defenderse del aluvión de cohetes de Hizbollah cayendo sobre civiles israelíes. La comunidad internacional está comprando ese argumento sin variarlo un ápice. «Israel tiene derecho a defenderse», dicen todos los políticos que se encuentran con un micrófono delante.

Pero, si miramos atrás, no fue así como empezó «la crisis de Oriente Medio», según los canales de TV la describen ahora. Merece la pena resumir aquellos primeros hechos (y no voy a tratar de documentar la larga historia de sufrimientos precedentes con que el Líbano se ha visto obsequiado gracias a Israel) antes de que entren completamente a formar parte de la mitología que nos es vendida por Horowitz y compañía.

El 12 de julio, por la mañana temprano, Hizbollah lanzó un asalto contra un puesto fronterizo del ejército en lo que fue, en la mejor de las interpretaciones, una imprudente violación de la soberanía israelí. En el combate, la milicia chií mató a tres soldados y capturó a otros dos, aunque Hizbollah disparó unos cuantos morteros en zonas fronterizas en lo que el ejército israelí describió entonces como «tácticas de distracción». Como consecuencia de los proyectiles, cinco israelíes resultaron «levemente heridos», necesitando en su mayoría sólo asistencia para el susto, según el periódico Haaretz.

La inmediata respuesta de Israel fue enviar un tanque al Líbano en persecución de los combatientes de Hizbollah (con, a su vez, una imprudente violación de la soberanía libanesa). El tanque pasó por encima de una mina, que explotó matando a los cuatro soldados que iban en su interior. Otro soldado murió en otros enfrentamientos en el interior del Líbano mientras su unidad trataba de recuperar los cuerpos.

En vez de abrir vías diplomáticas para aplacar la violencia y empezar un proceso para que fueran devueltos sus soldados, Israel se lanzó ese mismo día a bombardear lugares del interior del territorio libanés. Teniendo en cuenta el punto de vista mundial respecto a que sólo Israel tiene derecho a proyectar poder y temor, esa actuación entra dentro de lo que cabía esperar.

Pero al día siguiente, Israel continuó con su ataque desenfrenado sobre el sur y sobre Beirut, donde aeropuerto, carreteras, puentes y estaciones eléctricas fueron machacados. Sabemos ahora por informes de los medios estadounidenses que el ejército israelí había estado planeando contra el Líbano un ataque de ese calibre desde al menos hace un año.

En contraste con la imagen ofrecida de Hizbollah echando espumarajos por la boca para destruir a Israel, su dirigente Hasan Nasrallah trató de evitar una seria respuesta. Durante el primer día y medio, limitó sus ataques a las zonas fronterizas del norte, que ya han enfrentado los ataques de Hizbollah en el pasado y están bien protegidas.

Esperó hasta última hora del 13 de julio antes de volver sus cañones hacia Haifa, aunque sabemos ahora que podía haber escogido como blanco desde el principio la tercera mayor ciudad israelí. Una pequeña descarga de cohetes dirigidos a Haifa no causó heridos y más parecía una advertencia que una escalada del conflicto.

Pasaron tres días más -días de constante bombardeo israelí del Líbano, destruyendo el país e hiriendo a innumerables civiles- antes de que Nasrallah golpeara Haifa de nuevo, incluido un proyectil que mató a ocho trabajadores en una estación ferroviaria.

Nadie debería haberse sorprendido. Nasrallah estaba haciendo exactamente lo que había amenazado con hacer si Israel rechazaba negociar y elegía en su lugar la opción de la guerra. Aunque los medios internacionales citaron su siniestro mensaje televisado de que «Haifa es sólo el principio», Nasrallah de hecho hizo su amenaza condicionada a que Israel continuara atacando al Líbano. En la misma declaración, advirtió: «En tanto en cuanto el enemigo prosiga su agresión sin límites y sin líneas rojas, seguiremos la confrontación sin límites y sin líneas rojas». Bien, Israel lo hizo, y asimismo lo hace ahora Nasrallah.

El segundo mito es el de que las reservas de 12.000 cohetes de Hizbollah -según la estimación del ejército israelí- suponen una amenaza para la existencia de Israel. Según Horowitz y otros, Hizbollah acumula su armamento con la única intención de destruir el estado judío.

