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Colonialismo verde

Fuentes: Centro de Colaboraciones Solidarias

Las grandes selvas han encontrado en tres millonarios una cierta esperanza hasta ahora imposible para ecologistas y organizaciones de la sociedad civil: salvarse de la depredación humana. Con la compra de grandes extensiones boscosas, estos pioneros inician un polémico colonialismo verde. Cada año, el planeta pierde 73.000 kilómetros cuadrados de selva, casi el equivalente al […]

Las grandes selvas han encontrado en tres millonarios una cierta esperanza hasta ahora imposible para ecologistas y organizaciones de la sociedad civil: salvarse de la depredación humana. Con la compra de grandes extensiones boscosas, estos pioneros inician un polémico colonialismo verde.

Cada año, el planeta pierde 73.000 kilómetros cuadrados de selva, casi el equivalente al territorio de Panamá. Según informes de la ONU, la deforestación provoca entre el 12 y el 14% de las emisiones de CO2 en el planeta porque se reduce de forma considerable la masa verde que absorbe las emisiones de todo el planeta y porque una gran proporción de la deforestación se da en forma de incendios, que sueltan grandes cantidades de gases de efecto invernadero. Este CO2 es el principal responsable del cambio climático.

El cambio climático motivó al sueco Johan Eliasch a comprar en Brasil una extensión de bosque equivalente en tamaño a Austria. Pero también fue la ineficacia de quienes deben de proteger los pulmones del planeta.

«Estaba harto de ver a los políticos hablar y no hacer nada», comentaba el millonario sueco, dueño de una marca deportiva y miembro de una familia de grandes empresarios.

Su frustración la han compartido, durante varias décadas, ecologistas y organizaciones que veían aumentar la depredación en todos los rincones del planeta. África, por ejemplo, perdió el 9% de su superficie forestal entre 1990 y 2005. La cantidad de árboles cortados en Brasil supone casi la mitad de la deforestación total del planeta. Indonesia, un grupo de países del África subsahariana como Nigeria y Zambia, de América Latina como México y Venezuela, y de Asia como Birmania y Camboya, son los países donde más árboles se talan.

Si Bono, cantante de U2, y Bill Gates recibieron críticas por sus ayudas al desarrollo en África, los nuevos millonarios defensores de la naturaleza han recibido también críticas de grupos indigenistas y ecologistas. Muchos de ellos califican de absurdo solucionar en los países del Sur los problemas causados por el consumismo del Norte.

«Entiendo el argumento, pero el punto es que yo, como ciudadano, no voy a lograr que Volkswagen reduzca el nivel de emisiones de sus motores. Ésta es la manera en que puedo conseguir resultados. Por ello actúo, e intento colaborar con las comunidades para que conservar el bosque se convierta en un interés superior a arrasarlo. Hay que encontrar la forma de hacer que una selva tenga más valor de pie que talada», responde el millonario sueco, que permite a los indígenas cosechar frutos e impide que se tale en su territorio.

Tampoco se podrán construir hoteles ni complejos turísticos, que muchos señalan como un freno al desarrollo. Conviene matizar lo que significa «desarrollo» antes de que las selvas vivan los síntomas del progreso que han padecido, por ejemplo, muchas playas mexicanas. Playas contaminadas por los desechos de hoteles que van directamente al mar, grupos clandestinos que se dedican a recolectar los huevos de tortugas en teoría protegidas por el gobierno y en peligro de extinción, el dinero de los hoteles y restaurantes en manos de cadenas extranjeras que sacan su dinero del país y una población autóctona que vino de lejos para vivir de los frutos del turismo y que sólo se encontró con sueldos míseros. Hoy, Acapulco se ha convertido en uno de los focos del crimen organizado y del narcotráfico.

Otro ejemplo son Douglas Tompkins y Kristine McDivitt, un matrimonio que ha comprado miles de hectáreas de bosque en la Patagonia. Sin embargo, hay quienes acusan a esta pareja de tener segundas intenciones: aprovechar los recursos naturales de la zona y cortar en dos Chile, ya que sus tierras se extienden desde el Pacífico hasta los Andes.

Quizá las adquisiciones privadas sean el revulsivo para que la sociedad civil tome conciencia y se una para presionar a las empresas de los países ricos y de los emergentes. Para que el respeto al medioambiente esté por encima de la rentabilidad, y para pedir cuentas a los gobiernos que miran hacia otro lado cuando estas empresas les enseñan la cartera. Celebremos que en el planeta queden personas que se sienten parte de la Tierra que habitan y les da cobijo.