Si fuera ésta la intención de Hizbollah al amasar armas, supondría un punto de vista muy ingenuo acerca de lo que sería necesario para borrar a Israel del mapa. Más probable es que la idea sea recopilar armamento con la esperanza de que pueda resultar disuasorio -incluso aunque fuera muy inadecuado, como Líbano está ahora descubriendo- contra una repetición de las invasiones israelíes de 1978 y 1982 y la posterior ocupación que duró casi dos décadas.

En efecto, según otras cifras proporcionadas por el ejército israelí, Hizbollah ha disparado al menos 2.000 cohetes hacia Israel mientras los bombardeos del ejército han destruido mucho más de lo que hubieran hecho otros 2.000 cohetes. Es decir, el norte de Israel ha recibido ya la quinta parte del arsenal de Hizbollah. Como alguien que vive en el norte, y en zona alcanzable por los cohetes, tengo que decir que Israel no parece estar a punto de ser borrada del mapa. Puede vaciarse Galilea, y puede que hasta una tercera parte de los judíos israelíes busquen refugio temporal en el sur, pero la existencia de Israel no está cuestionada en absoluto.

El tercer mito es que mientras Israel trata de llevar a cabo una guerra limpia eligiendo como objetivo sólo a los terroristas, Hizbollah prefiere llevar muerte y destrucción a inocentes disparando cohetes contra civiles israelíes.

Es increíble que se siga necesitando echar por tierra este mito, pero tras los esfuerzos de Horowitz y compañía, parece que así es. Mientras que la cifra de civiles muertos en Líbano se ha disparado, las críticas internacionales hacia Israel han permanecido a niveles de balbuceo de requerimientos diplomáticos de «contención» y «respuestas proporcionadas».

Uno sólo necesita echar una ojeada a la cifra de víctimas de este conflicto para ver que si Israel está eligiendo sólo a los combatientes de HIzbollah como blanco, ha hecho unos cálculos desastrosos. Se informa que al menos han muerto unos 400 civiles [3], por desgracia para el relato de Horowitz al menos una tercera parte son niños. Por las imágenes procedentes de los hospitales libaneses, han logrado sobrevivir mucho más niños pero con terribles quemaduras y heridas que les han dejado inválidos.

Las estimaciones más favorables, aunque nadie puede hablar seguridad, son que las muertes de Hizbollah no se acercan aún al límite de las tres cifras.

En las últimas noticias procedentes del Líbano, grupos que abogan por los derechos humanos están acusando a Israel de violar el derecho internacional y utilizar granadas de racimo, que matan indiscriminadamente. Hay informes también, hasta ahora sin confirmar, de que Israel ha estado disparando las ilegales bombas de fósforo.

En cambio, el desglose del número más reducido de muertes israelíes a manos de Hizbollah -42 en el momento de escribir estas líneas- muestra que han muerto más soldados que civiles.

De hecho, aunque nadie está señalando este punto, los cohetes de Hizbollah han alcanzado de forma abrumadora lugares estratégicos: el centro económico del norte de Haifa, sus ciudades satélite y el conjunto de puestos militares en Galilea.

Nasrallah parece muy consciente de que Israel tiene un impresionante programa de defensa civil con refugios que permiten poner fuera de peligro a los civiles. Al contrario que Horowitz, no quiero presumir de leer la mente de Nasrallah: tanto si quiere o no matar a un gran número de civiles israelíes, es algo que no puede saberse, dada su incapacidad para lograrlo.

Pero, por la elección de lugares que está atacando, podemos deducir que su objetivo fundamental es trasladar a los israelíes unas mínimas sensaciones de la alteración que están sufriendo los libaneses en su vida cotidiana. Efectivamente, han mantenido cerrada Haifa durante una semana, su puerto y sus centrales financieras. La TV israelí cada vez habla más de los daños infligidos sobre la economía del país.

Debido a las leyes israelíes de censura de prensa, es imposible discutir el emplazamiento de las instalaciones militares israelíes. Pero los cohetes de Hizbollah son lo suficiente certeros como para mostrar que muchos van dirigidos a los sitios que el ejército tiene en Galilea, incluso aunque no sean lo suficientemente precisos como para acertarles.

Por ejemplo, en Nazaret resulta obvio para todos que los cohetes que cayeron cerca y sobre la ciudad durante la semana pasada buscaban acertar, y algunos cayendo extremadamente próximos, en la fábrica de armas situada cerca de nosotros.

Hizbollah parece tener menos preocupación por los daños colaterales en víctimas civiles que Israel -cada uno pone el balance del terror a su favor-, pero es un disparate sugerir que los objetivos de Hizbollah son más innobles que los de Israel. Está tratando de dejar maltrecha la economía del norte de Israel en represalia por la total destrucción de la economía libanesa llevada a cabo por Israel. Del mismo modo, está tratando de mostrar a Israel que sabe dónde están sus instalaciones militares. Ambas estrategias parecen estar causando impacto, aunque sea menor, en debilitar la determinación de Israel.

El cuarto mito es una prolongación del tercero: Hizbollah ha estado poniendo en peligro las vidas de los libaneses corrientes al esconderse entre no combatientes.

Ya habíamos sido antes testigos de todas esas pantomimas de Israel y Horowitz, aunque no repetidas de forma tan entusiasta por los funcionarios occidentales. El director para asuntos humanitarios de Naciones Unidas, Jan Egeland, que está por la región, acusó a Hizbollah de «camuflarse cobardemente» entre la población civil, y similar acusación fue dirigida por el ministro británico de asuntos exteriores, Kim Howells, cuando llegó a Israel.

En 2002, Israel hizo la misma acusación: que los palestinos que resistían frente a la barbarie de su ejército en los campos de refugiados de Cisjordania se escondían entre los civiles. La afirmación se hizo más estruendosa en cuanto más civiles palestinos mostraban la irritante costumbre de ponerse en medio del camino de los ataques israelíes contra los centros de población. Las quejas fueron in crescendo cuando al menos dos docenas de civiles fueron asesinados en Yenin al arrasar Israel el campo con helicópteros Apache y bulldozer Oruga.

Al parecer, lo que implica la cobarde declaración de Egeland es que cualquier combatiente libanés, o palestino, que resista frente a Israel y su poderío militar debería hacerlo en campo abierto, con su rifle levantado contra el cielo, esperando ver a quién le va peor en el tiroteo contra un helicóptero Apache o un avión de combate F-16. Se da por supuesto que debemos deducir que la reticencia y manía de Hizbollah de llevar la guerra a su manera es una prueba de que son terroristas.

Egeland y Howells necesitan recordar que los combatientes de Hizbollah no son marcianos llegados recientemente de los campos de entrenamiento en Irán, como afirma Horowitz. Pertenecen a la comunidad chií, que supone casi la mitad de la población, y están muy apoyados por la misma y por muchos otros libaneses. Tienen familias, amigos y vecinos viviendo junto a ellos en el sur del país y en los barrios de Beirut que creen que Hizbollah es la mejor esperanza para poder defender su país de los habituales ataques violentos de Israel.

Dada la naturaleza indígena de la resistencia de Hizbollah, no debería sorprendernos que la milicia chií haga todo lo que pueda para asegurar que sus seres queridos y el pueblo libanés en general no corran directamente peligro por sus combates.

Si sólo pudiera decirse lo mismo del ejército y de la fuerza aérea israelí. Uno necesita mirar tan sólo las imágenes de las víctimas de sus ataques contra barriadas residenciales, coches, ambulancias y fábricas para ver por qué la mayoría de los muertos que están siendo extraídos de los escombros son civiles.

Y, finalmente, hay un quinto mito que casi se me olvidaba mencionar. El de que personajes como David Horowitz sólo quieren contarnos la verdad…

N. de T.:

[1] Observatorio del Campus.

[2] Las cifras de desplazados alcanzan los 700.000 al publicarse esta traducción.

[3] Igualmente, las autoridades libanesas hablan ya de 600 muertos.

Jonathan Cook es escritor y periodista, reside en Nazareth, Israel. Su libro «Blood and Religión: The Unmasking of the Jewish and Democratic State» ha sido publicado por Pluto Press. Su página en Internet es: www.jkcook.net

Texto original en ingles:

www.globalresearch.ca/index.php?context=viewArticle&code=COO20060725&article=2